Mateo 16:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Conversación de Cristo con los fariseos y los saduceos, dos grupos opuestos entre sí, pero unánimes y juntos en su oposición contra Jesús. Cristo y el cristianismo encuentran oposición desde todos los puntos de la rosa de los vientos.

I. Qué vienen a pedirle.

1. Le piden que les muestre una señal del cielo (v. Mat 16:1). Deseaban que lo hiciese para mostrárselo a ellos, con la indudable pretensión de que así quedarían convencidos y satisfechos. Había de ser una señal distinta de las muchas que ya habían visto pues cada uno de los milagros anteriores era una señal manifiesta, pero todo esto no les servía; menospreciaban los milagros destinados a sanar a los enfermos y aliviar a los necesitados, y demandaban señales que sirviesen para satisfacer la curiosidad de ellos. La evidencia que Cristo había mostrado era suficiente para satisfacer a mentes sin prejuicios, pero no estaba destinada a complacer a corazones henchidos de vanidad. Aquí tenemos un ejemplo de lo engañoso y perverso que es el corazón del hombre, al imaginar que podríamos ser persuadidos por prodigios y experimentos que no están a nuestro alcance, mientras menospreciamos los portentos que contemplamos cada día. ¿No es un portento de la sabiduría y del poder de Dios, que cada planta chupe de la tierra lo necesario para formar flores y frutos tan diferentes? ¿No es un portento misterioso como ha dicho un escritor contemporáneo que una vaca negra produzca leche blanca después de comer hierba verde? Y tenía que ser precisamente una señal del cielo. Seguramente aludían a señales como las de Moisés (Sal 78:23), Josué (Jos 10:13), Elías (1Re 17:1), etc.

2. La intención era ponerlo a prueba: Se le acercaron … para tentarle, no para que les enseñara, sino para tenderle una trampa. Cuando hacía señales en la tierra, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios (Mat 12:24). Si hacía milagros del cielo, podían decir: Es virtud del príncipe de la potestad del aire (Efe 2:2). Cuando sus antepasados habían visto señales del cielo, decían de Dios: ¿Podrá poner mesa en el desierto? (Sal 78:19). Ahora que Jesús había puesto mesa en el desierto, le tentaban diciendo: Muéstranos una señal del cielo.

II. La respuesta que Cristo da a esta demanda.

1. Les condena por no hacer caso de las señales que ya habían visto (vv. Mat 16:2-3). Estaban buscando señales del reino de los cielos, cuando ya estaba entre ellos. Para mostrárselo, les hace reflexionar:

(A) Sobre la sagacidad que poseían para otras cosas, especialmente para pronosticar el tiempo que iba a hacer. Hay diversas normas científicas para pronosticar el tiempo pero a los sencillos pastores y labradores les basta su observación y su experiencia para acertar con tanta precisión como los científicos qué clase de tiempo se avecina. Aunque no sepamos cómo están suspendidas las nubes (Job 37:16), si que podemos predecir lo que van a hacer.

(B) Sobre la estupidez que padecían para discernir lo que tenía verdadera importancia para sus almas: ¿Sabéis discernir el aspecto del cielo, y no podéis discernir las señales de los tiempos? (v. Mat 16:3); como si dijese: «¿No os dais cuenta de que ha venido ya el Mesías?» Los milagros que Cristo obraba, la afluencia de las multitudes a Él, la autoridad con que enseñaba, etc., eran claras indicaciones de que el reino de los cielos estaba al alcance de la mano y que llegaba el día de la visitación de ellos. Es gran hipocresía buscar señales de nuestro gusto, cuando menospreciamos las que Dios nos envía; no percatarse de la propia ruina, ruina inminente, por empeñarse en rechazar al Enviado de Dios. La gran desgracia de las masas es no percatarse del final que les espera, triste y eterno final, por negarse a recibir a Cristo como único salvador (Hch 4:12).

2. Se niega a darles otra señal (v. Mat 16:4). Les llama generación mala y adúltera; porque, mientras profesaban pertenecer al pueblo de Dios del Dios que era su Hacedor y su Marido (Isa 54:5), se apartaban traidoramente de Él y quebrantaban el pacto con su infidelidad. Por eso, se niega a satisfacer la curiosidad de ellos, puesto que demandaban mal (Stg 4:3). La única señal que les va a ofrecer será la señal del profeta Jonás (v. Mat 16:4; v. Mat 12:39-40). Su propia resurrección después de estar tres días en el sepulcro, como Jonás en el vientre del gran pez, y la predicación del Evangelio a los gentiles, como había predicado Jonás a los ninivitas. Así quedaría satisfecha la fe de los humildes, pero no sería complacida la curiosidad de los soberbios.

La conversación con fariseos y saduceos después de esta declaración de Jesús, terminó de modo abrupto: Y dejándolos, se fue (comp. con Jua 12:36). Cristo no se detiene más de lo justo con quienes vienen a tentarle, sino que se retira con toda justicia de quienes vienen a él dispuestos a oponerse a Él, por muchas que sean las pruebas que les presente.

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