Mateo 16:24 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Mateo 16:24 | Comentario Bíblico Online

Después que Cristo ha mostrado a los discípulos lo mucho que Él ha de sufrir, ahora les muestra lo que ellos también han de sufrir.

I. En esta porción, tenemos expresada la ley del discipulado, y fijadas las normas mediante las cuales se puede obtener, tanto el honor como el beneficio de ser discípulo de Cristo (v. Mat 16:24).

1. ¿En qué consiste el discipulado cristiano? En ir en pos de Jesús. El discípulo verdadero sigue a Cristo en el dolor para seguirle en el honor: Por la cruz a la luz dice el adagio . El cristiano sigue a Cristo, como la oveja al pastor, y no pretende ponerse delante de Él para enseñarle el camino, como Pedro acababa de intentar, sino siguiendo al Cordero por dondequiera que va (Apo 14:4).

2. ¿Cuáles son los requisitos necesarios para ser un buen discípulo de Cristo?

(A) Una firme y deliberada resolución de seguir al Maestro: Si alguno quiere venir en pos de mí. Cristo no quiere forzados, sino voluntarios: El que quiera … conocerá (Jua 7:17). Y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente (Apo 22:17). Antes de que podamos hacer ninguna otra cosa, Dios nos provee de la energía necesaria para querer (Flp 2:13). Con razón decía Unamuno que el antiguo adagio filosófico: «Nada se quiere sin antes conocerlo» estaba equivocado, pues la verdad es que «nada se conoce sin antes quererlo».

(B) Niéguese a sí mismo. ¿Qué significa, en realidad, negarse a sí mismo? ¿Negar que uno existe, o que es lo que es? ¡No! Negarse a sí mismo es decirle a ese «Yo» (con mayúscula) que hay dentro de nosotros, y que nos inclina a ser egocéntricos, autónomos y autosuficientes, que no, que no queremos seguir nuestros propios planes ni servir a nuestros propios intereses, sino depender en todo de Dios y hacer y sufrir todo cuanto Él tenga programado para nosotros. Esta es la tarea más difícil para cualquier creyente, y la más penosa de las tres crucifixiones que Pablo menciona para el cristiano (Gál 2:10; Gál 5:24; Gál 6:14). Si uno no crucifica ese «yo» en aras del amor de Dios y del prójimo, de nada le sirve repartir todos sus bienes, ni siquiera entregar su cuerpo a las llamas (1Co 13:3). ¡Y qué difícil es negar a ese «Yo»! Es una tarea constante, porque ese «Yo» es capaz de revivir y levantar la cabeza aun detrás de las más santas intenciones. «Cuidado con la gloria Javier» viene a decir Iñigo de Loyola, en El Divino Impaciente de Pemán porque hasta a la gloria de Dios le tengo miedo .» Efectivamente, ¡cuántas veces, detrás de una pretendida «gloria de Dios», se esconde la gloria del «Yo»! Verdaderamente, esta es la puerta estrecha (Mat 7:13-14), pero es la que lleva a la vida, porque Cristo, nuestra vida (Col 3:4) entró el primero por ella, se despojó a sí mismo (Flp 2:6; lit. se vació a sí mismo; es decir, del esplendor y de la majestad que le correspondían, como Dios que era, igual al Padre).

(C) Tome su cruz. Los discípulos de Cristo estaban familiarizados con este concepto, ya que, mucho antes de Jesucristo, Antíoco Epífanes había hecho crucificar a muchos judíos, según testimonio de Flavio Josefo. El condenado a muerte en cruz era obligado a llevar sobre sus hombros el instrumento de su suplicio. Así, pues, el seguidor de Cristo ha de alistarse en esa fila de condenados a muerte, que van tras Él llevando cada uno su propia cruz; esta cruz no consiste en la resignación para soportar las molestias de la vida, sino en pechar, como Cristo, con la misma contradicción de pecadores que Él soportó (Heb 12:3). Todo discípulo de Cristo ha de tomar voluntariamente esta cruz suya; preparada y elegida por Dios, no por nosotros mismos; pero nuestra porque es nuestro lote, no el del vecino, y está hecha para nuestros hombros, porque es bueno y competente el artesano (¡carpintero!) que nos la ha preparado. Esta cruz hemos de tomar y seguir con ella a Cristo. No debemos hacernos la cruz nosotros mismos, mediante el arrojo o la necia indiscreción, sino arrimar el hombro a la que Dios ha preparado, sin temor a su peso, que es tanto menor cuanto mayor es el amor con que se lleva. Aquí vale lo que alguien dijo de las espinas: «Duelen más si se pisan que si se besan». Entonces, uno puede hasta gloriarse de su cruz (comp. Rom 5:3.; Rom 8:18; Col 1:24, donde es como si Cristo mismo completase sus padecimientos en Pablo).

(D) Y sígame. Aquí, la frase tiene un sentido más profundo que el anterior venir en pos de mí, ya que ahora supone ir cargado con la cruz en el seguimiento de Cristo. Pero el hecho de que le seguimos a Él en esto, nos ha de consolar, porque, (a) Él fue delante, (b) nos mostró el camino, (c) llevó el peso más fuerte, pues la cruz que para Él fue maldición (Gál 3:13), para nosotros fue bendición (Gál 3:13). Este seguimiento comporta los mayores honores a que una persona pueda aspirar (Jua 12:26). Y es en vista de estos honores de valor eterno, como hemos de mirar a las cosas de abajo (Col 3:2), según lo explica Cristo en los versículos siguientes.

II. Negarse a sí mismo y tomar la cruz son lecciones muy duras; si seguimos el consejo de la carne y de la sangre, no las aprenderemos nunca; pero, si consultamos al Señor Jesucristo, Él nos hará las consideraciones pertinentes, a fin de que nos percatemos de lo que en ello nos va en juego.

1. El peso de toda la eternidad depende de la resolución de seguir a Jesús: Porque (nótese la conjunción) todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará (v. Mat 16:25). La palabra que hay en griego para vida, es la misma que significa también alma (y, como en hebreo, también la persona misma). Aquí como en Mat 10:39, la palabra vida comporta dos sentidos contrapuestos en la existencia humana: la vida temporal, cuya condición efímera es puesta de relieve en la Biblia (flor de un día Job 14:2 eso significa «efímero» = de un día v. tamb. Job 9:25-26) y la vida eterna, en comparación de la cual, la vida temporal es como un punto entre dos espacios sin límites. El que quiera salvar su vida temporal y huya del deber y cometa pecado, y renuncie a seguir a Cristo por amor a su propia conveniencia perderá la vida eterna, quedará privado para siempre de todo bien, al no alcanzar la comunión con el Sumo Bien que es Dios, y será lanzado para siempre a la muerte segunda, un Infierno eterno (Apo 20:10; Apo 21:8 los cobardes van en primera fila ). Se ha salvado la vida que dura un momento, se ha temido la muerte que es como un sueño, se ha perdido la vida que dura siempre, y se corre veloz hacia la muerte eterna.

2. En cambio, el que pierde la vida temporal por la causa de Cristo, la recobrará transformada en mejor, glorificada, para toda la eternidad. Muchas vidas han sido entregadas en aras de la causa de Cristo. El cristianismo ha llegado a nosotros sellado con la sangre de innumerables mártires. La seguridad de una vida eterna en la presencia del Amado por quien estaban dispuestos a dar la vida temporal, les animaba a triunfar sobre el terror de una muerte violenta, de tal forma que muchos de ellos fueron al patíbulo sonriendo y se pusieron a cantar himnos colocados sobre la pira de fuego.

3. Jesús pone de relieve el valor de un alma inmortal, cuyo precio sobrepasa al de todo el mundo material; como que Dios quien conoce perfectamente el valor de las cosas, no dudó en derramar la sangre de su Hijo para comprar con ella la salvación de nuestras almas (v. 1Pe 1:18): Porque, ¿qué provecho sacará el hombre de ganar el mundo entero, si pierde su alma? (v. Mat 16:26). Esto alude al principio general de que, por mucho que un hombre pueda ganar en este mundo si pierde la vida no le va a servir de nada puesto que no podrá gozar de lo adquirido. En la balanza de los valores, los hombres ponen la vida por encima de todo y están dispuestos a gastar todo el dinero necesario para pagar la medicina, la operación, etc., con tal que así haya seguridad, o probabilidad, de salvar la vida por algún tiempo. Pero si todos los bienes de este mundo, incluida la misma vida temporal, se comparan con la perdición eterna, la locura de perderse a sí mismo voluntariamente para siempre, es todavía mayor, incomparablemente mayor, que la del que aprecia la vida menos que los demás bienes temporales. Nótese que perderse a sí mismo (Jua 3:16) no es quedar aniquilado o perder la existencia, ya que el alma del hombre ha sido creada inmortal, sino echar a perder toda su eternidad en el lago de fuego y azufre.

4. ¿O qué dará un hombre a cambio de su alma? Si el alma, la persona entera, se echa a perder, no existe nada con que pueda ser reparada, ni hay precio con que se pueda volver a redimir. Dice Crisóstomo: «¿Es que tienes acaso otra alma para darla a cambio de la que perdiste? Si pierdes dinero, puedes dar a cambio dinero; y lo mismo se diga de una casa, de un esclavo o de cualquiera otro de los bienes de fortuna. Pero si pierdes tu alma ya no puedes dar otra por ella. Aun cuando seas dueño del mundo entero aun cuando seas rey de toda la tierra y pagues por precio cuanto hay en la tierra entera, no serás capaz de comprar una sola alma». Teresa de Jesús decía: «Tres espinas me punzan constantemente: que tengo una sola vida, una sola alma y un solo Juez. Si tuviera dos vidas y perdiera una, podría reparar en la otra la pérdida de la primera, etc.». Broadus cita una frase de la reina Isabel (no dice cuál; es de suponer que se refiere a Isabel I de Inglaterra) cuando estaba en el lecho de muerte: «Millones de dinero por una pulgada de tiempo». Broadus comenta brevemente: «Tenía el dinero, pero no pudo efectuar el cambio». Efectivamente, las divisas de este mundo no tienen valor de moneda corriente en la aduana de la eternidad.

III. Termina esta porción con unas palabras que nos alientan grandemente a negarnos a nosotros mismos y a sufrir por Cristo.

1. La seguridad de la gloria de Cristo en su Venida y de la recompensa que traerá consigo (comp. Apo 22:12). Si miramos las cosas como aparecerán entonces las veremos como deberían aparecer ahora. En efecto, las palabras de Cristo concernientes a su Segunda Venida, nos animan mucho a estar firmes y dispuestos a darlo todo por el alma, considerando:

(A) El estado de exaltación del Hijo del Hombre: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles (v. Mat 16:27). Mirar al Hijo del Hombre en su estado de humillación podría desanimar a sus seguidores de tomarse fatigas y correr graves riesgos por su causa, pero teniendo los ojos puestos en el Autor y Consumador de nuestra fe (Heb 12:2), viniendo en su gloria, nos sentiremos animados a seguirle y sufrir por causa de Él.

(B) La recompensa que la Segunda Venida de Cristo traerá a los suyos: Y entonces pagará a cada uno conforme a su conducta (el griego dice praxin = conducta, el mismo vocablo que en Col 3:9, no erga = obras). El hecho de este galardón futuro muestra la importancia de salvar el alma. El galardón será correlativo con el fruto producido; quienes hayan sido fieles en producir el fruto que Dios espera de todo creyente, tendrán amplia entrada en el reino (v. 2Pe 1:11, con el contexto anterior); los descuidados en el servicio del Maestro, entrarán, pero avergonzados (v. 1Jn 2:28). Todos llevarán coronas, pero las de algunos estarán adornadas con diamantes que irradien esplendor (Dan 12:2). Esta es la mejor perspectiva para prepararnos a negarnos y tomar la cruz, pues el Rey será nuestro Amigo y nuestro Esposo. El galardón es reservado (1Pe 1:4, comp. con Mat 6:20) para entonces. Aquí, tanto los bienes como los males parecen distribuidos igualmente para buenos y malos, pero entonces se hará la separación (Mat 13:41-43; Mat 13:47-50) y cada cosa quedará en el sitio que le corresponda.

2. La cercanía de una cierta visión anticipada de la gloria de su reino en este mundo. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto venir en su reino al Hijo del Hombre (v. Mat 16:28). Una anticipación de la gloria del reino estaba tan próxima, que había allí con Jesús algunos que no morirían sin haberla visto. A pesar de las referencias marginales de nuestras Biblias a la destrucción de Jerusalén y de la opinión de algunos comentaristas, lo más probable es que el Señor se refiriese a su próxima Transfiguración, anticipación de la gloria de su reino (2Pe 1:16-18 tiene gran fuerza en este sentido) y en la que algunos (Pedro, Santiago y Juan) serían privilegiados espectadores. La transfiguración estaba, efectivamente, destinada a levantar los ánimos de los discípulos y prepararlos para ver los sufrimientos de Cristo en la perspectiva de su futura glorificación. Por otra parte, la destrucción de Jerusalén no fue para Cristo una gloria, sino una pena (Mat 23:37-39). El ánimo que esto da a los discípulos de Cristo se basa en que el Autor y Capitán de nuestra salvación entró en la gloria del Padre, no sólo después de sus padecimientos, sino a causa de los padecimientos.

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