Mateo 18:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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No ha existido un modelo tan grande de humildad como Cristo. Él aprovechó todas las ocasiones para ejercitarla y para recomendarla a sus seguidores.

I. La ocasión del discurso del Señor sobre la humildad fue la indiscreta discusión de los discípulos sobre quién era mayor en el reino de los cielos. No intentaban saber quién era el mayor en santidad, sino en dignidad. ¡Y eso, poco después de decirles Cristo lo mucho que iba a padecer! Cristo estaba pensando en humillación y ellos en gloria. Habían oído (y predicado) mucho acerca del reino de los cielos; pero estaban aún tan lejos de tener una idea clara de él, que soñaban con un reino temporal y con la pompa y el poderío correspondientes. Pensaban que el nuevo reino de Israel estaba para comenzar (comp. Hch 1:6) y, por tanto, que era ya tiempo de designar a los que habían de ocupar en él los primeros puestos; en tales casos, el que se retrasa en maniobrar se queda sin cargo. En lugar de preguntar cómo tendrían fuerzas y gracia para sufrir con el Señor, les interesa saber quién ocupará el puesto más elevado para reinar con Él. A la mayoría de la gente le gusta hablar y oír de privilegios y de gloria, y no pensar en sufrimientos ni en trabajo.

1. La pregunta comporta la noción falsa de que todos los que tengan un puesto en ese reino, son grandes, cuando son verdaderamente grandes los que son verdaderamente buenos.

2. Supone igualmente que hay grados en dicha grandeza. Lo importante es que también en la grandeza espiritual hay grados. Todos los santos tendrán entrada en el Cielo, pero unos tendrán más amplia entrada que otros (2Pe 1:11).

3. Supone también que alguien será primer ministro en ese reino, y que está entre ellos.

4. Discuten entre sí sobre el tema; varios de ellos tienen pretensiones de ocupar los primeros puestos (Mat 20:21) y temen por lo de Mat 16:18-19, que Pedro fuese el privilegiado. Somos inclinados a entretenernos y perder el tiempo en necias cavilaciones sobre cosas que nunca han de suceder.

II. El discurso mismo de Jesús es un rechazo de la idea que los discípulos se habían formado sobre la verdadera grandeza en el reino. En este discurso, Cristo nos enseña la humildad:

1. Mediante una acción significativa: Llamando a un niño, lo puso en medio de ellos (v. Mat 18:2). La humildad es una lección tan difícil de aprender, que se nos tiene que enseñar de todas las maneras y con todos los métodos posibles. Cuando vemos a un niño pequeño, deberíamos recordar el uso que hizo Jesús de un niño así: Lo puso en medio de ellos, no para que jugaran con él, sino para que aprendieran de él. Los mayores de edad, y los grandes hombres no deberían desdeñar la compañía de los niños pequeñitos, sino hablarles para darles alguna instrucción edificante, o contemplarles para sacar de ellos alguna instrucción provechosa.

2. Mediante una instrucción directa a propósito de tal acción; en ella les mostró a los discípulos y nos muestra a nosotros:

(A) La necesidad de la humildad: De cierto os digo que si no os volvéis y os hacéis como los niños, de ningún modo entraréis en el reino de los cielos (v. Mat 18:3). Si no os volvéis de vuestras ambiciones de grandeza, y os hacéis como niños. Pablo dice que no debemos ser niños (Efe 4:14). Los dos pasajes no se contradicen, sino que consideran al niño pequeño bajo dos aspectos distintos. Los niños tienen dos cualidades buenas: conscientes de su pequeñez e ignorancia, dependen de sus padres y toman en serio lo que los mayores les dicen; en esto, nos enseñan humildad y fe; estos aspectos positivos es lo que Cristo quiere destacar aquí. En cambio, Pablo considera dos aspectos negativos de los niños: su inestabilidad emocional y su falta de discernimiento para distinguir el oro del oropel; con lo cual fácilmente son sacudidos y zarandeados: llevados a la deriva por el engaño de gente mal intencionada; en esto, no debemos imitarlos, sino aspirar a la madurez de los que tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Heb 5:14). Si somos niños en el buen sentido, no estaremos afanados por nada (Mat 6:25-34; Flp 4:6), sino que estaremos dispuestos a depender de nuestro Padre Celestial. También estaremos dispuestos a aprender más y más de la Palabra de Dios, pues la niñez es la época más propicia para aprender. El gran psicólogo Alfred Adler insiste en que, entre los dieciocho meses y los tres años de edad, el niño «decide» el rumbo de su vida hacia el equilibrio psíquico o hacia la neurosis. Pero, gracias a la nueva vida que el Espíritu de Dios imparte al creyente, los más ancianos en edad pueden aprender lo más necesario para la eternidad. Y lo fundamental para entrar en el reino de los cielos es ese par de cualidades positivas de los niños: humildad y fe; la humildad es el fundamento negativo: la zanja que se abre (tanto más profunda cuanto más alto vaya a ser el edificio) en el suelo (humildad viene de humus = tierra del subsuelo); la fe es el fundamento positivo, algo así como el hormigón con que se rellena la zanja, y que sirve de soporte al edificio. Cuando los discípulos preguntaron: ¿Quién es mayor en el reino de los cielos? estaban pensando ambiciosamente en llegar muy arriba. Cristo les enseña que, a no ser que desciendan muy abajo, nunca podrán elevarse a las verdaderas alturas. Cristo nos enseña así la gran malignidad del orgullo y la gran ventaja de la humildad, el orgullo hizo caer del alto cielo al más resplandeciente querube, la humildad eleva hasta el trono de Dios al más bajo y corrompido, pero arrepentido, criminal.

(B) El honor de la humildad: Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos (v. Mat 18:4). El que se humilla será ensalzado es la frase que, de una manera u otra, se repite a lo largo de toda la Biblia . El creyente más humilde será el mejor cristiano: el más semejante a Cristo, el más alto en su favor, el más útil en su servicio, el más resplandeciente en su gloria.

(C) La proyección de la humildad, pues Cristo tiene especial cuidado de los humildes, de tal manera que el humilde no ha de temer:

(a) Ser mal recibido: Cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe (v. Mat 18:5). El favor o la amabilidad que se muestre a quien se hace como niño en el sentido positivo ya explicado , es como si se le mostrara al propio Salvador. Cuanto menor sea el prójimo en su propio juicio y en el desprecio con que los demás le miren, mayor honor y aprecio nos debe merecer. Y cuanto menos se mire a la pequeñez del prójimo, y más a la grandeza del hombre de Cristo, tanto mayor es la honra que se le presta, y a Jesús en él.

(b) Ser mal tratado: Pero al que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno, y que le hundieran en el fondo del mar (v. Mat 18:6). Con esto advierte Jesús a todos a no ser jamás piedra de tropiezo para los pequeñuelos de Cristo, especialmente para los que son neófitos, tiernas plantitas recién surgidas del suelo de la gracia por el riego de la Palabra y el calor del Espíritu Santo. Esta frase de Cristo es como un vallado de fuego que quiere colocar en torno a los suyos. El que toca al creyente, toca la niña de su ojo (Zac 2:8). La fe une al creyente con Cristo, de modo que, así como el creyente participa del beneficio de los sufrimientos de Cristo así tambien Cristo participa de la injuria que se hace al creyente. Este pecado de escándalo de los pequeñuelos (como suele llamársele) es un crimen tan odioso, y tan grave el daño que ocasiona, que más le valdría al ofensor ser anegado sin remedio en lo más profundo del mar, de donde es imposible salir por los propios medios, y lejos de la orilla, de la que podría esperarse algún socorro. De todas maneras, con esto se mataría el cuerpo, pero es peor caer en manos del que puede echar cuerpo y alma a los Infiernos.

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