Mateo 18:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Al haber precavido a sus discípulos para no ser tropiezo a nadie, ahora pasa Jesús a explicar lo que debemos hacer cuando alguien ofende. Las palabras: contra ti faltan en muchos MSS y parecen introducidas del versículo Mat 18:21. En Luc 17:3, está claro: Si tu hermano peca (sin más); esto muestra el interés que cada miembro de la iglesia local debe tener por su hermano que se desvíe; nadie puede repetir la insolente frase de Caín: ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? (Gén 4:9). No está de más recordar lo de Mat 7:1-5, para huir del orgullo y de la hipocresía en este servicio cristiano tan pasado por alto, a pesar de que Jua 13:10, Jua 13:14 apunta indudablemente hacia la corrección fraterna; la pauta correcta se nos da en Gál 6:1. La falta de amor, humildad y mansedumbre en los que han de corregir, y la falta de humildad (y la susceptibilidad consiguiente) en los que habrían de ser corregidos, son la causa de que este ministerio escasee en nuestras iglesias, con el consiguiente perjuicio general del Cuerpo de Cristo.

I. Apliquemos este principio general a las discordias que, con frecuencia y por cualquier motivo, surgen entre miembros de una congregación.

1. Ve y repréndele a solas tú con él (v. Mat 18:15). Como si dijera: No consientas que tus resentimientos infecten tu corazón (como una herida, que es mucho más peligrosa cuando produce un derrame interno, en vez de sangrar al exterior), sino dales salida amonestando al hermano con seriedad y mansedumbre juntamente; desfogándose así, pronto quedarán reducidos a cenizas. Si tu hermano ha causado un daño considerable, haz que se percate de ello, pero repréndele a solas en la presencia de Dios e invocando la ayuda del Señor en oración; si puedes traerle al buen camino de esta manera, no lo digas a nadie más, pues esto le va a exasperar en vez de curarle. Si te escucha, has ganado a tu hermano (v. Mat 18:15). Si te escucha; es decir, si acepta tu reconvención y reconoce que ha pecado, se acabó la controversia y todo ha terminado felizmente; no hay más que hablar de ello y que la comunión fraternal quede renovada y aumentada. Has ganado a tu hermano. Dice Crisóstomo: «Con lo que da a entender que el daño era mutuo. Porque no dijo que sólo el otro se ganó, sino que tú también le ganaste». En efecto cuando un hermano sufre detrimento espiritual toda la iglesia local lo sufre, pues somos miembros del mismo cuerpo. Si yo soy «mano» en el cuerpo, y uno que es «pie» sufre daño, yo también lo sufro pues pertenezco al mismo cuerpo. ¡Ojalá tuviésemos en cuenta esta verdad eclesiológica tan elemental! (1Co 12:12-27). No quedaríamos indiferentes ante los problemas y las necesidades de otros hermanos.

2. Pero si no te escucha (v. Mat 18:16); si no reconoce su falta, no desesperes, sino trata de persuadirle otra vez: toma aún contigo a uno o dos, no sólo para que traten de convencerle, sino Para que por el testimonio de dos o tres testigos, quede constancia de lo que se ha dicho, y el otro no pueda negar después lo que había concedido (cabe también el caso de que el acusador no tenga toda la razón).

3. Si rehúsa escucharles a ellos, dilo a la iglesia (v. Mat 18:17). Si no quiere oír a dos o tres, o no se deja convencer con las razones que los dos o tres puedan aportar, queda, como último recurso, presentar el caso a la iglesia; no sólo a los líderes de la iglesia, sino a toda la congregación, aunque sean los líderes los encargados de ejercitar la disciplina. El apóstol explica esta materia en los capítulos 1Co 5:1-13 y 1Co 6:1-20 de 1 Corintios. No hay razón para acudir a magistrados seculares en casos de disciplina eclesial, pues sólo resulta en desdoro de la iglesia.

4. Si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el publicano (v. Mat 18:17). Jesús recibía a los gentiles y alababa su fe; recibía a los publicanos y comía con ellos; pero aquí se refiere a ellos en cuanto que representaban el sector pecador y odioso de la sociedad. Pero eso mismo da a entender que la iglesia no debe escatimar esfuerzos para hacer que el ofensor sea amorosamente devuelto a la comunión eclesial tan pronto como recapacite, se arrepienta y resarza el daño que causó. Mientras el pecador puesto fuera de comunión no adopte esta actitud, no cabe con él asociación fraternal (1Co 5:1-13, como también Rom 16:17; 2Ts 3:14 y, en el terreno doctrinal, 2 Jn. vv. 2Jn 1:7-11). La conexión con los versículos Mat 18:18-20 es clara: El versículo Mat 18:18 asegura que Dios en el Cielo ratificará lo que, en esta materia, y con las normas establecidas en los versículos Mat 18:15-17, haya hecho la iglesia en el ejercicio de la disciplina; el versículo Mat 18:19 pone de relieve la necesidad y eficacia de la oración eclesial en el mismo sentido; y el versículo Mat 18:20 garantiza la presencia de Jesús, por medio de Su Espíritu, en la reunión eclesial. Si tomamos todos conciencia de lo que esta porción enseña, se evitarán y se repararán muchos problemas de la iglesia. Orar, orar y orar será un recurso infalible (v. Mat 18:19). Con razón se ha dicho: «Cuando uno de los nuestros cae, es porque los demás no le hemos ayudado a sostenerse».

II. Si todo esto lo aplicamos a los pecados de escándalo, según el contexto anterior, nos percataremos mejor aún del interés que Cristo tenía en preservar la pureza, la paz y el orden de su Iglesia y, sobre todo el amor fraternal que se ingenia para traer a buen camino a los descarriados: Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguien le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte su alma, y cubrirá una multitud de pecados (Stg 5:19-20). Sabiendo el precio que Dios pagó por la salvación de las almas (1Pe 1:18), nos daremos cuenta de lo tremendo que es arruinar a un hermano (1Co 8:11) y, por contraste, de lo glorioso que es salvar a otros (Jud. vv. Jud 1:22-23; Dan 12:3). ¿Vamos a desistir, por negligencia o por fatiga, de una tarea en que se juegan valores eternos? Quien estime de veras el enorme favor y el alto privilegio que Dios le ha concedido al darle su perdón, su gracia, su adopción, ¡la vida eterna!, no cejará en el anhelo de ganar almas para Cristo y en cooperar al crecimiento espiritual de sus hermanos.

III. En los versículos Mat 18:18-20, Cristo nos da preciosas enseñanzas sobre la vida eclesial, las cuales, aunque dicen referencia directa a la aplicación de la disciplina, desbordan la particularidad del contexto y son vigentes en todas las situaciones.

1. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo (v. Mat 18:18). Lo que Jesús había dicho a Pedro en Mat 16:19 lo extiende aquí a los demás discípulos e, implícitamente, a todos los líderes de las congregaciones y en nombre de estas, ya que la iglesia del versículo Mat 18:17 es, sin duda alguna, la congregación eclesial o asamblea cristiana (no la sinagoga), aunque entonces estuviese como en embrión, pues su certificado de nacimiento fue firmado el día de Pentecostés. Repetimos que, de esta manera, Dios refrenda lo que la iglesia haga legítimamente en esta materia. Quienes desprecian o desobedecen los normas disciplinarias de la iglesia, no pueden pretender apelar a otro tribunal; sencillamente, desprecian y desobedecen a Dios mismo. El abuso de este poder por parte de «jerarcas» ignorantes o malvados, no debe llevarnos al otro extremo de tener por asunto meramente «humano» lo que estamos tratando, y es de temer que bastantes creyentes evangélicos estén equivocados en esto. Cristo está detrás de sus ministros cuando éstos predican con fidelidad su mensaje, lo mismo que cuando siguen fielmente las normas que Él dejó establecidas para su Iglesia (Luc 10:16). Nótese que hablamos de fidelidad, no de infalibilidad. Pero, cuando por error o mala voluntad, los líderes se comportan indebidamente en el ejercicio de esta autoridad, Cristo acogerá amorosamente a quienes sean injustamente puestos fuera de comunión (Jua 9:34-35). El mismo principio se aplica al otro polo de la disciplina: desatar; es decir, volver a recibir en comunión; y la iglesia no ha de estar tampoco remisa y morosa en ejercitarlo; cuando el ofensor ha dado suficientes pruebas de arrepentimiento y reforma, ha de recibírsele con redoblado afecto, para compensar la amargura anterior (2Co 2:5-11). Dios refrendará esta otra medida eclesial.

2. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo (lit. unen sus voces) en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos (v. Mat 18:19). Esto significa:

(A) Que la unanimidad en la oración es equivalente a la unanimidad en la correcta aplicación de la disciplina (Otra vez os digo). Dos de vosotros expresa el mínimo de hermanos que representan a una comunidad en todo ello, pues supone una decisión conjunta y una oración conjunta. No hay ley divina que limite el número de jueces ni de orantes en una iglesia. Por otra parte, la iglesia no es una democracia en la que haya de imperar la ley votada por la mitad más uno, sino una teocracia en la unidad del Espíritu (Efe 4:3). En la controversia contra los arrianos, de tal manera se extendió el error en la Iglesia, que llegó a decirse: Athanasius contra omnes = Atanasio prevalece contra todos. En efecto, él representaba la fe verdadera y «uno con Dios es mayoría».

(B) Que la unanimidad en la oración obtiene de Dios respuesta segura. El término que el original emplea para ponerse de acuerdo es sinfonésosin; la oración eclesial es, pues, una «sinfonía», un acorde de voces que sube al Cielo como un bello canto, brotado del corazón, que se recita al Rey (Sal 45:1) ¡Oremos como quien canta al Señor, y cantemos como quien ora! (Efe 5:19-20; Col 3:15-16). En especial, la oración, repetimos , ha de preceder, acompañar y seguir al ejercicio de la disciplina. De esta manera, no tomaremos en esto ninguna decisión precipitada, pues no nos atreveremos a pedir al Señor que la confirme. La oración que alivia al enfermo (Stg 5:16), abre los ojos del ciego (2Re 6:17), y realiza toda clase de maravillas. Dios escucha las oraciones de su Iglesia y les pone el sello de una eficaz garantía. Escucha de modo especial las oraciones por aquellos que nos han ofendido: Y quitó Jehová la aflicción de Job, no mientras él oró por sí mismo, sino cuando él hubo orado por sus amigos (Job 42:10), quienes tan mal habían hablado contra él.

3. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos (v. Mat 18:20). Por pequeña que sea la congregación, si realmente está reunida en nombre de Jesús no por rutina o con el pensamiento y el corazón en otra parte, sino en comunión con Cristo y con los hermanos puestos de acuerdo , allí está Cristo de una manera especial por medio de su Espíritu, no sólo con ellos (Mat 28:20), sino en medio de ellos. En todo hemos de obrar como si Cristo estuviese presente, pero hay una presencia especial de Cristo cuando la iglesia se reúne a orar, a ejercer la disciplina, a dar culto a Dios en espíritu y en verdad, dependiendo de la gracia de Cristo, del amor del Padre y de la comunión del Espíritu (2Co 13:13). Donde se reúnen los santos, allí está el santuario; por eso, está allí de modo especial la presencia de Dios, con mayor razón que en el tabernáculo o en el Templo. No dice: allí estaré como quien llega después, sino: allí estoy, como quien ha venido antes y nos está esperando. Dos o tres solos pueden estar congregados, ya sea porque la reunión está restringida a ese número (reunión del Consejo, reunión con un hermano, etc.), o porque el grupo no es más numeroso; la manada pequeña no tiene por qué desanimarse; no es la multitud, sino la fe y la devoción sincera de los congregados, lo que atrae la presencia y la bendición de Cristo; y, al ser así, la presencia y compañía de dos o tres será tan honorable, gozosa y fructífera como si el número de los reunidos fuese de dos mil o tres mil.

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