Mateo 19:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos el relato de lo que pasó entre Jesús y un joven bondadoso y de posición económica muy acomodada. Vemos que era joven y, que no sólo era poseedor de muchos bienes (v. Mat 19:22), sino también persona principal (Luc 18:18). Respecto de este joven sincero, bien intencionado y rico, se nos dice el deseo que tenía de ir al cielo y qué le faltó para seguir a Jesús.

I. Expresó deseos de conocer el camino de la vida eterna, y Cristo le trató amable y tiernamente.

1. Se dirigió a Cristo con toda seriedad y cortesía: Maestro bueno, ¿qué cosa buena haré para tener la vida eterna? (v. Mat 19:16). No hay pregunta tan importante ni tan seria como esta.

(A) Le da a Cristo un título honorable: Maestro bueno; el término griego indica un Maestro que enseña. Al llamarlo así, indica su buena disposición y su docilidad para aprender, así como el afecto y el respeto que le merecía. Está muy bien que, quienes son nobles en la dignidad, lo sean también en su amabilidad y cortesía; así que fue una muestra de caballerosidad genuina el dar a Cristo este título. No era corriente entre los judíos dar a sus maestros el título de bueno; por eso, resalta más el hecho de que alguien lo aplicara al Señor.

(B) Viene a Él con un asunto de suma importancia (no hay otro tan importante) y no para tentarle, como hacían los escribas y fariseos, sino al desear sinceramente recibir la enseñanza necesaria. Su pregunta es: ¿Qué cosa buena haré para tener la vida eterna? Estaba convencido de que en el otro mundo, había una eternidad feliz reservada para quienes se preparasen en este mundo con la mira puesta en ese objetivo. En una persona de su edad y condición social, este interés por la otra vida era algo extraordinario. Los ricos suelen pensar que una pregunta como esa deben hacerla los que no poseen nada en este mundo. Como alguien ha dicho: «Una sociedad que parece tenerlo todo asegurado aquí, ¿qué entenderá por salvación?» Esto es más difícil aún para los que, además de ser ricos, son jóvenes, pues no piensan que esta vida se les vaya a acabar demasiado pronto, sino que tienen por necedad no aprovechar las oportunidades de disfrutar de todo placer posible. Pero aquí tenemos a un joven, rico, solícito por su alma y por la eternidad; mostraba, pues, gran prudencia al desear hacer el bien que fuese necesario para obtener la vida eterna. La intención era buena, y todos debemos compartirla, pues, aunque la sangre de Cristo es el único precio de la vida eterna (nosotros no podemos merecerla, sino que Él la mereció por nosotros), también es cierto que el único camino para obtenerla es la obediencia a Cristo (Heb 5:9). Los que conocen el valor de la vida eterna y lo que una persona se juega si no la obtiene, se quedarán satisfechos con cualesquiera condiciones que se les impongan para ello, porque digno es el reino de los cielos de santa violencia (Mat 11:12). Al ver, pues, que en este mundo no se puede encontrar la verdadera felicidad, nuestra pregunta seria y urgente debe ser: ¿Qué haré para tener la vida eterna?

2. Jesús, con su respuesta, mostró su interés y su amabilidad hacia este joven, animándole a elevarse sobre el concepto que tenía acerca de la bondad y del cumplimiento de la Ley. No despide Jesús sin respuesta a todo el que venga sinceramente a Él con preguntas tan importantes, pues nada le agrada tanto como enseñar a todos la verdad (v. Mat 19:17).

(A) Primero, trata de iluminar mejor su fe: ¿Por qué me dices bueno? Esta frase no debe tomarse como un reproche, sino con todo lo que implica la soberana e infinita bondad de Dios: Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Con esto, Jesús quería preparar al joven para la alternativa que le iba a plantear después (v. Mat 19:21) como si dijese: Si no lo haces por adularme (Jesús sabía que no era esa la intención del joven aunque hay comentaristas que lo admiten ), tendrás que seguirme como al Sumo Bien, pues sólo Dios es la bondad perfecta. Esta es la forma como Jesús solía elevar poco a poco el concepto que de Él podía formarse toda persona con quien se ponía en contacto, como se observa especialmente en las conversaciones que narra Juan. Así que las instrucciones de Cristo siempre sobrepasan a nuestras intenciones. El Cordero merece las mismas alabanzas que el que está sentado en el trono (Apo 5:13) sencillamente porque es tan Dios como el Padre (Jua 10:30).

(B) Inmediatamente, Jesús dirige la atención del joven hacia la Ley: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (v. Mat 19:17). El joven hablaba de vida eterna. Jesús dice simplemente vida para enseñarnos que la única verdadera vida es la vida eterna. El joven deseaba saber cómo tener vida eterna. Cristo le habla de entrar en ella. Esto es de sumo interés, al saber que Jesús es, a un mismo tiempo, la Vida y el Camino para entrar en ella (Jua 14:6). Él es el único Camino, y la obediencia de la fe (Rom 1:5; Rom 16:26). el único camino hacia Cristo. Jesús le prescribe guardar los mandamientos. Bengel hace la siguiente consideración: «A los que se sienten seguros, Jesús les recuerda la Ley; a los contritos, los consuela con el Evangelio». Guardar los mandamientos de Dios es necesario para entrar en la vida eterna; pero el nuevo mandamiento incluye explícitamente la fe en Jesús (1Jn 3:23), implícito en el de amar a Dios sobre todas las cosas. Este primero y principal mandamiento (Mat 22:38) fue piedra de toque para la obediencia del joven a la Ley, y precisamente en ese primer mandamiento falló, pues, al ser Jesús el Sumo Bien, prefirió otras cosas, antes que seguirle. No es suficiente conocer los mandamientos, sino tomarlos como camino y como norma.

3. El joven hace entonces otra pregunta: ¿Cuáles? (lit. ¿qué clase?) Es de suponer que el joven esperase nuevos mandamientos de este gran Maestro o una colección bien clasificada de los existentes. Jesús responde y cita una serie de mandamientos de la segunda tabla: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (vv. Mat 19:18-19), y en cuyo cumplimiento se cumple toda la Ley y los Profetas (Rom 13:9; Gál 5:14), la regia ley de la libertad (Stg 2:8, Stg 2:12). ¿Por qué cita aquí Jesús los preceptos de la segunda tabla solamente?

(A) Porque los que ahora se sentaban en la cátedra de Moisés o los dejaban completamente a un lado en sus enseñanzas o los corrompían con sus tradiciones. Mientras enfatizaban el pago del diezmo de la menta, del eneldo y del comino, habían dejado lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe (en sentido de fidelidad o lealtad); es decir, la observancia de corazón de esta segunda tabla (Mat 23:23). Toda su enseñanza y predicación se ocupaban de cosas rituales, y olvidaban las morales.

(B) Porque quería enseñarle, y a todos nosotros, que la honestidad moral es una rama necesaria del verdadero cristianismo. Aunque un hombre meramente moral no llega aún a ser cristiano, sin embargo un hombre inmoral ciertamente no es cristiano verdadero. Más aún, aunque es cierto que los preceptos de la primera tabla contienen más de la esencia de la religión, los de la segunda contienen más de la evidencia de la religión. Nuestra luz arde en el amor de Dios, pero brilla en el amor al prójimo.

II. Veamos ahora qué le faltó a este joven para llegar al nivel necesario del discipulado.

1. Le faltó humildad pues tenía un alto concepto de su propio mérito y éxito en el cumplimiento de la Ley. Cuando Cristo le citó los mandamientos, contestó: Todo esto lo he guardado desde mi juventud (v. Mat 19:20). Cristo lo sabía y por eso no le contradijo, sino que, como sabemos por Mar 10:21 Jesús le miró fijamente y sintió afecto por él. En esto había sido bueno y agradaba al Señor. Su observancia de la Ley había sido universal: Todo esto lo he guardado; y constante: Desde mi juventud (aunque esta segunda parte falte en los mejores MSS, está bien atestiguada en Mr. y Lc.). Por aquí vemos que un hombre puede estar libre de pecados notorios y groseros, y quedar corto de la gracia y de la gloria. Lo que no estuvo mal es su deseo de saber si necesitaba algo más: ¿Qué me falta todavía? Tenía conciencia de que algo le faltaba por llenar delante de Dios en su estricto cumplimiento de la Ley y deseaba saberlo. Parece por la siguiente respuesta de Cristo, como si dijera aquello de Pablo: No que lo haya alcanzado ya, ni que haya conseguido ya la perfección (total; Flp 3:12). Pero, aun en esto, mostraba de alguna manera su ignorancia porque si hubiese conocido la extensión y el sentido espiritual de la Ley, no habría dicho: Todo esto lo he guardado, sino: «Mucho de esto he quebrantado, ¿qué haré para que me sean perdonados mis pecados?» Sea como sea, había en la respuesta del joven algo de lo que Pablo llama «la jactancia de las obras de la Ley» (Rom 3:27). ¿Qué sería ese «algo» que el joven mismo sentía que le faltaba?

2. Le falto, sobre todo, abnegación y desprendimiento; se quedó corto por un desordenado amor a los bienes de este mundo. Este fue el fatal punto flaco, por el que todo el edificio de su observancia aparentemente tan sólido, se venía abajo; había edificado sobre arena. Observemos:

(A) Cómo lo puso a prueba a esto el Señor: Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende tus posesiones, etc. (v. Mat 19:21). Cristo renunció a discutir su jactancia en la observancia de la Ley, y se limitó a decirle esto otro, porque ello era mucho más efectivo para descubrir el corazón del joven que el enzarzarse en una discusión sobre la extensión y profundidad de la Ley. Y lo que Cristo le dijo al joven, de alguna manera nos lo dice a todos, si no en cuanto al abandono actual de todos los bienes, sí en cuanto al desapego del corazón a ellos. Si de veras queremos ser cristianos y herederos de la vida eterna, debemos hacer estas dos cosas:

(a) Preferir siempre los tesoros celestiales a todas riquezas de este mundo. Para dar evidencia de esta buena disposición. Primeramente: Hemos de poner a los pies del Señor, y para su gloria y servicio, todo cuanto tenemos en este mundo: «Anda, vende tus posesiones, y dalo a los pobres. Vende todo lo que puedes ahorrar, todo lo superfluo, todo lo que habrías de emplear en cosas innecesarias o inconvenientes, y empléalo en cosas que valgan la pena para el servicio de Dios y la causa del Evangelio. No apegues tu corazón a lo que se ha de quedar en este mundo». Cuando Lord Mountbatten fue asesinado en Irlanda en 1979, se le hizo en Londres un regio funeral, y detrás del féretro llevaban en una bandeja todas las condecoraciones que había recibido; ¿de qué le servían ya, si no las podía llevar consigo a la eternidad? En cambio, compárese Apo 14:13: «sus obras siguen con ellos», con los muertos que mueren en el Señor, no van delante, como si fueran méritos; tampoco van detrás, pues Dios es muy puntual en dar su recompensa (Apo 22:12: «mi galardón conmigo»), sino que van con ellos, como haciéndoles escolta. Si de veras hemos aceptado a Cristo hemos de tener desapego a las cosas del mundo, porque nadie puede servir a dos señores, a Dios y a Mamón (Mat 6:24). Cristo sabía que la codicia era el pecado que esclavizaba a este joven y que, aunque había observado honestamente lo exterior de la Ley y había ganado honradamente lo que tenía, no estaba dispuesto a desentenderse de ello alegremente y, con esto, descubría su insinceridad subconsciente. Así había quebrantado precisamente los dos mandamientos que mejor ponen a prueba el corazón del hombre: el primero y el décimo del Decálogo (v. Jos 7:21; Rom 7:7, para comprender la importancia del décimo). En segundo lugar: Hemos de depender de lo que esperamos en el otro mundo, como suficiente recompensa por lo que hemos dejado, perdido, o dedicado para Dios, en este mundo: Y tendrás tesoro en el cielo. Confía en Dios para una felicidad ahora invisible, que nos compensará abundantemente de todo lo que empleemos en el servicio de Dios. Cristo le da a este joven la seguridad plena de un tesoro celestial. Las promesas de Cristo hacen que sus preceptos no sean gravosos (1Jn 5:3), y que su yugo, no sólo sea tolerable, sino deleitable (Mat 11:30).

(b) Consagrarnos enteramente al seguimiento de Cristo: Y ven, y sígueme. Aquí se da a entender un seguimiento cercano (v. 1Pe 2:21. Este es aquí el sentido del verbo «sigáis») y constante («sus pisadas», como una copia calcada con toda exactitud; gr. hypogrammón = escrito por debajo) de Jesucristo: de su persona, como la vemos claramente reflejada en los evangelios, de sus normas, de sus enseñanzas, y seguirle en todo esto por amor a Él, dependiendo en todo de Él, y dispuestos a dejarlo todo por Él. Esto es seguir a Cristo de veras. Venderlo todo y darlo a los pobres no nos servirá de nada sin este amor (1Co 13:3). Es una pena que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, se introdujese un falso concepto del seguimiento de Cristo, en el sentido de dejarlo todo e irse al desierto, fuera del mundo, como un estado especial de perfección (que comprendía después los votos de obediencia, castidad y pobreza en la vida monástica). Esta equivocación se fundaba en la torcida interpretación de dos frases de Cristo en esta porción: Si quieres ser perfecto, y: Vende tus posesiones, etc. En la primera, entendían que se trataba de un estado especial de perfección, que no estaba al alcance de todo creyente; pero Cristo no quiso decir con lo de perfecto, algo superior a la simple condición de creyente ordinario, sino algo necesario para ser verdadero creyente, como en Mat 5:48. Ser perfecto significa aquí que no falta nada para ser cristiano (Jesús contesta a la pregunta: ¿Qué me falta todavía?) En la segunda, entendían que dejarlo todo era la condición necesaria para seguir a Cristo de una manera especial; pero Cristo le pone a este joven dicha condición para probar la disposición de su corazón respecto al desapego de las riquezas de este mundo, aunque no a todos impone la misma condición para ser verdaderos creyentes, con tal que haya el necesario desprendimiento del corazón, como pasó con Zaqueo (Luc 19:8-9) y muchos otros.

(B) Cómo se descubrió el punto flaco de este joven. La respuesta de Jesús le hirió en el nervio más sensible de su corazón como cuando el dentista clava la aguja en el nervio del diente: Al oír el joven estas palabras, se fue triste, porque era poseedor de muchos bienes (v. Mat 19:22). Era rico, amaba sus riquezas, y se fue. Los que poseen mucho en este mundo, están siempre en grave tentación de amar el mundo (1Jn 2:15-17). Tal es el embrujo de las riquezas mundanas, que quienes menos las necesitan, más las codician. Y este amor del mundo impide que vengan a Cristo muchos que parecen tener grandes deseos de seguirle. Una gran hacienda, así como sirve de promoción espiritual para los que tienen el corazón desprendido de las cosas materiales, es un gran estorbo en el camino del cielo para quienes se enredan en el apego a ellas.

A pesar de este grave fracaso del joven, algo quedó en su interior e honradez y sinceridad, pues se fue con la conciencia del vacío que le llevó a Jesús (¿Qué me falta …?) No tuvo coraje para ser cristiano de veras, pero no era un hipócrita; era un joven reflexivo y bien inclinado y, por eso, se fue, pero se fue triste. Mar 10:22 completa (como en otros lugares) los detalles y nos dice: Pero él se puso triste al oír estas palabras y se marchó apesadumbrado, porque tenía muchas posesiones. Aquí vemos un doble pesar; se puso triste porque no estaba dispuesto a dejar las riquezas; pero también porque esto le impedía seguir a Cristo; estaba ya inclinado hacia Él, y le dolía dejarlo. ¡Cuántos arruinan su alma por un pecado cometido con repugnancia! Este es el conflicto de muchos creyentes carnales, que como ya hemos dicho en otro lugar, con palabras de Thomas Brooks , son demasiado buenos para ser felices con el mundo, pero demasiado imperfectos para ser felices sin el mundo. Si esa es nuestra condición, pidamos a Dios que escudriñe nuestro corazón (Sal 139:23-24), no sea que nuestro cristianismo sea ficticio. Pablo tendría quizás en su mente esta porción cuando escribió 1Ti 6:10: Porque raíz de todos los males es el amor al dinero etc. Nuestro corazón se entristece al terminar de leer este episodio. Llegó después este joven a ser cristiano? No lo sabemos, aunque lo desearíamos. La Palabra de Dios no vuelve a mencionarle y muchos de los escritores eclesiásticos primitivos se aventuraron a decir que se condenó. ¡Dejemos estos juicios a Dios, y seámosle agradecidos por habernos escogido en el Amado, aunque éramos mil veces peores que este joven!

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