Mateo 20:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, se nos habla de dos ciegos a quienes Cristo devolvió la vista. Veamos:

I. La forma en que se dirigieron a Jesús (vv. Mat 20:29-30). Obsérvense:

1. Las circunstancias de este encuentro. Salía Jesús, con sus discípulos, de Jericó (v. Mat 20:29). Esta ciudad, edificada bajo una maldición (Jos 6:26; 1Re 16:34), no fue obstáculo para que Cristo la dejase con una gran bendición. El hecho ocurrió ante la gran multitud que le seguía (vv. Mat 20:29-31). Con ello hizo un gran bien a todos: a los ciegos y a los espectadores. La multitud que le seguía era heterogénea; unos le seguían por interés propio; otros, por interés en Él; unos, por curiosidad; pocos, por deseo de aprender de Él; sin embargo, Cristo obró su milagro, como siempre, en beneficio de todos. Dos ciegos le pidieron socorro, y la oración conjunta es muy del agrado del Señor (Mat 18:19). Al ser compañeros en la aflicción, lo fueron también en la oración. Es muy conveniente que quienes trabajan en el mismo oficio, o sufren la misma dolencia (espiritual o corporal), se unan en la misma oración a Dios para alcanzar alivio a sus males, avivar mutuamente su fervor, y animar mutuamente su fe. No importa el número, pues en Cristo hay misericordia abundante para todos, como es también abundante para todos su poder. Estos ciegos estaban sentados junto al camino. Es una gran ventaja esperar junto al camino por el que pasa el Señor. Aunque eran ciegos, oyeron que Jesús pasaba. La vista y el oído son los dos sentidos más importantes para aprender. Oyeron que pasaba Cristo, pero deseaban también verle. Sin mas dilación ni protocolo, gritaron. ¡Hay que aprovechar las grandes oportunidades pues no se sabe si volverán! Así lo hicieron estos ciegos, y en ello obraron con prudencia, pues no vemos que Cristo volviese ya más a Jericó (v. 2Co 6:1-2). La aparente discrepancia de Luc 18:35 («al acercarse Jesús a Jericó»), se explica (es lo más probable) si se tiene en cuenta la distinta ubicación de la ciudad antigua y de la nueva, con lo que el milagro habría tenido lugar entre ambas. Mateo y Marcos, judíos, tienen así en cuenta la ciudad antigua, mientras que Lucas, gentil y helenista (Col 4:11, Col 4:14), tiene más en cuenta la ciudad romana, la nueva. Otra aparente discrepancia (no exclusiva de este lugar) es que Lucas y Marcos mencionan un solo ciego; esto se explica, con la mayor probabilidad, por el hecho de que el uno gritaría más, o sería más conocido que el otro (Mr. lo cita por su nombre en Mar 10:46).

2. El modo como se dirigen a Él: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! (v. Mat 20:30). Lo repiten, aun después de la reprensión de la gente (v. Mat 20:31). Cuatro cosas merecen nuestra atención y nos sirven de ejemplo en esa frase:

(A) Son un ejemplo de santa importunidad en la oración. Gritaron como quien tiene urgencia por alguna necesidad vital. Los deseos fríos no pueden esperar respuestas satisfactorias. Cuanto más les decían que se callasen tanto más gritaban (v. Mat 20:31). El fervor del alma, como el embate de un torrente, cuanto más se le intenta reprimir, tanto más fuertemente presiona hasta desbordar los obstáculos. Luchar con Dios en la oración es el mejor modo de arrancarle las bendiciones más difíciles e importantes; porque la intensidad y duración de la lucha hace que la victoria sea más apreciada y agradecida. Como ha dicho bellamente G. Thibon, «Dios alarga, a veces, nuestras preguntas, porque quiere darles una respuesta eterna».

(B) Son un ejemplo de humildad en la oración: ¡Ten compasión de nosotros! No especifican lo que desean, ni le prescriben lo que ha de hacer. A pesar de que eran, sin duda, pobres, no le piden oro ni plata, sino tan sólo compasión. Lo mismo hemos de hacer nosotros. Jesús no necesita más explicaciones. Le piden compasión, y les devuelve la vista. Le pide el ladrón en la cruz tan sólo un recuerdo, y Jesús le promete el paraíso (Luc 23:42-43).

(C) Son un ejemplo de fe en la oración: Señor, Hijo de David. En el título que le dan, va implicada la apelación que le hacen; al confesar que Jesús es Señor muestran la fe en su poder; al llamarle Hijo de David, ven en Él al Mesías prometido del que tantas muestras de bondad estaban profetizadas (v. por ej. Isa 61:1.). Es de gran importancia que, al orar, presentemos al Padre los títulos de nuestro único y gran Mediador entre Dios y los hombres, e Intercesor ante el Padre a favor nuestro (1Ti 2:5; Heb 7:25; 1Jn 2:1) y, sobre todo, como Él lo mandó, su nombre de Jesús («Dios salva»; Jua 14:13-14; Jua 15:16, Jua 16:23-24, Jua 16:26).

(D) Son un ejemplo de perseverancia en la oración, al continuar sin desmayo: La gente les reprendió para que callasen (v. Mat 20:31). Si seguimos a Cristo en oración ferviente, hemos de esperar encontrarnos con obstáculos y dificultades que tienden a desalentar. Dios permite estas cosas para poner a prueba nuestra fe, paciencia y perseverancia. A estos pobres ciegos les reprendía la gente para que se callaran; no era una gente cualquiera, sino una gente que seguía a Cristo. ¡Y, sin embargo, se mostraba indiferente y hasta hostil ante la urgente necesidad ajena! ¡No permita el Señor que, bajo pretexto de atender a «las cosas de Dios», nos desentendamos de las necesidades y problemas de los hermanos o de nuestros semejantes! Estos ciegos no se desanimaron ante la oposición, sino que redoblaron la súplica: Ellos gritaban más aún. Es necesario orar siempre, y no desmayar; había inculcado anteriormente Jesús (Luc 18:1).

II. La respuesta de Jesús a la petición de ellos. La gente les había reprendido, pero Cristo les animaba. ¡Triste sería nuestra situación, si Jesús no fuese más amable y compasivo que la gente! Él no permite que quienes le suplican con sinceridad y fervor, queden avergonzados y decepcionados.

1. Deteniéndose Jesús, los llamó (v. Mat 20:32). Iba de camino hacia Jerusalén, pero se detuvo, sin embargo, para curar a estos ciegos. Cuando tenemos prisa por hacer algo o llegar a un lugar, nos molesta que nos entretengan con súplicas o preguntas; sin embargo, deberíamos detenernos, a veces, cuando hay oportunidad de hacer el bien. Los llamó. Cristo, no sólo nos manda orar, sino que nos invita gentilmente a ello, y extiende hacia nosotros su cetro de oro al alcance de nuestros dedos (Est 5:2).

2. Les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Como si dijese: «Aquí estoy a vuestra disposición; decidme lo que queréis y lo tendréis».

¿Qué más podía decirles? ¿No había dicho: Pedid, y se os dará (Mat 7:7)? Alguien podría decir: «¡Vaya una pregunta tan extraña! Cualquiera podía adivinar que lo que los ciegos querían era recobrar la vista». Cristo lo sabía, es cierto, pero quería oírlo de los labios de ellos mismos, y ver si le pedían limosna como harían a una persona cualquiera, o para ser curados, como lo pedirían al Mesías. Por otra parte, la oración no es para que Dios se entere, sino para que nosotros nos percatemos más y más de nuestra necesidad. El barquero, al clavar su arpón en la costa, no trae la costa al barco, sino que lleva el barco a la costa. De la misma manera, cuando oramos no atraemos hacia nosotros el favor divino, sino que nos llevamos a nosotros mismos hasta el favor de Dios.

Ellos respondieron inmediatamente: Señor, que sean abiertos nuestros ojos (v. Mat 20:33). Esto nos muestra la sensibilidad del ser humano respecto a las necesidades y enfermedades del cuerpo, y el conocimiento que tenemos de ellas, así como la prontitud y el detalle con que podemos referirlas. ¡Si fuésemos tan sensibles a las necesidades y enfermedades de nuestra alma, de modo que pudiésemos suplicar con fervor y urgencia ser curados de ellas, especialmente de la ceguera espiritual! ¡Señor, que sean abiertos los ojos de nuestro corazón y de nuestra mente! (Efe 1:18). Si nos diésemos cuenta de nuestra oscuridad, pronto acudiríamos a Jesús en busca de luz. ¿Cuántas veces estamos completamente ciegos para los defectos, faltas y pecados que los demás advierten claramente en nosotros? ¡Señor, que sean abiertos nuestros ojos!

3. Jesús los curó (v. Mat 20:34), y dio en ello una muestra de:

(A) Su compasión: Movido a compasión. El término griego como en otros lugares, indica que se le enterneció el corazón (lit las entrañas). La miseria es el pedestal de la misericordia. Así se mostró la misericordia de nuestro Dios, dando luz a los que estaban sentados en tinieblas y en sombra de muerte (Luc 1:78-79).

(B) Su poder. Lo hizo con suma facilidad, con sólo tocarles los ojos. El efecto fue rápido e inmediato: En seguida recobraron la vista. Y, una vez que pudieron ver, le siguieron. Nadie puede seguir a Cristo a ciegas. Es su gracia la que, primeramente, abre los ojos de los ciegos, y de esta manera atrae hacia sí los corazones.

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