Mateo 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Un detalle importante dentro del estado de humillación que por nosotros asumió nuestro Salvador es que, siendo Él el Deseado de las naciones, su primera Venida a este mundo pasase desapercibida, y su nacimiento quedase oculto en la mayor oscuridad. Vino al mundo, y el mundo no le conoció; más aún, vino a su propio pueblo, al Israel de Dios, y los suyos no le recibieron (Jua 1:10-11). Con todo lo mismo que en las demás fases de su humillación, brillaron algunos rayos de gloria en medio de las más profundas muestras del despojo de su gloria.

Los primeros que tuvieron noticia del nacimiento de Cristo fueron unos pastores (Luc 2:15.), quienes vieron y oyeron grandes y gloriosas cosas acerca de Él, y las dieron a conocer a su vez, para asombro de todos los que las oían (Luc 2:17-18). Después de esto, Simeón y Ana hablaron de Él, movidos por el Espíritu, a cuantos estaban dispuestos a prestar atención a lo que decían (Luc 2:38). Cualquiera podría imaginarse que todo esto habría sido bastante para que los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén se percatasen del gran acontecimiento, y corriesen a estrechar con ambos brazos al por tanto tiempo deseado Mesías; pero por lo que se nos da a entender, Jesús continuó por casi dos años en Belén, y nada se nos dice de Él hasta la venida de los magos. No hay nada que pueda despertar a quienes están resueltos a no darse por enterados. Obsérvese:

I. Cuándo se hizo esta investigación acerca de Cristo. Fue en días del rey Herodes. Este rey era idumeo, y fue nombrado rey de Judea por Augusto y Antonio, que eran entonces los jefes del estado romano. Era un hombre lleno de falsedad y de crueldad, a pesar de lo cual se le ha honrado con el título de Herodes el Grande.

II. Quiénes eran estos sabios; se les llama aquí magos. Este título ha de tomarse aquí en buen sentido, puesto que, entre los persas, eran llamados magos los filósofos y los sacerdotes, y especialmente los astrólogos, como se puede evidenciar en este caso por la forma en que se apercibieron de la estrella y la conectaron con el nacimiento del Mesías. Quizás había llegado al conocimiento de ellos la famosa profecía de Balaam (Núm 24:17). Hay quienes opinan que estos hombres se dedicaban también a las malas artes, así llamadas artes mágicas, ya que este es el sentido en que la palabra mago aparece en el resto de la Escritura (v. p. ej., Hch 8:9; Hch 13:6). Sea de ello lo que sea, bien puede llamárseles sabios, desde el momento en que se pusieron a inquirir acerca de Cristo.

De lo siguiente podemos estar seguros: 1. Que eran gentiles, y que, por tanto, no pertenecían a la comunidad de Israel. Paradójicamente, mientras para los judíos Cristo pasaba desapercibido estos gentiles estaban deseosos de encontrarle. Nótese cómo, muchas veces, quienes están más cerca de los medios, están más lejos del fin (v. Mat 8:11-12). 2. Que eran estudiosos, expertos en diversas artes. Los grandes expertos deberían ser buenos cristianos, para así completar su aprendizaje aprendiendo a Cristo, este es el saber de salvación (2Ti 3:15), sin el cual de nada aprovechan todos los demás saberes de este mundo, pues como dijo nuestro clásico «aquel que se salva, sabe; y el que no, no sabe nada». 3. Que procedían del Oriente, cuna, con Egipto, de toda clase de magia (v. Isa 2:6). Arabia misma es llamada tierra del este (Gén 25:6), y los árabes son llamados hombres del este (Jue 6:3). En efecto, los presentes que los magos traían, eran productos de dicho país.

III. Qué les indujo a emprender dicha investigación. En su país, situado en el Oriente, habían visto una estrella extraordinaria, cual nunca la habían visto antes; tomaron esto como indicación de alguna persona extraordinaria, nacida en Judea, puesto que la estrella aparecía sobre esta región. Tan distinta era de lo corriente, que con razón concluyeron que indicaba algo no corriente. El nacimiento de Cristo fue notificado a los pastores judíos por medio de un ángel, pero a los filósofos gentiles por medio de una estrella; a cada uno le habló Dios en el lenguaje de ellos y de la forma a la que mejor estaban habituados. La misma estrella que ellos vieron en el Oriente, la volvieron a ver después guiándoles a la casa donde estaba Cristo, como si fuese una lámpara puesta en lo alto con el propósito de conducirlos a Jesús. Los idólatras, en especial los orientales, adoraban a las estrellas como al ejército de los cielos. Así, las estrellas que tan mal uso habían recibido vinieron a ser usadas correctamente para conducir los hombres a Cristo; los dioses de los gentiles pasaron a ser servidores de Jesús.

IV. Cómo prosiguieron su investigación. Llegaron a Jerusalén, e inquirieron acerca del príncipe, cuya expectación era general en aquel tiempo, no sólo en Oriente, sino también en Occidente, como puede verse en los autores clásicos griegos y romanos. Podían haber dicho: «Si es que ha nacido tal príncipe, ya oiremos pronto de Él en nuestro propio país, y entonces tendremos tiempo suficiente para llegarnos a prestarle homenaje y pleitesía». Pero estaban tan impacientes por conocerle, que emprendieron un largo viaje con el propósito de preguntar por Él. Quienes de veras desean conocer a Cristo y encontrarle, no reparan en molestias ni en peligros con tal de hallarle.

La pregunta que hacen es la siguiente: ¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? No dudaban de que pronto encontrarían respuesta a esta pregunta y que hallarían a todo Jerusalén adorando a los pies de este nuevo rey; pero pronto se percataron de que nadie podía suministrarles Ninguna información. Hay en el mundo, y también en la Iglesia, mucha más ignorancia de la que nos parece. Muchos de los que pensamos que podrían conducirnos a Cristo le son extranjeros ellos mismos. No hacía falta que nadie les preguntase a los magos: ¿Por qué inquirís eso? Ellos mismos dan la respuesta: Porque hemos visto su estrella en el oriente. Y si alguien les preguntase: ¿Y qué tenéis vosotros que ver con Él? La respuesta se halla también en el sagrado texto: Hemos venido a adorarle. Todos aquellos en cuyos corazones ha nacido Cristo, el lucero de la mañana (2Pe 1:19), tan pronto como con esa luz, les ha amanecido el conocimiento de su Señor y Salvador, han de adorarle con todo fervor y obedecerle con toda prontitud y fidelidad.

V. Cómo fue vista y tratada en Jerusalén dicha investigación. Por fin, llegaron a la corte noticias de ella: Al oír esto, el rey Herodes se turbó (v. Mat 2:3). De seguro que no le serían ajenas las profecías del Antiguo Testamento referentes al Mesías, a su reino y a los tiempos fijados para su aparición en las semanas de Daniel; pero, al haber reinado él tan larga y prósperamente, comenzaría a pensar que tales promesas no se habían de cumplir y que, a pesar de ellas, su reinado se había de establecer y perpetuar. ¡Qué sorpresa, pues, tan desagradable debió de ser para él oír hablar de que este rey había nacido!

Pero aunque Herodes, al fin idumeo, se turbase con la noticia cualquiera pensaría que Jerusalén se alegraría grandemente al oír que llegaba su gran Rey; pero el texto nos dice que toda Jerusalén se turbó con el rey, al pensar sin duda cuáles serían las consecuencias adversas que había de acarrear el nacimiento de este nuevo rey. Hay muchísimos que prefieren la esclavitud del pecado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, tan sólo porque prevén las dificultades que ha de comportar esa necesaria revolución en el gobierno de los corazones. Son tan locos como Herodes y toda Jerusalén, turbados por la equivocada noción de que el reinado del Mesías tiene interferencias políticas con los poderes seculares; mientras que la estrella que le anunciaba como rey claramente indicaba que su reino era celestial, no de este mundo inferior.

VI. Qué ayuda encontraron, en su investigación, de parte de los sacerdotes y escribas (vv. Mat 2:4-6). Nadie se atreve a poder decir dónde está el Rey de los judíos, pero Herodes pregunta dónde había de nacer. Estaba bien claro en la Escritura que el Cristo había de nacer en Belén (Jua 7:42), pero Herodes quería escuchar la opinión de los entendidos, y por eso se dirige a las personas más apropiadas: Convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntaba dónde había de nacer el Cristo. Hay preguntas que llevan muy mala intención.

Los sacerdotes y los escribas no necesitaron mucho tiempo para responder a dicha pregunta; no vacilan entre diversas opiniones, sino que, con plena unanimidad, contestan que el Mesías había de nacer en Belén de Judea. Belén (en hebreo, Bethlehem) significa casa del pan; el más conveniente lugar para que allí naciese el pan vivo que descendió del cielo y da vida al mundo (Jua 6:33, Jua 6:50, Jua 6:51, Jua 6:58). El honor de Belén no estaba, como el de otras ciudades, en la multitud de sus habitantes, sino en la magnificencia de los príncipes que allí surgieron. A Belén se puede aplicar lo que de Sion dice el Sal 87:6: «Este nació allí». Belén era la ciudad de David, y David era la gloria de Belén; allí debía, pues, nacer su hijo y sucesor. Había una famosa fuente a las puertas de Belén, de la que David anhelaba beber (2Sa 23:15). En Cristo tenemos no sólo pan para nuestro sustento, sino también agua de vida eterna, de la que podemos beber libremente (Jua 4:10, Jua 4:14; Jua 7:37; Apo 22:17), porque se da gratis a todo el que tenga sed de ella.

VII. El sangriento plan y designio de Herodes, ocasionado por la investigación de los magos (vv. Mat 1:7-8). Herodes era ya viejo en ese tiempo, y había reinado durante treinta y cinco años; mientras que este rey había nacido hacía muy poco, y no había de emprender ninguna acción considerable por muchos años; sin embargo, Herodes ya estaba celoso de Él. Las testas coronadas no aguantan el pensar en sucesores; mucho menos, en rivales; por eso, nada podrá satisfacer a Herodes, sino la sangre de este rey que acaba de nacer. La loca pasión acaba juntamente con la razón y con la conciencia.

1. Cuán astutamente planea su proyecto (vv. Mat 2:7-8). Llamó en secreto a los magos para hablar con ellos acerca del asunto. No quería publicar sus temores ni sus celos. Los pecadores se ven a veces atormentados de secretos miedos pero se los guardan para sí. Herodes indagó de los magos el tiempo de la aparición de la estrella, y les pidió que averiguasen con diligencia acerca del niño, para informarle debidamente. Todo esto habría parecido sumamente sospechoso, si no lo hubiese cubierto con el manto de la religión: para que yo también vaya y le adore. Las mayores maldades se ocultan a veces bajo una máscara de piedad.

2. Con todo, con qué extraña insensatez se portó Herodes, al confiar este encargo a los magos. Belén está a unos once kilómetros de Jerusalén; cuán fácil le habría sido enviar espías que observasen atentamente a los magos, y que hubiesen tenido la oportunidad de matar al niño tan pronto como hubiesen los magos tenido la oportunidad de adorarle.

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