Mateo 21:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Los cuatro evangelistas refieren este episodio de la entrada de Jesús, montado sobre un pollino, pero en forma triunfal, en Jerusalén. Esto ocurrió cinco días antes de su muerte. Había estado el día anterior en Betania, donde le habían ofrecido una cena, y María la hermana de Lázaro, le había ungido los pies (Jua 12:3). Nuestro Señor viajaba mucho, y solía ir a pie desde Galilea a Jerusalén; pasó haciendo el bien a través de muchos caminos polvorientos y embarrados. ¡Qué mal les sienta a los cristianos el desordenado afán de gozar de comodidades y amasar una gran fortuna! Una vez en su vida viajó Jesús montado en triunfo, y fue precisamente cuando entró en Jerusalén para sufrir y morir.

I. La provisión que se hizo para esta solemnidad fue muy pobre y ordinaria.

1. La preparación fue súbita y extemporánea. Comoquiera que su corazón estaba puesto en la gloria de arriba, estaba muerto para las glorias de abajo. Y vinieron a Betfagé por el lado oriental del monte de los Olivos. Fue entonces cuando Jesús envió dos discípulos para que le trajeran un asno joven, sobre el cual no se había sentado ningún hombre (Mar 11:2).

2. También fue pobre el medio de locomoción. Envió por un asna atada y el pollino con ella. Por Marcos y Lucas vemos que Jesús montó sobre el pollino, y el asna iría delante, con toda probabilidad, para que el asnillo caminase tranquilo y sosegado tras su madre (v. Mat 21:2). Los asnos se usaban mucho en Palestina para cabalgar, mientras que los caballos estaban reservados a los nobles y guerreros. Jesús entró montado en un asno no sólo para mostrar su estado de humillación, sino porque venía en son de paz, no de guerra.

3. El asno que montaba no era de su propiedad, sino prestado. Todo lo que Jesús tuvo en este mundo fue de prestado, desde la cuna hasta la tumba. Al encargar a sus discípulos que los trajeran, les hizo la siguiente advertencia: Y si alguien os dice algo, decid: El Señor los necesita (v. Mat 21:3). En esto de usar el asna y el pollino, tenemos:

(A) Un ejemplo del conocimiento de Cristo, ya que pudo declarar a sus discípulos con toda seguridad dónde encontrarían el asna atada, y un pollino con ella.

(B) Un ejemplo de su poder sobre la voluntad de los hombres. Cristo expresa su derecho a usar estos animales, al pedir que le sean traídos y, en caso de que los discípulos hallen alguna oposición, les predice y asegura que el dueño de los animales los enviará.

(C) Un ejemplo de su justicia y honestidad, al no usar los animales sin el consentimiento del dueño.

(D) Un ejemplo de la utilidad de cualquier cosa en manos del Señor. Nadie puede creerse inútil en el servicio de Dios, cuando Jesús tuvo necesidad de un asno.

II. La predicción que se cumplió en este episodio (vv. Mat 21:4-5). En todo lo que hizo y padeció, Jesús tenía en cuenta el que se cumpliera la Escritura. La Escritura que aquí se cumplía era la profecía de Zac 9:9. Veamos en ella:

1. Cómo se anunciaba así esta llegada de Cristo: Decid a la hija de Sion; es decir, Jerusalén, conforme a frecuentes expresiones análogas. He aquí que tu rey viene a ti. Es un anuncio que se hace a los súbditos del reino para que reciban a su Rey como conviene.

2. Cómo se describe su llegada: Apacible, y sentado sobre un asno. El aire de paz y de mansedumbre con que Cristo entraba, lo cual se mostraba ya con toda claridad al ir montado sobre un pollino, daban a entender que el Rey no venía ahora a proclamar el día de la venganza de Jehová, sino el año de la buena voluntad de Jehová (Isa 61:2), lo cual contrasta con Apo 19:11, donde Jesús viene montado en un caballo (en son de guerra) blanco (símbolo de victoria). El asno es un animal de servicio y de carga, y Jesús vino a servir (Mat 20:28) y a cargar con nuestras dolencias (Mat 8:17). El asno es animal lento de movimientos y Jesús quería entrar despacio, no para recibir más aplauso, sino para atender al más pobre, débil y tímido de sus súbditos; a nadie quiere atropellar ni fatigar. Con esto muestra que su yugo es cómodo, y ligera su carga (Mat 11:30).

III. La procesión misma. Y observemos lo que se nos dice aquí acerca:

1. Del equipaje (vv. Mat 21:6-7). Los discípulos fueron, e hicieron tal como Jesús les mandó. Los mandatos de Cristo no pueden ser discutidos, sino obedecidos; y quienes los obedecen no quedarán frustrados ni avergonzados por ello. Y trajeron el asna y el pollino. No tenían más que una sencilla albarda para el pollino, pero los discípulos pusieron sus mantos encima para hacer mas cómoda la montura. No es preciso ser meticuloso ni afectado en nuestra observancia exterior, la sinceridad y el afecto son preferibles al formalismo y a la ostentación. Los discípulos equiparon a Jesús con lo mejor que tenían, y no les importó que sus mantos se arrugaran o estropearan, cuando el Señor los necesitaba. No hemos de pensar que los mantos sobre nuestros hombros son demasiado valiosos para nosotros, cuando pueden ser útiles para el servicio de Cristo, en favor de los hermanos miembros de su Cuerpo que son tan pobres que no tienen con qué cubrirse. Cristo fue desnudado por nosotros.

2. Del séquito (vv. Mat 21:8-9). No hubo en Él nada de pomposo o suntuoso. No salieron a recibirle las «autoridades» o, como se dice, «las fuerzas vivas» del país, sino la multitud, que era muy numerosa; el pueblo sencillo, el vulgo, como despectivamente se llama a la gente común e iletrada, fue el que acogió con entusiasmo a Jesús y apreció la solemnidad de su entrada triunfal, y sólo a Él tributó tal homenaje. Cristo recibe mayor honor de la multitud que de la magnitud de sus seguidores, porque Él estima el valor de las personas por el de sus almas, no por el de sus cargos o títulos honoríficos. Respecto de esta multitud, se nos dice aquí:

(A) Lo que hicieron: Extendieron sus mantos en el camino; procuraron honrar a Cristo de la mejor manera que podían, al alfombrar con sus mantos el camino. Cuando Jehú fue proclamado rey, los príncipes del ejército de Israel pusieron sus mantos debajo de él (2Re 9:13) en señal de homenaje y pleitesía. Los que aceptan a Cristo por Rey y Señor de sus vidas, tienen que colocarlo todo bajo los pies de Él. ¿Cómo expresaremos mejor el respeto, el honor y la sumisión que le debemos? Otros cortaban ramas de los árboles y las extendían en el camino, como solían hacer en la Fiesta de los Tabernáculos, en señal de gozo, libertad y victoria.

(B) Lo que decían: Y la gente, la que iba delante y la que iba detrás, gritaba y decía: ¡Hosanná al Hijo de David, etc.! Cuando llevaban ramas en la Fiesta de los Tabernáculos, tenían que gritar: Hosanná, y de ahí que llamasen hosannas a los manojos de estas ramas. La palabra hebrea hosanná significa salva ahora (Sal 118:25). Estos hosannas con que la gente aclamaba a Cristo nos hablan de dos cosas: (a) La acogida del reino mesiánico: Bendito el que viene en el nombre de Jehová (Sal 118:26). Bien podemos todos llamarle bienaventurado y bendito, pues Él es la fuente de bendición para todos. Bien podemos también seguirle con nuestras bendiciones a Él que nos sale al encuentro con las suyas. (b) Al desear que su reino fuese victorioso y salvífico, las gentes lo expresan con el hosanná = salva ahora; es un deseo lleno de fervor, urgencia y confianza. Si hubiesen entendido los tiempos y sazones de este reino, no habrían cometido el error de esperar ahora su triunfo politicomilitar y gritar, muchos de ellos, cinco días después: ¡Crucifícale, crucifícale! Sin embargo, en cuanto al momento presente, su buena voluntad fue aceptada por Jesús. Es nuestro deber expresar con fervor que venga su reino y se haga su voluntad. Entra ya en el reino todo el que hace la voluntad del Rey, pero el reino entrará de lleno en la tierra cuando el Rey imponga Su voluntad con cetro de hierro (Sal 2:9; Apo 19:15). La gente le aclama como Hijo de David, título mesiánico, íntimamente asociado con el reino de Israel (Luc 1:32-33). De ahí que Jesús sea llamado, sólo y siempre, rey de Israel, no de la Iglesia de la cual es Esposo y Cabeza, lo cual, lejos de disminuir el honor de la Iglesia, lo acrecienta. ¡Hosanná en las alturas! significa, como en Luc 2:14, la salvación y bendición que desciende del Dios del cielo (comp. Stg 1:17) en favor de su pueblo.

3. De la conmoción que su llegada causó en Jerusalén (vv. Mat 21:10-11). Toda la ciudad se conmovió (v. Mat 21:10). Su llegada no pasó desapercibida para nadie, aunque fuese acogida de muy distinta manera por cada grupo; por unos, con alegría y admiración; por otros, con envidia e indignación. ¡De qué diversas maneras reaccionan los corazones humanos ante la inminente llegada de Jesús! Acerca de esta conmoción, se nos dice explícitamente:

(A) Lo que los ciudadanos de Jerusalén decían: ¿Quién es éste? (v. Mat 21:10). Al parecer, estaban en completa ignorancia acerca de Cristo o, quizás, inquirían simplemente acerca de la persona a quien las gentes del séquito aclamaban. Es triste que, en lugares donde la luz más brilla y más alto se profesa el nombre de Cristo, haya tanta ignorancia acerca de su persona.

(B) Lo que la gente del séquito les contestaba: Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea (v. Mat 21:11). Recordemos lo dicho sobre Mat 2:23 y Mat 4:12. Tenían toda la razón al aclamarlo como el Gran Profeta que había de venir, después de más de 400 años, desde Malaquías hasta Juan el Bautista, en que Israel había carecido de verdaderos profetas de Dios. Pero estaban equivocados en cuanto a la procedencia de Jesús (v. Jua 7:41-52), y esta equivocación fue un prejuicio tremendo para los judíos de Jerusalén. Hay quienes desean dar honor a Cristo, dar testimonio de Él, y trabajar en su servicio, pero cometen el grave error de atribuir a Cristo la ciudadanía de ellos mismos, lo que, en cierto modo, equivale a inscribirle en «su partido político». El error es más grave todavía a escala nacional, cuando se atribuye a un país o a un soberano el título de cristianísimo, catolicísimo o defensor de la fe (¿quién ha donado estos títulos? ¡Ironías de la historia!)

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