Mateo 23:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos tenemos ocho ayes (en lugar de las ocho bienaventuranzas de Mat 5:3.) que Jesús dirige contra los escribas y fariseos, como ocho truenos o relámpagos, semejantes a los del Sinaí. Estos ayes son tanto más notables cuanto que provienen del mansísimo Jesús, el cual vino para bendecir y a quien siempre agradó bendecir incluso cuando le maldecían (1Pe 2:23), pues Él era el Cordero de Dios, manso por naturaleza (Isa 53:7); pero cuando la ira del Cordero se enciende (Apo 6:16) ¡cuán grave ha de ser la causa, y cuán terrible el castigo!

La carga de este oráculo de Jesús es una carga muy pesada («carga», en hebr. massá, que nuestra RV traduce por oráculo, Isa 13:1; o profecía, Isa 17:1; indica un mensaje de amenaza o de precepto): ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! (7 veces en esta forma); ¡Ay de vosotros, guías ciegos! (1 vez en esta forma). En efecto, la hipocresía era el pecado radical de los escribas y de los fariseos y, por eso, el que mejor les caracterizaba. Hipócrita significa, en griego, comediante (en su acepción), porque el que es un hipócrita desempeña un papel ajeno a su verdadera personalidad, por muy buen actor que sea; y cuanto mejor actor, mayor comediante, peor hipócrita. Cada uno de estos ayes de Jesús lleva consigo una razón aneja, la cual justifica el juicio que Jesús profiere; porque los ayes o maldiciones de Jesús nunca son sin motivo. Los escribas y fariseos:

I. Eran enemigos acérrimos del Evangelio de Cristo y, por tanto, de la salvación de las almas: Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres (v. Mat 23:13). Cristo vino para abrir el reino de los cielos, a fin de que los hombres llegasen a ser súbditos de dicho reino; por tanto, los escribas y fariseos que se sentaban en la cátedra de Moisés y pretendían tener en sus manos la llave del conocimiento, estaban obligados a contribuir a la obra de Jesús. Si sabían exponer a Moisés y los profetas, debían enseñar al pueblo que Moisés y los profetas habían dado testimonio de Cristo (v. Jua 5:39-47). De esta manera, habrían cooperado grandemente a tan magna obra, y servido de ayuda para la salvación de miles de almas; pero, en lugar de hacerlo así, estaban cerrando las puertas del reino de los cielos, ya que ponían todo empeño posible en producir y alimentar en las mentes de los hombres toda clase de prejuicios contra Cristo y su doctrina.

1. Pues ni entráis vosotros, etc. (v. Mat 23:13). ¡Oh, no! Eran demasiado orgullosos como para abajarse a tener el recto concepto del estado de humillación de Jesús: ¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes o de los fariseos? (Jua 7:48). No les gustaba una religión que insistía tanto en la humildad. La puerta que da acceso al reino de los cielos es el arrepentimiento (Mat 3:2; Mat 4:17; Mar 1:15), y no había nada tan desagradable para los fariseos como el arrepentimiento. Por eso, no entraban ellos; pero no era eso solo.

2. Ni dejáis entrar a los que están entrando. Mala cosa es alejarse de Cristo, pero todavía es peor alejar a otros de Él. El hecho mismo de que ellos no entrasen, ya era un obstáculo para muchos pues grandes multitudes rechazaron el Evangelio por el solo hecho de que los líderes lo rechazaron. Se oponían a que Jesús conversase con pecadores (Luc 7:39) y a que los pecadores conversasen con Jesús; y emplearon toda su astucia y su poder para crear una atmósfera maligna contra Él, así cerraban a otros el acceso al reino de los cielos, que sufre violencia (Mat 11:12). y hay que esforzarse para entrar en él (Luc 16:16).

II. Hacían de la religión y de la forma de piedad un pretexto y una máscara para encubrir su codicia (v. Mat 23:14). Obsérvese acerca de este punto:

1. Cuáles eran sus prácticas perversas: Devoráis las casas de las viudas, al hacer el papel de administradores de sus bienes, ya que las viudas no tenían marido que las representase en los negocios (comp. Luc 18:3; Hch 6:1; Stg 1:27). De esta forma, al abusar de su prestigio se insinuaban como protectores de las viudas, ganándoles el afecto y la confianza y haciendo de ellas fácil presa para enriquecerse ellos mismos. Sin duda que lo hacían al pretender encontrar en la misma Ley fundamento para ello; así, no sólo no eran censurados, sino que eran recomendados.

2. Cómo cubrían a maravilla estas depredaciones: Como pretexto hacéis largas oraciones. Algunos escritores judíos dicen que había quienes dedicaban tres horas (incluso tres veces al día) seguidas en meditaciones y oraciones formalistas. Con esto, se recomendaban a sí mismos como verdaderos «santos», dignos de la mayor confianza. Cristo no condena aquí las largas oraciones, pues Él mismo pasaba noches enteras en oración. Son tantos los favores que hemos de agradecer a Dios, tantas las necesidades por las que suplicar y tantos los pecados que le hemos de confesar, que no hay oración demasiado larga para todos estos aspectos, pero las oraciones largas de los fariseos eran un mero pretexto, con las que cubrían sus depredaciones, y pasaban por hombres piadosos, ocupados en la oración, favoritos del cielo, etc., de tal modo que parecía imposible que tales hombres pudiesen engañar a nadie. Así, mientras aparentaban volar rápidos al Cielo, sobre las alas de la oración, sus ojos, como el de la cometa, estaban siempre puestos en alguna presa de la tierra: la casa o la hacienda de alguna viuda de las que poder apropiarse. No es nada nuevo el que la forma más ostentosa de piedad sirva de pretexto a las mayores atrocidades.

3. La sentencia que Cristo profiere contra ellos: por esto recibiréis mayor condenación. Precisamente estas exterioridades religiosas con las que cubrían sus pecados, los agravaban de tal forma que por ello habían de recibir mayor condenación. Esta expresión, como otras (v. Jua 19:11) es una prueba de que, así como en el Cielo habrá diferentes grados de recompensa, en el Infierno habrá distintos grados de castigo; todo lo cual reviste grandísima importancia en la práctica, tanto para el incrédulo como para el creyente.

III. No sólo cerraban las puertas del reino de los cielos para sí y para otros, sino que recorrían el mar y la tierra para hacer un prosélito para su propio prestigio (v. Mat 23:15). Vemos:

1. Su encomiable laboriosidad en hacer prosélitos para la religión judía; por ganar uno solo, recorrían mares y tierras. Pero ¿con qué objeto? No por la gloria de Dios, ni por la salvación de las almas, sino para ganar prestigio personal. Hacer prosélitos, si es para la verdad y la piedad sincera y con recta intención, es una obra magnífica. Es tal el valor de una sola alma, que ningún precio ha de considerarse demasiado alto, ningún esfuerzo demasiado penoso, por salvarla de la muerte eterna. La laboriosidad de los fariseos en ganar prosélitos para su propio prestigio debería avergonzar a los que se quedan indiferentes ante la perdición de las almas y habrían de actuar con la misma laboriosidad, pero sobre una base correcta. Por otra parte, es una pena que muchas denominaciones e iglesias cristianas pongan mayor empeño en reclutar «prosélitos» para adquirir prestigio de congregaciones numerosas, que en dirigir simplemente a las almas a la conversión y al seguimiento de Cristo.

2. Su maldita impiedad en el modo de obrar con los prosélitos que hacían: cuando llega a serlo (prosélito) le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros. Les llama hijos del infierno, por su arraigada oposición al reino de los cielos, que era la característica de los fariseos. Los malos prosélitos suelen ser los peores fanáticos. Estos discípulos superaban en maldad a sus maestros en dos aspectos: (A) En su afición a las ceremonias, ya que retenían ordinariamente lo peor de la condición antigua y adquirían lo peor de la nueva; es decir, la mera exterioridad de los cultos; las cabezas débiles suelen admirar demasiado la ostentación ceremonial que las personas sesudas tienen en poco; (B) En su furia contra el cristianismo. Así vemos que Saulo, antes de convertirse, estaba enfurecido sobremanera contra ellos (los creyentes; Hch 26:11), mientras que su maestro Gamaliel adoptaba una actitud muy moderada con respecto a los discípulos de Jesús (Hch 5:34-39).

IV. Inducían a la gente a graves errores, en particular acerca de los votos y juramentos, cosa sagrada en todas las naciones. Cristo llama aquí a los escribas y fariseos guías ciegos cuando tenían sobre sí la responsabilidad de tantas personas sobre las que ejercían una influencia decisiva.

1. Jesús expone primero la doctrina que ellos enseñaban. Distinguían entre jurar por el Templo y jurar por el oro del Templo; jurar por el altar y jurar por la ofrenda que está sobre el altar; dejaban en libertad por lo primero, y obligaban por lo segundo. En esto podía verse una doble maldad: (A) Dispensar de la obligación de cumplir una promesa hecha con juramento, lo cual era contrario totalmente a la Palabra de Dios, por jugar sacrílegamente con algo tan sagrado; (B) Dar preferencia al oro y a la ofrenda sobre el Templo y el altar respectivamente, a fin de animar a la gente a traer ofrendas para el servicio del altar, y oro para el tesoro del Templo, con lo que ellos podían obtener ganancias sustanciosas.

2. Jesús muestra lo insensato y absurdo de tal distinción (vv. Mat 23:17-19). A fin de convencerles de su insensatez, les llama a cordura y les dice: ¿Qué es mayor, el oro o el templo que santifica al oro …; la ofrenda, o el altar que santifica a la ofrenda? Parece ser que el juramento por el templo y por el altar se usó con demasiada frecuencia hasta ser tenido en poco; entonces se inventó un nuevo juramento, el cual, al ser más nuevo, parecía más obligatorio. Pero Jesús les arguye que lo que tienen de sagrado el oro del templo, como la ofrenda sobre el altar, y lo que, por tanto, da firmeza al juramento, es respectivamente el templo y el altar.

3. Jesús rectifica el error que padecían (vv. Mat 23:20-22) y les hace ver que todos los juramentos antes existentes y los por ellos inventados, tenían por raíz la santidad del nombre de Dios, por la que cualquier cosa sagrada tenía firmeza obligatoria. El Templo con todos los accesorios, estaba dedicado al servicio de Dios; el altar, con todo lo que se ofrecía sobre él, estaba consagrado a Dios. Sobre el Templo moraba la shekinah o presencia visible de la gloria de Dios en medio de Su pueblo, como en el Cielo tiene Dios Su trono desde el cual rige el Universo. En realidad, todo aquello donde se manifiestan el poder y la providencia de Dios, es algo sagrado; no se debe jurar por nada; pero, si hay necesidad de jurar ante los tribunales, etc., hay que cumplir lo jurado (Mat 5:33-37). Así dice Jehová: El Cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies (Isa 66:1).

V. Eran muy estrictos y meticulosos en los aspectos menos importantes de la Ley, pero despreocupados respecto de las materias más importantes (vv. Mat 23:23-24). La obediencia sincera es total y universal, y el que obedece a un precepto divino desde un punto de vista correcto, obedecerá igualmente todos los preceptos. Esta mentalidad deformada de los escribas y fariseos aparece aquí en dos ejemplos:

1. Observaban los deberes pequeños (por llamarlos así) y descuidaban los grandes; eran muy puntillosos en pagar el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, todo lo cual les costaba poco hacerlo y, sin embargo, la estricta observancia de estas menudencias les proporcionaba gran prestigio. El fariseo de Luc 18:12 se jactaba diciendo: Doy diezmos de todo lo que gano, como quien da a Dios más de lo debido. Era un deber pagar los diezmos, y Cristo asegura que eso no debía omitirse. Todos según sus posibilidades y la forma en que el Señor les haya prosperado (1Co 16:2), deben contribuir al culto de Dios y al mantenimiento de sus ministros. Los que son instruidos en la palabra, y no hacen partícipes de toda cosa buena a quienes les instruyen (Gál 6:6) y buscan así un Evangelio demasiado barato, se portan en esto peor que los fariseos. Pero lo que Cristo les reprocha aquí es que omiten lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Todo lo que se contiene en la Ley de Dios tiene su peso, pero lo más importante es lo que expresa la santidad interior del corazón: la justicia en las relaciones sociales con el prójimo, la compasión para con el desvalido (comp. Stg 1:27) y la fe, fidelidad a Dios practicada en una conducta humilde delante de Dios (Miq 6:8). Ésta es la obediencia que es mejor que el sacrificio o el diezmo (1Sa 15:22). También la misericordia es preferible a los sacrificios (Ose 6:6). Por otra parte, la fe, en su sentido más amplio, es el fundamento de todas las demás cualidades éticas (2Pe 1:5-7).

2. Evitaban los pecados menores pero cometían los más graves (v. Mat 23:24). Guías ciegos los había llamado antes (v. Mat 23:16), por su doctrina corrupta; ahora los llama así por su conducta corrupta. Eran ciegos, al carecer del discernimiento necesario para dar mayor importancia a lo de mayor peso y volumen: Coláis el mosquito, y os tragáis el camello. En lo tocante a la doctrina, colaban los mosquitos para dar doctrina «pura» (comp. Amó 6:6), urgiendo a observar las tradiciones de los ancianos y en la práctica colaban los mosquitos, y eran aparentemente tan timoratos, que sólo se creían santos cuando habían pagado el diezmo de las hierbas más insignificantes; pero se tragaban el camello cuando dejaban de cumplir los mandamientos de Dios y lo que Dios demanda de cada uno (Miq 6:8). En efecto, entre lo que ellos cumplían y lo que dejaban de cumplir había mayor diferencia que entre un mosquito y un camello. Cristo no reprueba la delicadeza de una conciencia pura que cuela el mosquito, pues todo precepto de Dios es importante (Stg 2:10), sino la laxitud de la conciencia cauterizada que se traga el camello.

VI. Sólo se preocupaban por lo exterior, y descuidaban lo interior, de la piedad. Esto lo ilustra Cristo por medio de dos semejanzas.

1. Los compara a una vasija, bien lavada y limpia por fuera, pero sucia completamente por dentro (vv. Mat 23:25-26). Ahora bien, ¡qué necedad tan grande sería la de una persona que limpiase bien el exterior de un vaso o de una copa, que es lo que se ve desde fuera, y dejase sucio el interior, que es lo que se usa! Así obran quienes procuran evitar únicamente los pecados que pueden ofender a otros y causar desprestigio a sí mismos, pero tienen el corazón lleno de toda clase de suciedad, lo cual les hace odiosos a los ojos purísimos del Dios tres veces santo. Con respecto a esto, obsérvese:

(A) La práctica de los fariseos, que limpiaban el exterior. En todo lo que podía ser observado por sus prójimos, eran muy exactos; la gente los tenía generalmente por muy buenas personas pero Por dentro estaban llenos de rapiña y de intemperancia. Esto significa, con la mayor probabilidad que el contenido del vaso y del plato (bebida y comida) eran fruto de la extorsión; y el estar llenos el vaso y el plato era señal de intemperancia (gr. akrasía lo opuesto a enkráteia = dominio propio; Gál 5:23; 2Pe 1:6). Aparecían como piadosos en extremo, pero no eran justos ni sobrios. Lo que somos en nuestro interior, eso es lo que de veras somos.

(B) La norma que Cristo da, en contraposición a la conducta de los fariseos (v. Mat 23:26). Conforme al juicio infalible de Cristo, son ciegos los que no perciben la suciedad del corazón; que no ven ni aborrecen los pecados que están alojados allí. Ignorar lo que hay dentro de nuestro corazón es la peor y más nociva clase de ignorancia. La norma que Cristo da es: Limpia primero lo de dentro; ésta es la tarea principal del hombre; ésta, la ocupación más importante del creyente. Dios escudriña el interior y es testigo permanente de nuestros pensamientos y afectos; hemos de poner, pues, especial cuidado en evitar esos pecados que no escapan a la mirada de Dios, aunque escapen a la observación más atenta de los hombres. ¡Ah, si tuviésemos siempre presente esta gran verdad: Dios me ve y observa y juzga lo más profundo de mi ser! Limpia primero lo de dentro; no sólo lo de dentro, pero sí lo primero, porque si extremamos el cuidado en mantener limpio lo interior, también procuraremos que el exterior esté limpio. Si la gracia santificante de Dios limpia y purifica el corazón, también influirá en la pureza del exterior, porque de dentro fluye el agua viva que lo limpia todo. Del corazón sale todo (Mat 15:19); por eso: Por encima de todo, guarda tu corazón; porque de él mana la vida (Pro 4:23).

2. Los compara a sepulcros blanqueados (vv. Mat 23:27-28).

(A) De la misma manera que los sepulcros, bien blanqueados por fuera, para hacerlos más visibles y advertir al viandante que no se acerque para no contaminarse, aparecen hermosos (y no sólo por la blancura, sino por los adornos arquitectónicos de los sepulcros de personas eminentes), así también los fariseos se enmascaraban hipócritamente bajo las apariencias de una moralidad estricta, sólo por ostentación, como los adornos y monumentos de los sepulcros (v. Mat 23:29). Eso era lo único que ambicionaban; prestigio y saludos reverentes de parte del pueblo sencillo.

(B) Pero, igual que Ios sepulcros estaban llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia, también los fariseos estaban por dentro llenos de hipocresía e iniquidad (gr. anomía = violación de la ley). Puede haber personas con el corazón lleno de pecados, que al exterior aparecen irreprochables; pero, ¿de qué nos servirá la buena consideración de nuestros semejantes, si nuestro Señor no puede decirnos: ¡Bien hecho, siervo bueno y fiel! (Mat 25:21, Mat 25:23)?

VII. Presumían de amables y afectuosos en el recuerdo que guardaban de los antiguos profetas, mientras odiaban a los que eran sus contemporáneos (Juan el Bautista y el propio Jesús). Dios es celoso de sus leyes y ordenanzas, pues en ello le va el honor, pero también es celoso del honor que ha puesto en sus profetas y ministros. Por consiguiente, al llegar a este ay, se expresa más largamente que en los anteriores ayes (vv. Mat 23:29-37). Jesús menciona aquí:

1. El respeto que los escribas y fariseos pretendían tener a los profetas difuntos (vv. Mat 23:29-30).

(A) Honraban como reliquias los restos de los profetas, les construían sepulcros suntuosos y monumentos arquitectónicos bien adornados. La memoria del justo será bendita (Pro 10:7), cuando los nombres de los que le odiaron y persiguieron serán cubiertos de vergüenza, se pudrirán. Esto es un ejemplo de la hipocresía de los escribas y fariseos al rendir sus respetos a los profetas muertos. Fingían respetar los escritos de los antiguos profetas, que les decían lo que deberían ser, pero rechazaban las reprensiones de los profetas vivos, que les decían lo que eran. Como ha escrito un autor contemporáneo: «Los fariseos no odiaban a Cristo por decir: Mirad qué hermosos son los lirios del campo sino por decir: Mirad qué ladrones e hipócritas sois ».

(B) Protestaban contra el asesinato de los profetas: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas (v. Mat 23:30). ¿No habrían sido cómplices en la muerte de aquellos profetas? ¡Y estaban conjurándose para matar a Cristo! ¡Al Mesías, del que todos los profetas dan testimonio (Hch 10:43)! Lo engañoso del corazón del pecador se echa de ver con toda claridad en que, mientras se precipita por la corriente del pecado en sus actuales circunstancias, se imagina que habría nadado contra la corriente del pecado en otras circunstancias. Nadie tendrá excusa delante de Dios, echándole a las circunstancias la culpa de su propia maldad, antes bien merece mayor castigo por culpar indirectamente a Dios mismo de no haberle puesto en circunstancias más favorables. ¿No es cierto que, a veces, pensamos que si hubiésemos vivido cuando Cristo estaba en la tierra, le habríamos seguido con toda fidelidad? ¿Que no le habríamos despreciado ni rechazado, como hicieron los judíos de su tiempo? Sin embargo, Cristo está presente, por su Espíritu, en medio de nosotros; y aun después de conocer del Evangelio de la gracia mucho más que los escribas y fariseos, quizá no le tratamos mucho mejor que ellos.

2. Su enemistad y oposición a Cristo y a su Evangelio y la ruina que estaban atrayendo sobre sus propias cabezas y sobre aquella generación (vv. Mat 23:31-33). Obsérvese:

(A) La acusación bien probada: Así que dais testimonio contra vosotros mismos. Los pecadores no pueden prometerse escapar del juicio de Cristo por falta de pruebas contra ellos, cuando es tan fácil hallar que ellos mismos testifican en su contra. Por propia confesión, los escribas y fariseos admitían la gran maldad de sus padres al matar a los profetas. Quienes condenan los pecados ajenos pero cometen otros iguales o mayores, son los más inexcusables (Rom 2:1). Por propia confesión, eran hijos de aquellos perseguidores: Sois hijos de los que mataron a los profetas. Cristo les muestra que son iguales que sus padres en espíritu y mala disposición, como si llevasen en la sangre aquella perversidad.

(B) La sentencia pronunciada contra ellos. Cristo procede ahora:

(a) A denunciar como irremediable su inclinación perversa: ¡Vosotros también colmad la medida de vuestros padres! (v. Mat 23:32). Cristo sabía que estaban ahora tramando su muerte, y dentro de pocos días la llevarían a cabo. Así que viene a decirles: «Bien, adelante con vuestros planes, id por el camino de vuestro corazón y con la luz de vuestros ojos, y veréis lo que resulta: no haréis otra cosa que colmar la medida de la iniquidad de vuestros padres». Esto nos enseña: Primero: Que hay una medida que colma el vaso del pecado. Dios es benigno, paciente y longánime (Rom 2:4), pero llegará un día en que si no nos arrepentimos a tiempo (2Co 6:12), se colmará la medida de nuestra maldad y la de la paciencia de Dios. Segundo: Los hijos colman la medida de sus padres difuntos, cuando persisten en caminar en la misma perversidad o en similar perversidad, que sus padres. La culpa nacional que acarrea una ruina nacional, está compuesta de muchas maldades de muchas personas en épocas consecutivas. Dios visita justamente la iniquidad de los padres en los hijos que siguen las pisadas paternas. Tercero: El perseguir a Cristo, a su mensaje y a sus ministros, es un pecado que colma la medida de una culpa nacional con más rapidez que ningún otro. Cuarto: Es correcto en la presencia de Dios abandonar a sus propios deseos a quienes se obstinan persistentemente en sus malos caminos, por muchas amonestaciones que se les hagan.

(b) A denunciar como irreversible la ruina que les amenaza, una ruina que será completa y perpetua en el Infierno: ¡Serpientes, engendros de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? (v. Mat 23:33). Suenan extrañas estas palabras en labios de Cristo, de cuya boca sólo salían palabras de gracia y de perdón. Pero así pasa con el amor cuando es despreciado y rechazado. ¡Qué terribles son las palabras de condenación del mansísimo Jesús! (comp. Mat 25:41). Aquí tenemos:

Primeramente: La descripción que de ellos hace: ¡Serpientes! ¿Tales epítetos usa Cristo? Sí, Él puede hacerlo porque conoce el corazón; nosotros, no. Les llama también engendros de víboras, hijos de víboras, porque llevaban en la sangre la misma astucia traidora, retorcida y venenosa, que sus padres contra todo verdadero profeta del Señor y contra el Señor mismo.

En segundo lugar: La condenación que pronuncia contra ellos: ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Cristo mismo predicó acerca de la condenación y del infierno, y sus ministros no deben soslayar esta parte del consejo de Dios por temor a ofender a los pecadores obstinados o a los magnates perversos. Bourdaloue no tuvo empacho en repetir a Luis XIV las palabras de Natán a David: «Tú eres ese hombre» (2Sa 12:7). Esta sentencia de condenación de los escribas y fariseos, salida de los labios de Cristo, era más terrible que la pronunciada por todos los profetas y ministros de Dios que han existido, por cuanto Cristo es el Juez, en cuyas manos están las llaves de Ia muerte y del Hades. Sólo hay un camino para escapar de esta condenación: arrepentirse y creer en el Evangelio; pero, ¿cómo entrarán por este camino quienes están tan orgullosos de sí mismos y con tantos prejuicios contra Cristo, como lo estaban éstos? (v. Jua 9:41). Los publicanos y las prostitutas, que tenían conciencia de su pecado y acudían al médico de las almas y de los cuerpos, estaban en mejores condiciones para escapar de la condenación del infierno que éstos que, aunque marchaban por el camino real que conduce al infierno, se imaginaban que iban en volandas por el camino que lleva al Cielo.

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