Mateo 23:34 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Acabamos de ver cómo los guías ciegos estaban precipitándose en el abismo; veamos ahora lo que les espera a los ciegos seguidores de tales guías, y en particular a Jerusalén.

I. A pesar de la mala disposición de escribas y fariseos, Cristo no escatima su mensaje de salvación ni los medios de gracia (comp. Isa 6:8.). Podría esperarse que Cristo dijese: «Por tanto, ya no os será enviado jamás ningún profeta», pero lo que dice es: Por tanto, he aquí que yo os envío profetas, sabios y escribas (v. Mat 23:34), para que se confirmase lo que había dicho: ¡Vosotros también colmad la medida de vuestros padres! (v. Mat 23:32).

1. Es Cristo quien los envía: He aquí yo (enfáticamente) os envío porque la gran comisión va a empezar pronto. Con estas palabras, Cristo insinúa que es Dios, pues tiene poder y autoridad para cualificar y enviar profetas; es un acto de su oficio regio. Después de resucitar, cumplió esta palabra al decir: Como me envió el Padre, así también yo os envío (Jua 20:21).

2. Los envía primero a los judíos: Yo os envío, etc. Habían de comenzar en Jerusalén (Hch 1:8); y adondequiera que iban, observaban esta norma de ofrecer esta gracia del Evangelio a los judíos (Hch 13:46).

3. Estos hombres que les envía los llama profetas, sabios (título aplicado comúnmente a los rubíes) y escribas, o expositores de la Ley. Como puede verse, son títulos judaicos, aplicados a los ministros del Evangelio (Efe 4:11), (v. en el contexto, vv. Mat 23:2, Mat 23:7, Mat 23:29 y comp. Mat 13:52). El oficio de escriba era de gran honor hasta que aquellos hombres lo deshonraron.

II. Predice y declara el mal trato que van a dar a sus mensajeros: «De ellos, a unos mataréis y crucificaréis, etc. A pesar de eso los voy a enviar». Jesús sabe de antemano el mal trato que sus siervos van a recibir y, con todo, los envía; y lo hace precisamente porque los ama, de la misma manera que el Padre le envió a morir porque le amaba (Jua 15:9; Jua 17:18, Jua 17:23, entre otros), pues Dios iba a ser glorificado con los sufrimientos de Jesús, y sus ministros habían de glorificar a Jesús y al Padre por medio de sus propios sufrimientos (Jua 21:19), y ser glorificados ellos mismos como Jesús (Jua 12:23-26). No les va a ahorrar sufrimientos, pero les pondrá delante, para endulzarlos y animarles a ellos, el mismo gozo que Él tuvo puesto delante de Sí (Heb 12:2). Veamos:

1. La crueldad de estos perseguidores: A unos mataréis, crucificaréis, etc., azotaréis, perseguiréis. Están sedientos de sangre, en la que está la vida, y no se contentan con menos. Así imitaban los cristianos a su Señor; más aún, el mismo Señor sufría en ellos como la Cabeza en el cuerpo de la Iglesia (v. Col 1:24) al aplicar el fruto de la obra que Él realizó, de una vez por todas, en la Cruz del Calvario (Heb 9:28; Heb 10:12). El cristiano ha de estar dispuesto a resistir hasta derramar sangre (Heb 12:4).

2. La malvada persistencia de estos perseguidores: Y a otros … perseguiréis de ciudad en ciudad (v. Mat 23:34). Así como los apóstoles iban de ciudad en ciudad predicando el Evangelio, así también sus perseguidores iban de ciudad en ciudad a la caza de ellos y soliviantando a la gente contra ellos (Hch 14:19; Hch 17:13).

3. Pretendían con esto rendir culto a Dios (Jua 16:2); por eso los azotaban en sus sinagogas, como una parte del servicio divino.

III. Les imputa el pecado cometido por sus padres, puesto que les imitaban, haciéndoles así culpables de toda la sangre justa derramada sobre la tierra; esto es, de la sangre de los justos derramada precisamente por causa de su justicia (v. Mat 23:35). La fecha inicial va tan lejos como la del asesinato de Abel a manos de su hermano Caín y, aunque el verbo derramada está en participio de presente (dando a entender que la acción continúa), se da una fecha especial en ese versículo «hasta la sangre de Zacarías hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar» (2Cr 24:20-22). La identificación de este Zacarías ha suscitado, desde los primeros escritores eclesiásticos, una grave dificultad que no es tal si se tiene un mediano conocimiento de la Biblia. En el lugar de 2 Crónicas ya citado, se le llama hijo del sacerdote Joyadá, pero hay que tener en cuenta: 1. Que es muy frecuente en la Biblia llamar hijo al nieto, como padre al abuelo; 2. Que este Zacarías fue apedreado bastante tiempo después de la muerte de Joyadá, quien era de ciento treinta años cuando murió (2Cr 24:15), lo cual se explica mejor si era abuelo, no padre, de Zacarías. Es probable que Mateo dispusiese de documentos en que constase el nombre de este Baraquías, aunque no conste en la Biblia, probablemente por falta de relevancia, en contraste con la de Joyadá. Notemos que Jesús hace recaer la culpa, y el castigo, sobre toda la generación aquella (v. Mat 23:36); lo cual implica: primero, que aquella generación era tan perversa, que resultaba culpable de toda la sangre justa derramada desde el principio del mundo hasta el tiempo en que se escribió el último libro (cronológicamente) de la Biblia hebrea; segundo, que el castigo iba a caer sobre aquella generación, sin mucha dilación (v. Mat 23:38); había entre ellos quienes lo habrían de ver y experimentar en su propia carne en los años 69 70 de nuestra era. Obsérvese que cuanto más grave e inminente es el castigo del pecado, más alto y urgente es el llamamiento al arrepentimiento y a la reforma.

IV. Jesús se lamenta amargamente de la perversidad de Jerusalén, y les echa en cara las muchas y amables ofertas de salvación que les ha hecho (v. Mat 23:37). ¡Con qué amarga ternura habla de la ciudad: Jerusalén, Jerusalén! La repetición indica, como siempre, énfasis de importancia e indica aquí la exuberancia de la compasión de Cristo. El domingo anterior había llorado sobre la ciudad (Luc 19:41), y ahora se lamentaba sobre ella. Jerusalén, que debería ser ciudad de paz (Sal 122:6), va a ser asiento de guerra y confusión. Pero, ¿por qué va a hacer el Señor todo esto contra Jerusalén? Porque pecado grave cometió Jerusalén (Lam 1:8).

1. Jerusalén perseguía y mataba a los mensajeros de Dios: Que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados. Esto se imputa especialmente a Jerusalén, por estar allí el Sanedrín o tribunal supremo de los judíos, al que competía sentenciar estos casos; por eso, en el lugar paralelo de Luc 13:34, el contexto anterior describe a Jesús diciendo: no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén (Luc 13:33). Ya fuese en un arrebato de furia, como pasó en el caso de Esteban, ya con las apariencias legales en el caso de Jesús, en Jerusalén se tomaban las decisiones, aunque la ejecución se llevase a cabo a extramuros de la ciudad para no «profanarla» (Núm 15:35; Mat 21:39; Mat 27:31., Hch 7:58; Heb 13:12). En Jerusalén, donde primero se predicó el Evangelio (Hch 2:1-47), se produjo también la primera persecución (Hch 8:1); al estar allí el cuartel general de los perseguidores, allá eran llevados presos los perseguidos (Hch 9:2).

2. Jerusalén rechazaba a Cristo y al Evangelio que Cristo ofrecía. Pecaba así sin remedio, porque pecaba contra el remedio. Y eso, a pesar de la gracia maravillosa y del favor generoso de Jesús hacia la ciudad: ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas! Cristo desea atraer, reunir y cobijar en su seno a las pobres almas que se descarrían por los caminos de perdición, y lo ilustra aquí con la humilde comparación de la mansa gallina que cobija bajo sus alas a los polluelos. Desde Éxo 19:4; Deu 32:11, es Jehová como águila poderosa quien cobija y transporta a su pueblo. Aquí, la gallina indica, juntamente con la ternura y la mansedumbre, el estado de humillación del Salvador. Excepto la mención posterior del canto del gallo, ésta es la única vez que se menciona en la Biblia un ave doméstica. Pero, en realidad, la ternura es la misma (v. Jer 31:3). Los polluelos se cobijan bajo las alas de la madre para tener allí refugio, protección, calor y comodidad; especialmente, cuando huyen de las aves de presa. Quizá Cristo tenía en su mente el Sal 91:4: Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro. Hay sanación y salvación en las alas de Cristo (Mal 4:2) lo cual es mucho más que lo que la gallina puede hacer con las suyas en favor de sus polluelos. Son también de notar (a) la voluntariedad: Quise, y (b) la frecuencia: ¡Cuántas veces!, de esta libre oferta de salvación a todos los judíos por parte de Cristo; con frecuencia fue allá, allí predicó y obró milagros. Tantas veces como hemos escuchado el mensaje del Evangelio y hemos notado en nuestro interior los impulsos del Espíritu Santo, otras tantas ha intentando Cristo atraernos, reunirnos y cobijarnos. ¡Y no quisiste! Como si dijese: «A pesar de todo mi esfuerzo, de mi buena voluntad, no quisisteis escuchar: ¡Yo quise … y no quisiste!» ¿Qué más se podía haber hecho en mi viña que yo no lo haya hecho en ella? (Isa 5:4). Él quería salvarlos, pero ellos rehusaban ser salvados por Él. Adviértase, para no confundirse, que las frases de Cristo no son un grito de impotencia, sino el lamento de una elegía. Hay en Dios una voluntad de propósito (Efe 1:11), que se cumple infaliblemente, y una voluntad de deseo (1Ti 2:4) en la que Dios apela al albedrío del hombre y a su responsabilidad personal aunque siempre queda a salvo la libre soberanía de Dios, que puede atraer irresistiblemente a los elegidos (Jua 6:44; v. el coment. a este lugar).

V. A continuación, Cristo lee la sentencia de Jerusalén: He aquí que vuestra casa os es dejada desierta (v. Mat 23:38). La casa, tanto de ellos la ciudad como la de Dios el Templo , está siendo dejada (lit.); es decir, están actuando ya las causas que provocarán su desolación inminente.

1. Os es dejada. Cristo sale del Templo para no volver a él, y, al mismo tiempo, les vuelve las espaldas a ellos. No le quieren a Él, y Él se marcha llevándose las bendiciones que el Templo significaba; era como si se levantase la shekinah, dejándoles sin protección ni cobijo. Templo y ciudad quedarían desolados, destituidos de la presencia y de la gracia de Dios.

2. Os es dejada desolada. A los ojos de cuantos tenían sensibilidad para percibirlo, la marcha de Cristo anticipaba una visión realmente melancólica del lugar. Cuando Cristo se marcha de un lugar, el palacio más suntuoso se convierte en un inhóspito desierto, porque, ¿qué gozo, qué alivio, puede haber donde no está Cristo? Este es el triste resultado de rechazar a Jesús y dejarle a un lado. Pronto no quedaría del lugar santo piedra sobre piedra (Mat 24:2). Cuando Dios se marcha, todos los enemigos se apresuran a llenar el inmenso vacío.

3. Finalmente, aquí está la despedida: Porque os digo que desde ahora no me veréis más, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor (v. Mat 23:39). Esto nos habla:

(A) De la marcha de Jesús. Llegaba el tiempo de dejar el mundo e ir al Padre (Jua 16:28), para no ser visto después sino por los testigos que Dios había escogido de antemano (Hch 10:40-41). Incluso éstos no le vieron sino por unos pocos días (Hch 1:11), pues fue elevado al Cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hch 3:21); es decir, en su Segunda Venida.

(B) De la obstinación y ceguera de ellos: «No me veréis más, a mí que soy la luz del mundo (Jua 8:12), pues estáis ciegos para percataros de lo que es para vuestra paz (Luc 19:42), hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor». La ceguera voluntaria suele ser castigada con la más temible de las cegueras, la ceguera judicial. Durante las siete primeras plagas de Egipto, leemos que Faraón endureció su corazón, pero a partir de la octava, leemos que Dios endureció el corazón de Faraón (comp. Éxo 9:35 con Éxo 10:1). Cuando alguien se obstina en no reconocer a Dios, Dios le entrega a una mente reprobada (Rom 1:28). El silbido del pastor deja de oírse a medida que la oveja se aleja de él. Hasta que digáis; cuando Cristo vuelva con sus ejércitos celestiales (Apo 19:14) los judíos como nación salva (Rom 11:25-26) reconocerán a Jesús, a quien traspasaron, como a un verdadero Mesías, al que otrora rechazaron (Zac 12:10).

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