Mateo 26:17 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de cómo Cristo celebró la Pascua.

I. El tiempo en que Cristo celebró la Pascua fue el tiempo normal que Dios había fijado, y así la celebraban los judíos (v. Mat 26:17): El primer día de la fiesta de los panes sin levadura.

II. El lugar lo indicó Él personalmente a Sus discípulos, a pregunta de ellos (v. Mat 26:17): ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer la Pascua?

1. Ellos daban por supuesto que su Maestro comería la Pascua, aun cuando por entonces era perseguido por los principales sacerdotes, quienes le buscaban para matarle; los discípulos sabían que nada le apartaría del deber, ni por amenazas de fuera ni por temores de dentro.

2. Sabían muy bien que era menester hacer los preparativos, y que eso les competía a ellos: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos? Antes de solemnes celebraciones debe haber solemnes preparativos.

3. Sabían que no tenía casa propia donde comer la Pascua.

4. No iban a elegir un lugar sin que Él les dirigiera, y de Él recibieron la dirección; Él les envió a cierto hombre (v. Mat 26:18), quien probablemente era su amigo y seguidor, y a su casa se invitó a sí mismo e invitó a Sus discípulos.

(A) Decidle: mi tiempo está cerca. Quiere decir el tiempo de Su muerte. Sabía cuándo estaba cerca y, de acuerdo con ello, actuaba. El hombre no conoce su tiempo (Ecl 9:12), y por eso, debe estar siempre vigilante. Pero el Señor Jesús conocía Su tiempo y, por eso, podía comunicar que Su tiempo estaba cerca. Quien hospeda a Cristo en su corazón, conocerá los secretos de Cristo.

(B) Decidle: … en tu casa voy a celebrar la Pascua. Esto era una muestra de Su autoridad, como Señor: no rogó, sino que ordenó el uso de esta casa para Su propósito. Del mismo modo, cuando Cristo, por Su Espíritu, viene a nuestro corazón, pide ser admitido como quien es dueño del corazón y no le puede ser negado. Y los Suyos querrán admitirle porque Él les dará voluntad de hacerlo. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos. Dondequiera es bienvenido Cristo, Él espera que lo sean también Sus discípulos. Cuando tomamos a Dios por nuestro Dios, tomamos a los Suyos como nuestros.

III. Los discípulos hicieron los preparativos (v. Mat 26:19): Y los discípulos hicieron conforme Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Tuvieron el cordero muerto y todo preparado para una solemnidad tan sagrada.

IV. Comieron la Pascua conforme a la Ley (v. Mat 26:20): se sentó a la mesa. Su sentarse denota la compostura de Su mente al iniciar esta solemnidad. Se sentó a la mesa con los doce, sin exceptuar a Judas. Según la Ley, habían de tomar un cordero por familia, los discípulos de Cristo eran Su familia. Aquellos a quienes Dios ha encomendado una familia, deben servir a Dios con ella.

V. A continuación, tenemos la conversación de Cristo con Sus discípulos en la cena de la Pascua. El tema corriente era la liberación de Israel de Egipto (Éxo 12:26-27). Pero ahora estaba a punto de celebrarse la Gran Pascua, y la conversación sobre ella comportaba la omisión del relato de la otra.

1. Primero viene el anuncio de que uno de ellos le iba a entregar: De cierto os digo que uno de vosotros me va a entregar (v. Mat 26:21). Cristo lo sabía. Nosotros no sabemos las aflicciones que nos esperan, ni de dónde nos vendrán, pero Cristo lo sabía todo. Es una muestra de Su gran amor el que conociese todas las cosas que le iban a suceder y que, con todo, no se echara para atrás. Cuando se presentaba la ocasión, hacía que los que estaban en torno de Él lo supieran. Con frecuencia les había dicho que el Hijo del Hombre había de ser entregado; ahora les dice que uno de ellos iba a entregarle.

2. Los sentimientos de los discípulos en esta ocasión (v. Mat 26:22).

(A) Entristecidos en gran manera. Les afligía mucho oír que su Maestro iba a ser entregado. Cuando al principio se lo dijo a Pedro, éste le dijo: en ninguna manera te suceda esto (Mat 16:22). Ahora les afligía aún más oír que uno de ellos le había de entregar. Las almas piadosas se apenan por los pecados de otros, especialmente de quienes han hecho profesión de ser creyentes. Y lo que más les afligía era la incertidumbre de quién de ellos iba a cometer tal acción.

(B) Comenzó cada uno de ellos a decirle: «¿Acaso soy yo, Señor? No sospechaban de Judas. Aunque era un ladrón parece ser que lo disimulaba tan bien, que ninguno de ellos miró hacia él; mucho menos, preguntaron: Señor, ¿es Judas? Cabe la posibilidad de que un hipócrita recorra el mundo entero, y pasar no sólo desapercibido, sino hasta sin sospecha; como la falsa moneda con una imitación tan bien hecha, que a nadie se le ocurre que sea falsa.

Se inclinaban a sospechar de sí mismos, sentían su propia debilidad, y por eso preguntaban al Maestro, quien nos conoce mejor que nosotros mismos: ¿Acaso soy yo, Señor? No sabemos cuán fuerte puede ser la tentación que nos acometa y hasta dónde podríamos llegar si Dios nos dejara de Su mano; por eso, tenemos razones para no pensar altamente de nosotros mismos, sino más bien temer.

3. Reciben mayor información acerca de esto (vv. Mat 26:23-24) cuando Cristo les dice: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. Con esto, les declaraba: (A) Que el traidor era un comensal familiar: uno de los que estaban a la mesa con Él. ¡Tremenda ingratitud, la de comer con Cristo en el mismo plato y hacerle traición! (B) Que esto sucedía conforme a la Escritura, para que así no les extrañase tanto. Cuanto más vemos que se cumplen las Escrituras en nuestras aflicciones, tanto mejor podremos soportarlas. (C) Que al traidor le iba a salir muy cara la operación: ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! Aun cuando Dios cumpla sus propósitos por medio de los pecados de los hombres no por eso es menos calamitosa la condición del pecador.

4. Judas convicto (v. Mat 26:25). También él preguntó: ¿Acaso soy yo, Maestro? Así pensaba evitar toda sospecha, en la cual habría incurrido con su silencio. Bien sabía que él era el traidor, pero quería aparentar ser ajeno al complot. Es de notar que muchos que se sienten condenados por su propia conciencia se las apañan bien para justificarse delante de los hombres, y poner buena cara para decir: ¿Acaso soy yo? Cristo contestó pronto: Tú lo has dicho. Esto era bastante para convencerle y, si su corazón no hubiese estado tan perversamente endurecido, habría sido suficiente para quebrantar su convenio, al sentirse descubierto por su Maestro.

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