Mateo 26:57 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Encausamiento de nuestro Señor Jesús ante el tribunal religioso, delante del gran Sanedrín. Obsérvense:

I. Los componentes del tribunal: Estaban reunidos los escribas y los ancianos (v. Mat 26:57). Reunión ilegal, puesto que era a medianoche. Pero tal era su odio contra Cristo, que, por satisfacerlo, prefirieron estar sentados toda la noche para estar prestos a caer sobre su presa. Allí estaban los escribas: los principales maestros de la Ley, y los ancianos: los principales gobernantes del pueblo; éstos eran los mayores enemigos de Cristo, nuestro gran Maestro y Señor. Estaban en el palacio del sumo sacerdote, Caifás. Ya se habían reunido allí dos días antes (v. Mat 26:3), para tramar el arresto, y ahora se reunían de nuevo para llevar a cabo sus propósitos de acabar con Él. La casa que debía ser el santuario donde se defendiera la inocencia oprimida, se convertía así en el trono donde se perpetrara la iniquidad opresora; no nos ha de extrañar, si la casa de Dios, que era casa de oración, se había convertido en cueva de ladrones.

II. La forma en que llevaron a Jesús ante el tribunal: Los que prendieron a Jesús, le llevaron, con prisa, sin duda, y con violencia. Fue llevado a Jerusalén por la que se llama la puerta de las ovejas pues ésta era la vía de acceso a la ciudad desde el monte de los Olivos; se la llamaba así porque las ovejas destinadas al sacrificio eran introducidas en el templo por esa puerta. Por aquí se ve cuán apropiado era que Cristo fuera introducido en la ciudad por allí.

III. Luego se nos refiere la cobardía y debilidad de Pedro (v. Mat 26:58).

1. Pedro seguía al Señor, pero de lejos. Había en su corazón algunas chispas de amor y afecto hacia su Maestro, y por eso le seguía; pero prevalecía el miedo y la preocupación por su propio bienestar, y por eso le seguía de lejos. Muestra mala condición, y presagia malos resultados, el que quienes profesan ser discípulos de Cristo, no gusten de ser conocidos como tales. Seguir a Cristo de lejos comporta el retirarse poco a poco de Él. Hay gran peligro de volverse atrás, cuando le hay incluso en mirar atrás.

2. Le seguía, pero, entrando, se sentó con los guardias. Entró allá donde había un buen fuego y se sentó con los guardias, no para silenciar los reproches de ellos, sino para resguardarse él a sí mismo. Fue presunción de parte de Pedro el meterse así en la tentación; quien obra de este modo, se priva a sí mismo de la protección de Dios.

3. Le seguía, pero sólo para ver el final, llevado de su curiosidad, más bien que de su conciencia; estaba presente como espectador, no como discípulo. Es probable que Pedro entrase por ver si Cristo escapaba milagrosamente de las manos de sus enemigos, ya que antes había derribado en tierra a los que venían a arrestarle. Si así fue, Pedro cometió una gran necedad al esperar ver otro resultado que el que el Señor Jesucristo había anunciado, a saber, que tenía que ser llevado a la muerte. Debemos preocuparnos más de prepararnos para el final, sea éste cual sea que de inquirir por curiosidad cuál será el final. A nosotros nos compete cumplir con nuestro deber; de los resultados se encarga Dios.

IV. Jesús ante el tribunal religioso.

1. Buscaron testigos contra Él. Los crímenes de que le acusaban eran falsa doctrina y blasfemia, e hicieron el máximo esfuerzo para que quedase convicto de ellos.

(A) Buscaban pruebas: buscaban un falso testimonio contra Jesús (v. Mat 26:59). Después de arrestarle, atarle, maltratarle, todavía buscan testigos para encausarle, y no hallan pruebas para su procesamiento. Anuncian públicamente que, si alguien puede presentar información contra el preso ante el tribunal, estaban dispuestos a recibirla; y en seguida se presentaron muchos testigos falsos (v. Mat 26:60).

(B) Su poco éxito en tal investigación. Por mucho que lo intentaban, no conseguían obtener nada en limpio entre tantos falsos testimonios, hasta que, por fin, llegaron dos testigos, también falsos, pero que, al parecer, se habían puesto de acuerdo para presentar evidencia contra Él.

El testimonio que presentaron contra Él es que había dicho:

Puedo derribar el templo de Dios, y reedificarlo en tres días (v. Mat 26:61). Con esto querían acusarle:

(a) De ser enemigo del templo, pues procuraba destruirlo.

(b) De emplear artes mágicas, u otro recurso cualquiera de la misma especie, para poder reedificar el templo en tres días. Pero es de notar:

Primero, que sus palabras eran tergiversadas, puesto que Él había dicho: Destruid este templo (Jua 2:19), y ellos juran que había dicho: puedo destruir este templo, como si tuviese intención de hacerlo. Él había dicho: y en tres días lo levantaré frase muy apropiada para referirse a un templo viviente (= lo resucitaré). Pero ellos le citan como que ha dicho: en tres días lo reedificaré, lo cual cuadra mejor a un templo material.

Segundo, que sus palabras habían sido mal interpretadas, pues Juan (Jua 2:21) añade que «se refería al templo de Su cuerpo», pero ellos juraron que había dicho el templo de Dios, lo que significaba el Lugar Santo. Siempre ha habido, y todavía las hay, tales distorsiones de los dichos de Cristo para su propia destrucción (2Pe 3:16). Él fue acusado para que nosotros no fuésemos condenados. Y, si alguien, en alguna ocasión, no sólo dice, sino que jura algo falso contra nosotros, recordemos que no podemos esperar mejores cosas que nuestro Maestro.

(C) Cristo calla bajo tales acusaciones, con gran sorpresa del tribunal (v. Mat 26:62). El sumo sacerdote, juez del tribunal, se levanta acalorado y le dice: «¿No respondes nada? Ya ves cómo te acusan, ¿qué tienes que decir a tu favor?» Mas Jesús callaba (v. Mat 26:63), no porque no tuviese nada que decir, o no saber cómo decirlo, sino para que se cumpliese la Escritura: Como un cordero que es llevado al matadero y delante del carnicero, tampoco Él abrió su boca (Isa 53:7). Callaba, porque había llegado su hora; no quiso negar el cargo que se le hacía, porque estaba dispuesto a someterse a la sentencia. Calló ante el tribunal humano, para que nosotros podamos decir algo ante el tribunal divino.

2. Entonces le conjuraron a contestar, y procuraban, contra la ley de toda equidad, a que se acusase a sí mismo. Nos es referido el interrogatorio que le hizo el sumo sacerdote. Le preguntó: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios? Es decir, ¿pretendes ser el Hijo de Dios? Pues de ningún modo estaban dispuestos a considerar si era verdad, dijese Él lo que dijese. Sólo querían oírlo de Sus labios para poder así acusarle de falsario y blasfemo. ¡Hasta qué punto pueden el orgullo y la perversidad conducir a los hombres! La pregunta se hace en el tono más solemne: Te conjuro por el Dios viviente que nos digas. No que Caifás tuviese ningún respeto por el nombre de Dios pues lo estaba tomando en vano; sólo deseaba ganar el pleito contra el Señor Jesús; si Jesús rehusaba ahora responder a estas palabras, le habían de acusar de despreciar el nombre bendito de Dios.

Veamos la contestación de Cristo a esta pregunta, (v. Mat 26:64). En ella:

(A) Confiesa ser el Cristo, el Hijo de Dios: Tú lo has dicho. Es decir: Así es, como acabas de decir, pues en Marcos leemos: Yo soy.

(B) Y añade: Además os digo que, a partir de ahora, veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo sobre las nubes del Cielo. Como si dijese: «Aunque ahora me veáis así, tan bajo y sumiso, llega el día, sin embargo, en que me veréis aparecer de modo muy diferente». La ya próxima destrucción de la nación judía sería un tipo y anticipo de Su futura Venida. Les dice:

Primero, a quién verán: al Hijo del Hombre. Al haber confesado ser el Hijo de Dios, aun en Su estado de humillación, habla de sí como el Hijo del Hombre, aun en Su estado de exaltación, ya que en una sola persona tenía estas dos naturalezas distintas: la divina y la humana. Es Emanuel: Dios con nosotros.

Segundo, en qué postura le verán: Sentado a la diestra del Poder. Aunque ahora le veían como un reo ante el tribunal, después le verían sentado en el trono. Viniendo en las nubes del cielo. Ya les había hablado de este día a los discípulos, no hacía mucho, para consuelo de ellos, y les había exhortado a que levantasen sus cabezas de gozo ante tal perspectiva (Luc 21:27-28). Ahora lo declara a Sus enemigos, no para gozo, sino para terror.

V. La convicción contra Él, tras este interrogatorio: El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras (v. Mat 26:65), según la costumbre de los judíos cuando oían o veían algo, de palabra u obra, que ellos consideraban como un insulto contra Dios.

1. El crimen del que fue hallado reo: ¡Ha blasfemado! Al ser hecho pecado por nosotros (2Co 5:21), Cristo fue condenado por blasfemo por la verdad que acababa de pronunciar.

2. La evidencia por la que fue hallado reo: Ahora mismo habéis oído su blasfemia. «¿Para qué nos vamos a tomar la molestia de buscar más testigos?» Así, pues, de Su propia boca fue juzgado ante el tribunal porque de nuestra boca seremos juzgados ante el tribunal de Dios (Mat 12:37). No es menester que haya testigos contra nosotros, nuestra propia conciencia nos acusará con más justicia y propiedad que millares de testigos.

VI. La sentencia que pronunciaron contra Él a base de tal convicción (v. Mat 26:66). Veamos cómo:

1. Caifás apela a la audiencia: ¿Qué os parece? Después que ya había prejuzgado la causa y le había declarado reo de blasfemia, entonces, al aparentar que deseaba recibir consejo, pide el parecer de sus compañeros. Sabía que, con la autoridad que le confería el puesto que ocupaba, podía persuadir a los demás y, por eso, expresa su juicio, y da por sentado que los demás han de ser de la misma opinión.

2. Los demás asienten con él: ¡Es reo de muerte! Quizá no todos estuvieron de acuerdo; al menos, es cierto que José de Arimatea, si estuvo presente, no estuvo de acuerdo (Luc 23:51). Lo mismo podemos decir de Nicodemo y, quizá, de otros también; sin embargo, la mayoría llevaron adelante su plan. Aunque carecía de potestad para condenar a muerte, un juicio como el que habían emitido era suficiente, ya fuese para exponerlo a la furia tumultuosa del pueblo, como ocurrió con Esteban, o a la denuncia ante el gobernador, como ocurrió con Jesús.

VII. Los abusos e indignidades que cometieron contra Él, una vez que fue pronunciada la sentencia (vv. Mat 26:67-68); como no tenían poder para condenarle a muerte, y no estaban todavía seguros de si podrían prevalecer sobre el gobernador para que consintiese en su ejecución, le hacen objeto de todo género de ultrajes, ahora que le tienen en sus manos. Le tratan, no sólo como a quien es reo de muerte, sino como si la sentencia de muerte fuese todavía poco para Él. Véase cómo abusaron de Él:

1. Le escupieron al rostro. Esta es una expresión del mayor desprecio y de la mayor indignación posibles, considerándole más despreciable que el suelo mismo que pisaban. Con todo, Cristo se sometió a esto. La vergüenza más ignominiosa fue lanzada a Su rostro, para que el nuestro no se llene de perpetua vergüenza.

2. Le dieron de puñetazos, y otros le abofetearon. Al ultraje añadieron tormento físico, porque ambos son secuela del pecado, y Él había venido a hacer expiación por el pecado.

3. Le incitaban a que adivinase quién le golpeaba, después de ven darle los ojos: Profetízanos, Cristo, ¿quién es el que te golpeó? Hicieron burla y juego con Él, como los filisteos con Sansón. Grave cosa es burlarse de quienes se hallan en condición miserable pero mucho peor es jugar burlescamente con ellos en medio de su miseria. Habían oído que era un profeta, y pretendían averiguarlo con este juego indigno; como si la divina omnisciencia tuviese que rebajarse a un juego de niños.

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