Mateo 26:69 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos el relato de las negaciones de Pedro, lo cual constituyó una parte de los sufrimientos de Cristo. Observemos cómo cayó, y cómo se levantó en su arrepentimiento.

I. Su pecado. La ocasión próxima del pecado de Pedro: Se sentó fuera en el palacio, entre los sirvientes del sumo sacerdote. Las malas compañías son para muchos ocasión de pecado, y quienes se lanzan innecesariamente al peligro, pisan terreno del diablo; a duras penas pueden salir de tal compañía indemnes de pecado o de pesar, o de ambas cosas a la vez. Sobrevino la tentación cuando fue reconocido como un seguidor de Jesús de Galilea. Primero, una criada; después, otra; finalmente, el resto de los sirvientes le acusaron de ello: Tú también estabas con Jesús el galileo (v. Mat 26:69). Y de nuevo: También éste estaba con Jesús el nazareno (v. Mat 26:71). Y otra vez: De seguro que tú también eres uno de ellos porque hasta tu manera de hablar te descubre (v. Mat 26:73). ¡Felices aquellos a quienes, en medio de todo, su acento galileo les descubre como seguidores del nazareno! Obsérvese con qué desprecio hablan de Cristo: Jesús el galileo, el nazareno, desdeñándole juntamente con el territorio del que procedía. Véase también con qué desdén hablan de Pedro, éste fulano; como si considerasen indigno de ellos el tener a tal hombre acompañándoles. Es de considerar también el pecado mismo: Al verse acusado de ser uno de los discípulos de Cristo, lo negó, avergonzado y temeroso de serlo. En la primera mención que se le hizo, respondió: No sé lo que dices (v. Mat 26:70). ¡Mala salida era pretender que no había entendido la acusación! Ya es grave falta hacer como que no entendemos o no pensamos ni recordamos lo que se nos dice o lo que percibimos; esta es una manera de mentir a la que estamos más inclinados que a ninguna otra, porque en esto es difícil demostrarle a una persona que está equivocada. Pero todavía es más grave el avergonzarse de Cristo y disimular que le conocemos, pues esto es, en realidad negarle. Al segundo ataque, Pedro contestó lisa y llanamente: No conozco a ese hombre (v. Mat 26:72). ¿Cómo es eso, Pedro? ¿Es posible que dirijas tu mirada a ese preso que está ante el tribunal, y digas que no lo conoces? ¿Has olvidado ya el afecto y todas las delicadezas que has tenido con Él, y la íntima comunión de que has disfrutado en su compañía? ¿Puedes mirarle a la cara, y te atreves a decir que no le conoces? Al tercer asalto, comenzó a maldecir y a jurar: No conozco a ese hombre (v. Mat 26:74). Esto fue lo peor de todo y demuestra cuán inclinada es la pendiente del pecado. Parece como si el antiguo pescador no hubiese olvidado su terrible léxico de lobo de mar. Maldijo y juró: 1. Para respaldar sus negaciones y ganar crédito ante aquella gente, a sabiendas de que estaba mintiendo.

Siempre hay motivo para dudar de la verdad que, para ser creída, necesita ir acompañada de juramentos e imprecaciones. Sólo las expresiones diabólicas necesitan pruebas también diabólicas. 2. Quiso dar evidencia de que no era discípulo de Cristo, y empleó un len guaje que no era propio de un discípulo de Jesús.

Esto está escrito como un aviso para nosotros, a fin de que no pequemos a imitación de Pedro; para que nunca, nunca, ni directa ni indirectamente, neguemos a nuestro Señor y Salvador, sintiéndonos avergonzados de Él y de Sus palabras. Este pecado tenía como agravante el que quien lo cometió era un apóstol; más aún uno de los tres primeros y más distinguidos por Cristo. Cuanto más alta es la profesión que hacemos de nuestra religión, tanto más grave es nuestro pecado en todo lo que hacemos e indigno de nuestra profesión. ¡Y cómo le había amonestado su Maestro acerca de este peligro! Tan solemnemente había prometido al Maestro, la noche anterior, que le había de seguir a pesar de todos los pesares: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré», y ¡cuán pronto había caído en este pecado después de la Cena del Señor! Después de recibir tan inestimable prueba del amor redentor, en aquella misma noche, y ahora, antes de amanecer, ¡volverle la espalda al Señor tan rápidamente! La tentación había sido relativamente débil; no había sido el juez, ni un oficial de la corte, quien le había denunciado como discípulo de Jesús, sino un par de necias criadas; con todo, una y otra vez negó a su Señor; incluso después de haber cantado el gallo, continuó en la tentación, y por segunda y tercera vez reincidió en el pecado.

De esta forma se fue agravando el pecado; pero, por otra parte, había la atenuante de que todo esto lo dijo en su apresuramiento por salir del paso; cayó en el pecado, al ser tomado por sorpresa por la tentación; no como Judas, que tramó de intento la traición. Es cierto que la negación salió de su boca, pero no podemos decir que estuviese asentada en su corazón.

II. El arrepentimiento que Pedro tuvo de su pecado (v. Mat 26:75).

1. Qué fue lo que condujo a Pedro al arrepentimiento.

(A) Cantó el gallo (v. Mat 26:74). La palabra de Cristo tiene poder para poner una determinada significación sobre cualquier señal que tenga a bien escoger. El canto del gallo pudo hacer en Pedro las veces de un Juan el Bautista, la voz de uno que llama a arrepentirse. La conciencia debería ser para nosotros como el canto del gallo, para hacernos recordar algo que habíamos olvidado. Cuando dentro del corazón late un principio vivo de gracia, aunque de momento se vea sobrepujado por la tentación, una pequeña insinuación puede servir, cuando Dios la introduce, para apartarnos de una senda desviada. Aquí, el simple canto de un gallo fue una oportunidad feliz para que un alma se recobrara. Cristo viene, a veces en Su misericordia al canto del gallo.

(B) Se acordó de la palabra de Jesús; esto le hizo volver en sí y reconocer su ingratitud hacia Jesús. Nada debería apesadumbrarnos tanto como el haber pecado contra la gracia del Señor y las señales que nos ha dado de Su amor.

(C) Lucas, que asegura haber recibido información de primera mano, nos refiere (Luc 22:61) que el Señor se volvió, y miró a Pedro. Esta mirada del Maestro, llena de amargura pero también de ternura, debió de causar un tremendo impacto en el corazón de Pedro, ya rendido por el canto del gallo.

2. Cómo expresó Pedro su arrepentimiento: Saliendo fuera, lloró amargamente.

(A) Su arrepentimiento fue secreto; salió fuera del atrio del sumo sacerdote, muy apenado de haber entrado allí. Ya había salido antes al portal (v. Mat 26:71); y si entonces se hubiese marchado de una vez, habría evitado su segunda y su tercera negación. Ahora sí que se marchó para no volver a entrar.

(B) Su arrepentimiento fue serio: lloró amargamente. El dolor por el pecado no debe ser ligero, sino grande y profundo. Quienes se han deleitado en la dulzura del pecado tienen que llorarlo con amargura, porque, tarde o temprano, el pecado se ha de tornar en amargura. Este dolor profundo es un requisito para poner de manifiesto que se ha efectuado un genuino cambio de mentalidad. Pedro, que tan amargamente lloró por haber negado a Cristo, nunca volvió a negarle, sino que le confesó abiertamente, una y otra vez, y en la boca misma del peligro. El verdadero arrepentimiento del pecado tiene su mejor evidencia en un cambio radical de conducta, como respuesta obediente a las gracias que el Señor nos concede para el cumplimiento de nuestro deber. Una antigua tradición nos refiere que, durante toda su vida, siempre que oía el canto del gallo, Pedro derramaba copiosas lágrimas, hasta formarle surcos en las mejillas. El recuerdo mismo de nuestros pecados debería avivar nuestro arrepentimiento pero no para obstaculizar, sino para incrementar, nuestro gozo en el Señor y en su gracia misericordiosa.

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