Mateo 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Relato de la predicación y del bautismo de Juan.

I. El tiempo en que apareció. En aquellos días (v. Mat 3:1) o después de aquellos días, mucho después de lo narrado en el capítulo anterior, que se refería a la infancia de Jesús. En aquellos días significa también: en el tiempo fijado por el Padre para el comienzo de la predicación del Evangelio, cuando el tiempo se había cumplido. Tanto de Juan como de Jesús se dijeron cosas gloriosas, en su nacimiento y antes de su nacimiento, que habrían dado ocasión de esperar muestras extraordinarias de la presencia y el poder divinos en ellos ya en su juventud; pero no fue así. Excepto la disputa de Cristo, cuando tenía doce años, con los doctores en el Templo, nada importante se nos dice de ellos hasta que llegaron a la edad de treinta años. Aparte de que, antes de esa edad, ambos cumplían la voluntad de Dios en sus respectivos lugares, está el hecho de que los judíos no habrían admitido como predicadores autorizados a quienes no tuviesen la edad «canónica» rabínica y sacerdotal.

Mateo no dice nada de la concepción ni del nacimiento de Juan el Bautista, lo cual es referido con todo detalle por Lucas, sino que lo presenta ya en su plena madurez, como llovido del Cielo para predicar en el desierto. Después de Malaquías no hubo ningún otro profeta, ni quien pretendiese serlo, hasta Juan el Bautista.

II. El lugar donde apareció primero: En el desierto de Judea. No se trata de un desierto completamente deshabitado, sino de una parte del país no tan poblada como las demás, ya que había allí seis ciudades con sus aldeas correspondientes. Fue en estas ciudades y aldeas donde Juan anduvo predicando. La Palabra de Dios vino a Juan en un desierto. No hay ningún lugar tan cerrado que pueda excluir las visitas de la gracia divina. Fue en este desierto de Judá donde David escribió el Sal 63:1-11, que tanto habla de la dichosa comunión que tuvo con Dios (Ose 2:1-23; Ose 3:1-5; Ose 4:1-19; Ose 5:1-15; Ose 6:1-11; Ose 7:1-16; Ose 8:1-14; Ose 9:1-17; Ose 10:1-15; Ose 11:1-12; Ose 12:1-14; Ose 13:1-16; Ose 14:1-9). Juan el Bautista era sacerdote aarónico, pero lo hallamos, no oficiando en el Templo, sino predicando en el desierto; en cambio, Cristo, que no era descendiente de Aarón, se presenta con frecuencia en el Templo, y sentado allí como quien tiene autoridad. Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis (Mal 3:1); esto está escrito de Cristo, no del mensajero, el cual preparará el camino.

El comienzo del Evangelio en un desierto lleva ánimos a los desiertos del mundo gentil: Se alegrarán el desierto y el sequedal (Isa 35:1).

III. Su predicación. Esta fue la ocupación de Juan, puesto que el reino de Cristo ha de establecerse mediante la locura de la predicación.

1. La doctrina que predicó fue la del arrepentimiento: Arrepentíos (v. Mat 3:2). La predicó, no en Jerusalén, sino en el desierto de Judea, entre la gente sencilla del pueblo, porque incluso quienes se creen a salvo de las tentaciones y alejados de las vanidades y de los vicios de las grandes ciudades, no se pueden lavar las manos en inocencia, sino que han de hacerlo en arrepentimiento. El cometido de Juan era llamar a los hombres a que se arrepintiesen de sus pecados. La palabra griega para arrepentirse significa cambiar de mentalidad. Así, pues, Juan venía a decirles: «Cambiad de mentalidad; pensáis erróneamente; pensad de nuevo y pensad correctamente». El cambio de mentalidad provoca un cambio de conducta. Los que tienen sincero pesar por lo malo que han hecho, tendrán cuidado de no volver a hacerlo. Este arrepentimiento es un deber necesario y general, en obediencia al mandamiento de Dios (Hch 17:30); también es una preparación necesaria para disfrutar de los consuelos del Evangelio de Cristo. Hay que buscar la herida para que pueda ser sanada.

2. El argumento que usaba para inducir al arrepentimiento era: Porque el reino de los cielos se ha acercado. Es un reino del que Cristo es el Soberano. Es reino de los cielos, no de este mundo. Juan lo predicó como que estaba cerca, al alcance de la mano; en él van entrando cuantos se arrepienten y creen en el Evangelio (Mar 1:15). (A) Esto es un gran incentivo para arrepentirse. No hay nada tan eficaz como la consideración de la gracia divina para quebrantar los corazones por el pecado y para apartarse del pecado. La bondad es conquistadora. Una bondad de la que se ha abusado es capaz de humillar nuestra cabeza y derretirnos el corazón, y pensar: ¡Qué malvado he sido para pecar contra tal gracia, contra la ley y el amor de tal reino! (B) La proclamación del perdón descubre y detiene al malhechor que antes huía y se escondía. Así somos atraídos a Jesús con cuerdas de amor (v. Jua 6:44 y el sublime comentario de Agustín de Hipona a este versículo).

IV. Se cumplió en él la profecía (v. Mat 3:3). De él se habla al principio de aquella parte de la profecía de Isaías que más tiene que ver con el tiempo del Evangelio y con la gracia del Evangelio (v. Isa 40:3-4). Se habla aquí de Juan:

1. Como de la voz de uno que grita en el desierto. Juan mismo dijo de sí: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto (Jua 1:23). Dios es el que habla y da a conocer Su pensamiento por medio de Juan, como un hombre lo hace por medio de su voz. Es voz de uno que grita, para despertar y alertar del peligro y del remedio. Cristo es llamado el Verbo, vivo, distinto, articulado y con mensaje instructivo y salvador. Juan, la voz en grito, despierta la atención de los hombres; Cristo, el Verbo, les instruye.

2. Como alguien cuyo cometido es preparar el camino del Señor y enderezar sus sendas. (A) Así lo hizo a los hombres de su generación. En aquel tiempo y en la nación de Israel, todo estaba fuera de lugar. La gente en general estaba extremadamente orgullosa de sus privilegios, pero insensible al pecado; y, aunque humillada por la providencia divina bajo el yugo extranjero, hecha una provincia romana, no era humilde. Entonces Juan es enviado para rebajar estas montañas, y echar abajo la alta opinión que tenían de sí mismos. (B) Su mensaje de arrepentimiento y humildad es ahora tan necesario como entonces. Hay mucho por hacer para dar a Cristo entrada en un corazón y, para ello, nada hay tan necesario como el descubrimiento del pecado y la convicción de nuestra insuficiencia en cuanto a la justicia propia (v. Rom 10:1-2). Los caminos del pecado y de Satanás son caminos torcidos; para preparar el camino a Cristo, las sendas deben ser enderezadas.

V. El atuendo con que apareció, su figura y su estilo de vida (v. Mat 3:4). Era grande a los ojos de Dios, pero vil y despreciable a los ojos del mundo; como lo fue Cristo mismo (Isa 53:2-3).

1. Su vestido no podía ser más sencillo: Tenía el vestido hecho de pelos de camello, y un cinto de cuero alrededor de sus lomos; al vivir en la campiña, su hábito correspondía a su habitación. Nos va bien acomodarnos al lugar y a la condición en que Dios, en su providencia, nos ha colocado. Juan apareció vestido de esta manera: (A) Para mostrar que estaba crucificado a este mundo, a sus pompas y deleites. (B) Para mostrar que era profeta, pues los profetas llevaban mantos vellosos (Zac 13:4).

2. Su dieta era también sencilla: Su comida era langostas y miel silvestre. Estas langostas son insectos volátiles parecidos a nuestros saltamontes, permitidos como limpios según la Ley (Lev 11:22) y muy apreciados entonces como alimento. Miel silvestre era la que abundaba en la tierra de Canaán (1Sa 14:26). Esto indica que su comida era muy frugal, bastándole con poco cada vez, pues una persona necesitaría mucho tiempo hasta llenar su estómago de langostas y miel silvestre, y Juan estaba tan absorto en las cosas espirituales que apenas encontraba tiempo para una comida formal. Quienes desempeñan el ministerio de incitar a otros a dolerse del pecado y a dar muerte a las obras de la carne, es menester que ellos mismos vivan sobriamente, y se nieguen a sí mismos. Para Juan, cada día era día de ayuno. La convicción de la vanidad del mundo y de las cosas que hay en él es la mejor preparación para desear de corazón el reino de los cielos. Bienaventurados los pobres en el espíritu (Mat 5:3).

VI. La gente que acudía a él: Acudían a él de Jerusalén, de toda la Judea, y de toda la región de alrededor del Jordán (v. Mat 3:5). Grandes multitudes venían a él de la ciudad y de todas las partes del país. Esto era un gran honor para Juan, aunque él no lo buscaba. Con frecuencia, quienes no apetecen ni la sombra del honor son los que mayor honor verdadero reciben, pues la gente los estima y respeta en su interior más de lo que puede imaginarse. Esto dio a Juan una gran oportunidad de hacer el bien, y demostró que Dios estaba con él. Era opinión general que el reino de Dios estaba para aparecer. Por eso había quienes pensaban que Juan era el Cristo (Luc 3:15). Quienes querían beneficiarse del ministerio de Juan, tenían que salir con él al desierto «llevando su vituperio» (v. Heb 13:13). Los que quieren aprender la doctrina del arrepentimiento tienen que salir de la prisa y del ruido del mundo en busca de la del espíritu. Por los resultados que se echan de ver, de los muchos que salían al bautismo de Juan, pocos se adhirieron en realidad a él. Es posible encontrar una multitud de oyentes de primera fila, aunque entre ellos se hallen muy pocos creyentes verdaderos.

VII. El rito o ceremonia con que admitía discípulos (v. Mat 3:6). Quienes recibían su enseñanza y se sometían a su disciplina, eran bautizados por él en el Jordán. Daban testimonio de su arrepentimiento confesando sus pecados. Los judíos estaban acostumbrados a justificarse a sí mismos; pero Juan les enseña a acusarse a sí mismos. Para obtener la paz interior y el perdón de los pecados es menester arrepentirse y confesar el pecado, pues sólo quienes son conducidos a sentir pesar y vergüenza de sus propias culpas quedan bien dispuestos a recibir a Jesucristo como su Justicia (v. 1Jn 1:9). Los beneficios del reino de los cielos, que ahora estaba al alcance de la mano, eran sellados sobre ellos por medio del bautismo. Juan los bautizaba con agua, en señal de que Dios les limpiaría de todas sus iniquidades. Se trata de un bautismo de arrepentimiento (Hch 19:4). El pueblo de Israel había sido bautizado en Moisés (1Co 10:2). La ley ceremonial consistía en diversas abluciones (Heb 9:10) pero el bautismo de Juan apuntaba a la ley sanadora, la del arrepentimiento y la fe. Por el bautismo les obligaba a emprender una vida santa, de acuerdo con la profesión que habían hecho. La confesión del pecado debe ir siempre acompañada de santas resoluciones.

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