Mateo 4:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Aquí tenemos el famoso duelo, mano a mano, entre Cristo y el Gran Dragón, entre la descendencia de la mujer y la serpiente antigua (Gén 3:15), en el cual, como un anticipo de la lucha final, vemos a la descendencia de la mujer que es tentada, como herida en el calcañar, pero sale victoriosa.

I. El tiempo en que ocurrió la tentación. Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, leemos que Cristo fue tentado. La investidura del Espíritu le preparó para la lucha con Satanás. 1. Los grandes privilegios y las especiales señales del favor de Dios no nos eximen de la tentación. Antes bien: 2. Después de los grandes honores que Dios nos concede, debemos esperar algo que sirva para mantenernos en humildad. 3. Dios acostumbra a preparar a sus hijos para la prueba, antes de meterlos en ella. 4. La seguridad de nuestra filiación divina es la mejor preparación para soportar la prueba.

Entonces dice el texto . Precisamente entonces, cuando acababa de ser bautizado, y el Padre le había mostrado su complacencia, fue tentado. Después que hemos sido admitidos a la comunión con Dios hemos de esperar el ataque de Satanás. El alma enriquecida debe redoblar la guardia, pues el diablo tiene un empeño especial y rencoroso en atacar a las personas útiles, que no sólo son buenas, sino que se dedican a hacer el bien, en particular cuando acaban de escaparse de sus garras, o cuando comienzan a dedicarse de lleno al Señor. Que los nuevos cristianos, así como los jóvenes ministros de Dios, tomen buena nota de esto, y se armen en consecuencia de toda la armadura de Dios (v. Efe 6:10-18).

II. El lugar en que ocurrió la tentación: en el desierto. Después de algún servicio en la obra del Señor, o de alguna señal especial del favor de Dios, es conveniente retirarse por algún tiempo, para no perder, en medio de la ruidosa multitud o de la prisa de los negocios seculares, lo que acabamos de recibir. Cristo se retiró al desierto: 1. Para su propio beneficio. El retiro da oportunidad para la meditación y la comunión íntima con Dios; y cuantos son llamados a una vida de gran actividad deben tener sus horas de contemplación, y encontrar tiempo para estar a solas con Dios, pues no es posible hablar a otros convenientemente de las cosas de Dios, si antes no nos hemos penetrado de esas mismas cosas en secreto, ya que, por nosotros mismos, no somos fuentes, sino depósitos y canales, de vida espiritual; tanto daremos cuanto tengamos, y si no tenemos nada, mal podremos comunicar algo. 2. Para dar ventaja al tentador. Aunque la soledad es un buen amigo para los buenos corazones, el diablo sabe cómo aprovecharse de ella en contra nuestra. Quienes, bajo pretexto de santidad y devoción, se retiran a cuevas y desiertos, se encuentran con que no han escapado del alcance de sus enemigos espirituales, y echan de menos el beneficio de la comunión fraternal. Cristo se retiró al desierto: (A) Para que Satanás pudiese emplear sus peores armas, con lo que la victoria de Jesús sería más gloriosa. (B) Para tener la oportunidad de demostrar la gran fuerza que le comunicaba el Espíritu y ser exaltado en una victoria conseguida sin ayuda de ningún otro ser humano.

III. Los aprestos para la lucha. Estos eran dos:

1. Jesús fue llevado al combate: Fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. El mismo Espíritu que había descendido sobre Él como una paloma para infundirle mansedumbre, le infundió también bravura y osadía. Si Dios, en su providencia, nos pone en circunstancias propicias para la tentación a fin de probarnos, no nos ha de parecer cosa extraña, sino que hemos de prepararnos, velar y resistir firmes en la fe (1Pe 4:12; 1Pe 5:8-9); así, todo irá bien. Adondequiera que el Señor nos lleve, podemos esperar que Él irá con nosotros, y nos proporcionará fuerza suficiente Para ser más que vencedores (Rom 8:37; 1Co 10:13).

Cristo fue llevado para ser tentado por el diablo, y sólo por él. Los demás somos tentados, cuando somos atraídos y seducidos por nuestra concupiscencia (Stg 1:14), pero Jesús carecía de concupiscencia, ya que su naturaleza humana fue preservada de la corrupción en el primer momento de su concepción, por la acción santificante del Espíritu (Luc 1:35). Su corazón podía compararse a un vaso de agua limpia, sin posos de corrupción; podía ser agitado, pero no enturbiado; mientras que el nuestro, cuando somos tentados, no sólo es agitado, sino también enturbiado.

Por otro lado, la tentación de Cristo es: (A) Un ejemplo de condescendencia en su estado de humillación. (B) Un caso de identificación. Nuestro Gran Sumo Sacerdote había de ser tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb 4:15, comp. con Mat 2:17-18). (C) Una ocasión de confundir a Satanás. No hay victoria sin combate. Cristo fue tentado para derrotar al tentador. (D) Para consuelo y estímulo de todos los hijos de Dios. En la tentación de Cristo se echa de ver que nuestro gran enemigo no es invencible. Aunque es un fuerte armado, el Autor y Capitán de nuestra salvación es más fuerte que él. Es un gran consuelo para nosotros saber que Cristo sufrió, siendo tentado, pues así vemos que las tentaciones, si no consentimos en ellas son sólo aflicciones, pero no pecados. Como alguien ha dicho, «no podemos impedir que un pájaro vuele en torno de nuestra cabeza, pero sí que haga un nido en nuestro pelo».

2. Mantuvo una dieta apropiada para el combate, como hacen los atletas, quienes en todo ejercitan el dominio propio (1Co 9:25); pero Cristo extremó dicho dominio, pues ayunó cuarenta días y cuarenta noches, no porque necesitase mortificar su carne, ya que carecía de corrupción en su naturaleza, sino para mejor darse a la oración y como ejemplo para nosotros. Es de notar que, mientras estuvo ayunando, no pasó hambre, su íntima comunión con el Padre le servía de alimento (v. Jua 4:34), pero al final tuvo hambre, para mostrar que era hombre real y verdadero. El primer Adán cayó al comer (y también nosotros pecamos a veces en la comida y bebida); el postrer Adán venció al no comer.

IV. Las tentaciones mismas. El objetivo principal de Satanás al tentar a Jesús, fue desviarle del plan que el Padre había programado para Él, haciendo así que pecase contraviniendo la voluntad de Dios, y tornándose incapaz para ser sumo sacerdote santo y víctima sacrificial sin mancha, ofrecida por el pecado del mundo. Así intentaba llevar a Jesús al mismo estado de ánimo que causó la ruina de nuestros primeros padres. En efecto, procuraba inducirle a, 1. hacerle desconfiar de la bondad del Padre; 2. poner a prueba innecesaria el poder de Dios Mat 4:3. arrebatar al Padre el honor que le pertenece, entregándoselo al diablo. Las dos primeras tentaciones eran tan astutas, que se necesitaba gran sabiduría para discernirlas; la tercera era tan fuerte, que se necesitaba mucha resolución para resistirla.

1. Primero le tentó a desconfiar de la bondad de su Padre y del cuidado que el Padre tenía de Él.

(A) Véase cómo fue propuesta la tentación: Se le acercó el tentador (v. Mat 4:3). El tentador se acercó a Cristo y tomó una forma visible. Si el Diablo puede transformarse en ángel de luz, como dice Pablo, de seguro que lo hizo ahora, al pretender hacerse pasar por una especie de ángel de la guarda.

Obsérvese la astucia del tentador, al conectar esta tentación con lo que precede inmediatamente en el texto sagrado, para hacerla más fuerte: (a) Cristo comenzaba a tener hambre por lo que parecía muy apropiado usar su poder divino para convertir las piedras en pan, y satisfacer así su necesidad apremiante. La necesidad extrema y la pobreza son gran tentación para el descontento, la incredulidad y el empleo de medios ilegales para salir del apuro, bajo pretexto de que la necesidad no tiene ley. Por consiguiente, los que se hallan en tal aprieto, necesitan doble precaución; es preferible morir de hambre que vivir de pecado. (b) Cristo fue declarado después el Hijo de Dios, y el diablo se apoya en este título para comenzar la tentación. Como si dijese: Puesto que eres el Hijo de Dios, tienes poder para hacer esto por tu propia cuenta. Además, según Isa 49:10, la promesa de «no tendrán hambre ni sed» entraba dentro del plan de salvación para los tiempos mesiánicos, así como, en Jua 6:30 y siguientes, la muchedumbre desafía a Jesús a que demuestre su mesianidad y que haga descender pan del cielo, como lo había hecho Moisés. (c) ¿El heredero de todas las cosas había de estar reducido a tal aprieto? «O Dios no es tu Padre viene a decirle Satanás o no te tiene mucho afecto». Lo primero que Satanás intenta es hacer que los hijos de Dios desconfíen de la bondad de su Padre. Los problemas y aflicciones que sufrimos le sirven de argumento poderoso para hacernos dudar de si somos hijos de Dios o no. Para responder a esta tentación hay que estar dispuesto a decir, como Job, «aunque Él me mate, en Él esperaré» (Job 13:15). El Padre había dicho poco antes: Este es mi Hijo Amado, en quien he puesto mi complacencia (Mat 3:17); el diablo viene a decirle: Probablemente no lo dijo; o si lo dijo, no es verdad. No hay cosa que haga tanto daño como haber concebido una falsa imagen, un concepto falso, del ser y de los atributos de Dios. (d) En fin, Satanás parece también decirle: «Ahora tienes una oportunidad de demostrar que eres el Hijo de Dios, ordenando que estas piedras se conviertan en panes». No le dice: «Ruega a tu Padre que las convierta en panes», sino: «Di que se conviertan en panes; si tu mismo Padre te ha abandonado, arréglatelas por ti mismo y no dependas de Él». El diablo nunca tienta a mantener actitudes de humildad, sino a cuanto tenga que ver con el orgullo, la arrogancia y la autosuficiencia.

(B) Veamos ahora cómo venció Cristo esta tentación.

(a) Jesús rehusó obedecer al diablo, y no quiso decir que aquellas piedras se convirtiesen en panes; no porque no tuviese poder para hacerlo, sino porque no quería hacerlo; ¿y por qué no quería? Porque su alimento era hacer la voluntad del Padre (Jua 4:34); por eso, respondió a Satanás con la cita de Deu 8:3. No había venido a hacer su propia voluntad, sino la del que le envió y en esa voluntad habíamos de ser santificados (Heb 10:5-10). Su comunión con el Padre era tan íntima, que nadie ni nada podía torcer su dependencia de Él y su entera confianza en Él. ¿Cómo iba Él a obedecer al diablo, el gran enemigo de Dios y de su obra?

(b) La respuesta de Jesús es pronta y certera: Él respondió y dijo (v. Mat 4:4). Obsérvese que Cristo desbarató todas las tentaciones de Satanás con la frase: Escrito está. Con eso honraba a la Escritura y, para darnos ejemplo apelaba a lo que estaba escrito en la Ley (Isa 8:20). La Palabra de Dios es la espada del Espíritu, arma primordial en la panoplia del cristiano (Efe 6:17).

Esta respuesta, como las otras dos que da Cristo al tentador está sacada del libro del Deuteronomio, que significa segunda ley, donde se encuentra muy poco referente a lo ceremonial, los sacrificios y las purificaciones del Levítico, aunque eran de institución divina, tenían poca fuerza para ahuyentar a Satanás, pero los preceptos morales y las promesas evangélicas, mezcladas con fe, son poderosas, mediante el Espíritu de Dios, para vencer al diablo. La razón que se da en Deuteronomio para explicar por qué alimentó Dios a los israelitas con el maná es porque quería hacerles saber que no sólo de pan vivirá el hombre. Esto lo aplica Cristo a su propio caso. El diablo quería hacerle dudar de su filiación, porque se hallaba en un apuro. Cristo viene a contestarle que eso no es objeción, pues Israel era hijo de Dios; sin embargo, Moisés le dice a Israel, de parte de Dios: Reconoce en tu corazón que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga (Deu 8:5). Cristo siendo Hijo, aprendió obediencia (Heb 5:8). El diablo quería hacerle desconfiar del afecto y del cuidado del Padre, y le inducía a procurarse alimento tan pronto como sintió hambre. Pero Dios quiere que sus hijos, cuando se encuentren en alguna necesidad, esperen en Él. El diablo quería que Cristo se abasteciera de pan por sí mismo. «No dice Jesús , ¿qué necesidad tengo de pan? El hombre puede vivir sin pan, como vivió Israel del maná durante cuarenta años en el desierto». Toda palabra que sale de la boca de Dios cuanto Dios tenga a bien ordenar o disponer para el hombre, puede mantener la vida tan bien como el pan. Así como podemos disponer de pan y, con todo, no quedar alimentados si Dios niega su bendición, así también podemos carecer de pan y ser alimentados de otra manera. Así como en medio de la mayor abundancia, no debemos pensar en vivir sin Dios, así también en la mayor escasez debemos aprender a vivir esperando en Dios. Sigamos el ejemplo de Cristo y recordemos que uno de los títulos de Dios es Jehová-jireh = Dios proveerá, de una manera o de otra. Es mejor vivir pobremente del fruto de la bondad de Dios, que nadar en la abundancia de los productos de nuestro pecado.

2. Después viene la tentación a que se arroje abajo desde el pináculo del Templo al confiar en el poder y en la protección de Dios. Véase la astucia del diablo al proponerle esto:

(A) Al ver Satanás que Cristo, en el caso de satisfacer su hambre, confiaba tan plenamente en el cuidado que el Padre tenía de Él le ataca por ahí, induciéndole a que se arroje de lo alto, con la misma confianza de que el Padre velará por su seguridad. No hay extremos tan peligrosos, especialmente en lo que atañe al bienestar de nuestra alma, como la desesperación y la presunción. Hay quienes, al haber obtenido la persuasión de que Cristo puede y quiere salvarles de sus pecados, son tentados a presumir que les salvará también en sus pecados. Tan mala es la inseguridad de la salvación, como la presunción de la salvación. La primera es normal en la Iglesia de Roma; la segunda acecha dentro de la Reforma. Ambos extremos quedan refutados en 1Jn 5:13 y 1Jn 3:7-10 respectivamente. Observemos ahora:

(a) Cómo preparó el demonio la tentación. Llevó a Cristo a Jerusalén, no por la fuerza, no contra su voluntad, sino con su consentimiento. Y le puso en pie sobre el alero del Templo. Véase aquí primeramente, cuán sumiso fue Cristo, al permitir ser llevado de esta manera por Satanás y cuán consolador es para nosotros el saber que, al permitir el Señor a Satanás que ejercitara su poder sobre Él, no consiente que lo ejercite con nosotros, porque conoce nuestra fragilidad. En segundo lugar, cuán astuto fue el diablo al escoger el sitio para tentar a Jesús. Lo sitúa en un lugar muy conspicuo y en la populosa ciudad de Jerusalén, gozo de toda la tierra; y en el Templo, una de las maravillas del mundo, continuamente observado con admiración por unos o por otros. Allí puede Cristo hacerse notar y demostrar que es el Hijo de Dios, no en la oscuridad de un desierto, sino ante multitudes.

Téngase en cuenta cómo Jerusalén es llamada la santa ciudad; así lo era por nombre y profesión. Pero no hay en la tierra una ciudad tan santa que se halle a salvo de las tentaciones del diablo. La santa ciudad es el lugar en que, con mayor ventaja y éxito, induce a los hombres al orgullo y a la presunción. Pero, bendito sea Dios por el hecho de que, en la Jerusalén de arriba, esa ciudad santa del todo, no entrará ninguna cosa impura, ni habrá jamás en ella tentación alguna. Satanás pone a Cristo sobre el alero, en el pináculo del Templo. Los lugares altos son lugares de tentación, pues son lugares que producen vértigo y son resbaladizos. Vemos aquí que el diablo levanta para hacer caer, mientras que Dios humilla para levantar. Especialmente peligrosos son los altos lugares en la iglesia; los que allí sobresalen por sus dones y han ganado buena reputación, necesitan mayormente mantenerse humildes y velar, porque el diablo tiene especial interés en derribarlos, tanto por la pieza que cobra como por el escándalo que levanta.

(b) Cómo presentó el demonio la tentación: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; muéstrate así al mundo y demuestra quién eres; serás admirado, como quien está bajo una protección especial del Cielo, y serás recibido, como quien viene con una comisión especial del Cielo. Todo Jerusalén verá y reconocerá, no sólo que eres más que hombre, sino que eres el Mensajero, el ángel del pacto, el Señor que viene súbitamente a su Templo (Mal 3:1).

Obsérvese que el diablo le dice: Échate abajo. Satanás no podía echarlo abajo, porque su poder es limitado. El diablo puede persuadir, pero no puede coaccionar; puede decirnos: échate abajo; pero no puede arrojarnos abajo. Si nosotros mismos no nos hacemos daño, nadie nos lo hará a la fuerza.

(c) Cómo apoyó el diablo en la Escritura su propuesta: Porque escrito está: A sus ángeles les encargará acerca de ti. Pero ¿también Saúl está entre los profetas? ¿Está Satanás tan versado en la Escritura, que puede citarla con tal facilidad? Así parece. Nótese que es posible que una persona tenga su cabeza llena de conceptos bíblicos y teológicos, y su boca llena de expresiones de la Biblia, mientras su corazón está en plena enemistad con Dios y con todo lo divino (v. Stg 2:19).

Hay una parte de verdad en esta tentación, hay una promesa acerca de tal ministración por parte de los ángeles, y el diablo lo sabe por experiencia, pues los ángeles guardan a los santos de las acometidas del enemigo. Pero hay también gran parte de mentira, por callar el contexto: De que te guarden en tus caminos (Sal 91:11); en los caminos del deber, no fuera del camino que Dios indica. Si nos salimos del camino, perdemos el derecho a la promesa y nos ponemos fuera del alcance de la protección de Dios. Vemos, pues, que el demonio es un maestro en emplear las medias verdades, que son las peores mentiras, porque una mentira pura difícilmente puede conquistar el asentimiento de nuestra mente, la cual ha sido hecha para la verdad, pero cuando la mentira se reviste de una capa de verdad es verdaderamente peligrosa, porque es como el cebo que atrae al pez para que pique en el anzuelo. De ahí la necesidad que tenemos de conocer todo el consejo de Dios (Hch 20:27), para no torcer el sentido de la Escritura por desconocimiento de lo que realmente dice el texto o el contexto; todo texto, sacado de su contexto, se convierte en un pretexto. El diablo, no sólo se calló el contexto, sino que usó el texto como pretexto para inducir a Jesús a tentar a Dios con la presunción del cuidado que Dios tiene de sus hijos.

(B) Cómo venció Cristo la tentación. La venció, como a la primera, con la Escritura bien citada. El abuso que el diablo hizo de la Escritura no impidió que el Señor la usase debidamente y citase otra vez del Deuteronomio (Deu 6:16): No tentarás al Señor tu Dios. En el lugar de donde está tomada la cita, dice en plural: No tentaréis a Jehová vuestro Dios. Aquí dice en singular: No tentarás. Esto nos enseña a aplicarnos a nosotros en particular, tanto los mandamientos como las promesas que en la Biblia se hallan en plural.

Si Cristo se hubiese echado abajo, habría tentado a Dios, (a) como si aún requiriese una ulterior confirmación de lo que tan expresamente le había sido ya confirmado. Cristo estaba suficientemente convencido de que Dios era su Padre y de que tenía cuidado de Él, (b) como si hubiese requerido una especial protección de Él, haciendo algo para lo que no había recibido ninguna orden del Padre. Si esperamos que, porque Dios ha prometido protegernos, no abandonarnos y proveer a todas nuestras necesidades, ya podemos marchar por el camino que nos parezca, hacer lo que nos plazca y meternos en el peligro, es que estamos llenos de presunción y tentamos a Dios. Hay incluso predicadores que escudan su falta de preparación en la promesa del Señor de que el Espíritu inspirará lo que han de decir quienes sean llevados ante los tribunales por causa de su nombre. Estos también tientan a Dios, aunque se imaginen que predican por inspiración. Nadie debe prometerse a sí mismo más de lo que Dios ha prometido.

3. Finalmente, el diablo tentó a Jesús ofreciéndole todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, a cambio del más vergonzoso y horrible acto de idolatría.

(A) La peor de todas las tentaciones fue la última. Cuando, con la ayuda de Dios, hayamos vencido alguna tentación, no debemos confiarnos, sino prepararnos para ulteriores, y quizá peores, asaltos. En esta tentación podemos observar:

(a) Lo que mostró Satanás a Jesús: todos los reinos del mundo. Para ello, le llevó a un monte muy alto. El pináculo del Templo no era bastante alto para su propósito. El príncipe del poder del aire había de buscarle otro lugar en el territorio de su jurisdicción. Allá lo llevó el diablo para poder tener una panorámica más completa, como si el diablo pudiese mostrar al Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas algo más de lo que Él conocía. Podemos aventurar la opinión de que Satanás usó de poderes mágicos para hacer pasar ante la vista de Jesús como en un caleidoscopio, la pompa, la riqueza y el poder de todos los reinos del mundo, cosa que no se habría logrado, sin más, desde una montaña, por alta que esta fuese. Puede notarse de paso que las tentaciones comienzan con mucha frecuencia, por la vista (v. por ej. Gén 3:6 y Jos 7:21; en ambos casos, el proceso es el mismo: ver, codiciar, tomar y esconder). Debemos, pues, como Job (Job 31:1), hacer pacto con nuestros ojos, para evitar el comienzo de muchas tentaciones. Vemos también que son muchas las tentaciones que provienen del mundo y de las cosas que hay en el mundo, el diablo tienta con ellas a los ignorantes, incautos e inestables, ya que lo reviste todo de sombras misteriosas y de falsos colores, con los que atrae a los hombres como con un lazo, para ocultar de ellos la negra cara del pecado y precipitarles así en la miseria, en la muerte y en la perdición eterna. Satanás es padre de la mentira y homicida desde el principio (Jua 8:44).

(b) Lo que Satanás dijo a Jesús en esta tentación: Todo esto te daré, si postrado me adoras (v. Mat 4:9). Véase primero la vanidad de esta promesa: Todo esto te daré. Lo que promete es sólo la pompa y el vano colorido de los reinos del mundo, desde el pedestal de una ocupación ilegítima que le fue ofrecida en bandeja por el pecado de la humanidad. Quizás al oír: Este es mi Hijo, el Amado, Satanás recordó que, en el Sal 2:7-8 lo que él le ofrecía a Cristo, le había sido prometido por el Padre: Mi hijo eres tú … Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra; y quería persuadirle a que lo recibiera de su mano por el camino de la gloria, en vez de recibirlo de manos del Padre por el camino de la Cruz. Esto nos enseña que nunca debemos aspirar a obtener, de manos de Satanás, lo que Dios nos ha prometido, aunque el plan de Dios para nosotros parezca menos placentero que el que nos ofrece el diablo.

En segundo lugar, obsérvese la vergonzosa condición que le propone: Si postrado me adoras. El diablo está siempre deseoso de ser adorado. ¿Podía darse una tentación más horrenda y espantosa? Notemos que el mejor de los santos puede ser tentado a cometer el peor de los pecados, pero no tiene que afligirse por ello, con tal de que no consienta en ella, sino que puede sentirse animado al ver que Cristo fue tentado a adorar a Satanás.

(B) Véase cómo Cristo rechazó la proposición:

(a) Con horror y detestación: Vete, Satanás (v. Mat 4:10). Es tan abominable la proposición al primer golpe de vista, que Cristo la rechaza inmediatamente. Cuando el diablo tentó a Cristo a que se echase abajo, aunque no consintió, le oyó; pero ahora que la tentación insinúa tal afrenta contra el mismo Dios, no puede aguantarla ni por un momento. El antiguo adagio latino dice: Principiis obsta = Resiste a los comienzos. Es preciso rechazar las tentaciones de forma perentoria y contundente si queremos triunfar de Satanás; la morosidad hace que la tentación vaya cobrando fuerza en nuestro interior hasta debilitarnos y hacernos caer. Este es un punto de suprema importancia. La mayor parte de nuestras caídas se deben a que no nos oponemos con un NO rotundo al atractivo de la tentación, y mantenemos una secreta complicidad con el pecado que no nos decidimos a abandonar. Esta indecisión va unida a cierta desconfianza en la bondad de Dios, pues nos parece que el camino de una virtud total es un camino de sufrimiento y de tristeza, cuando el fruto del Espíritu es: amor, gozo y paz. El resultado de tales indecisiones suele ser un «sí, pero no ahora», que deja para un mañana incierto, que casi nunca llega, el albur de toda una eternidad.

(b) Con un argumento sacado de la Escritura: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás (v. Deu 6:13; Deu 10:20). El Salvador recurre así a la ley fundamental, indispensable y universalmente obligatoria. Sólo a Dios se debe adoración. Cristo cita esta ley concerniente a la adoración religiosa, y la cita aplicándosela a sí mismo, para mostrar, primero, que en su estado de humillación como hombre, adoraba a Dios, tanto pública como privadamente en cumplimiento de toda justicia; segundo, para mostrar que la ley de la adoración a Dios es de obligación perpetua.

V. Finalmente, tenemos el resultado de este combate (v. Mat 4:11).

1. El diablo quedó burlado, y abandonó el campo de batalla: Entonces le dejó el diablo, forzado a hacerlo por el poder que acompañó a la voz de mando: Vete, Satanás. Batido y en vergonzosa retirada Satanás concluye que es en vano seguir tentando a Cristo por ahora. Resistid al diablo, y huirá de vosotros dice Santiago (Stg 4:7). Para el creyente, es un enemigo vencido. Por eso, Pablo exhorta a los efesios (Efe 6:13.) a resistirle y a estar firmes, no a avanzar, ya que pisan terreno de victoria, pero pueden ser derribados en dicho terreno, si no resisten con resolución. «El diablo dice un escritor eclesiástico de los primeros siglos es como un perro atado a una cadena, que sólo muerde a quienes se acercan a él.»

2. Los santos ángeles vinieron a servir a nuestro victorioso Redentor: Y he aquí que se le acercaron unos ángeles y le servían. Con un ángel bastaba para servirle el alimento que necesitaba, pero le sirvieron muchos para mostrarle cuánto le respetaban y cuán prestos estaban a obedecer sus mandatos. Es digno de notarse:

(A) Que así como hay numerosas huestes de maldad, espíritus malignos que luchan contra Cristo y contra su Iglesia, así como contra cada uno de los creyentes en particular, así también hay numerosas huestes de santidad, espíritus bienaventurados, enviados para servir a los santos (v. Heb 1:14).

(B) Que las victorias de Cristo son triunfos también de los ángeles.

(C) Que los ángeles servirían al Señor, no sólo con alimentos, sino también con cuanto necesitase después de sus ayunos y fatigas. Aunque Dios permite que los suyos se encuentren en necesidades y en apuros, no dejará de tener cuidado de ellos para que no les falte lo necesario para el sustento diario y, si es necesario, les enviará alimento por medio de ángeles, antes que verlos perecer de hambre. Así fue Jesús auxiliado después de la tentación: (a) Para animarle a seguir en la empresa que el Padre le había confiado. (b) Para que nos animemos nosotros a confiar en Él. Bien podemos esperar, no sólo que se compadezca (simpatice) de los suyos cuando son tentados, sino que venga a socorrerles en el momento oportuno.

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