Mateo 5:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cuando Cristo llamó a sus discípulos, les dijo que les haría pescadores de hombres; ahora les dice que van a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

I. Vosotros sois la sal de la tierra (v. Mat 5:13). Los profetas del Antiguo Testamento habían sido la sal de la tierra de Canaán, pero los apóstoles eran la sal de toda la tierra, porque habían de ir por todo el mundo predicando el Evangelio (Mar 16:15). ¿Qué podían hacer ellos en una extensión tan grande? Pero, al tener que trabajar a la manera de la sal, un puñado de sal había de extender su sabor e influencia de una manera progresiva e irresistible. La doctrina del Evangelio es como la sal: penetra hasta llegar al corazón (Hch 2:37). Purifica, sazona y preserva de la corrupción, aunque aquí el énfasis parece cargarse en este último aspecto. Es de notar que Jesús quiere en todo esto poner de relieve el carácter del discípulo más bien que sus obras. La sal y la luz operan en virtud de lo que son; por eso, es menester que conserven su identidad más bien que su actividad. Un pacto perpetuo se llama pacto de sal (Núm 18:19). Al ser la sal símbolo de la Sabiduría Divina (Mar 9:49-50; Col 4:6), se comprende cómo el Evangelio es sal. Su efecto es semejante al del fuego (v. Mar 9:49) por el cloro que lleva como ingrediente. De ahí que hubiese de emplearse en todo sacrificio (Lev 2:13). Todo cristiano debe ser sal, pero en especial deben serlo los ministros del Señor.

1. Si son como deben ser, serán como la buena sal: blanca, pequeña, rota y desmenuzada en muchos granos, pero muy útil y provechosa. Véase en todo esto: (A) Lo que cada discípulo debe ser en sí mismo: sazonado con el Evangelio, con la sal de la gracia. Tened sal en vosotros mismos (Mar 9:50); de lo contrario, no podéis difundirla entre otros. (B) Con sólo mantenerse como sal, harán bien a otros. (C) ¡Qué bendición tan grande son para todo el mundo! La humanidad, que yacía en la ignorancia, en la maldad y en la corrupción, era un enorme montón de materia insípida en proceso de putrefacción; pero Cristo envió a sus discípulos para sazonarla con el conocimiento del Evangelio y preservarla de la corrupción, haciéndola aceptable a Dios. (D) Cómo deben ser usados. Deben ser esparcidos como la sal en la carne, un grano aquí y otro allí. Hay mucha gente que tiene por mal presagio que se caiga el salero y se derrame la sal; eso es pura superstición, pero no lo es, sino verdadero mal presagio, que quien profesa la fe de Cristo carezca de sal.

2. Si la sal se vuelve insípida continúa Jesús , ¿con qué será salada? Los comentaristas explican esto de varias maneras; unos dicen que se trata de la capa superficial de la sal de roca que ha perdido su salinidad por la acción del sol y el agua; otros dicen que se trata de sal adulterada; pero el hecho de que sea físicamente imposible que la sal pierda su sabor, hace pensar que lo que el Señor quería poner de relieve es que un discípulo que no obre como la sal, no es ni ha sido jamás un verdadero seguidor de Cristo. Si un pretendido creyente, y especialmente un ministro del Señor, se halla en esta triste condición, su radio de acción pondrá de manifiesto lo deplorable de su estado, porque, quien habría de ser sal para otros, ¿con qué será salado? Su utilidad se ha desvanecido por completo: No sirve ya para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Cuando los generales romanos reducían por la fuerza la rebelión de una ciudad o de una comarca, solían esparcir sal en las tierras para hacerlas improductivas. Esto es lo que hizo Abimelec con Siquem, como leemos en Jue 9:45, asoló la ciudad, y la sembró de sal:

II. Vosotros sois la luz del mundo (v. Mat 5:14). Esta es otra buena utilidad del verdadero discípulo de Cristo, y aún más gloriosa que la de la sal. Nada tan útil ha escrito un autor como el sol y la sal. La luz es la primogénita de las criaturas de este mundo material, hecha por Dios el primer día de la creación, y bienvenida en el mundo entero como lo es cada mañana la luz del día. Así pasa con el Evangelio, y con los que lo proclaman (v. 2Co 4:6). Dios es luz (1Jn 1:5), y los cristianos son hijos de la luz (1Ts 5:5). Y de los que enseñan a muchos la justicia, leemos que resplandecerán como las estrellas por perpetuas eternidades (Dan 12:3).

1. Como luces del mundo, son ilustres y conspicuos, y los ojos de muchos se dirigen a ellos. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Son puestos por señales (Isa 8:18) y por varones de presagio (Zac 3:8); en especial todos sus vecinos no cesan de observarles. Unos les admiran, les alaban, se regocijan en ellos, y otros tratan de acabar con ellos. Deben pues, comportarse con toda circunspección, porque son objeto de observación por parte de todos.

2. Como luces del mundo, están puestos para iluminar y dar luz a otros (v. Mat 5:15). Por consiguiente: (A) Deben estar sobre el candelero. Al ser Cristo el que ha encendido estas luces, no deben quedar escondidas bajo el almud. El Evangelio es una luz tan fuerte y comporta tanta evidencia de sí mismo, que, como una ciudad asentada sobre un monte, no se puede esconder, sino que ofrece claras pruebas de que procede de Dios. Sirve para dar luz a todos los que están en casa y a todos cuantos se acercan al lugar donde ella alumbra. (B) Deben brillar como luces: (a) Por medio de su buen hablar, pues han de comunicar el conocimiento que tienen, para bien de los demás; no han de esconderlo, sino esparcirlo. Los discípulos de Cristo no se han de ocultar en la oscuridad de un claustro o en el retiro de una ermita bajo pretexto de contemplación, modestia o preservación propia. (b) Por medio de su buen vivir. Como el Bautista, deben ser lámparas que arden y alumbran (Jua 5:35). Nótese bien el orden de los verbos; no pueden alumbrar si no arden.

Primero, Cómo debe brillar nuestra luz: haciendo buenas obras, que puedan ser vistas y edificar a los hombres . No es que hayamos de hacer buenas obras para que se vean y sirvan de ostentación para nuestro prestigio, sino que hemos de alumbrar, de tal modo que vean nuestras buenas obras, para gloria de nuestro Padre que está en los cielos (v. Mat 5:16). Nótese que no son las buenas obras las que alumbran, sino que es nuestro carácter luminoso el que hace que la gente vea que nuestras obras son buenas. No es suficiente que los demás oigan de nosotros buenas palabras, sino que es necesario que vean buenas obras en nosotros. Alguien tuvo la osadía de decirle a un predicador: «Las acciones de usted hablan tan alto, que no me dejan oír los sermones que usted pronuncia».

Segundo, Para qué debe brillar nuestra luz: para gloria del Padre . La gloria de Dios es el objetivo principal que hemos de tener siempre presentes en todo cuanto hacemos (1Co 10:31), pues la gloria es lo único que Dios no da a otro (Isa 42:8), porque su gloria consiste en ser el único Creador y Salvador (Isa 43:1-26). Por eso, la mayor gloria de nuestra luz consiste en que sirvamos de instrumentos en las manos de Dios, para llevarle muchas almas que sean salvas y le glorifiquen; nuestras buenas obras les servirán: 1) de motivo de alabanza a Dios; 2) de incentivo de piedad. Una conducta santa, constante ejemplar, es el medio más eficaz para redargüir al pecador y para estimular al justo. Hay en ello una razón psicológica muy sencilla: Las palabras necesitan una especie de traducción por parte del que las escucha, pues cada uno tenemos, por decirlo así, nuestro propio «diccionario» (de ahí que una misma frase se entienda de tantas maneras como oyentes hay), mientras que las acciones no necesitan traducción; el gesto se comunica por la vía directa de la intuición, y provoca la imitación.

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