Mateo 5:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Cristo comienza su Sermón con bendiciones, porque vino al mundo para eso, lo ha enviado el Padre para bendecirnos (Hch 3:26). Y lo hace como quien tiene autoridad (Mat 7:29), y realiza con su bendición lo que dice; en esto precisamente se diferencia la bendición de Dios de la nuestra, la nuestra es un bien-decir en forma de alabanza o de petición a Dios; pero la de Dios es un biendecir que comporta un bien-hacer, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4:12). De ahí que Pedro, en Hch 3:26, continúe y diga: para bendeciros, HACIENDO que cada uno se convierta de sus maldades. El Antiguo Testamento termina con la palabra «maldición» (Mal 4:6), pero este gran mensaje de Jesús comienza con bendiciones, y el Nuevo Testamento termina con una bendición. Cada una de estas bendiciones comporta una doble intención: mostrar quiénes son los afortunados, y en qué consiste su felicidad.

1. Esta enseñanza está destinada a rectificar los ruinosos errores de una mente ciega, carnal y mundana. La felicidad es algo que todos intentan alcanzar: ¿Quién nos mostrará el bien? (Sal 4:6). Pero la mayor parte tiene un falso concepto de felicidad; y, al errar el concepto, equivocan el camino y pierden lo que buscaban. La opinión general es que felices son los ricos, los que gozan de dinero, de placeres, de honores, de poder; los que pasan los días en juergas, y los años en goces corporales; los que comen y beben lo más exquisito, se ven libres de sufrimientos, disgustos y problemas, y se salen siempre con la suya. Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo viene a darnos una noción completamente distinta de felicidad. El comienzo de una vida cristiana debe ser tomar buena nota de la noción de felicidad que Cristo nos da con estas máximas, y tratar de actuar siempre en conformidad con ellas.

2. Está también destinada a animar a los débiles y a los pobres que reciben el Evangelio. Incluso el más pequeño en el reino de los cielos, si su corazón es recto delante de Dios, será feliz con los honores y privilegios de tal reino.

3. Está destinada a invitar a las almas a venir a Cristo. Y quienes habían visto las benignas sanaciones efectuadas por su mano (Mat 4:23-24), y ahora las benévolas palabras salidas de su boca podrán decir que todo ello es una misma y sola maravilla, hecha de amor y de dulzura.

4. Está destinada a fijar las cláusulas de compromiso entre Dios y el hombre (v. Isa 1:18-19). El objetivo de la revelación divina es hacernos saber lo que Dios espera de nosotros, y lo que entonces podemos nosotros esperar de Él; y en ninguna otra parte se establece esto en pocas palabras como aquí. Aquí se abre el camino de la felicidad, el Camino de Santidad (Isa 35:8). Algunos de los más sabios entre los gentiles tuvieron una noción de felicidad distinta de la del resto de la humanidad, acercándose a la de nuestro Salvador. Séneca, por ejemplo, al describir a un hombre feliz dice que sólo puede llamarse así a quien sea honesto y bueno, en cuyas apreciaciones nada hay bueno o malo, sino la bondad o la maldad del corazón.

Nuestro Salvador nos describe aquí ocho caracteres de gente feliz, que representan las principales gracias de un creyente. Sobre cada uno de ellos se pronuncia una bendición presente: Felices son; y a cada uno de ellos se le promete una bendición futura.

I. Felices son los pobres en el espíritu (v. Mat 5:3). No se trata de esa pobreza de espíritu que, en lugar de bendición, es una maldición y un pecado: el miedo y la cobardía, sino que pobre en el espíritu es:

1. Fundamentalmente, todo el que tiene corazón de pobre que se siente pequeño, mendigo, insuficiente, y depende siempre y en todo de Dios (v. Sof 3:12).

2. Todo el que no pone su corazón en las riquezas de este mundo y que, al tener así su corazón desapegado de lo temporal, vive contento, como Pablo, lo mismo en la abundancia que en la escasez (Flp 4:12).

3. Pobre en el espíritu es quien, al tener riquezas de este mundo, está dispuesto, como Job, a bendecir a Dios cuando se las quite, y a simpatizar con los menesterosos, no sólo sintiendo compasión del necesitado, sino también socorriéndole eficazmente en su necesidad.

4. Pobre en el espíritu es quien tiene bajo concepto de sí mismo, como Pablo, el cual, a pesar de abundar en todos los dones espirituales, se tenía por menos que el menor de los Apóstoles y por el primero de los pecadores. Nótese el contraste: el último en la fila de los Apóstoles; el primero en la fila de los pecadores.

5. Pobre de espíritu es el que ha perdido toda confianza en su propia justicia y en sus propias fuerzas, y reconoce que depende totalmente del mérito de la obra de Cristo y del poder de su Espíritu. Ese corazón contrito y humillado con el que el publicano clamaba propiciación para un pobre pecador, eso es pobreza en el espíritu.

6. En cambio, no es pobreza bendita la del menesteroso que codicia las riquezas de este mundo, y ve con envidia cómo otros disfrutan de lo que él carece.

7. Tampoco es pobreza evangélica la falsa humildad con que muchos declaran no tener dones o capacidades para servir a Dios y edificar a la iglesia. Eso es ingratitud, mentira y pereza. Lo curioso de los humanos es que solemos enorgullecernos de lo que somos y de lo que hacemos, mientras nos descalificamos de lo que podemos; debería ser lo contrario: estar siempre insatisfechos de nuestras realizaciones, y contentos con nuestras posibilidades, como Pablo, que decía: Para todo tengo fuerzas en aquel que me da el poder (Flp 4:13, lit. del original). Es cierto que no somos nada y que Dios lo es todo, pero precisamente en la conciencia de nuestra nulidad se halla la convicción de que, unidos a Dios, lo podemos todo (v. Mar 9:23).

(A) Esta pobreza en espíritu figura la primera entre las bendiciones. Los filósofos no reconocieron la humildad como una de las virtudes, pero Cristo la puso en primer lugar, como fundamento de todas las demás virtudes morales. Como ya hemos dicho en otro lugar, cuanto más alto se construye un edificio, más profundo se echa el fundamento. Los que están fatigados y cargados son también pobres en el espíritu, y ellos encontrarán descanso en Cristo.

(B) Son ya felices en este mundo porque Dios cuida siempre de ellos; nunca les faltará nada (Sal 23:1), y tendrán descanso completo, mientras que los arrogantes y ambiciosos se hallan siempre inquietos.

(C) De ellos es el reino de los cielos. Aquí disfrutan ya del reino de la gracia, y para después les está preparado y reservado el reino de la gloria (1Pe 1:4). Los grandes y ambiciosos de este mundo pasan con el mundo y sus deseos (1Jn 2:17), pero los humildes, mansos y misericordiosos obtienen la gloria incorruptible del reino de los cielos. La misma felicidad está reservada a los que están contentos con su pobreza que a los que usan sobria, justa y piadosamente de su riqueza. Si no puedo dar alegremente por amor de Dios, me será igualmente recompensado si sé carecer alegremente por ese mismo amor.

II. Felices son los afligidos (v. Mat 5:4). Esta es otra extraña bendición. Es fácil pensar: Felices son los que están alegres; pero Cristo que fue afligido en todo, dice: Felices los afligidos. Hay una aflicción pecaminosa, que es enemiga de la bendición: la tristeza del mundo, que produce muerte (2Co 7:10). Hay otra tristeza natural que puede estar sin pecado, y aun próxima a la bendición mediante la gracia de Dios que la acompañe. Pero hay una tristeza o aflicción bendita, cualificada para la felicidad. 1. La tristeza del penitente, que se lamenta de sus pecados, es tristeza según Dios que produce arrepentimiento para salvación. 2. También es santa la tristeza que se lamenta de los pecados ajenos, por amor a Dios y al prójimo. 3. Finalmente, es santa la tristeza de los que se duelen de las aflicciones de otros, tanto de los que lloran con los que lloran, como de los que lloran sobre los que perecen, como lloró Cristo sobre Jerusalén.

Todos estos afligidos santamente: (A) Son felices. Así como, en la risa vana y pecaminosa, el corazón se queda triste, así también en la aflicción santa, el corazón permanece con genuino gozo, que es fruto del Espíritu (Gál 5:22), y secreta satisfacción, no enturbiada por circunstancias exteriores. (B) Ellos recibirán consolación. La luz está sembrada para ellos; y en el Cielo serán consolados como el pobre Lázaro (Luc 16:25). Allí enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos (Apo 21:4). El cielo será verdaderamente Cielo para los que caminan hacia él santamente afligidos. Será una cosecha de gozo en retorno de una siembra con lágrimas (Sal 126:5-6).

III. Felices los mansos o apacibles (v. Mat 5:5). Estos son los que se someten resignada y alegremente a los designios de Dios, y los que muestran toda mansedumbre para con todos los hombres (Tit 3:2); los que pueden aguantar una provocación sin encenderse en ira, sino que permanecen en silencio o dan una respuesta suave; los que permanecen serenos mientras otros cometen grandes desatinos; cuando, en admirable paciencia, se mantienen dueños de sí mismos al mismo tiempo que son desposeídos de todo lo demás; los que prefieren sufrir y perdonar veinte injurias antes que vengarse de una.

Estos mansos o apacibles son presentados como felices, incluso en este mundo. 1. Son felices porque son como Jesús el manso y humilde de corazón . 2. Son felices porque tienen el mayor consuelo, con el más pacífico disfrute de sí mismos, de sus amigos y de su Dios; preparados siempre para vivir, lo mismo que para morir. 3. Ellos recibirán la tierra por heredad. Esta bendición lleva consigo, de una manera especial, la promesa de posesión del mundo con Cristo, cuando Él venga a posesionarse de los confines de la tierra, conforme a la profecía del Sal 2:8. Incluso en la presente dispensación, el que ejercita la mansedumbre, aunque sea objeto de burla y desprecio por parte de los mundanos sirve eficazmente para promover la salud, la prosperidad material, la sensación de bienestar y seguridad. Así que los mansos son bendecidos con toda bendición del cielo y de la tierra.

IV. Felices los que tienen hambre y sed de justicia (v. Mat 5:6). Hay quienes entienden esto como si se tratara de los que sufren opresión, violencia o cualquier otra injusticia, y refieren a Dios su causa, con plena confianza de que a su tiempo, serán vindicados. Pero el tenor general de las bienaventuranzas va muy por encima de las vindicaciones meramente sociales. La palabra justicia tiene aquí su sentido espiritual más elevado, hasta comportar en sí la mayor de las bendiciones: la rectitud moral y espiritual en la presencia de Dios; tener interés en Cristo, en su gracia, en sus promesas en la santidad, todo esto es justicia. Esta justicia se da a los que tienen hambre y sed de ella, por medio de la justicia de Cristo, sin precio y sin dinero (v. Isa 55:1.). El hambre y la sed son apetitos que retornan constantemente y piden nueva satisfacción. Los nacidos de nuevo tienen hambre y sed de alimento espiritual; una vez satisfechos no se hartan, sino que tienen todavía más apetito, pues en esto se diferencian los alimentos espirituales de los corporales: los corporales quitan el apetito en la medida que satisfacen; pero los espirituales lo acrecientan en la misma medida.

Los que así tienen hambre y sed serán saciados. (A) Sus deseos quedarán satisfechos. Aunque no todos los deseos de gracia son gracia (no lo son los fingidos ni los lánguidos), un deseo como este sí que lo es, pues es una evidencia de algo bueno, y una esperanza de algo mejor. Es también un deseo estimulado por Dios. (B) Serán saciados con esas bendiciones. Dios les dará lo que desean, satisfaciéndoles completamente. Sólo Dios puede llenar un alma, ya que los favores y las gracias de Dios tienen la medida adecuada para los deseos humanos legítimos. Dios colma de bienes a los hambrientos (Luc 1:53), satisface al alma cansada y sacia a toda alma entristecida (Jer 31:25).

V. Felices los misericordiosos (v. Mat 5:7). Como el resto de las bienaventuranzas, también esta constituye una paradoja; porque los misericordiosos no son tenidos por muy sabios, ni es probable que se hagan muy ricos; sin embargo, Cristo los declara dichosos. Una persona puede ser verdaderamente misericordiosa, aunque no tenga con qué ser generosa y liberal, pues Dios acepta una voluntad bien dispuesta a compartir. No sólo debemos soportar con paciencia nuestras propias aflicciones, sino que hemos de simpatizar cristianamente con las aflicciones de nuestros hermanos. Hay que consolar al atribulado (Job 6:14), vistiéndonos de entrañable misericordia (Col 3:12). Hemos de sentir compasión de las almas de nuestros prójimos, y tratar de ayudarles; tener lástima de los ignorantes, e instruirles; de los descuidados, y amonestarles; de los que se encuentran habitualmente en pecado, arrebatándolos del fuego (Jud. v. Jud 1:23). Sí, un hombre bueno es compasivo incluso con su bestia de carga.

1. Se les proclama dichosos; ya en el Antiguo Testamento leemos: Dichoso el que se preocupa del pobre (Sal 41:1; Pro 14:21). En esto se parecen a Dios, cuya gloria está en su misericordia (Éxo 33:18-19, Éxo 34:6-7). Uno de los deleites más puros y refinados que pueden darse en este mundo es hacer el bien. En esta frase: dichosos los misericordiosos, queda incluido aquel dicho de Cristo que no se encuentra en los Evangelios: Más felicidad hay en dar que en recibir (Hch 20:35).

2. Porque ellos alcanzarán misericordia; misericordia de parte de los hombres, cuando se hallen en necesidad (no sabemos si bien pronto estaremos necesitados de misericordia), pero especialmente de parte de Dios, pues con el misericordioso se mostrará misericordioso (Sal 18:25). Pero el más caritativo y misericordioso es incapaz de merecer misericordia, sino que tiene que volar a recibirla. Pero a los que no tienen misericordia, les espera un juicio sin misericordia (Stg 2:13).

VI. Felices los de corazón limpio (v. Mat 5:8). Entre todas las bienaventuranzas, esta es la más comprensiva, la que más abarca.

1. En la pureza de corazón encontramos compendiado el carácter del creyente. El verdadero cristianismo está en el corazón, en la pureza del corazón, en lavar de maldad el corazón (Jer 4:14). Debemos levantar hacia Dios, no sólo manos limpias, sino corazón puro (Sal 24:4; 1Ti 1:15). Puro significa: (A) sin mezclas: honesto, sencillo, entero en una sola dirección. Cuando decimos oro puro, entendemos que aquello es oro, todo oro y sólo oro. (B) sin mancha, es decir, sin suciedad ni contaminación; como un vino sin mezcla y sin posos; un agua clara y sin barro. El corazón debe estar libre de toda suciedad de cuerpo y alma, de todo lo que sale del corazón y contamina al hombre (Mat 15:18-19). El corazón debe ser purificado por la fe, y conservado entero para Dios por el amor. Por esta pureza de corazón, hemos de rogar incesantemente a Dios: ¡Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio! (Sal 51:10).

2. En la bendición prometida, encontramos también compendiada la felicidad: Porque ellos verán a Dios. (A) La felicidad perfecta consiste en ver a Dios; ver a Dios o ver el rostro de Dios (Apo 22:4) es disfrutar del favor de Dios y tener comunión íntima con Él. La Escritura no da pie para el dogma romano de la visión beatífica, directa e intuitiva, de la esencia divina, sino todo lo contrario (v. Jua 1:18; Jua 14:9; 1Ti 6:16). Los que disfrutan, por la fe, de esta comunión íntima con Dios, tienen ya el Cielo en la Tierra. Disfrutar de ella en la eternidad será el Cielo de los cielos. (B) Esta felicidad de ver a Dios es prometida sólo a los limpios de corazón; sólo ellos son capaces de ver a Dios; ¿qué placer sería para un corazón impuro ver a Dios? ¿Qué gozo habrían de tener en el Cielo los que sólo anhelan disfrutar de los placeres de este mundo? Pero los limpios de corazón, santos como Dios es santo, tienen en su corazón deseos que nada sino la visión de Dios puede satisfacer (Sal 24:3-6).

VII. Felices los pacificadores (v. Mat 5:9). La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica (Stg 3:17). Los bienaventurados son puros para con Dios, y pacíficos para con los hombres. Son pacificadores:

1. Los que tienen una disposición pacífica, que consiste en amar, desear y disfrutar de la paz, hasta vivir en ella como en el elemento propio.

2. Los que observan una conducta pacífica y pacificadora, y hacen todo lo posible por preservar la paz de forma que no se quiebre, y por reparar la que ya se ha quebrado. Promover la paz es una tarea que pocas veces es agradecida. Quienes se atreven a impedir una refriega suelen recibir golpes de ambas partes; con todo, es un servicio excelente y debemos estar dispuestos generosamente a prestarlo.

3. Dichas personas son declaradas por Cristo felices, porque: (A) Colaboran con Cristo, quien vino a este mundo a matar la enemistad y anunciar las buenas nuevas de paz (Efe 2:16-17). (B) Serán llamados hijos de Dios. Dios los reconocerá como hijos suyos. Pero si tal es la bendición para los que procuran la paz, ¡ay de aquellos que procuran la guerra!

VIII. Felices los que padecen persecución por causa de la justicia (v. Mat 5:10). Esta es la mayor paradoja de todas, y exclusiva del cristianismo. El mundo tiene por felices a los que gozan y son seguidos; Cristo tiene por felices a los que padecen y son perseguidos, así que la paradoja es doble, como aquel famoso sueño del Faraón, difícil de adivinar y difícil de darle crédito.

1. Se describe aquí la condición de los santos que sufren.

(A) Son perseguidos, cazados, derribados, heridos, como se hace con animales nocivos, a los que se busca celosamente para exterminarlos; son tenidos como el desecho de todos (1Co 4:13).

(B) Son calumniados, vituperados y han de sufrir que se diga toda clase de mal contra ellos, mintiendo (v. Mat 5:11). Les ponen apodos y motes de desprecio, que les denigren y les hagan abominables, para provocar así el ataque contra ellos. Esto es lo que hacen contra ellos los que no tienen poder para hacer otra cosa; y quienes tienen en su mano el hacerles toda clase de daño, se escudan también en las falsedades que les atribuyen, para cohonestar la bárbara persecución que contra ellos desatan. Esta conexión entre el hablar cosas duras y hacer cosas impías puede verse en Judas versículo Mat 5:15 y Heb 11:36. El apóstol Pedro tiene buen cuidado en advertir que sólo el que padece como cristiano, y es acusado falsamente, tiene acceso a esta bendición (v. 1Pe 2:19-20; 1Pe 4:12-16), pues sólo así es seguidor de Cristo.

(C) En efecto, todo esto es por causa de la justicia (v. Mat 5:10), por mi causa (v. Mat 5:11). Quienes sufren justamente, y de quienes se dicen cosas malas con verdad, no pueden ser partícipes de esta bendición. Pascal cometió una grave equivocación cuando escribió: «Fácilmente me dejo persuadir por testigos que se dejan matar». Más acertado estuvo Agustín de Hipona cuando declaró: «No es la sentencia de muerte la que hace mártir, sino la causa por la que muere». Sufrir por causa de la justicia es sufrir por hacer lo que es justo.

2. Se describe también el consuelo de los santos que sufren:

(A) Son después consolados por los males que recibieron en vida (Luc 16:25), a pesar de tener buen testimonio. Son bendecidos, porque es un honor para ellos, ya que han tenido la oportunidad de glorificar a Cristo y de experimentar especiales consuelos y señales de su presencia.

(B) Serán recompensados: de ellos es el reino de los cielos (v. Mat 5:10). Ya ahora tienen asegurado el título de herencia, y gozan de suaves anticipos de dicho reino, y no tarda en disfrutarlo en plena posesión. Vuestro galardón es grande en los cielos (v. Mat 5:12); tan grande, que sobrepujará con mucho al padecimiento sufrido y al servicio prestado. Dios proveerá abundantemente para que quienes han perdido por Él, aunque sea la vida misma temporal, vean que, al fin, no han perdido con Él. Esto es lo que ha mantenido firmes, en todas las épocas, a los santos que han sufrido por causa de la justicia y por causa de Cristo: el gozo puesto delante de ellos (v. Heb 12:2).

(C) Así persiguieron a los profetas que os precedieron (v. Mat 5:12). Os precedieron en excelencia, en un nivel que todavía no habéis alcanzado; y os precedieron en el tiempo, para serviros como ejemplo de aflicción y de paciencia (Stg 5:10). ¿Puedes esperar ir al Cielo por un camino elegido por ti mismo? Es un consuelo ver que el camino del sufrimiento es un camino trillado, y un honor ir en pos de tales pioneros. La misma gracia que fue suficiente para ellos para que pudiesen soportar sus padecimientos, no será insuficiente para ti.

(D) Por consiguiente, gozaos y alegraos (v. Mat 5:12). No es bastante ser paciente y estar contento en medio de esos sufrimientos, sino que debemos alegrarnos. No es que debamos estar orgullosos de nuestros sufrimientos (eso lo echaría a perder todo), sino que hemos de estar alegres en medio de ellos, al saber que Cristo va delante de nosotros y, al mismo tiempo, no nos deja atrás, sino que nos acompaña.

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