Mateo 5:33 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora tenemos una exposición del tercer mandamiento. Dios no tendrá por inocente al que quebrante este mandamiento tomando el nombre de Dios en vano.

I. Todos están de acuerdo en que aquí se prohíbe el perjurio y la violación de votos y juramentos (v. Mat 5:33). El perjurio es un pecado condenado por la luz misma de la naturaleza, como un combinado de impiedad contra Dios y de injusticia contra el prójimo, y hace que el hombre quede grandemente expuesto a la ira de Dios. Así me ayude Dios, decimos solemnemente, cuando deseamos carecer de la ayuda de Dios en caso de que juremos falsamente. De este modo, por consentimiento general, se han maldecido a sí mismos los hombres al no dudar de que Dios los había de maldecir, si mentían contra la verdad en el preciso momento en que invocaban a Dios como testigo de lo que decían.

II. Se añade aquí que el mandamiento no sólo prohíbe jurar en falso, sino también el jurar precipitadamente y sin necesidad: No juréis en ninguna manera (v. Mat 5:34). No quiere decir que todo juramento sea pecado; lejos de tal cosa, el juramento debidamente pronunciado es parte del culto religioso y, por medio de él, damos a Dios la gloria debida a Su nombre. Al jurar así empeñamos la palabra en la verdad de algo conocido, a fin de confirmar la verdad de algo dudoso o poco conocido; apelamos de esta manera a un conocimiento más alto, como a un Tribunal Supremo.

La mente de Cristo en esta materia es:

1. Que no juremos de ninguna manera, sino cuando somos debidamente llamados a hacerlo, y así lo pide la justicia o el amor hacia nuestro prójimo, o el respeto a la comunidad, para poner punto final a toda disputa (Heb 6:16). Podemos, pues, ser conjurados, pero no debemos jurar.

2. Que no debemos jurar sin reverencia o a la ligera, en la conversación corriente; es un gran pecado apelar sin necesidad a la gloriosa Majestad de los cielos, porque no hay ninguna excusa para ello y, por tanto, es señal de un corazón sacrílego e irreflexivo.

3. Que de una manera especial hemos de evitar los juramentos promisorios, de los que Cristo habla aquí más en particular pues son juramentos que deben cumplirse. El uso y la frecuente demanda de juramentos son un reproche para los cristianos, quienes deberían ser reconocidos por tan fieles a su palabra, que una sobria afirmación de ellos habría de equivaler al más solemne de los juramentos.

4. Que no debemos jurar por ninguna criatura. Parece ser que había quienes pensaban que por cortesía al nombre de Dios era preferible no usarlo en los juramentos, sino jurar por el cielo, por la tierra, etc. Sin embargo, esto es peligroso por dos razones: (A) Es hacer una indebida distinción entre un juramento y otro, pues así se puede engañar a una persona poco versada en estas sutilezas y profanar las cosas sagradas. (B) Al poner por testigo a una persona, puedo inclinarla a garantizar mis afirmaciones o a traer sobre mí una calamidad si juro en falso; pero a las cosas inanimadas no las puedo invocar de esta manera, ni puedo controlarlas; más aún, todas ellas están relacionadas con Dios, como Supremo Hacedor y Controlador del Universo, y sólo en esta conexión con Dios tiene fuerza el juramento pronunciado sobre ellas.

(A) No juréis por el cielo. Tan seguro como que hay un cielo, es que es el trono de Dios, donde Él se asienta. No se puede, pues, jurar por el cielo sin jurar por Dios mismo.

(B) Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies. La tierra es de Jehová; así que, al jurar por ella, se jura por su Dueño.

(C) Ni por Jerusalén, un lugar por el que los judíos sentían tal veneración, que no encontraban nada más sagrado por lo que jurar. Es la ciudad del gran Rey (v. Mat 5:35; y. Sal 48:2), la ciudad de Dios (Sal 46:4); por eso, Dios está interesado en ella y en cualquier juramento que se profiere sobre ella.

(D) Ni jurarás por tu cabeza (v. Mat 5:36). Más que tuya, es de Dios; pues Él la hizo, y Él formó todas sus facultades y energías; mientras que tú no puedes, a base de un influjo natural e intrínseco, cambiar el color de un solo cabello para hacerlo blanco o negro; así que no puedes jurar por tu cabeza sin jurar por quien es la Vida de tu cabeza, y el que levanta tu cabeza (Sal 3:3).

5. Por consiguiente, en todas nuestras conversaciones debemos contentarnos con un sencillo: Sí, sí; no, no (v. Mat 5:37). Amén, amén era el sí, sí de nuestro Salvador. Así que si deseamos negar una cosa, bástenos con decir: No. Si nuestra sinceridad y nuestra fidelidad son conocidas, eso nos será suficiente para ganar el crédito necesario; y si alguien lo pone en duda, el querer asegurarlo con juramentos y maldiciones servirá solamente para hacerlo más sospechoso. Quienes pueden tragarse un juramento innecesario, no van a colar una mentira.

La razón que el Señor da es muy de notar: Pues lo que se añade de más, procede del maligno, aun cuando no llegue a la maldad de un juramento. Ello surge del carácter engañoso de nuestra naturaleza caída; todo hombre es mentiroso (Sal 116:11, Rom 3:4). Los hombres usan todas esas protestas de sinceridad porque no se fían unos de otros y piensan que ese es el único medio para que se les crea. Un juramento es como una medicina que supone la existencia de una enfermedad.

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