Mateo 6:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Precisamente porque no sabemos qué hemos de pedir como conviene, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Rom 8:26), y Cristo mismo nos ayuda también al poner las palabras en nuestros labios: Vosotros, pues, oraréis así (v. Mat 6:9). No quiere decir que hayamos de atarnos a ello como a un mero formulario o a un conjunto de frases sagradas o mágicas. Es cierto que la Iglesia, en todos los tiempos y en todas las denominaciones, la ha usado en la oración comunitaria, pero Cristo no dijo: con estas palabras sino de esta manera. En realidad, el Padrenuestro es, más bien que una oración ya hecha, un índice de capítulos en que las materias de oración están perfectamente coordinadas; comienza por los valores supremos hasta descender a las necesidades detalladas de cada día.

Esta oración (como, en realidad, toda oración) es como una carta enviada de la tierra al cielo, pues contiene todos los datos propios de una carta: la persona a quien la dirigimos Padre nuestro, la dirección en los cielos; el contenido en las distintas peticiones; la despedida, porque tuyo es el reino, etc.; el sello, Amén; y, si se quiere, hasta la fecha, hoy. Desde luego, tiene una introducción, un contenido y una conclusión.

I. El prefacio o introducción Padre nuestro que estás en los cielos. Decimos primero, Padre nuestro. Como hijo de Dios, le digo Padre; como que soy miembro de una comunidad de hermanos, le digo nuestro; esto ya insinúa que hemos de pedir, no sólo por nosotros mismos, sino por nuestros hermanos. Aquí se nos enseña a quién hay que orar, sólo a Dios, no a los ángeles ni a los santos. También se nos dice cómo hemos de dirigirnos a Dios y qué título hemos de darle, el que habla de Él más como benéfico que como magnífico, ya que hemos de acercarnos confiadamente al trono de la gracia (Heb 4:16).

1. Sí, hemos de dirigirnos a Él como a nuestro Padre y llamarle por ese nombre. Nada más agradable a Dios ni más placentero para nosotros que llamar Padre a Dios. En la mayoría de sus oraciones, Cristo llamó Padre a Dios. Si es nuestro Padre, Él se compadecerá de nosotros en todas nuestras debilidades y enfermedades (Sal 103:13), nos perdonará (Mal 3:17), tendrá por aceptas nuestras acciones, aunque sean muy defectuosas, y no nos negará nada que sea verdaderamente bueno para nosotros (Luc 11:11-13). Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, hemos de llegarnos a Dios como a nuestro Padre, conforme lo hizo el Hijo Pródigo (Luc 15:18), a un Padre amoroso y benigno, que nos ha reconciliado en Cristo (2Co 5:19).

2. Como a nuestro Padre que está en los cielos; en los cielos está como también en todas partes, puesto que los cielos no pueden contenerle (1Re 8:27), pero hay un justo énfasis en los cielos porque allí manifiesta de modo especial Su gloria, ya que los cielos son Su trono (Sal 103:19), el cual es para los creyentes un trono de gracia; por eso hemos de dirigir nuestras oraciones a aquel lugar. Desde allí tiene una visión amplia y clara de todas nuestras necesidades, de todos nuestros problemas, de todos nuestros deseos y de todas nuestras debilidades. Como Padre, está deseando ayudarnos; como Padre Celestial, es poderoso para ayudarnos, y para hacer por nosotros grandes cosas, más de lo que podemos pedir y pensar; Él tiene también abundantes reservas con que proveer a todas nuestras necesidades, pues toda buena dádiva y todo don perfecto viene de arriba, desciende de parte del Padre (Stg 1:17). Por ser Padre, nos acercamos a Él confiadamente; por ser Celeste, nos acercamos a Él reverentemente. Como una carta enviada a casa desde el extranjero, dirigimos nuestra oración allá donde está nuestra verdadera patria, de la que, como creyentes, profesamos estar en camino.

II. Las peticiones, que forman el contenido de la oración son seis; las tres primeras se refieren directamente a Dios y a su honor, las tres últimas, a nuestras necesidades. La pauta de esta oración nos enseña a buscar primero el reino de Dios y su justicia, con la firme esperanza de que las demás cosas nos serán añadidas (v. Mat 6:33).

1. Santificado sea tu nombre; es decir, que se le de a Dios el honor y la gloria que le pertenece (v. Isa 8:13, 1Pe 3:15). (A) Hemos de dar gloria a Dios, antes de esperar recibir de Él misericordia y gracia. Procuremos que Él tenga la alabanza de sus perfecciones, y obtengamos después los beneficios de las mismas. (B) Fijemos nuestra última meta en que Dios sea glorificado, pues ese es el fin último de toda la creación (Isa 43:7); todas las demás peticiones deben estar subordinadas a esta y dirigidas a ella: Padre, glorifica tu nombre (Jua 12:28), al darme el pan de cada día y perdonar mis pecados, etc. Puesto que todo viene de Él y a través de Él, todo debe ser por Él y para Él. Nuestros pensamientos y sentimientos en la oración deberían ir dirigidos, ante todo, a la gloria de Dios: «Haz esto y lo otro por mí, para la gloria de tu nombre, y en la medida en que es para tu gloria». (C) En esta petición, oramos que sea glorificado y santificado por todos el nombre de Dios, esto es Dios mismo en todo aquello por lo que se ha dado a conocer: «Padre, que sea glorificado tu nombre como Padre, y como Padre que está en los cielos; glorifica tu bondad y tu majestad, tu excelencia y tu misericordia».

2. Venga tu reino. Esta petición hace referencia clara a la doctrina que Cristo predicaba por entonces: El reino de Dios se ha acercado (Mat 4:17). El reino de Dios es como el área inmensa en que Dios tiene su gloria más preclara como Salvador necesario y suficiente de la humanidad, y en él se entra ya ahora («en medio de vosotros está») mediante la sumisión a su voluntad que es nuestra santificación. No se refiere, pues, a la Segunda Venida del Señor, cuando el Reino se extenderá a todo el mundo y Él los regirá con cetro de hierro (Sal 2:9; Apo 2:27; Apo 19:15). Rogamos que se extienda ese reino de Dios que está al alcance de la mano, y que venga pronto el Rey que impondrá su voluntad al universo. Esta es una manera de apresurar la venida del día de Dios (2Pe 3:12). Así nuestra oración será como un eco del mensaje primero de Jesús (Mar 1:15), de la misma manera que, cuando Jesús dice: Ciertamente vengo en breve, nuestros corazones deben responder: Sí, ven, Señor Jesús (Apo 22:20). Hemos de orar por lo que Dios ha prometido, porque las promesas se nos dan, no para reemplazar nuestras oraciones, sino para estimularlas.

3. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra. Oramos aquí que el reino de Dios se establezca ya ahora mediante nuestra sumisión y obediencia a todas las leyes y ordenanzas de dicho reino. Es cierto que Dios puede quebrantar y someter las voluntades más rebeldes, pero ahora no lo hace mediante coacción, sino mediante atracción (v. Jua 6:44), aunque Él también controla las malas voluntades y hace que sirvan para Sus designios. En cuanto a los cristianos, hacemos de Cristo un Príncipe meramente titular, si le llamamos Rey y no hacemos lo que Él manda; si oramos para que Él reine y nos gobierne, también oramos para que nosotros nos dejemos gobernar en todo por Él. Consideremos: (A) Lo que pedimos aquí: Hágase tu voluntad. En este sentido oró Jesús en Getsemaní: Hágase tu voluntad (Mat 26:42; Luc 22:42). Digámosle a nuestro Padre: «Capacítame para hacer lo que te agrada; dame esa gracia que es necesaria para el recto conocimiento de tu voluntad, y una obediencia total, para que no te desagrade yo en ninguna cosa que haga, ni sienta desagrado por ninguna cosa que tú me hagas». (B) La extensión de lo que pedimos: En la tierra (donde nuestra obra se ha de hacer, o no se hará jamás), como se hace en el cielo. Pedimos así que la tierra vaya asemejándose al Cielo mediante la observancia de la voluntad de Dios.

4. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Comoquiera que la condición física de nuestro ser influye en nuestra condición espiritual en este mundo, por eso, después de orar por las cosas de Dios (su gloria, su reino y su voluntad), pedimos también por las provisiones, ayudas y consuelos de la vida presente.

Cada palabra de esta petición comporta una lección: (A) Pedimos pan, no golosinas ni cosas superfluas, sino lo que es necesario y sano. (B) Oramos por nuestro pan, lo cual nos estimula a la honestidad y a la laboriosidad. (C) Oramos por nuestro pan de cada día. La palabra del original griego sale únicamente una vez en escritos no cristianos; de ahí la dificultad de dar certeramente con su significado preciso. Los intérpretes descartan el sentido de «sobresustancial» o «sobrenatural» que muchos escritores latinos emplean. Puede significar la ración diaria de pan, o el pan necesario para el futuro inminente. En cualquiera de los dos sentidos, se expresa aquí la continua dependencia nuestra de la provisión divina, de la misma manera que dependían diariamente los israelitas del maná, en su peregrinación por el desierto. Al pedir el pan de cada día, no podemos olvidar que es Dios quien nos lo envía. (D) Le rogamos a Dios que nos lo de. El más opulento y encumbrado de los hombres debe estar reconocido a Dios por el sustento diario. (E) Notemos que nuestra oración es: Dánoslo; es decir, no sólo a mí, sino que otros lo compartan conmigo. Esto nos enseña a tener caridad, y una preocupación compasiva por los pobres y necesitados. (F) Le pedimos a Dios que nos lo de hoy, para que la elevación de nuestras almas a Dios vaya sincronizada con la reparación de las fuerzas de nuestros cuerpos. Así aprenderemos a no pasar un solo día sin oración, como no podemos pasarlo sin alimento.

5. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esto va de algún modo conectado con lo anterior; porque si no se nos perdonan nuestros pecados, nuestro pan de cada día sólo serviría para engordarnos como a corderos para el matadero. También insinúa que hemos de orar por el perdón de cada día, de la misma manera que pedimos por el pan de cada día.

(A) La petición es: Padre Celestial, perdónanos nuestras deudas: las deudas que tenemos contigo. Nuestros pecados son nuestras deudas; hay deuda de obligación («deber»), la cual debemos, como criaturas, a nuestro Creador; no pedimos que se nos descargue de esa deuda; pero, cuando esa deuda no se paga, surge otra deuda de ahí, que es la deuda del castigo. El deseo y la oración de nuestro corazón a nuestro Padre de los cielos debería ser que nos perdone nuestras deudas que merecen castigo, a fin de que, no sólo quedemos sin esa carga, sino que ganemos un nuevo consuelo.

(B) El argumento para reforzar esta petición es: como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. El original está en tiempo aoristo; es decir, es un hecho que nos comportamos así. Este argumento no ha de interpretarse como si hiciéramos valer un mérito nuestro, sino como una razón para implorar la gracia del perdón. Esto se entiende mejor (así como los vv. Mat 6:14-15) a la luz de la parábola de los dos deudores (cap. Mat 18:1-35). Es nuestro deber perdonar a nuestros deudores, porque un corazón que no perdona no está en condiciones de que la sangre de Jesús lo limpie de todo pecado, puesto que alberga un pecado no confesado sinceramente (1Jn 1:7, 1Jn 1:9). Soportar, perdonar y olvidar las afrentas e injurias que se nos hacen es una necesaria cualificación moral para el perdón y la paz, pues confirma nuestra esperanza de que Dios nos ha de perdonar; el hecho mismo de que Dios haya puesto en nuestro corazón la disposición a perdonar, es ya una evidencia de que nos ha perdonado.

6. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Al tener en cuenta que Dios no tienta a nadie, sino que cada uno es tentado cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia (Stg 1:14-15), y que el original griego se traduce mejor en sentido personal, el significado de toda la petición es el siguiente: Y no nos sometas a una prueba dura, sino líbranos del Maligno, ya que Dios usa, a veces, a Satanás para probarnos. Después de orar para ser librados de la culpa del pecado, oramos ahora para que Dios nos libre del peligro del pecado, de modo que no volvamos a cometer semejante locura.

III. La conclusión: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.

1. Es nuestro deber suplicar a Dios en la oración y apelar a sabias razones y fuertes motivos (v. Éxo 32:11-14), no para conmover a Dios, sino para conmover nuestro propio corazón, animar nuestra fe, avivar nuestro fervor y elevar nuestro espíritu. Por eso, los mayores argumentos que podemos emplear en nuestras oraciones son los que se toman del carácter mismo de Dios como hizo Moisés en el lugar citado, y por lo que Dios mismo se ha dado a conocer. Eso es luchar con Dios y emplear la fuerza de Dios. «Tuyo es el reino»; Dios salva y da como rey. «Tuyo es el poder», para sostener y reforzar ese reino, y cumplir todo lo que has prometido a tus hijos. «Tuya es la gloria», como fin último de todo lo que das a los tuyos y de lo que haces por ellos, en respuesta a sus oraciones.

2. Esta conclusión constituye también una forma de alabanza y gratitud. El mejor modo de rogar a Dios es alabarle, y por ahí deben comenzar nuestras plegarias, pues la oración de alabanza es la más sublime de todas. Ese es el mejor medio de obtener gracias y favores, puesto que nos cualifica, como ninguna otra cosa, para recibirlos. Alabamos a Dios, y le damos gloria, no porque la necesite, sino porque la merece. La alabanza es la tarea suprema y más deleitosa de los habitantes del Cielo; y todos cuantos hayan de ir al Cielo después, deben comenzar aquí su Cielo. Es muy conveniente que abundemos en las divinas alabanzas; un creyente espiritual nunca piensa que ya es bastante el honor que tributa a Dios. Atribuir a Dios la gloria por todos los siglos, da a entender que nos damos perfecta cuenta de que hay que glorificar a Dios eternamente, de que estamos deseando con ansia vivir por toda la eternidad, y llevar a cabo esa bendita tarea con los ángeles y santos que ya disfrutan de Su presencia (v. Sal 71:14).

3. Finalmente, se nos enseña concluir todo esto con un Amén, así sea. El Amén de Dios es una garantía: así será. Nuestro Amén es sólo el compendio de nuestros deseos: así sea. Decimos, pues, Amén, tanto para expresar nuestros deseos, como la seguridad de que Dios nos escucha. ¡Cuán saludable es concluir nuestros deberes religiosos con calor, fervor y vigor, para que nuestro espíritu salga de ellos lleno de dulzura y de ánimo para hacer grandes cosas.

IV. La mayor parte de las peticiones del Padrenuestro eran usadas de ordinario por los judíos en sus devociones, al menos en expresiones que significasen lo mismo; pero la cláusula de la quinta petición que dice: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, era totalmente nueva y, por eso, nuestro Salvador muestra al final por qué la había añadido, en vista de la necesidad e importancia de la cosa en sí. Cuando Dios nos perdona, tiene muy en cuenta si nosotros perdonamos o no a quienes nos han ofendido; y por consiguiente, cuando le pedimos a Dios perdón, debemos mencionar que somos conscientes del deber de perdonar, no sólo para recordarlo, sino para mostrar que estamos dispuestos a cumplir con tal obligación. Nuestro carácter egoísta tiende a olvidarlo, y por eso se nos inculca aquí (vv. Mat 6:14-15):

1. En una promesa. Si perdonáis … os perdonará también vuestro Padre. No quiere decir que con esto baste; se requiere siempre fe, arrepentimiento y una constante obediencia. Quien se enternece hacia su hermano, demuestra que se arrepiente hacia Dios. Hay muchas maneras de presentar buena evidencia de que perdonamos a nuestros deudores; una de ellas es tratar de excusarles pues quizá no tenían intención de ofendernos; otra es estar dispuestos a ayudarles en todo lo que podamos; otra, alegrarnos de todo lo bueno que les suceda y apenarnos de cualquier mal que les sobrevenga; otra, en fin, conducirnos amistosamente con ellos desde el momento en que se arrepientan y deseen ser amigos nuestros.

2. En una amenaza. Pero si no perdonáis … es una señal muy mala de que carecemos de los demás requisitos necesarios para alcanzar el perdón; por consiguiente, tampoco vuestro Padre os perdonará. No puede haber sinceridad en nuestro carácter cristiano, si fallamos en esto, porque un espíritu vengativo, que se resiste a perdonar, es la prueba más clara de que no se ha experimentado el nuevo nacimiento (v. 1Jn 3:10, 1Jn 3:14, 1Jn 3:15). Quienes deseen encontrar misericordia en Dios, han de mostrarla hacia sus hermanos; pero si oramos con ira, tenemos razón para temer que Dios nos responda también con ira. Con razón se ha dicho: Las oraciones hechas con ira, están escritas con hiel. ¿Qué razón hay para que Dios nos perdone los millones que le debemos, si no perdonamos a nuestros prójimos los céntimos que nos deben? Cristo vino al mundo como el gran Príncipe de paz (Isa 9:6) no sólo para reconciliarnos con Dios (Efe 2:15-16), sino también a los unos con los otros. No se puede tomar a la ligera aquello en que Cristo ha puesto tanto énfasis.

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