Mateo 7:7 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Nuestro Salvador había hablado, en el capítulo anterior, de la oración como de un deber, cuyo cumplimiento correcto da gloria y honra a Dios. Aquí habla de ella como el medio ordenado para obtener lo que necesitamos.

I. El precepto de orar está expresado en tres verbos que presuponen el mismo objetivo: Pedid, buscad, llamad (v. Mat 7:7). La repetición de esta especie de sinónimos sirve para enfatizar el precepto, la necesidad y el resultado. Pedid, como pide limosna un mendigo. Quienes desean ser ricos en gracia y bendiciones de Dios, han de dedicarse a este modestísimo oficio de mendigos y verán cuán productivo les resulta el negocio. Pedir expresa la exposición delante de Dios de tus necesidades y problemas. Este verbo significa también preguntar, como un viajante pregunta por una ciudad, una calle, etc. Así leemos: Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos (Sal 119:33), y David dice: Guíame por el camino eterno (Sal 139:24). Y en un sentido que abarca ambos: Así dice el Señor Jehová: Aún seré solicitado por la casa de Israel (Eze 36:37). Buscar se emplea para designar algo valioso que hemos perdido: Volví mi rostro al Señor Dios, buscándole en oración y ruego (Dan 9:3). Llamar, como llama a la puerta quien quiere entrar en una casa. El pecado nos cierra la puerta de la comunión con Dios; puestos en oración, y arrepentidos, decimos: Señor, Señor, ábrenos. Cristo llama a nuestra puerta (Cnt 5:2; Apo 3:20) y nos permite llamar a la suya, cosa que no solemos permitir a los mendigos corrientes. Buscar y llamar implican algo más que rogar y pedir; no hemos de contentarnos con pedir y preguntar, sino que hemos de buscar, y mostrar nuestro interés por medio de nuestro esfuerzo; y si no hacemos por buscar lo que pedimos, quizás estamos tentando a Dios. No sólo hemos de preguntar, sino también llamar a la puerta de Dios, e importunarle; no sólo orar, sino suplicar ardientemente en lucha con Dios, como Jacob, si bien no hemos de olvidar que es Dios quien inicia la pelea (Gén 32:24) para obligarnos a luchar en oración con Él (Ose 12:3).

II. El precepto de orar lleva aneja una promesa: nuestra labor en la oración, si en verdad laboramos en ella, no quedará en vano. Dondequiera que Dios encuentra un corazón orante, será encontrado como un Dios escuchante; si se le ruega con corazón contrito y humillado, Él da respuestas de paz.

1. En efecto, hay promesa de Dios de que la oración tendrá una respuesta que corresponda exactamente al precepto de orar (v. Mat 7:7). Dios saldrá al encuentro de los que le buscan: Pedid, y se os dará; no dice: se os prestará o, se os venderá, sino: se os dará, y ¿hay algo tan generoso y barato como un regalo? No hay más que pedir, y ya lo tienes; no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal (Stg 4:2-3). Lo que no se considera de suficiente valor para pedirlo, tampoco tiene suficiente valor para concederlo. Buscad y hallaréis, y entonces no habréis perdido vuestro trabajo. Dios mismo es hallado por los que le buscan (Isa 55:6), y si le tenemos a Él, ya tenemos bastante. Llamad y se os abrirá; la puerta de la gracia y de la misericordia ya no estará más cerrada contra vosotros como contra enemigos e intrusos, sino abierta como a amigos e hijos. Si la puerta no se abre al primer toque, permaneced constantes en la oración (Rom 12:12), es una afrenta para un amigo el llamar a su puerta, y marcharse enseguida; aunque tarde un poco en abrir, esperamos allí.

2. Se repite la promesa con el mismo objetivo, pero con alguna adición. Se expresa de una forma universal, para extenderla a todo el que ora de un modo correcto: Porque todo aquel que pide recibe (v. Mat 7:8), sea judío o gentil, alto o bajo; todos son igualmente bien admitidos al trono de la gracia (Heb 4:16), si se acercan con fe, pues con Dios no hay favoritismos. Los verbos están en tiempo presente, lo cual es mejor que una promesa para el futuro: Todo aquel que pide, no sólo recibirá, sino que ya recibe; tan seguras e inquebrantables son las promesas de Dios, que permiten, en efecto, tomar inmediata posesión de ellas ¡tan sincronizada está la promesa de Dios con el disfrute de lo prometido! Lo que esperamos, de acuerdo con la promesa, es tan seguro y tan deleitoso como lo que ya tenemos a mano. Aquí no pasa como en las concesiones de este mundo, que han de esperar, a veces largos años después de ser solicitadas. Las subvenciones condicionadas de Dios se tornan automáticamente en absolutas tan pronto como se cumple la condición: el que pide, recibe.

3. Jesús lo ilustra con una comparación tomada de los padres terrenales, quienes están prestos a conceder a sus hijos todo lo bueno que estos les piden. Cristo apela así a los pobres que le escuchan: ¿Qué hombre hay entre vosotros por muy amoroso o malhumorado que sea, que si su hijo le pide pan le dará una piedra? etc. (vv. Mat 7:9-10). No se trata tanto de conceder o negar lo que se pide cuanto de conceder una cosa distinta que es inútil o dañina. De aquí infiere el Señor: Pues si vosotros, aun siendo malos (ignorantes, imprudentes y limitados en comparación con Dios no precisamente malvados ), sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan? (v. Mat 7:11). Con esta comparación, Jesús quiere: (A) Dirigir y encaminar nuestras oraciones y nuestras esperanzas. Hemos de acudir a Dios como hijos a su Padre de los cielos. Cuando un niño se halla en necesidad o en apuro, ¡con qué naturalidad corre hacia su padre a exponerle su caso! Pero hemos de acudir a Dios en busca de cosas buenas, pues esas son las que Él da a los que le pidan. Como Él sabe qué es lo que más nos conviene, no hay mejor método que dejarlo a su parecer: Padre, hágase tu voluntad. A veces le pedimos a Dios algo que nos haría daño si nos lo concediera; Él lo sabe y, por eso, no nos lo da. Una negativa con amor es preferible a una concesión con ira; ya estaríamos hechos una ruina en este momento (o antes), si hubiésemos obtenido muchas cosas que deseábamos.

(B) Animar y estimular nuestras oraciones y nuestras esperanzas. Podemos estar seguros de que no quedaremos decepcionados en nuestras peticiones: no vamos a recibir una piedra en vez de pan (aunque tengan cierto parecido), ni una serpiente en vez de pescado (también tienen algún parecido). Si Dios ha puesto en el corazón de los padres una inclinación compasiva a socorrer a sus hijos y darles lo que necesitan, sin que sea precisa una ley positiva que obligue a los padres a mantener a sus hijos legítimos, ¿cómo no nos va a conceder Dios cosas buenas, cuando ha asumido la relación de Padre con respecto a nosotros, y nos reconoce como hijos suyos? Él mismo compara en Su Palabra el interés que tiene por los suyos con el que tiene un padre por sus hijos (Sal 103:13), y aun con el que tiene una madre, que de ordinario posee mayor ternura (Isa 49:14-15, Isa 66:13). Pero aquí se da a entender que el amor, la bondad y la ternura de Dios exceden y superan con mucho a los de cualquier padre o madre de este mundo por eso, Jesús resalta: ¿cuánto más …? Nuestros padres de este mundo, han tenido cuidado de nosotros; y nosotros lo tenemos de nuestros hijos; mucho más lo tendrá nuestro padre celestial de nosotros (v. Heb 12:10, en otra línea de la misma comparación), puesto que, en primer lugar, Dios es infinitamente sabio, mientras que los padres de la tierra cometen a veces imprudencias por ignorancia en segundo lugar, Dios es infinitamente bueno. Comparar la ternura de los padres de la tierra con las misericordias de nuestro Dios es como comparar la luz de un fósforo con la del sol o una gota de agua con el océano; finalmente, Dios es infinitamente rico; no se pueden agotar sus tesoros, y está más dispuesto a dar buenas dádivas a sus hijos que nuestros padres según la carne lo están para darnos cosas buenas.

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