Mateo 8:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La gente que le oyó, quedó atónita de su doctrina; y, como resultado de ello cuando Él descendió del monte, le seguían grandes multitudes. Aquellos a quienes Cristo se ha manifestado, no pueden menos que desear tener un mayor conocimiento de Él. Quienes conocen mucho de Cristo, han de ambicionar conocerle más y mejor. Es agradable ver a la gente tan bien dispuesta hacia Cristo, como si nunca se cansaran de oírle. Con todo, quienes se reunían en torno de Él, no se adherían de veras a Él. Los que le seguían de cerca y con perseverancia eran muy pocos en comparación con la gran multitud de seguidores ocasionales.

En esta porción tenemos el relato de la curación de un leproso. Resulta muy apropiada la narración, en primer lugar, de este milagro: 1. Porque la lepra era considerada, entre los judíos, como una señal especial del desagrado de Dios; por consiguiente, Cristo, para mostrar que había venido a librarnos de la ira de Dios, a quitar el pecado causante de la ira, comenzó por la curación de un leproso. 2. Porque esta enfermedad, así como se suponía que era causada directamente por la mano de Dios así también se suponía que era directamente curada por la mano divina; y, por eso, no se hacía ningún intento de que la curasen los médicos, sino que era puesta bajo la inspección de los sacerdotes, ministros de Dios, quienes esperaban a ver lo que Dios hacía. Cristo demostró ser Dios al curar directamente a muchos leprosos y al autorizar a sus discípulos a que, en Su nombre, hiciesen lo mismo (Mat 10:8); y, como vemos en Mat 11:5, eso aparece como prueba de Su mesianidad. También se mostró a sí mismo como el que salvaría a Su pueblo de sus pecados; pues, aunque toda enfermedad es fruto y figura del pecado, como desorden del alma, con todo la lepra lo es de un modo especial. Es tratada, no como una enfermedad, sino como una impureza; el sacerdote había de pronunciar que el enfermo estaba limpio o inmundo, según las indicaciones; pero el honor de hacer limpio a un leproso estaba reservado a Cristo. La Ley descubría el pecado (pues por la ley es el conocimiento del pecado), y declaraba inmundos a los pecadores; pero no podía pasar de ahí no podía perfeccionar nada. Pero Cristo quita el pecado y nos limpia de él.

I. Vemos cómo se dirige el leproso a Cristo. Podemos suponer que este leproso, aunque excluido del recinto de las ciudades de Israel, llegó a enterarse del sermón de Cristo, y se sintió animado a recurrir a Él, pues quien podía enseñar como quien tiene autoridad, también podría curar con la misma autoridad. Así que le dice: Señor, si quieres puedes limpiarme. Su curación puede considerarse:

1. Como un favor temporal; una merced hecha en favor de su cuerpo. Así que nos enseña no sólo a recurrir a Cristo, sino también la manera de recurrir a Él: seguros de Su poder, pero sumisos a Su voluntad: Señor, si quieres, puedes. Sus promesas de escuchar nuestras oraciones están cercadas (y aseguradas) por dos vallas: Su gloria y nuestro bien; cuando no estemos seguros de Su voluntad, podemos estarlo de Su amor y de Su gracia, a los que podemos referirnos gozosamente, diciendo: Hágase Tu voluntad.

2. Como un favor con sentido típico. El pecado es la lepra del alma, pues nos aparta de la comunión con Dios, y nos mancha interiormente. Es, por tanto, necesario que seamos limpios de esta lepra. Ahora, obsérvese que nos sirve de gran consuelo saber que cuando nos dirigimos a Cristo como al Gran Médico, puede limpiarnos si es Su voluntad; y ¡qué más quiere Él, si acudimos a Él con fe y humildad! (A) Debemos descansar totalmente en Su poder, confiados plenamente en que puede limpiarnos. (B) Debemos encomendarnos a Su compasión; no podemos exigirlo como un deber, pero podemos demandarlo humildemente como un favor: «Señor, si quieres … Me arrojo a tus pies, y si he de perecer, que perezca allí».

II. Respuesta de Cristo a esta petición (v. Mat 7:3).

1. Extendió la mano y le tocó. La lepra era una enfermedad asquerosa y horrible, al par que contaminante. Sin embargo, entre el asombro de los circunstantes, Jesús le tocó y mostró así que al curar leprosos y limpiar pecadores, no corría ningún peligro de ser infectado por ellos.

2. Diciendo: Quiero; sé limpio. No le prescribió un método tedioso, prolijo, caro o doloroso, sino que lo curó con una sola palabra. (A) Va por delante una señal de amabilidad: Quiero; estoy dispuesto a ayudarte en la forma en que lo necesitas. Cristo es un Médico que no necesitamos enviar por él, porque siempre está de camino; no necesitamos importunarle, pues nos escucha compasivo y presto a ayudarnos; no hay que pagarle, pues cura gratis, «sin dinero y sin precio». Su voluntad corre pareja con Su poder para salvar a los pecadores. (B) Viene enseguida una expresión de poder: Sé limpio. Poder, tanto de autoridad como de energía, es el que encierra esa palabra. Cristo cura con una expresión de mando, la cual no sólo manda, sino que lleva a cabo la curación; la voz que nos manda ser limpios, quiere también que, en efecto, lo seamos. La gracia omnipotente que habla así, no les faltará a quienes de veras la deseen.

III. El cambio feliz, operado en el leproso: Y al instante su lepra desapareció. La naturaleza actúa gradualmente, pero el Dios de la naturaleza actúa instantáneamente; en cuanto habla, ya está hecho.

IV. Las instrucciones que Cristo le dio después. Es muy apropiado que quienes son curados por Cristo, se sometan después a las prescripciones de Cristo.

1. Mira, no lo digas a nadie. Esta prescripción de Jesús aparece en otros lugares (v. Mat 9:30; Mat 12:16; Mat 16:20; Mat 17:9, etc.), por lo que se vislumbra una razón general, que no es otra que la siguiente: Había peligro de que, al oír de estos milagros, el pueblo se excitase al ver en ellos las señales del Mesías-Rey (v. Jua 6:14-15) y pensasen en un rápido establecimiento del reino glorioso, politicomilitar, del Mesías, con lo que la predicación del Evangelio se vería estorbada, y los poderes públicos estarían alertados contra Jesús. En efecto, este leproso desobedeció el mandato de Jesús (Mar 1:45; Luc 5:15), y causó una interrupción seria en la predicación del Señor. Tenemos el caso excepcional de Mar 5:19; Luc 8:39, pero aquí la situación es totalmente distinta, pues en esta región había quedado contra Jesús un sentimiento desfavorable, que el Señor deseaba corregir.

2. Ve, muéstrate al sacerdote, de acuerdo con la Ley (Lev 14:2). Cristo se preocupó de que se observase la Ley en este caso no sólo para no dejar de observarla, sino para mostrar su respeto al sacerdocio establecido por Dios e incluso para garantía oficial de que la curación del leproso era completa. En este sentido, había de servirles de testimonio.

3. Presenta la ofrenda que ordenó Moisés, en agradecimiento a Dios por el beneficio conseguido, y en recompensa para el sacerdote por el trabajo que se había tomado al examinar al leproso. Como en muchos otros lugares de la Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento (v. por ej. Apo 13:8; Apo 20:5, y tamb. Mar 16:16; Hch 2:38), la sintaxis griega no sigue los rígidos cánones de las lenguas modernas, sino que forma parentesis (que es necesario conocer bien para no confundirse); de ahí que la frase «para que les sirva de testimonio» ha de conectarse inmediatamente detrás de «muéstrate al sacerdote», pues sólo después del examen requerido, podía el sacerdote permitir la ofrenda del sacrificio. Hay quienes opinan que ese «testimonio» se refiere a que Jesús era el Mesías pero esto está en abierta oposición a la prescripción de Jesús: Mira, no lo digas a nadie.

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