Mateo 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Las primeras palabras de este capítulo nos obligan a volver nuestros ojos al final del precedente, donde encontramos a los gadarenos resentidos por la pérdida de sus cerdos y tan disgustados de la presencia de Jesús que le piden que se vaya de sus contornos. Aquí se nos dice que entrando en la barca, pasó al otro lado (v. Mat 9:1). Le rogaron que se fuera, y Él les tomó la palabra. Jesús no se detiene mucho donde no es bien venido, pero se queda con los que anhelan su compañía. No dejó tras de sí un juicio destructor para castigarles como se merecían por su desprecio y contumacia porque este era todavía el día de su paciencia; no había venido a destruir, sino a salvar; no a matar, sino a sanar.

Vino a su ciudad es decir a Capernaúm que era entonces el principal lugar de su residencia (Mat 4:13; Mar 2:1). Mientras los gadarenos deseaban que se marchara, los de Capernaúm se alegraron de que viniera. Aunque haya muchos que afrenten a Jesús, nunca faltan quienes le glorifiquen.

Lo primero que encontramos ahora es la sanación de un paralítico. Veamos:

I. La fe de unos amigos de este al traerle a Cristo. Su estado era tan lamentable, que no podía venir a Cristo por su propio pie, pero al menos tenía buenos amigos que se preocuparon de llevarle. Tampoco los niños pequeños pueden llegarse por sí mismos a Cristo, pero Él les proveerá alguien con fe para que los conduzca a Jesús. Niño o adulto, sano o enfermo, por su propio pie o conducido por otros, nadie viene a Jesús en vano. Jesús vio la fe de ellos (v. Mat 9:2): la fe del paralítico y la de los que lo llevaban. Esta fe era: 1. Una fe fuerte; creían firmemente que Jesús podría y querría curarle. 2. Una fe humilde. Aunque el enfermo no podía dar un paso no le pidieron a Jesús que fuese a visitarle, sino que le trajeron el enfermo a Él. Nos compete a nosotros ir a Cristo más bien que esperar a que Él venga a nosotros. 3. Una fe activa. Con su fe en el poder y en la bondad de Cristo, le trajeron al enfermo tendido sobre una camilla, lo cual comportaría un montón de molestias. Una fe fuerte no se fija en obstáculos con tal de llegar a Jesús.

II. La amabilidad de Cristo en las palabras que dirigió al enfermo: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Esto fue un estupendo estimulante para un enfermo. No leemos que el enfermo o los que lo llevaban dijesen una sola palabra a Jesús; simplemente pusieron al enfermo delante de Cristo; con esto bastaba. Nunca es en vano el esfuerzo en presentarnos, a nosotros o a nuestros amigos, a Jesús, como objetos de Su compasión. La miseria grita tan alto como el pecado, y la misericordia no está menos presta a oír que la justicia. En lo que Cristo dice aquí, vemos: 1. Un amable tratamiento: Hijo. 2. Una amable exhortación: Ten ánimo. Es probable que el pobre hombre temiese alguna reprensión por ser introducido a Jesús de aquella manera tan brusca; pero Cristo no se fija en ceremonias, sino en realidades. 3. Una buena razón para tener buen ánimo: Tus pecados te son perdonados. Esto ha de considerarse como una introducción a la curación de su enfermedad corporal; como si dijese: «Tus pecados te son perdonados y, por consiguiente, serás sanado». Si tenemos el consuelo de estar reconciliados con Dios, con el consuelo subsiguiente de recobrarnos de la enfermedad, esto será de veras un gran favor que Dios nos hace como a Ezequías (Isa 38:17). Pero aun en el caso de que no hubiese sido sanado en el cuerpo, habría tenido suficiente motivo para tener buen ánimo, si sus pecados le eran perdonados; con esta seguridad, bien valía la pena de haber venido a Jesús. Todos los que, por la gracia de Dios, tienen evidencia de que les han sido perdonados los pecados, tienen motivo para estar de buen ánimo, cualesquiera que sean los problemas exteriores o las aflicciones corporales que tengan.

III. La cavilación de los escribas sobre lo que Cristo acababa de decir: Decían dentro de sí, en su corazón (e, incluso quizá cuchicheando por lo bajo): Este blasfema (v. Mat 9:3). Véase cómo aun la mayor muestra del poder y de la gracia del Cielo es infamada con el más negro tizón de la enemistad del Infierno.

IV. El argumento contundente que Cristo les dio de la necedad de tales cavilaciones, antes de proceder a la curación del enfermo.

1. Les acusó de cavilar el mal. Aunque sólo lo pensaron dentro de sí mismos, sin expresarlo al exterior, Él conocía los pensamientos de ellos (v. Mat 9:4). El Señor Jesucristo conoce perfectamente todo cuanto decimos en nuestro interior. Los pensamientos son secretos y súbitos, pero delante de Cristo están desnudos y descubiertos. Los pecados que comienzan y acaban en el corazón, aunque no salgan fuera, son tan peligrosos como los demás.

2. Les arguyó de lo irracional de tal actitud (vv. Mat 9:5-6). Obsérvese: (A) Cómo afirma su autoridad en el reino de la gracia, y les dice que el Hijo del Hombre, el Mediador, tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. ¡Qué estímulo es esto para los hombres pecadores para que se arrepientan: saber que la potestad de perdonar los pecados está en las manos del Hijo del Hombre, que es carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos! Y si ya tenía esta potestad en la tierra, ¡cuánto más ahora que está exaltado a la diestra del Padre!

(B) Cómo prueba dicha autoridad mediante la demostración de su poder en el reino de la naturaleza: ¿No es tan fácil decir: los pecados te son perdonados, como decir: Levántate y anda? El que puede curar así la enfermedad, puede igualmente perdonar el pecado. Este es un argumento general para demostrar que Cristo era el Gran Enviado de Dios. Tanto el poder como la compasión que se veían en sus curaciones, probaban que había sido enviado por Dios para salvar y sanar. La parálisis era un mero síntoma de la enfermedad del pecado; por consiguiente, al hacer desaparecer inmediatamente el síntoma, presentaba evidencia de que podía curar la enfermedad misma. Quien tiene potestad para levantar la pena, la tiene también, sin duda, para perdonar la culpa. Para eso vino al mundo: para salvar a su pueblo de sus pecados (Mat 1:21).

V. La curación inmediata del enfermo. Cristo se volvió hacia el enfermo y le dirigió una frase de efectos curativos, y mostró así que la discusión más necesaria no debe impedirnos hacer todo el bien que se halle al alcance de nuestras manos. Dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y, en aquel mismo momento, las palabras fueron acompañadas de un poder curativo rápido y fortalecedor: Entonces él se levantó y se fue a su casa (v. Mat 9:7). Le envió a su casa, para que fuese una bendición para su familia, donde hasta entonces sólo había sido una carga.

VI. La impresión que esto hizo sobre la gente: Las gentes, al verlo, se llenaron de asombro y glorificaron a Dios (v. Mat 9:8). Glorificaron a Dios por lo que había hecho a este hombre. Los favores concedidos a otras personas deberían ser alabanzas en nuestros labios y acciones de gracias a Dios por ellos. Le admiraban, no como a Dios, sino como a hombre a quien Dios había dado tal poder. Dios debe ser glorificado en todo el poder que los hombres tienen para hacer el bien, pues todo poder es originalmente Suyo; en Él está como en su Fuente; en los hombres, como en canales o cisternas.

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