Mateo 9:35 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Como resumen y conclusión del relato que antecede sobre la predicación y los milagros de Cristo leemos aquí: Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando … predicando … y sanando (v. Mat 9:35). Lo mismo leíamos en Mat 4:23. Allí era como una introducción al relato de las enseñanzas de Cristo (caps. Mat 5:1-48; Mat 6:1-34; Mat 7:1-29) y de sus milagros (caps. Mat 8:1-34; Mat 9:1-38), y aquí es como un broche elegante que cierra dicho relato. Obsérvese cómo mostraba Cristo, en su predicación, deferencia hacia:

1. Las pequeñas poblaciones. Visitaba, no sólo las ciudades grandes y ricas, sino también las pequeñas y poco conocidas aldeas; también allí predicaba y sanaba. Las almas de la gente más pobre e insignificante tenían tanto valor para Cristo, y deben tenerlo para nosotros, como las de la gente más opulenta y notable.

2. El culto público. Enseñaba en las sinagogas de ellos: (A) Para dar testimonio ante las congregaciones solemnes; (B) Para tener oportunidad de predicar donde el pueblo se reunía con la intención de oír algo provechoso.

II. Viene luego un prefacio o introducción al relato del capítulo siguiente, que se refiere al envío de Sus Apóstoles. Al ver las multitudes (v. Mat 9:36). Se fijaba, no sólo en las muchedumbres que le seguían, sino también en toda la vasta multitud que poblaba el país, como efecto de la bendición de Dios a Abraham.

1. Su observación no estaba acompañada de curiosidad, sino de ternura: Se compadeció de ellas; no por motivos temporales, como se compadecía de los ciegos, los cojos, los enfermos, etc., sino por motivos espirituales, pues los veía ignorantes o indiferentes, prestos a perecer por falta de visión. Fue por compasión a las almas por lo que descendió del Cielo a la Tierra, y de aquí a la Cruz. Vemos que Cristo tiene más compasión de los que tienen menos compasión de sí mismos. Lo mismo deberíamos hacer nosotros.

Veamos lo que le movió a compasión. (A) Porque estaban extenuadas faltas de vigor en sus almas por no disponer del alimento espiritual conveniente. Los escribas y fariseos las llenaban de vanas nociones ¿qué vigor espiritual podían tener unas almas alimentadas con cáscaras y cenizas en lugar del pan de vida? (B) Estaban abatidas como ovejas que no tienen pastor. No hay animal tan propenso a extraviarse como la oveja; y cuando se extravía, es completamente incapaz de hallar el camino de vuelta, de defenderse de las fieras, de hallar por sí misma el pasto adecuado, de caminar con rumbo y dirección, incluso de descansar. Ésa es precisamente la condición de los perdidos: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas (Isa 53:6). Las ovejas extenuadas, abatidas y perdidas necesitan urgentemente de pastores que las guíen a los buenos pastos y las vuelvan al redil. El caso más patético es el de la gente que carece de ministros del Señor; o cuando los que hay, más valdría que no estuvieran, pues no buscan las cosas de Cristo, sino las suyas propias.

2. A continuación, exhortó a sus discípulos a que oraran por ellas. Por Luc 6:12-13, sabemos que, en esta ocasión, antes de enviar a sus apóstoles, Él mismo pasó mucho tiempo en oración. No debemos limitarnos a compadecer a las multitudes, sino que debemos orar por ellas antes de actuar sobre ellas.

(A) Cuál era la situación: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos (v. Mat 9:37). Había mucho trabajo que hacer y mucho bien que llevar a cabo, pero faltaban manos para ello. Había un gran estímulo en el hecho de que la mies era mucha. No es extraño que haya multitudes faltas de instrucción, pero no es corriente que quienes la necesitan, la deseen. Es una bendición ver a la gente con deseos de oír buenos mensajes. Entonces los valles se ven cubiertos de mies y hay esperanzas de una buena cosecha. La recolección es tarea que comporta mucho trabajo y, si es mucha, requiere muchas manos. Era una pena que, siendo mucha la mies hubiese tan pocos obreros; que el grano se eche a perder y se corrompa en el campo por falta de segadores; que haya tantos vagos, cuando hay tanto que cosechar.

(B) Cuál era el deber de los discípulos en este caso: Rogad al Señor de la mies (v. Mat 9:38). Cuando la situación tiende a desanimarnos, debemos orar más y quejarnos menos. (a) Dios es el Señor de la mies. «Mi Padre es el labrador» dijo Jesús (Jua 15:1; 1Co 3:9). Por Él y para Él, para su honor y servicio se cosecha la mies. Es un consuelo para quienes se dedican a esta recolección saber que Dios mismo está al frente de la misma y todo lo planea y ordena para los mejores objetivos. (b) Los ministros del Señor son (y deben así considerarse y ser considerados) colaboradores en la cosecha de Dios; el ministerio es un trabajo y debe ser atendido como tal; y es un trabajo de recolección; es decir, necesario y urgente, pues requiere discreción para que todo se haga a su debida sazón, y diligencia para llevarlo a cabo con la perfección que requiere; pero es también un trabajo agradable, ya que se cosecha con gozo; por eso, el gozo de los predicadores del Evangelio es comparado al gozo de los segadores (Isa 9:2-3). Y el que siega recibe salario (Jua 4:36). El jornal de los obreros que trabajan en el campo de Dios, no será retenido, como el de aquellos de quienes habla Santiago (Stg 5:4). El trabajo de Dios es enviar obreros a la mies: El Espíritu Santo los capacita con sus dones (1Co 12:4); Cristo da estos hombres, ya dotados, como ministros a su Iglesia (Efe 4:11); el Padre les proporciona la energía necesaria para la labor (1Co 12:6). Dios nombra, Dios llama y Dios cualifica para este trabajo. Todos los que aman a Cristo y a las almas deben mostrar ese amor con fervientes oraciones a Dios, especialmente cuando la mies es mucha, a fin de que envíe obreros a su mies: obreros competentes, fieles, prudentes, laboriosos y dedicados. Cristo da a los suyos este encargo de orar así justamente antes de enviarlos a trabajar en la recolección. Primero han de orar para que Dios envíe. Luego deben responder: Heme aquí, envíame a mí (Isa 6:8). Toda comisión divina que se da en respuesta a las oraciones de los fieles, tiene garantías de alcanzar éxito. Pablo era un vaso escogido, del que Cristo mismo dijo: Mira, está orando (Hch 9:11, Hch 9:15).

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