Miqueas 6:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ahora el pueblo parece convencido y ansioso de obtener el favor de Dios a toda costa, pero ignora los medios. La respuesta de Israel demuestra cuán poco conocen y entienden cuál es el culto y el servicio que verdaderamente agrada a Dios. (¿No tiene esto ninguna aplicación a nosotros?)

1. El pueblo responde (v. Miq 6:6), y pregunta, no a Dios, sino al profeta: «¿Con qué me presentaré ante Jehová y me postraré (hebr. ikáf) ante el Dios de las alturas (hebr. Elohey maróm)?» Según advierte Buck, «esta expresión se encuentra solamente aquí». También hace notar el mismo autor que el verbo kafaf, postrarse, «se encuentra solamente en textos tardíos (e. gr., Sal 145:14; Sal 146:8; Isa 58:5)».

2. Piensa, pues, el pueblo en ofrecer dones con los que aplacar a Dios, como se hace con alguien que, por alguna razón, está enemistado y es preciso hacer algo para volver a congraciarse con él, como hizo Jacob para congraciarse con su hermano Esaú (v. Gén 33:8-11). Lo que la Ley ordenaba era sacrificios, especialmente holocaustos consagrados totalmente a Jehová. Conforme a Lev 9:3, piensan que lo más agradable a Dios será ofrecerle los mejores animales (v. Miq 6:7). ¿O será cuestión de cantidad? ¿Miles de carneros? ¿Diez mil ríos de aceite para libación? (v. Lev 2:1, Lev 2:15; Lev 7:12). «La última pregunta dice Feinberg es la más desesperada de todas»: ¿Daré mi primogénito por mi prevaricación …? (v. Miq 6:7). Esta pregunta es, o simplemente retórica, o muestra la nefasta influencia de los pueblos idólatras en el pueblo de Dios. Es cierto que los primogénitos pertenecían a Jehová (Éxo 13:2, Éxo 13:12) y tenían que ser redimidos. Pero los sacrificios humanos estaban prohibidos en la Ley bajo pena de muerte (v. Lev 18:21; Lev 20:2-5; Deu 12:31; Deu 18:10). Dos observaciones finales acerca de este versículo Miq 6:7:

(A) Al hablar de la «imposible» expiación (v. Miq 6:7), ni aun a costa de la vida del primogénito, el texto sagrado tiene, en hebreo, los términos peshá, prevaricación, y jattáth, término genérico para «pecado». Aunque no son propiamente sinónimos, aquí aparecen en paralelismo de sinonimia (v. también Miq 1:5 Miq 3:8, Amó 5:12).

(B) La última frase ofrece un contraste singular: «el fruto de mi VIENTRE por el pecado de mi ALMA» (lit.). La desproporción salta a la vista: Nada que proceda del hombre, aun cuando sea algo tan entrañable como la vida del hijo primogénito, puede expiar por el pecado, que constituye la barrera entre el hombre pecador y el Dios santo.

3. Viene ahora el versículo Miq 6:8, del que alguien (citado por Feinberg) ha dicho que es «el dicho más grande del Antiguo Testamento». Si no es el más grande, ciertamente es un magnífico compendio de la verdadera piedad. Dice así, a la letra, en el original: «Te ha declarado (Dios), oh hombre (hebr. Adán), qué (es lo) bueno, y qué demanda (hebr. dorésh, más como un deseo que como un mandato riguroso) de ti, salvo el hacer justicia (hebr. mishpat, el derecho ajeno que hay que respetar), y amar benevolencia (hebr. jésed) y ser humilde para caminar con tu Dios». El versículo requiere un detenido análisis, debido a su importancia.

(A) Ya sabemos que Dios había instituido el sacerdocio y los sacrificios. Como ya hemos advertido en otros lugares, tampoco aquí los reprueba, pero lo que Él requiere y desea, por encima de toda observancia exterior, es la disposición interna del corazón, lo que marca el tono general de la conducta y el carácter personal del individuo. Por eso, demanda la obediencia, no en lugar del sacrificio, sino por delante del sacrificio, para conferirle lo que de más aceptable tiene para Dios.

(B) El profeta declara concisamente lo que Dios desea de todo hombre. Dice Buck: «Se usa aquí la palabra Adán, tal vez a causa de su significado colectivo y universal; la palabra, además, acentúa la pequeñez del hombre, tomado de la tierra (cf. Gén 2:7; Gén 3:19; Sal 8:5)». Como hace notar Hertz, esto no constituye una «nueva revelación. Es el mensaje de Abraham, Moisés, Samuel y Elías».

(C) El profeta aclara precisamente que no es una nueva revelación, al decir: «Te ha declarado …» (comp. con Deu 10:12). El pueblo es culpable por ignorarlo. Dice Buck: «El gran programa que el profeta presenta podría llamarse un compendio de la enseñanza de Amós (justicia), de Oseas (piedad, bondad) e Isaías (humildad)».

(D) Como ya hemos insinuado al dar el texto literal del versículo, la justicia de que aquí se habla consiste en adherirse a lo que es justo y equitativo en todas nuestras relaciones con nuestros semejantes (v. Sal 15:2.). Se trata, pues, de respetar los derechos inalienables de la persona humana.

(E) En cuanto al hebr. jésed, que suele traducirse por «misericordia», sabemos que comporta la idea de benevolencia, de un amor activo, fiel y constante, que nos inclina a hacer el bien a todos, mayormente a los de la familia de la fe (Gál 6:10). Pero sólo puede hacer el bien quien tiene el corazón inclinado a hacer el bien. Dice H. Cohen (citado por Hertz): «En cuanto a la justicia, basta con cumplirla, pero la misericordia no basta con hacerla; el amor (hebr. ahab) es acompañamiento esencial de toda obra misericordiosa».

(F) El tercer elemento consiste en caminar humildemente con Dios o, como dice literalmente el original, en ser humilde para caminar con tu Dios. Sin humildad no se puede tener comunión íntima con Dios, pues sólo se arrima de veras a Dios el que es consciente de que depende en todo de Él. Dice Buck: «La humildad exige que el hombre esté contento con lo que la voluntad divina dispone, que esté listo para aprender de Dios y someterse a su guía».

(G) Tenemos, pues, aquí, como un epítome de toda la Ley (Deu 10:12, Deu 10:18) y aun de todo el Evangelio, en cuanto que connota una justicia puesta en práctica. El gran rabino Hertz tiene dos citas notables. La primera es del rabino Fineés (o Pinjás) ben Yair, quien dice: «La devoción conduce a la humildad; la humildad, al temor del pecado; el temor del pecado, a la santidad; la santidad, al Espíritu Santo». «Esto es, dice el propio Hertz, lo que distingue la ética judía de la griega.» La otra cita es de H. Cohen, quien dice: «Todo lo heroico es insignificante y perecedero, toda sabiduría y virtud es incapaz de pasar el test crucial, a menos que sean frutos de la humildad».

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