Números 19:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La orden de Dios acerca de la solemne reducción a cenizas de una vaca roja (v. Núm 19:2), y de la preservación de dichas cenizas, para hacer de ellas una composición acuosa, que sirva, no para embellecer, sino para purificar exteriormente, pues esto era lo máximo que la Ley alcanzaba a efectuar; no podía embellecer interiormente, como lo hace el Evangelio, sino sólo purificar exteriormente.

I. Había de ponerse mucho cuidado y esmero en la elección de la vaca (o, más bien ternera) que había de ser quemada, mucho más que en la elección de cualquier otra ofrenda (v. Núm 19:2). No sólo debía ser sin defecto, como tipo de la pureza inmaculada y de la perfección absoluta del Señor Jesús, sino que había de ser una ternera roja totalmente, que es un color bastante raro en las vacas para que así se destacase más lo singular de la ceremonia, además de ser un color simbólico del pecado (Isa 1:18). Había de ser también «virgen» en el sentido de no haber sido usada bajo yugo para fines profanos o seculares, cosa en la que no se insistía en otros sacrificios, pero era también, de algún modo, tipo de Cristo, quien, al venir a este mundo, dijo al Padre: He aquí que vengo para hacer tu voluntad (Heb 10:7), pues era un Cordero que venía atado sólo con las cuerdas del amor.

II. La reducción a cenizas de la ternera roja comportaba un ceremonial muy complejo. La operación corrió a cargo de Eleazar, que era el segundo en la dignidad sacerdotal, después de su padre Aarón. El texto sagrado no nos dice por qué fue Eleazar, y no Aarón, quien celebró la ceremonia, pero la tradición rabínica explica que Aarón no era la persona conveniente para este rito, puesto que él había hecho pecar al pueblo al fundir el becerro de oro. Ahora bien:

1. La ternera había de ser degollada fuera del campamento, como cosa impura, a pesar de no tener defecto alguno; esto nos habla, por una parte, del color rojo de la ternera, que simbolizaba el pecado; y por otra, de la insuficiencia de los métodos prescritos por la ley ceremonial para quitar el pecado.

2. Eleazar había de tomar de la sangre con el dedo y rociar hacia la parte delantera del tabernáculo (v. Núm 19:4). Esto constituía una especie de expiación, puesto que el rociamiento de la sangre delante del Señor era la ceremonia más solemne en todos los sacrificios de expiación. Había que rociar siete veces como en todos los casos de sacrificios por el pecado (Lev 4:6, Lev 4:17).

3. La ternera había de ser quemada totalmente (v. Núm 19:5). Y mientras se quemaba, el sacerdote había de echar en el fuego madera de cedro, hisopo y púrpura escarlata (v. Núm 19:6), que se usaban en la limpieza de los leprosos (Lev 14:6-7), para que sus cenizas se mezclasen con las de la ternera, puesto que estaban destinadas a servir para la purificación. Hay quienes ven en el cedro del Líbano el símbolo del orgullo, y en el hisopo el de la humildad (v. 1Re 4:33); al ser la púrpura escarlata símbolo del pecado (Isa 1:18), tenemos asociadas las ideas de impureza, pecado y muerte por una parte; por otra, las de purificación y santidad. Todo ello es una explicación plástica de la eterna verdad de que un Dios Santo quiere ser servido sólo por un pueblo santo.

4. Las cenizas de la ternera sin huesos ni carbones habían de ser recogidas cuidadosamente por manos de una persona limpia (muchos piensan que había de ser un levita), y guardadas fuera del campamento en un lugar limpio, para uso de la congregación, cuando hubiese necesidad de purificar a alguien (v. Núm 19:9).

5. Cuantos tomaban parte en esta ceremonia, quedaban ceremonialmente impuros por ella, incluso Eleazar, a pesar de que no hizo otra cosa que rociar la sangre (v. Núm 19:7). Todos los sacrificios que se ofrecían por el pecado eran considerados como impuros, ya que los pecados de los hombres estaban cargados sobre ellos, como fueron cargados en realidad sobre Cristo, de quien leemos que Dios lo hizo pecado por nosotros (2Co 5:21). Por eso, las cenizas de la ternera (o becerra) sólo purificaban la carne, pero la sangre de Cristo purifica nuestras conciencias (Heb 9:13-14).

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