Números 21:4 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Israel, fatigado por la larga marcha en torno a las fronteras de Edom, ya que no se les permitió pasar a través del país, que era el camino más corto: Se desanimó el pueblo por el camino (v. Núm 21:4).

II. Por esta causa, el pueblo volvió a murmurar en su incredulidad: No hay pan ni agua y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano (v. Núm 21:5). Así hablan cuando tienen suficiente pan para comer y guardar, ya que, aunque están alimentándose del pan de los ángeles, sienten fastidio de él, y le llaman despectivamente liviano, es decir bueno para los niños pero no para hombres maduros y soldados. ¿Qué podrá satisfacer a quienes no se sienten satisfechos con el maná? No imitemos a los que desprecian o, al menos, descuidan la Palabra de Dios, que es pan de vida, pan sustancioso, apto para nutrir suficientemente a todos cuantos por fe se alimentan de él. Como es alimento espiritual, a él se aplican las sabias frases de un antiguo escritor eclesiástico que decía: Las cosas materiales difieren de las espirituales en que las materiales hartan y hastían en la medida en que satisfacen, y así quitan el apetito cuando nos llenan, en cambio, las espirituales satisfacen en la medida en que nos van llenando, excitando más y más nuestro apetito para seguir nutriéndonos de ellas, siempre satisfechos, pero nunca hartos.

III. El justo juicio que Dios trajo sobre ellos por su murmuración: Envió entre el pueblo serpientes ardientes (v. Núm 21:6), es decir, feroces, que con su mordedura producían violenta y mortal inflamación, muriendo mucho pueblo a causa de ello. El desierto que habían atravesado estaba todo él infectado de estas serpientes venenosas (Deu 8:15), pero, hasta el presente, Dios había preservado de ellas maravillosamente a su pueblo, hasta ahora que volvían a murmurar. En su orgullo y rebeldía, se levantaban contra Dios y contra Moisés, y ahora Dios les humillaba y les mortificaba, haciendo que estos despreciables animales fuesen para ellos una terrible y mortífera plaga.

IV. Su arrepentimiento y súplica a Dios bajo los efectos de este juicio (v. Núm 21:7). 1. Confiesan su pecado: Hemos pecado (v. Núm 21:7). Es de temer que no hubiesen reconocido su pecado, si no hubieran sentido el escozor. 2. Ruegan a Moisés para que interceda por ellos. Las aflicciones cambian a menudo los sentimientos de los hombres con respecto a los hijos de Dios y les enseñan a estimar las oraciones que, en otro tiempo, eran para ellos objeto de burla. 3. Moisés, para mostrar que les perdonaba de corazón, bendice a quienes habían maldecido de él, y ora por el pueblo (v. Núm 21:7). En esto es tipo de Cristo, quien intercedió por sus perseguidores, y también es un modelo para nosotros, a fin de que le imitemos y demostremos que amamos a nuestros enemigos.

V. La admirable provisión que Dios hizo para aliviar a su pueblo, pues ordenó a Moisés a que hiciese de bronce una imagen de serpiente feroz, y la pusiese sobre un asta en un lugar elevado, de modo que todos pudiesen verla, y que todo aquel que hubiese sido mordido por una serpiente feroz, quedase repentina y totalmente curado con sólo mirar a la serpiente de bronce. El pueblo había rogado a Dios que quitase de ellos aquellas serpientes (v. Núm 21:7), pero Dios no creyó oportuno este remedio, pues Él actúa del mejor modo, que no siempre es nuestro modo. Dice la Mishná de los judíos: «¿Tenía, pues, la serpiente de bronce el poder de matar o de dar la vida? No, sino que eran curados si, al mirar hacia arriba a la serpiente, elevaban sumisos sus corazones a su Padre Celestial. En cambio morían si rehusaban hacerlo». No hace falta decir cuán grande es la dosis de mensaje evangélico encerrado en este episodio, pues el mismo Salvador nuestro lo expresó claramente cuando dijo: Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jua 3:14-15). Obsérvese, pues, el parecido:

1. Entre su dolencia y la nuestra. El diablo es la serpiente antigua (Gén 3:1.; Apo 12:9), serpiente feroz; de ahí que aparezca en Apo 12:3 como un gran dragón rojo. La mordedura de esta serpiente feroz es el pecado; el pecado es doloroso para la conciencia estremecida y alarmada, y es venenoso para la conciencia endurecida y cauterizada (1Ti 4:2). A las tentaciones de Satanás se las llama dardos encendidos (Efe 6:16), ya que proceden de una serpiente ardiente.

2. Entre su remedio y el nuestro. (A) Fue Dios mismo quien ideó y prescribió este antídoto contra las serpientes ardientes; así también nuestra salvación por medio de Cristo fue planeada por la Sabiduría Infinita, Dios mismo ideó y pagó el rescate. (B) El remedio prescrito para la curación fue muy extraño y, a primera vista, poco apropiado; así también nuestra salvación por medio de la muerte en la Cruz de Jesucristo, es para los judíos tropezadero, y para los gentiles locura (1Co 1:23). (C) Lo que curó fue hecho a imagen de lo que mordió. Así también Cristo, aunque en sí mismo estaba completamente libre de pecado, fue enviado en semejanza de carne de pecado (Rom 8:3), tan semejante que sus enemigos daban por seguro que ese hombre es pecador (Jua 9:24). (D) La serpiente de bronce fue levantada en alto; también lo fue Cristo, quien fue levantado en la Cruz (Jua 12:33-34), para ser espectáculo al mundo entero, y es levantado en alto mediante la predicación del Evangelio. Es significativo que el término hebreo usado aquí para decir «asta» (vv. Núm 21:8, Núm 21:9), sea el mismo que, en Isa 11:12, figura como «pendón», enseña o estandarte, pues Cristo crucificado, levantado como señal que es objeto de disputa (Luc 2:34), es decir, contra la cual se habla, será, cuando venga a reinar, el Señor victorioso y glorioso que levantará pendón a las naciones (Isa 11:12), porque él mismo estará puesto por pendón a los pueblos (Isa 11:10). (E) La serpiente de bronce, que contrarresta la acción mortífera de las serpientes venenosas, es también figura de Cristo triunfando sobre Satanás, la serpiente antigua, cuya cabeza aplastó cuando en la Cruz despojó a los principados y a las potestades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos (Col 2:15), y así llevó cautiva la cautividad (Efe 4:8). Este carácter triunfal de la Cruz de Cristo es especialmente notorio en el Evangelio de Juan pues en él la crucifixión es, ante todo, un ser levantado, como un hecho necesario (Jua 3:14), como un hecho revelado (Jua 8:28), y como un hecho atractivo (Jua 12:32).

3. Entre la aplicación de su remedio y la del nuestro. Ellos miraban y, por mirar, vivían; nosotros, si creemos, no perecemos, sino que tenemos vida eterna (Jua 3:15-16); es por fe como miramos a Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb 12:2). Ya había dicho el Señor, en Isa 45:22, «miradme a mí, y sed salvos». Cualquiera que mirase a esta señal curativa, salvífica, aunque fuese desde el punto más remoto del campamento de Israel, aunque fuese con ojos débiles, mortecinos o nublados por las lágrimas, era curado con toda certeza; de la misma manera, todo el que cree en Cristo aunque su fe todavía sea débil, pero confiada, no ha de perecer jamás, sino que tendrá vida eterna. Como dice nuestro himno:

«La mirada de fe al que ha muerto en la cruz, infalible la vida nos da

Mira, pues, pecador, mira pronto a Jesús, y tu alma la vida hallará.»

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