Romanos 1:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Pablo entra aquí en el tema de la Epístola: la justificación por medio de la fe. Algo tan alto, tan profundo, tan importante y tan urgente, que Pablo tiene gran empeño (v. Rom 1:15) en proclamarlo, y no se avergüenza del Evangelio que lo proclama, aunque tenga que hablar del hombre que fue colgado en un madero, porque fue para salvarnos.

1. El Evangelio es poder (dúnamis o dynamis, de donde procede el vocablo «dinamita») de Dios, esto es, revela la infinita fuerza activa de Dios para salvación; no es letra muerta, sino poder en acción (dynamis con enérgueia) para salvar. El vocablo «salvación», abarca tres aspectos: (A) salvación de la culpa del pecado (v. el comentario a Efe 2:8, con el verbo en pretérito perfecto), que se lleva a cabo en la justificación; (B) salvación del poder del pecado, que es un proceso constante en la santificación interior (Rom 5:10); (C) salvación de la presencia del pecado (en el cielo, v. 1Co 3:15; 1Co 5:5; Heb 9:28: «se dejará ver de los que le aguardan para salvación», lit.). Como ya vimos con frecuencia en Hechos, y lo veremos también en Romanos, esta salvación estaba programada primeramente para el judío. Las ovejas perdidas de la casa de Israel recibieron la primera oferta del Evangelio, de manos de Jesús y, después, de los apóstoles. Al rechazar la salvación (Hch 13:46), el Evangelio fue ofrecido a los paganos o gentiles y, en cuanto a salvación espiritual, judíos y gentiles se hallan al mismo nivel delante de Dios, con lo que el tan esperado Mesías demostraba ser «luz para revelación a los gentiles, y para gloria de tu pueblo Israel» (Luc 2:32). Pero la medicina no puede curar, sino al que la toma; por eso, la salvación es para todo el que cree (v. el comentario a Efe 2:8). Así que sólo el que cree se salva, tiene vida eterna (Jua 3:36).

2. El apóstol entra más de lleno en el tema de la Epístola (v. Rom 1:17.), y nótense de paso esos siete porque en seis versículos (Rom 1:16-21) para ver la ilación de todo el argumento. «Porque en el evangelio (v. Rom 1:17) la justicia de Dios se revela por fe y para fe». Paremos aquí un momento ante la riqueza de las expresiones de Pablo. Dice Vicentini: «Si el Evangelio es una fuerza divina que salva, es porque en él se revela la justicia de Dios. Esta justicia actúa en el hombre a partir de un acto de fe y va de fe en fe, es decir, tiende a una mayor expansión». Vamos a explicar esto en mayor detalle:

(A) ¿Qué se entiende por «justicia de Dios»? En Dios, la noción de justicia no equivale a la de santidad, aunque la justicia fluye de un aspecto de la santidad de Dios. Al analizar Dan 9:7-16 (nótese, sobre todo, eso de «conforme a todos tus actos de JUSTICIA», v. Rom 1:16), se ve claramente que la justicia de Dios es su actividad salvadora que, al ser satisfecha por la obra del Calvario, hace que su infinito amor se desborde, sin obstáculo, hacia nosotros, con lo que su santidad queda completamente a salvo. No es esta justicia de Dios la que se nos imputa en la justificación, sino la justicia de Cristo, quien cumplió perfectamente toda justicia en su vida y en su muerte, ofreciéndose a Dios en holocausto (como nuestro representante) y en expiación por el pecado (como nuestro sustituto).

(B) Esta justicia cumplida de Cristo se hace en nosotros (v. 2Co 5:21), mediante la fe, justicia imputada y exige ser, en la santificación moral, justicia practicada. De esta forma, la actividad salvadora de Dios produce en nosotros un efecto de su favor o gracia, ya que de nosotros mismos no puede surgir (por esfuerzo o mérito) ninguna pretensión a ser salvos. Todo el proceso salvífico es, en nosotros, por fe y para fe (v. Rom 1:17, lit. de fe hacia fe), es decir, desde su origen hasta su meta, de punta a cabo.

(C) Queda la última frase del versículo Rom 1:17: «Mas el justo por la fe vivirá». Pablo cita aquí de Hab 2:4, donde el profeta promete la vida, esto es, el apoyo de Dios contra los enemigos, para protección y liberación, a los justos, a causa de su fidelidad a Dios. La frase puede construirse de dos maneras: (a) «El que es justo por la fe, vivirá»; (b) «El que es justo, vivirá por la fe». El profeta parece expresarlo en la primera forma. Pero Pablo une los dos sentidos. Dice Ryrie: «Al citar Hab 2:4, Pablo pone de relieve que una persona sólo mediante la fe puede ser justa a los ojos de Dios; (esto es), el que es justo por la fe, vivirá ahora y siempre por fe».

3. Al entrar en el versículo Rom 1:18, se advierte el contraste con el versículo Rom 1:17: A la justicia salvadora de Dios que obtiene su efecto en el que es justo por la fe, se opone la ira de Dios que se revela (apokalúptetai, el mismo verbo del v. Rom 1:17) contra toda impiedad e injusticia de los hombres que rehúsan creer, pues detienen con injusticia la verdad. ¿Qué significa esta última frase? Aunque impiedad (gr. asébeia) indica no tener respeto a Dios, no hacerle caso, y adikía, injusticia, expresa una negación de lo que se debe a los demás, y aun el fallo moral en relación con nosotros mismos, la segunda mención de injusticia en el mismo versículo insinúa que el vocablo tiene extensión más amplia y abarca toda la actividad humana que impide la penetración de la gracia y de la verdad en el interior de la persona. El verbo griego en participio de presente significa que los incrédulos impíos perseveran y se oponen e impiden el paso y procuran echarla por tierra, a la verdad y a la gracia de Dios, que, ya mediante la naturaleza (vv. Rom 1:19-21), se manifiestan a ellos lo suficiente para dejarles sin excusa. De este modo, Pablo, como experto cirujano, antes de aplicar el apósito, saja y escudriña la herida, y tratan de convencer de pecado y avisar de la ira de Dios contra el pecador, antes de que la curación pueda tener efecto, lo que hace del Evangelio algo sumamente importante y urgente, ya que si, por una parte, revela la justicia de Dios por fe y hacia fe, también revela la ira de Dios por el pecado y hacia el pecado. El corazón del malvado es como un sepulcro donde la verdad queda encerrada bajo tierra. Por mucha que entre, no produce ningún efecto. W. Newell hace notar que «casi todos los hombres conocen más verdad de la que obedecen». La ira de Dios cae perpendicularmente («desde el cielo», v. Rom 1:18), sobre el impío.

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