Romanos 3:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. En la primera sección de este capítulo (vv. Rom 3:1-8), el apóstol responde a varias objeciones, antes de pasar a la afirmación de la corrupción universal de la humanidad.

Primera objeción: Si el judío y el gentil están delante de Dios al mismo nivel, ¿qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? (v. Rom 3:1). Como si dijese: «¿No hace esta doctrina tabla rasa de todas las prerrogativas del pueblo escogido y se suprime el respeto a la ordenanza divina de la circuncisión?»

Respuesta: Los judíos son, a pesar de todo, un pueblo privilegiado (v. Rom 3:2): «Mucho, en todas maneras». Es cierto que la puerta de la salvación está abierta por igual para los gentiles lo mismo que para los judíos, pero éstos tienen muchos privilegios (v. Rom 9:4, Rom 9:5), de los que aquí sólo menciona uno (v. Rom 3:2): «Les ha sido confiada la palabra de Dios», es decir, las Escrituras del Antiguo Testamento, que son oráculos divinos confiados en primer lugar a los judíos, y a estos oráculos hay que atenerse (Isa 8:20). El Antiguo Testamento fue depositado en manos de los judíos, a fin de que lo preservasen puro e incorrupto, primero para uso de ellos mismos y, después, para beneficio de todo el mundo. Los judíos tenían los medios de la salvación, pero no tenían el monopolio de la salvación. El apóstol dice que tenían esto primeramente, es decir, como el privilegio primero y más importante.

Segunda objeción: ¿De qué les sirvieron los oráculos divinos, cuando tantos judíos se negaron a creer (v. Rom 3:3), haciéndose así enemigos de Cristo y de su Evangelio?

Respuesta: Pero, ¿acaso su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? (v. Rom 3:3). Ante el solo pensamiento de tal cosa, Pablo estalla en una especie de interjección (v. Rom 3:4): ¡De ninguna manera! (lit. ¡No sea!, o, ¡No suceda!), que repite unas doce veces en sus Cartas. La obstinación de los judíos era impotente para invalidar las profecías sobre el Mesías, el reino mesiánico y el llamamiento del pueblo de Israel (v. Rom 11:29). Continúa Pablo (v. Rom 3:4): «Quede bien claro que Dios es veraz y que, por el contrario, todo hombre es un embustero» (NVI). El apóstol cita esta última frase del Sal 116:11, donde el hebreo dice literalmente: «el hombre entero es engañoso», es decir, «ningún ser humano es de fiar, en sus poderes naturales, para salvar, proteger, ayudar, etc., a otros» (comp. con Jer 17:5-9). No quiere decir, pues, que «todo hombre diga mentiras» (cierto joven incrédulo y disoluto, pero, al parecer, no «mentiroso», estuvo a punto de provocar desorden en un culto vespertino en la iglesia de Galicia donde yo servía, al oír citar desde el púlpito este versículo, nota del traductor). A continuación, cita el apóstol del Sal 51:4: «De modo que seas proclamado justo en tus palabras y triunfes cuando se te juzgue» (NVI). De tal manera cumple Dios su palabra que, en cualquier circunstancia, sale vindicado como acusador veraz y justo Juez. Lo que Pablo intenta, al aplicar aquí las palabras del Sal 51:1-19 es, como dice J. Murray, «que, si el pecado no anula la justicia de Dios, tampoco la incredulidad y el engaño del hombre pueden anular la fidelidad y la veracidad de Dios».

Tercera objeción: «Pero si nuestra propia iniquidad (v. Rom 3:5) hace resaltar más claramente la justicia de Dios ¿qué diremos? ¿No será injusto Dios al descargar sobre nosotros su cólera? (Arguyo como lo hacen los hombres)» (NVI). Si el pecado y el engaño del hombre hacen resaltar la justicia, la fidelidad y la veracidad de Dios, ¿por qué castiga Dios el pecado, cuando éste sirve de algún modo para que resalte más la gloria de Dios?

Respuesta: «¡De ninguna manera!», repite con enfado el apóstol. Si así fuese, ¿cómo juzgaría Dios al mundo? (v. Rom 3:6). Como si dijese: «En tal caso, Dios habría dimitido de su cargo como Juez de todos». El pecado hace resaltar la justicia de Dios, lo mismo que su perdón, sólo de manera indirecta, accidental y a posteriori. Pongamos un ejemplo a nivel humano: El que una persona brille por su mansedumbre no otorga a otros el derecho de darle puñetazos y puntapiés, con la excusa de que así brillará más su mansedumbre. Dios no va a estarle agradecido al pecador por el hecho de que su pecado haga resaltar la justicia de Dios.

Cuarta objeción: Los objetores (al parecer, los había. Pablo no está proponiendo meras «hipótesis») persisten en la objeción anterior, aunque especifican el caso de la «mentira» humana que enaltece la «veracidad» y la «fidelidad» de Dios (vv. Rom 3:7, Rom 3:8): «Pero si por mi mentira la verdad de Dios abundó para su gloria, ¿por qué aún soy juzgado como pecador? ¿Y por qué no decir (como se nos calumnia y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos). Hagamos males para que vengan bienes?» Dice el antiguo refrán: «¡Calumnia, que algo queda!», y se ve que, ya en tiempos de Pablo, había quienes le acusaban (y quizás a otros, aunque el plural «nos» podría ser retórico) de enseñar que «el fin justifica los medios».

Respuesta: Pablo se limita a exponer la objeción en toda su crudeza y añade que es justa la condenación de quienes le calumnian como si él sostuviese esa doctrina. No se puede cometer un pecado a fin de obtener un bien o de evitar un pecado mayor. Hay casuistas que permiten emborrachar a un criminal, en determinadas circunstancias, a fin de preservarle de cometer un asesinato. No hay en la Palabra de Dios nada que justifique tal cosa (toda esta respuesta es del traductor). Lutero obró lamentablemente al escribir su famosa frase: «Peca fuerte, pero cree más fuerte». Esto da base al peor antinomianismo. Me consta, por testimonio de primera mano de un colega, que en un Seminario Teológico, supuestamente «evangélico», de una nación que no quiero nombrar, el propio rector enseñaba, de palabra y obra, que el único adulterio que está prohibido al cristiano es el adulterio espiritual: servir a otros dioses (supongo que se apoyaría en Stg 4:4). Este antinomianismo sostiene que Cristo cumplió perfectamente la Ley en nuestro lugar, por lo cual nosotros estamos exentos de cumplirla. Es cierto que gran parte de los evangélicos sostenemos que no estamos bajo la Ley en ningún sentido, sino dentro de la ley de Cristo (1Co 9:21), que es la ley del amor (v. Jua 13:34; Rom 13:8-10; Gál 5:14; Stg 2:8). El verbo griego para «cumplir» significa «llenar», por lo que, cuando afirmamos que la ley de Cristo sustituye a la ley de Moisés, también especificamos que esa ley de Cristo exige MÁS, no MENOS, que la ley de Moisés; pero es una exigencia atractiva, de amor, que no da peso, sino alas. En cuanto a que «Cristo cumplió la Ley en nuestro lugar», como nuestro sustituto, es totalmente falso. Cristo la cumplió como nuestro representante, que no es lo mismo. Lo único que Cristo cumplió de la Ley en nuestro lugar fue la sentencia de muerte contra el pecador, la «maldición» de la Ley (v. Gál 3:13). Si no tenemos ideas claras sobre esto, estamos al borde del abismo: del legalismo o del antinomianismo. Y ambos aparecen claramente condenados en la teología paulina.

II. La conclusión que Pablo deduce de todo esto es que tanto los judíos como los paganos están bajo pecado (vv. Rom 3:9-18). «¿Qué, pues?, dice (v. Rom 3:9), ¿nos hallamos los judíos en peores condiciones que los gentiles?» Toda esta última frase está, en el original, en una sola palabra: proekhómetha. El verbo proekho significa básicamente «estar en situación preferente». La duda, en cuanto a proekhómetha, proviene de que el verbo se halla en la voz medio pasiva y el vocablo no se halla en ningún otro lugar, ni en la Biblia ni fuera de ella. Sólo un análisis a fondo del contexto puede aclararnos si ha de traducirse en voz media: «¿nos hallamos en mejores condiciones?» (así traducen la mayoría de las versiones), o en la voz pasiva: «¿nos hallamos en peores condiciones, etc.?», como dan algunas versiones por traducción alternativa. Ahora bien, el apóstol ha comenzado el capítulo dando «ventaja» al judío, y sigue con una serie de objeciones que ponían en cuarentena dicha «ventaja». Por tanto, lo más lógico es que, ahora, el objetor judío pregunte: «¿Qué, pues?, ¿nos hallamos los judíos en peores condiciones que los paganos?» A esto contesta el apóstol: «¡No, en absoluto!» Y afirma rotundamente que: «ya hemos acusado a judíos (en el cap. Rom 2:1-29) y a gentiles (en el cap. Rom 1:1-32), que todos están bajo pecado» (v. Rom 3:9). Lo ha demostrado por la experiencia, y ahora lo va a demostrar por lo que, al respecto, dice la Palabra de Dios. Obsérvese, de acuerdo con la Escritura del Antiguo Testamento:

1. Lo que es habitual, metido en la naturaleza caída del hombre; y esto, de dos maneras:

(A) Una falta habitual de todo lo bueno: «No hay un solo justo, ni siquiera uno» (v. Rom 3:10), ninguno que posea una base de conducta justa, aceptable a los ojos de Dios (v. Isa 64:6). Da a entender que, si hubiese uno, uno solo, habría sido hallado. El pecado comienza por la falta de entendimiento: «no hay ninguno que entienda» (v. Rom 3:11) y, por tanto, «no hay quien busque a Dios», que desee hacer la voluntad de Dios. «Todos se desviaron (v. Rom 3:12, comp. con Isa 53:6), a una se hicieron inútiles», es decir, sin provecho, inservibles, como algo que se ha echado a perder. «No hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno», añade remachando lo que había dicho en el versículo Rom 3:10.

(B) Una abundancia habitual de todo lo que es malo: (a) en sus palabras (vv. Rom 3:13, Rom 3:14), pues están llenas de crueldad, como el sepulcro que se traga a todo viviente; de engaño, como la víbora que fascina para clavar su ponzoña; y de maldición, de toda clase de maledicencia; (b) en sus caminos (vv. Rom 3:15-17): «Sus pies son veloces para derramar sangre». Adondequiera van, «sangre, ruina y miseria marcan las huellas de sus pasos» (NVI). Dice la leyenda que, donde pisaba el caballo de Atila, ya no crecía la hierba. Así, estos malvados dejan tras sí sólo sangre, dolor y lágrimas. «No han acertado con la senda de la paz» (v. Rom 3:17). No han sabido estar en paz con sus prójimos; no conocen las cosas que son para la paz (Luc 19:42). Con ello, el mayor daño se lo hacen a sí mismos, pues una persona no necesita para ser desgraciada más que ser esclava del pecado y cerrar los ojos y los oídos a la cosas que le convienen.

(C) La raíz de todo este mal es (v. Rom 3:18) que: «No hay temor de Dios ante sus ojos». El temor de Dios resume aquí toda la actitud de la persona frente a Dios. Como los malvados no temen a Dios, nada bueno puede esperarse de ellos (v. Pro 1:7.). Dice Trenchard: «Al faltar este santo temor, la vida toda gira sobre el eje descentralizado del egoísmo, con desastrosos resultados para la vida moral, psicológica, social y física». Aquí tenemos, pues, un breve informe de la depravación general de la humanidad, aunque el apóstol, como se ve por el versículo siguiente, tiene los ojos puestos especialmente en el judío. Ésa es la razón por la que ha estado citando, según los LXX, de los Sal 5:9; Sal 10:7; Sal 14:1-3; Sal 36:1 y Sal 140:3, así como de Isa 59:7, Isa 59:8.

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