Romanos 4:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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El apóstol pasa ahora a describir cuándo y por qué fue justificado Abraham, con lo que demuestra que esa justificación no es únicamente para los israelitas, los descendientes de Abraham según la carne (v. Rom 4:1), sino también para todos los creyentes, pues todos ellos son descendencia espiritual de Abraham (vv. Rom 4:9-17).

1. Abraham fue justificado antes de ser circuncidado (v. Rom 4:10). Su fe le fue contada por justicia cuando estaba aún en la incircuncisión. De esta forma responde Pablo a la pregunta del versículo Rom 4:9 sobre si esa bendición era sólo para los israelitas (la circuncisión) o se extendía también a los paganos (la incircuncisión). Aquí tenemos dos razones por las que Abraham fue justificado por fe cuando todavía era incircunciso:

(A) La circuncisión era señal, sello de la justicia de la fe que tenía estando aún incircunciso (v. Rom 4:11). Como «señal», apuntaba a la realidad significada; como «sello», garantizaba la autenticidad de lo sellado. Así se demuestra que la circuncisión no fue para Abraham la «condición» que se le exigió para ser justificado, sino la «marca» que garantizaba la genuinidad de la fe que había ejercitado y que le había sido cargada en cuenta como «justicia».

(B) De esta manera (vv. Rom 4:11, Rom 4:12), Abraham venía a ser «padre», modelo y guía (comp. con Gén 4:20, Gén 4:21), no sólo de los judíos, sino también de los paganos: de todos los que, en filas compactas, codo con codo, siguen (lit. avanzan; el mismo verbo de Gál 5:25) las huellas (el mismo vocablo de 1Pe 2:21; el verbo para sigáis es diferente) de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. El apóstol hace hincapié en el versículo Rom 4:12 en lo de «la circuncisión», al hablar como judío que era él mismo, para poner de relieve que al judío no le basta la circuncisión para ser justificado; necesita la fe como todos los demás.

2. Sin romper el hilo de la argumentación, Pablo pasa a considerar otro aspecto por el que se demuestra que la justificación es por fe, al seguir las huellas de Abraham. Ahora no es la fe la que se contrapone a la circuncisión, sino la promesa a la ley. El resultado es el mismo: La promesa es para todos los que creen, no para los que cumplen la ley. Dice Vicentini: «Si los herederos de la promesa fueran los que tienen la ley y dependen de ella, la fe quedaría sin objeto, sin valor; y la promesa, sin efecto, anulada» (v. Rom 4:14). Pues la ley (v. Rom 4:15) produce ira, provoca la cólera de Dios contra los que quebrantan la ley. Pero la ley nos da a conocer el pecado (Rom 3:20), tanto que donde no hay ley, tampoco hay transgresión; pero esa ley no da fuerza para evitar el pecado. En cambio, el objeto de la promesa (v. Rom 4:16) es dar la gracia, y borrar así, de puro favor, el pecado; y ese favor, esa gracia, se alcanza mediante la fe (comp. con Efe 2:8); por tanto, en todos los que creen. Tres son, pues, las razones por las que la promesa le fue hecha a Abraham mediante la fe:

(A) Para que fuese por gracia y no por la ley; por gracia, no por obras, no por méritos, porque entonces no sería favor, sino deuda (v. Rom 4:4). La fe garantiza la recepción de la gracia; la gracia confiere a la fe la promesa. La ley, en cambio, no admite gracia, sino justicia. Al impío no se le puede conferir, sin más, el favor del perdón (Pro 17:15). La fe va siempre ligada a la gracia, de la misma manera que la promesa está desligada de la ley.

(B) Para que la promesa fuese segura. La dispensación de la ley no tenía firmeza ni seguridad, pues la base humana era quebradiza. La ley no se cumplía ni podía cumplirse; por eso, aquel pacto del Sinaí se hizo, no antiguo, sino viejo, echado a perder; necesitado de desaparición (v. Heb 8:7-13). La dispensación del Evangelio es totalmente de gracia.

(C) Para que la promesa pudiese alcanzar a todos los que creen, pues todos ellos son hijos espirituales de Abraham (v. Rom 4:16). En este sentido entiende Pablo (v. Rom 4:13) lo de que se le prometió a Abraham que sería el heredero del mundo, cosa que no leemos en el Antiguo Testamento, pero Pablo lo ve en un conjunto de promesas que miran en esta dirección (v. Gén 12:3; Gén 13:14-17; Gén 15:4, Gén 15:5, Gén 15:18-21; Gén 17:2-21; Gén 22:15-18); el pensamiento de Pablo se aclara en Gál 3:16, dentro de un contexto muy parecido al actual. El apóstol tenía en mente a Cristo, «la simiente» por excelencia (comp. Gén 3:15), quien había de obtener el dominio del mundo entero, según las numerosas profecías mesiánicas; el cumplimiento se ve en Apo 11:15.

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