Romanos 6:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1. Acaba de decir Pablo (Rom 5:20) que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» y parece como si el objetor de Rom 3:1. apareciese de nuevo en escena para objetar: «Entonces, permanezcamos en el pecado para que la gracia abunde» (v. Rom 6:1). La respuesta (v. Rom 6:2) es lógica y tajante: «¡De ninguna manera!» (la misma expresión de Rom 3:4, etc.). «Los que morimos (aoristo, de una vez por todas; comp. v. Rom 6:10) al pecado, ¿cómo viviremos en él?» ¡Evidente! El pecado es principio de muerte, no de vida. Por tanto, si hemos muerto al pecado en unión con el Cristo que mató a la muerte muriendo, hemos muerto a la muerte, tanto como al pecado, para vivir ajenos al pecado que nos esclavizaba.

2. A continuación, el apóstol describe el proceso de la santificación como un ser injertado en Cristo, que muere con Él y resucita con Él (vv. Rom 6:3-11). Este «morir al pecado con el Cristo muerto» y «resucitar a la nueva vida con el Cristo resucitado» se halla maravillosamente simbolizado en el bautismo por transmersión. Es una pena que, por prejuicios de «escuela teológica», haya tantos comentaristas que no ven en estos versículos otra cosa que una realidad espiritual, oculta bajo una metáfora. Es cierto que el bautismo de agua es solamente un símbolo y un sello (acompañado de una profesión pública de fe) de nuestra incorporación espiritual, por fe, a Cristo (comp. 1Co 12:13), no es un medio de regeneración espiritual, pero es obvio que Pablo tenía en mente el símbolo cuando hablaba de la realidad. En efecto:

(A) Nada como el bautismo de agua por «transmersión» ejemplifica lo que ocurre en la vida espiritual al pasar del pecado a la gracia, de la muerte a la vida en Cristo. Como puede verse en los antiguos baptisterios todavía existentes (por ejemplo, en Terrassa, España), los que sellaban con el bautismo de agua su profesión de fe entraban en el agua por unas escalerillas y, después de ser sumergidos, salían del agua por el lado opuesto, sin volver atrás, sino como si entrasen en una nueva esfera. La entrada en el agua simboliza la muerte con Cristo (v. Rom 6:3) y la inmersión en el agua es una «sepultura» (v. Rom 6:4). Dice F. F. Bruce: «la sepultura coloca el sello sobre la muerte, y así el bautismo del cristiano es un entierro simbólico por el cual el antiguo orden de vida finaliza para dar lugar al nuevo orden de vida en Cristo». Al emerger del agua y salir por el lado opuesto, se simboliza claramente la resurrección a una nueva vida (v. Rom 6:4). Es como un «paso a través del mar Rojo de la sangre de Cristo» y así lo entendieron algunos antiguos escritores eclesiásticos: Del Egipto de la servidumbre del pecado, pasamos así a un, más o menos largo, peregrinaje por la vida, antes de entrar en la celestial Tierra Prometida. A causa de este «pasar de un lado a otro», he usado el término «transmersión».

(B) En los versículos Rom 6:5, Rom 6:6, el apóstol da la razón por la que este paso se verifica en los creyentes y queda simbolizado en el bautismo de agua: Nuestra unión con Cristo es vital, orgánica y dinámica, como injertados (lit. complantados) en Él (v. Rom 6:5). Como Cristo llevó nuestros pecados al madero (no sólo en el madero), según el original de 1Pe 2:24, el bautismo del creyente simboliza que, unido a Cristo, muere con Él a los pecados, para resucitar después, también con Él, a una vida eterna. Para quitar la idea de que esto fue una realidad física en el pasado, Pablo cuida muy bien las expresiones: «Porque si fuimos plantados juntamente con Él EN LA SEMEJANZA de su muerte, así también lo seremos en la (SEMEJANZA) de su resurrección». No quiere decir que esto nos suceda en figura, pero no en realidad, sino que el bautismo de agua, por el «sumergirse en el agua, para emerger por el lado opuesto» es una semejanza de la muerte y de la resurrección que, con Cristo, se realizan en nosotros en la esfera espiritual. El versículo Rom 6:6 es consecuencia del versículo Rom 6:5: Si nuestro viejo hombre, nuestro anterior estado espiritual, ha muerto con Cristo, ha sido crucificado juntamente con Él y, por tanto, allí quedó clavado, abolido legalmente (lit. reducido a la impotencia. La versión «destruido» es falsa y peligrosa, y va contra todo el contexto posterior).

(C) En los versículos Rom 6:6-11, Pablo llama la atención del creyente sobre algo que ya sabe («sabiendo esto», o «conocedores de esto», v. Rom 6:6), pero a lo que debe prestar constante atención (v. Rom 6:11): El cuerpo de pecado, el viejo «yo» pecador, heredado de Adán (llamado así porque en el cuerpo se exterioriza nuestra persona, comp. Rom 12:1), al ser abolido legalmente, despojado de su señorío, crucificado, no tiene ya poder legal para imponernos su servidumbre (v. Rom 6:6), que, a fin de cuentas, era un servir al diablo (v. Heb 2:14, Heb 2:15). No hay por qué servir a un tirano ya destronado ni obedecer a un régimen caído. Si hemos muerto al pecado (v. Rom 6:7), estamos justificados del pecado, pues la sentencia de muerte que el pecado comporta, ya no tiene por qué volver a ejecutarse cuando la persona es cadáver. El muerto ya ha pagado la deuda del pecado (v. Rom 6:23). Ahora bien, esta muerte al pecado se ha llevado a cabo (v. Rom 6:8) con Cristo, con el Cristo muerto, pero también resucitado, por lo que no sólo estamos muertos al pecado, sino también resucitados a una vida nueva. De esto deduce Pablo dos consecuencias:

(a) La muerte y la resurrección de Cristo son dos hechos de una vez por todas: Resucitó de los muertos para no volver a morir más (v. Rom 6:9), por lo que la muerte ha perdido para siempre su señorío sobre Él. «Porque la muerte que murió, la murió al pecado una vez por todas; mas la vida que vive, la vive para Dios» (v. Rom 6:10, lit. en la excelente versión que de este versículo hace la New American Standard Translation). Para entender bien este versículo es preciso ver su conexión con el versículo Rom 6:9. La muerte de Cristo en el Calvario fue una victoria sobre el pecado (sobre la culpa y sobre el poder del pecado), pero no se puede olvidar que subió al madero cargado con nuestro pecado (2Co 5:21, como un eco de Isa 53:5, Isa 53:6, y 1Pe 2:24). Por unas horas, pareció que el pecado se enseñoreaba de Él, hasta el punto de cortarle la comunión con el Padre, pero al morir, el pecado que llevaba como sustituto nuestro, murió también allí, de forma que Él, y todos los hombres (potencialmente) con Él, hemos muerto al pecado (comp. con 2Co 5:14.). Al estar los creyentes unidos con Él, también hemos muerto al pecado de una vez por todas, a fin de vivir en adelante, por siempre, para Dios en Cristo Jesús (vv. Rom 6:8-11). Pero, ¿es que Cristo no vivía ya para Dios antes de morir? Si, es cierto, pero, como bien observa J. Murray, «el estado anterior estaba condicionado por el pecado con el que cargó en nuestro lugar, y el pecado es la contradicción de lo que Dios es. Pero, al acabar con el pecado en su muerte, su vida de resucitado no está condicionada por nada que sea antítesis de Dios».

(b) En conclusión de todo esto, el apóstol exhorta a los creyentes a tomar en cuenta (v. Rom 6:11, gr. loguízesthe) el hecho de que están muertos al pecado, pero vivos para Dios, etc. Este tomar en cuenta no es una mera reflexión intelectual ni una introspección psicoanalítica, sino un estar en vela a fin de que el pecado que ha sido destronado legalmente en nuestro interior, no vuelva a levantar cabeza para dominarnos ilegalmente. Que éste es el sentido del versículo Rom 6:11, se ve por la conexión con la partícula oun, pues, del versículo siguiente.

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