Romanos 8:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Otros dos privilegios más a los que los cristianos tienen derecho:

1. La ayuda del Espíritu Santo en la oración.

(A) Nuestra flaqueza en la oración: «Nosotros no sabemos qué es lo que habríamos de pedir en nuestras oraciones conforme es preciso» (v. Rom 8:26 NVI). Comenta Trenchard: «Ni siquiera sabemos escoger temas para la oración, y menos aún presentarlos como es debido delante de Dios». En esto, como en otras actividades de la vida espiritual, somos miopes y hasta insensatos, como niños que gritan al pedir una fruta que no está madura. Y si Pablo, el gran apóstol, se incluye en ese «nosotros», ¿cómo podremos, por nuestras propias fuerzas, saber lo que hemos de pedir?

(B) La ayuda que en esto nos presta el Espíritu Santo (v. Rom 8:26). Él nos ayuda en nuestra debilidad, como quien ayuda a levantar un peso y a llevar una carga. No hemos de esperar que el Espíritu lo haga todo, sino que, cuando el Espíritu nos mueve a orar, hemos de poner en ello toda nuestra alma. No podemos orar sin el Espíritu, pero Él no obrará sin nosotros. El Espíritu mismo superintercede (lit.) con gemidos inefables. Cristo es nuestro abogado en los cielos (1Jn 2:1); el Espíritu es nuestro abogado en el interior de nuestro ser, de forma que orienta, corrige y refuerza las aspiraciones de nuestra alma a las que no sabemos dar expresión adecuada. A veces, ni nosotros mismos entendemos lo que estamos pidiendo, pero allá en el fondo de nuestro corazón, el Espíritu Santo produce como «gemidos de paloma», que no pueden traducirse en palabras. Lo que el Espíritu intercede en nosotros no son palabras elegantes, retórica para los que escuchan, sino fervor, fe, sinceridad en la plegaria.

(C) El éxito seguro de tal intercesión (v. Rom 8:27). El que escudriña los corazones, Dios el Padre, sabe cuál es la mentalidad del Espíritu, y ¿cómo no lo va a saber, si es su propia mentalidad? Al ser una misma cosa con Dios, el Espíritu intercede por nosotros conforme a la voluntad (los designios) de Dios, pues Él sabe muy bien lo que más nos conviene y escucha nuestras aspiraciones según el Espíritu las orienta y las presenta ante el Trono de la gracia.

2. La concurrencia de todas las circunstancias para el bien de los que son de Cristo (v. Rom 8:28). Aquí se describe: (A) El carácter de los creyentes. Son «los que aman a Dios». Los que aman a Dios sacan buen fruto de todo lo que Dios hace. Estos «son llamados», con llamamiento eficaz (por tanto, elegidos; comp. con 1Co 1:24.) conforme al propósito (gr. próthesis), es decir, al designio, de Dios, no por méritos o esfuerzos de nuestra parte. (B) El privilegio de los creyentes es que (probablemente, según se lee en algunos MSS), Dios mismo está haciendo que todas las cosas obren conjuntamente en beneficio de los que le aman (v. Rom 8:28). Nótese que dice «todas las cosas», no sólo las que llamamos «prósperas», sino también las que solemos llamar «adversas» porque nos afligen o parecen frustrar nuestros planes humanos. Cada una de las circunstancias en que la Providencia nos coloca tiende, en plena convergencia de situaciones, a procurarnos un verdadero bien, del mismo modo que los diversos ingredientes concurren para formar una medicina que sane al enfermo. Esto, dice Pablo, lo sabemos, al menos por la fe y, muchas veces, por la experiencia, tanto propia como ajena. No se trata de una opinión probable, sino de una certeza segura.

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