Romanos 8:29 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Después de presentar los muchos ingredientes que entran en la verdadera dicha de los creyentes, pasa ahora a declarar cuál es la base de todos ellos: la predestinación. Pone ante nuestros ojos una como cadena de oro, irrompible, de las causas de nuestra salvación. Cuatro anillos hay en esa cadena:

1. «A los que de antemano conoció, también los predestinó a ser modelados conforme a la imagen de su Hijo» (v. Rom 8:29). Todo lo que Dios programó para la gloria y felicidad de sus hijos, decretó que fuese llevado a cabo por la vía de la gracia y de la santidad. Dice el jesuita Vicentini (a pesar de estar muy lejos del calvinismo): Proegno (conoció de antemano) no significa un acto de pura presciencia, abstracción hecha de toda determinación voluntaria; al contrario, el término implica la idea de elección. En efecto, no cabe duda alguna de que el verbo tiene aquí el sentido bíblico de «conocer íntimamente con amor». El versículo comienza con un «Pues» (gr. hoti), como para dar el motivo de la bondad de Dios en la concatenación de las causas naturales para beneficio de los que le aman. A estos «predilectos» de Dios (v. el comentario a 9:13), Dios los predestinó, es decir, los destinó de antemano, a ser modelados conforme a la imagen de su Hijo. Donde vemos que:

(A) La santidad consiste en nuestra conformidad (la misma forma) a la imagen de Cristo. La imagen de Cristo no significa una «estatua» del Señor, de las que tanto abundan para ser veneradas por los que quebrantan el segundo mandamiento del Decálogo, sino la semejanza con su persona, la cual será perfecta cuando seamos manifestados con Él en gloria (v. Rom 8:18, comp. con 1Jn 3:2). Cristo es la imagen perfecta del Padre (Col 1:15; Heb 1:3). Así que hechos semejantes a Cristo, vemos restaurada en nosotros la imagen de Dios (Gén 1:26, Gén 1:27), que se deterioró por el pecado.

(B) Todo lo que Dios había conocido de antemano en favor nuestro, lo había predestinado a esta conformidad. No somos nosotros los que producimos en nuestra persona este parecido o semejanza con Cristo, pues esto depende de la elección que Dios hace a favor de nosotros para nuestra significación.

(C) El objetivo de esta acción divina de moldearnos a imagen de Jesús es «para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos» (v. Rom 8:29). Ser el gran modelo de la nueva humanidad es el honor de Cristo; ser modelados conforme a su imagen es nuestro honor. Como advierte Meyer, «Pablo contempla a Cristo como Aquel a quien el decreto divino se refiere como a su objetivo final».

2. «Y a los que predestinó, a éstos también llamó» (v. Rom 8:30. El verbo griego proórisen (aquí, como en el v. Rom 8:29) da idea de trazar una línea de demarcación; y eso, de antemano, conforme a su predilección (v. el comentario a Efe 1:4-6). De ese vocablo procede el castellano «horizonte» como línea que separa del firmamento la última franja terrestre de nuestra perspectiva. Hay una llamada externa de Dios por medio del mensaje del Evangelio, pero aquí se trata del interno llamamiento eficaz que se opera por medio de la acción del Espíritu Santo en el corazón del oyente. El aspecto funcional, según la Biblia, de esta acción divina, será considerado en el comentario a Efe 2:8-10. Advertimos ya que, de todos estos lugares, no se debe sacar ninguna conclusión a favor del calvinismo ni del arminianismo. Bástenos por ahora con decir que el llamamiento es eficaz cuando respondemos al llamamiento (comp. con Hch 2:41).

3. «Y a los que llamó, a éstos también justificó» (v. Rom 8:30). Todos los que reciben un llamamiento eficaz, son aceptados por Dios y, por tanto, son constituidos justos mediante la obra de Cristo (Rom 5:19). Ya no son rebeldes ni enemigos de Dios, sino que son tratados como amigos y amados como hijos.

4. «Y a los que justificó, a éstos también glorificó» (v. Rom 8:30). Es cierto que la glorificación pertenece al futuro, pero Pablo la pone en la misma línea de aoristos de los versículos Rom 8:29 y Rom 8:30, para dar a entender que es tan segura como si ya estuviese realizada; como se dice técnicamente, es un aoristo proléptico. Aquí se acaba la cadena de anillos de oro que comenzó con nuestra predilección (conoció de antemano). El fin último, como hemos visto, es la gloria de Dios en Cristo, pues todo ha sido hecho en Él, por Él y para Él (Col 1:16). Y esta gloria de Cristo se obtiene precisamente mediante nuestra glorificación (comp. con Heb 2:9.). Aquí se resume todo el designio de Dios para los que le aman; a esto tiende toda la secuencia que acabamos de analizar: ¿Son elegidos? Sí, para la salvación. ¿Son llamados? Sí, para su reino glorioso. ¿Son nacidos de nuevo? Sí, para una herencia incorruptible. ¿Son afligidos? Sí, pero es para obrar a favor de ellos un sobreabundante y eterno peso de gloria (2Co 4:17). El autor de todas estas cosas es el mismo. Dios en persona se ha encargado de llevarlo todo a cabo desde el principio hasta el fin. De aquí hemos de cobrar grandes ánimos para nuestra fe y nuestra esperanza.

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