Romanos 8:31 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Romanos 8:31 | Comentario Bíblico Online

El apóstol, en vista de todo esto, concluye el capítulo con un himno triunfal, en nombre de todos los creyentes (v. Rom 8:31): «¿Qué diremos, pues, a estas cosas?» Como si dijese: «¿Qué sacaremos en conclusión de todo esto? ¿Qué diremos frente a tan grande amor? (comp. con Efe 3:18, Efe 3:19). ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta?» De ordinario, cuanto más conocemos una cosa, tanto menor admiración nos causa; pero cuanto más sabemos de los misterios de Dios en la obra de nuestra salvación, tanto más nos llenan de asombro y admiración. Si alguna vez se paseó Pablo en una carroza triunfal de este lado del cielo, fue en esta ocasión. Véase cómo reta a todos los enemigos de los hijos de Dios a que intenten todo lo peor que se les ocurra contra ellos (v. Rom 8:31): «Si Dios está (es decir, puesto que Dios está) por nosotros (de nuestra parte, a favor nuestro), ¿quién contra nosotros?» Es decir, ¿quién podrá infundirnos temor o hacernos daño? Por muchos y fuertes que sean los enemigos, ¿qué podrán conseguir? Al estar Dios de nuestra parte, bien podemos retar a los poderes de las tinieblas. Satanás mismo, como en el libro de Job, es un peón más en el tablero de las circunstancias que convergen para nuestro bien (v. Rom 8:28). Veamos lo que Dios ha hecho por nosotros, a fin de que seamos «más que vencedores» (v. Rom 8:37).

1. Tenemos abundancia de toda clase de provisiones para toda clase de necesidades (v. Rom 8:32): «Él (Dios), que no escatimó (lit. perdonó) a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos otorgará también tras un regalo semejante, todo lo demás?» (NVI). Dice J. Murray: «El Padre no escatimó (no perdonó) a su propio Hijo. El verbo escatimar hace referencia al castigo impuesto. Los padres escatiman a sus hijos cuando no les imponen la medida plena del castigo que se merecen. Los jueces escatiman a los criminales cuando no pronuncian una sentencia correspondiente al crimen cometido. Por contraste, no es esto lo que Dios hizo, pues no retiró ni aligeró ni un ápice del castigo pleno que ejecutó sobre su bienamado y Unigénito Hijo» (Isa 53:10). Si nos dio lo que más le costaba, ¿cómo nos negará cualquier otra cosa que sea necesaria o conveniente para nuestro verdadero bien? (comp. con 1Co 3:21-23). Citando del Dr. J. Denney, dice Trenchard: «El argumento del egoísmo es que el que ha hecho mucho, no necesita hacer más; pero el del amor es que el que tanto ha hecho, no dejará de hacer mucho más». Nótese que Dios nos escatimó a nosotros cuando éramos sus enemigos (Rom 5:6-10), pero no escatimó, no perdonó, a su Hijo Unigénito, que era la santidad misma. ¿Qué diremos a esto? ¡No hay palabras humanas que puedan expresar la admiración que esto suscita, o debería suscitar, en nosotros!

2. Tenemos abundancia de respuestas contra todas las acusaciones, y de seguridades contra todas las condenaciones (vv. Rom 8:33, Rom 8:34): «¿Quién se atreverá a presentar recurso judicial contra los elegidos de Dios, cuando es Dios mismo el que pronuncia sentencia de absolución a favor de ellos?» (paráfrasis del versículo Rom 8:33, para dar el sentido del original). Dios nos constituye justos y, por ello, podemos retar a todos los acusadores a que vengan a presentar cuantos cargos deseen contra nosotros. Todos los cargos han sido descargados por Cristo en el Calvario, en nuestro lugar y a nuestro favor. Pero, ¿será posible que, al no tener ninguna fuerza sus acusaciones, se atrevan a condenarnos sin causa? ¿Quién se atreverá a condenar? (v. Rom 8:34). De paso, el participio griego está en futuro, no en presente. A primera vista, Pablo no da respuesta a esa pregunta, pero el contexto posterior del versículo da a entender que hay alguna relación que muchas versiones modernas, especialmente inglesas y católicas castellanas, expresan mediante una interrogación retórica: «¿Acaso será Cristo, el que murió, etc.?», o mediante una exclamación, igualmente retórica: «¡Quizá será Cristo, etc.!» En todo caso, el resto de dicho versículo presenta cuatro motivos que abogan a nuestro favor, y por los que es imposible que alguien pueda condenarnos:

(A) «Cristo es el que murió»; se sobrentiende, por nosotros, a fin de que pudiésemos obtener el perdón de nuestras culpas (Rom 4:25). La muerte de Cristo anuló precisamente el poder de la ley y del pecado para condenarnos, de modo que fue una fuente de justificación, no de condenación.

(B) «Más aún, el que también resucitó», a causa de nuestra justificación (Rom 4:25); unidos a Él, estamos también resucitados a una nueva vida (Rom 6:5, comp. con Efe 2:6). El griego dice: «Más bien, el que fue resucitado», como si Pablo se corrigiese, no para retirar nada del hecho de la muerte de Cristo a nuestro favor, sino para dar a entender, como dice Murray, «que el hecho de la muerte de Cristo no habría servido de nada con respecto al objetivo que aquí se contempla, a no ser por la resurrección. Como Señor viviente es como garantiza la seguridad de los suyos».

(C) «El que además está a la diestra de Dios.» La exaltación de Cristo a la diestra del Padre indica su soberanía sobre todas las cosas. Esa posición de «eminencia» sobre todo es la que Pablo contempla en esta frase. En las dos primeras, teníamos su función sacrificial; aquí vemos su realeza y su dominio sobre todas las cosas. Nadie puede condenarnos, al tener en el trono celestial a nuestro gran Amigo.

(D) «El que también intercede a favor de nosotros.» En esta frase, vemos la función sacerdotal intercesora de Cristo a favor de los suyos (comp. con Heb 7:25; 1Jn 2:1). Cristo no nos olvida en el cielo, sino que nos tiene presentes a todos y a cada uno de nosotros, los suyos. ¿No es esto un consuelo suficiente? ¿Qué lugar queda para la duda y el desasosiego? No sólo en medio de nuestras aflicciones, sino aun en medio de nuestras caídas, por la debilidad de nuestra carne (v. 1Jn 1:7; 1Jn 2:1, 1Jn 2:2), Jesús está allí «sentado» (Heb 10:12) como símbolo de sacrificio acabado, pero «de pie, como inmolado» (Apo 5:6), con las señales de los clavos y de la lanza, para perpetuo memorial ante el Padre de que murió de una vez por todas para alcanzarnos la salvación. Así es como hemos de entender la intercesión de Jesús a nuestro favor, no como si necesitase «ablandar el corazón del Padre para que éste obre en misericordia, y no juicio», según observa muy bien Trenchard.

3. También tenemos abundantes seguridades de nuestra preservación y perpetua continuación en este bienaventurado estado (vv. Rom 8:35-39). Si el enemigo nos tienta alguna vez a desconfiar de nuestra salvación o de que Dios nos deje de su mano, aquí tenemos abundante material para hacerle callar. En efecto:

(A) Con la misma santa osadía de lugares anteriores, exclama Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (v. Rom 8:35); no del amor que nosotros le tenemos a Él (pobre, débil, voluble), sino del que Él nos tiene a nosotros (inmenso, poderoso, duradero). Cuando Dios nos ha manifestado su amor hasta tal punto de entregarnos a su Hijo (Rom 5:8; Rom 8:32; Jua 3:16, etc.), ¿podemos imaginar que exista algo que pueda retirar o disolver tal amor? Pablo pasa a detallar las mayores dificultades que los creyentes experimentan o pueden experimentar en esta vida, así como la imposibilidad de que tales cosas nos separen del amor de Dios en Cristo.

(a) Expone primero las dificultades (vv. Rom 8:35, Rom 8:36): «tribulación, angustia (estrechez, apuros, aprieto), persecución, hambre (escasez de alimento), desnudez (carencia de la ropa necesaria para cubrirse), peligro (de todas clases; comp. con 2Co 11:26), espada (es decir, amenaza de muerte violenta, como traduce la NVI). Todo junto presenta un cuadro bastante sombrío. Y lo ilustra con una cita de Sal 44:22, donde los afligidos israelitas acuden a Jehová en demanda de auxilio contra sus enemigos: «Por tu causa somos muertos todo el día; somos contados como ovejas de matadero». Pablo había experimentado en sí mismo muchas de las aflicciones que aquí menciona.

(b) La impotencia de todas estas aflicciones para separarnos del amor de Cristo. Ninguna de estas cosas puede cortar el vínculo de amor y de amistad que existe entre Cristo y los verdaderos creyentes. Nada de esto puede rebajar el cariño que el Señor nos profesa. Cuando Pablo fue presentado en el tribunal de Nerón, todos le desampararon, pero el Señor estuvo a su lado (2Ti 4:16, 2Ti 4:17). Los perseguidores o los ladrones nos pueden quitar todo menos el amor de Cristo y, por eso, por grande que sea el mal que maquinen, nunca pueden hacer miserable a un sincero creyente. Por otra parte, todo cristiano genuino ama a Cristo de tal manera que nunca cree que sea demasiado el costo que se le exige por servirle ni que sea demasiado valioso lo que tenga que dejar por seguirle.

(c) El triunfo de los creyentes en todas estas cosas (v. Rom 8:37): «Pero en medio de todas estas cosas, obtenemos una espléndida victoria sobre todo ello por obra de aquel que nos amó» (NVI). Vemos:

Primero, que obtenemos una espléndida victoria. El griego dice literalmente «supervencemos», con un vocablo inventado por Pablo, pues no se halla en los clásicos griegos. Es una extraña manera de salir «supervencedores» en medio de tales cosas, pero ésa es la forma en que Cristo mismo venció a los poderes de las tinieblas, derrotándolos con su muerte en el Calvario. La fe y la paciencia son valores más nobles y fuertes que la espada y el fuego. Muchas veces, los enemigos de la fe cristiana se han confesado asombrados y hasta derrotados por el ánimo invencible y la paciente constancia de los mártires. «Supervencemos», porque lo hacemos a poca costa y con gran ganancia. Lo único que se nos quedó en el horno de la aflicción fue la escoria que llevábamos pegada al corazón, mientras que los despojos que ganamos en la victoria son extraordinariamente ricos y abundantes: gloria eterna, honor por parte de Dios, profunda paz interior y una corona de justicia que jamás se marchita. Donde abundan las aflicciones, sobreabundan los consuelos (2Co 1:5). Los que fueron sonrientes a la hoguera o a las fieras de circo romano y siguieron cantando en medio de las llamas, ésos fueron «supervencedores».

Segundo, que «supervencemos» por obra de Cristo que nos amó. No vencemos por nuestras propias fuerzas, sino por la gracia que hay en Cristo Jesús. Vencemos en virtud de la victoria ya obtenida por Cristo. Sólo nos resta ir en pos de la victoria y repartir los despojos. Se cuenta de la mártir Felicitas o Felicidad (†205 d. de C.), que, al estar encarcelada antes de que la echasen a las fieras, le sobrevinieron los dolores de parto y gemía bajo el peso de tales dolores. Los carceleros le dijeron: «Si de esto te quejas, ¿qué harás cuando te arrojen mañana a las fieras? A lo que ella contestó: «Ahora sufro yo sola, pero mañana habrá otro que sufrirá conmigo, porque yo estaré sufriendo por Él».

(B) El Apóstol termina con una conclusión directa y positiva de todo este asunto (vv. Rom 8:38, Rom 8:39): «Porque estoy persuadido de que, etc.». Pablo no opinaba sobre algo posible o probable, sino que tenía entera seguridad, completa convicción (usa el mismo vocablo de 2Ti 1:12), de lo que afirmaba, ya que su persuasión se basaba en el amor que Dios nos tiene en Cristo (v. Rom 8:39, comp. con Rom 5:5). Luego enumera cosas que son suficientes para separar incluso el alma del cuerpo, pero incapaces para separarnos del amor de Dios:

(a) «Ni la muerte ni la vida», ni la muerte con sus temores y con sus angustias, ni la vida con sus peligros y con sus ilusiones, pueden separar de Cristo a los creyentes.

(b) «Ni ángeles (si alude a los buenos, sólo será en hipótesis, Gál 1:8), ni principados ni potestades», es decir, ni los ángeles malos de Efe 6:12, tienen poder suficiente, con tener tanto poder, para separarnos de Cristo.

(c) «Ni lo presente ni lo por venir»; es decir, «el presente con su inestabilidad y el futuro con su incertidumbre» (Vicentini). ¡Cuántas angustias y perplejidades neuróticas nos evitaríamos, si tuviésemos siempre ante nuestra vista, y bien metidos en el corazón, estos versículos finales del capítulo Rom 8:1-39 de Romanos!

(d) «Ni lo alto ni lo profundo» (v. Rom 8:39). En la frase anterior vemos una «dimensión lineal» (Murray); ahora vemos una «dimensión vertical». Bajo estos términos abstractos, es posible que Pablo se refiera a «los seres que están en las regiones superiores del cielo o en las situadas bajo la tierra» (Vicentini). Metafóricamente, podríamos aplicarlo a la altura de la prosperidad y la profundidad de la adversidad.

(e) «Ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor» (v. Rom 8:39). Parece como si Pablo tuviese temor de dejar sin nombrar algo creado (pues lo único increado es Dios, que es el que nos ama en Cristo) y, por eso, añade esto de «ninguna otra cosa creada» que exista o que se pueda imaginar como con poder suficiente para separarnos del amor de Dios. Lo único que separa de Dios es el pecado (Isa 59:2). Pero ese tremendo enemigo, el único verdadero enemigo del hombre y de Dios, ha sido quebrantado (Rom 6:6) en nosotros por la obra de Cristo en el Calvario. ¡Somos, pues, supervencedores!

Romanos 8:31 explicación
Romanos 8:31 reflexión para meditar
Romanos 8:31 resumen corto para entender
Romanos 8:31 explicación teológica para estudiar
Romanos 8:31 resumen para niños
Romanos 8:31 interpretación bíblica del texto

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí