Romanos 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Solemne declaración que Pablo hace del gran interés que siente por la nación y el pueblo de los judíos, pues él mismo es israelita sincero (v. Rom 9:3, comp. con Rom 10:1), y expresa (v. Rom 9:2) la gran tristeza y el continuo dolor de corazón que le causa la incredulidad de sus parientes (de raza) según la carne (v. Rom 9:3). La grandeza del corazón de Pablo brilla con mayor fulgor, si cabe, en los acentos lastimeros de estos versículos, que en los ecos triunfales del grandioso himno al optimismo cristiano de los últimos versículos del capítulo Rom 8:1-39.

1. Asegura solemnemente la realidad de lo que va a decir (v. Rom 9:1): «Verdad digo en Cristo, no miento», es decir, «Hablo como conviene a una persona que vive en Cristo y pertenece a los hijos de Dios, quienes no mienten». En esa esfera de Cristo y de la verdad se mueve Pablo. Y, por si fuese poco, apela también a su conciencia que lo atestigua conjuntamente con el Espíritu Santo (comp. Rom 8:16). Todo esto da idea de la solemnidad de lo que va a decir a continuación. La sola mención de ello le produce (v. Rom 9:2) gran tristeza y continuo dolor de corazón.

2. Lo refuerza con una seria imprecación, salida del amor que tiene a los de su raza (v. Rom 9:3): «Pues mi deseo sería ser yo mismo maldito (gr. anáthema) y arrancado de Cristo en aras de mis hermanos, los de mi propio linaje» (NVI). No dice «deseo», sino «desearía», porque sabe que su deseo no puede cumplirse. Examinemos de cerca el versículo para percatarnos de la grandeza del corazón de Pablo:

(A) Desearía ser cortado de la tierra de los vivientes, como anatema (hebr. jérem: objeto o persona destinada a la destrucción total como ofrenda a Dios). Los judíos le perseguían, sedientos de su sangre, como si fuese el hombre más dañino del mundo; pero él tiene hacia ellos un amor que sobrepasa inmensamente al odio que ellos le tienen.

(B) Desearía ser excomulgado de la congregación de los fieles, si ello pudiese reportar a los de su raza algún bien espiritual. No le importaría tener su nombre sepultado en el olvido y en el oprobio, ser borrado del libro de la vida, por el bien de los judíos.

(C) Desearía ser excluido de compartir la felicidad que hay en Cristo, si con eso pudiesen ellos conseguir la salvación. El amor no sabe de razones lógicas ni de conclusiones teológicas. Las expresiones de Pablo en este versículo han de ser interpretadas como la explosión de una pasión volcánica de amor hacia el pueblo de Israel; se parecen, como una gota de agua a otra, a la petición de Moisés, en esta misma línea, en Éxo 32:32: «Que perdones (le dice a Dios) su pecado (el de Israel), y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito». Aquí vale el dicho de Pascal: «Tiene el corazón razones que la razón ignora». La respuesta de Dios a Moisés (v. Rom 9:33) muestra la imposibilidad de lo que pedía. Lo mismo hemos de decir de este deseo ferviente de Pablo.

3. A continuación, presenta las razones por las que siente tanto interés y preocupación por los de su raza:

(A) Por la relación que tiene con ellos: «Mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (v. Rom 9:3). Aunque ellos se portaban tan mal con él, desahogando contra él toda su amargura en muchas ocasiones, él no tiene para ellos sino dulzura, ternura y amor perdonador. Él era hebreo de hebreos, judío por parte de padre y por parte de madre. ¡Si tuviésemos nosotros tanto amor hacia nuestros parientes y compatriotas!

(B) Pero, especialmente, por la relación de ellos con Dios (vv. Rom 9:4, Rom 9:5): «Son israelitas», distinguidos por notorios y grandes privilegios, de los cuales menciona aquí algunos:

(a) «La adopción» (se entiende, de hijos); no la de Rom 8:15, sino la de pueblo escogido por Dios, a fin de llevar a cabo sus misteriosos designios. En este sentido, se aplica a Israel el título de «hijo» en muchos pasajes del Antiguo Testamento (v. Éxo 4:22, Éxo 4:23; Deu 14:1, Deu 14:2; Isa 63:16; Isa 64:8; Jer 31:9; Ose 11:1; Mal 1:6; Mal 2:10).

(b) «La gloria», «es decir, la manifestación sensible de la presencia de Dios en el tabernáculo y en el templo, que los rabinos llamaban shekinah» (Vicentini), del verbo shakhán, morar.

(c) «Los pactos» (lit.), en plural, para designar especialmente, como observa Murray, los que Dios concertó con Abraham, Moisés y David, cada uno con su carácter específico.

(d) «La promulgación de la Ley», esto es, la donación de la Ley a Moisés en el Sinaí. Esto era un gran privilegio, como advierte Moisés al pueblo de Israel en Deu 4:1-8, Deu 4:35-40. Aunque por la ley es el conocimiento del pecado (Rom 3:20), recuérdese lo que el propio Pablo ha dicho de ella en Rom 7:12, Rom 7:14: «La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno … Porque sabemos que la ley es espiritual».

(e) «El culto», el que se tributaba al verdadero Dios (comp. Jua 4:22), en contraposición al culto que las naciones paganas tributaban a sus ídolos. Este culto, dice Trenchard, «no sólo enseñaba lecciones de gran importancia a sucesivas generaciones de israelitas, sino que prefiguraba la obra de la Cruz». Mientras las otras naciones adoraban y servían a trozos de piedra, madera o metal (y, en ellos, al mismo diablo), el pueblo de Israel adoraba y servía al verdadero Dios del modo que Dios mismo había prescrito.

(f) «Las promesas», es decir, las que fundamentaban la expectación de Israel y anunciaban la venida futura de un Enviado especial de Dios, el Mesías, para la redención de la Humanidad. Eran anteriores a la promulgación de la Ley y a cualquiera de los pactos de Dios con su pueblo, pues comienzan en Gén 3:15, inmediatamente después de la caída de la primera pareja humana. Por eso, se colocan aquí en este crescendo que el apóstol establece.

(g) «De quienes son los patriarcas» (v. Rom 9:5, lit. padres). Aunque no exclusivamente, esta denominación se aplica preferentemente, en toda la Biblia, a Abraham, Isaac y Jacob.

(h) Pero el mayor de todos los privilegios del pueblo de Israel es que «de los cuales (de los patriarcas), según la carne (en cuanto hombre), procede Cristo» (¡el Mesías!). No podemos olvidar que Jesús era judío. Por eso, el día de la futura conversión de Israel (Rom 11:26), «mirarán al que traspasaron y llorarán por Él como se llora por un hijo único» (Zac 12:10, comp. con Jua 19:37).

La segunda parte del versículo Rom 9:5 dice literalmente: «el que es sobre todas las cosas Dios bendito (sea) por todos los siglos, amén». Como en los MSS más antiguos no existe puntuación (ni siquiera separación de palabras), resulta muy difícil puntuar esta porción. La puntuación más probable es la que aparece en el texto crítico del Instituto de Münster, con un signo de dos puntos o punto y coma (en griego) tras la palabra «Cristo». Si el vocablo siguiente fuese pronombre «el cual» (gr. hós), en lugar de ser artículo (gr. ho, según aparece en el texto), la solución estaría a la vista. Es obvio que Pablo usa aquí una doxología. ¿A quién se refiere la doxología, a Cristo o a Dios el Padre? Dice J. Murray en un apéndice dedicado a este versículo: «Pablo suele aplicar las doxologías a Dios, como distinto de Cristo (2Co 1:3; Efe 1:3; comp. 1Pe 1:3). Es posible tomar la última parte del versículo como doxología a Dios, de forma que el título Theós no sería predicado (es decir, atribuido) de Cristo». Ésta era la opinión del gran helenista Erasmo. Trenchard, por su parte, comenta: «Muchos expositores algunos de ellos sanos en la Fe han insistido en que una declaración de la Deidad de Cristo en esta forma es ajena a la práctica de Pablo. Es decir, no existe otro caso en que el apóstol diga: Cristo es Dios ». Sin embargo, tanto Murray como Trenchard, y la mayoría de los exegetas conservadores, tanto católicos como evangélicos, opinan que la doxología se refiere a Cristo. Todo este análisis (nota del traductor) tiene por objeto advertir a los hermanos a que eviten, en cualquier polémica con «Testigos», etc., insistir demasiado en porciones bíblicas que no son evidentemente claras.

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