Salmos 31:9 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En los versículos anteriores, David había apelado a la justicia de Dios; aquí apela a su misericordia, pues su propia miseria es terrible, lo cual hace de su caso un objeto apropiado de la misericordia divina.

1. Su queja del aprieto en que se encuentra (v. Sal 31:9): «Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy en angustia». Sus aflicciones le habían convertido en «varón de dolores». Hemos de pensar que su situación era de veras grave, ya que, por su natural alegre y fuerte, por su genio musical y su osadía para las aventuras más peligrosas, David no era inclinado al desánimo ni a la aprensión. Sin embargo, le vemos aquí apocado y pesimista, debido a la inquina de sus enemigos y a la insinceridad de muchos de sus amigos. Al leer los versículos Sal 31:9-13, parece que estamos escuchando los lamentos mismos de Job o de Jeremías.

2. Su confianza en Dios en medio de su aflicción. Todo aparecía oscuro y deprimente en derredor de él: «Mas yo en ti confío, oh Jehová» (v. Sal 31:14) dice él. Eso es bastante para impedir que se hunda. Sus enemigos le habían despojado de la reputación que tenía entre los hombres, pero no le habían podido arrebatar su confianza en Dios. «Yo digo: Tú eres mi Dios, pues yo te he escogido por Dios mío, y tú me has prometido ser mi Dios». «En tu mano están mis tiempos, mi destino y las circunstancias todas de mi vida» (v. Sal 31:15). Si se une esto con lo de «tú eres mi Dios» (v. Sal 31:14), tenemos una fuente perfecta de consuelo. Si Dios tiene en sus manos nuestro destino, puede ayudarnos; y si es nuestro Dios, querrá ayudarnos; y entonces, ¿qué podrá desanimarnos?

3. Sus peticiones a Dios, con esa fe y esa confianza que muestra. Nuestras oportunidades y nuestras circunstancias están en las manos de Dios y, por consiguiente, Él sabe cómo escoger lo mejor y más oportuno y conveniente para nuestra liberación; debemos, pues, estar dispuestos a esperar el tiempo que Dios tenga señalado. Cuando David tuvo a Saúl a merced de su mano en la cueva, los que estaban con David le dijeron: «He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, etc.» (1Sa 24:4). «¡No!, vino a decir David, no ha llegado el día de mi liberación mientras ésta no pueda ser llevada a cabo sin pecado y yo voy a esperar hasta ese día, pues ése será el tiempo de Dios, que es el mejor tiempo.» Ahora pide David en especial que Dios tape la boca a los que reprochan y calumnian al pueblo de Dios (v. Sal 31:18): «Enmudezcan los labios mentirosos, que profieren insolencias contra el justo, con soberbia y menosprecio». Es de suponer que ellos no consideraban pecado decir una mentira deliberada, si eso podía servir para exponer a una persona piadosa al odio y al menosprecio.

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