Santiago 2:14 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Entramos aquí en la parte central de la epístola. A primera vista, Santiago parece decir lo contrario que Pablo, hasta el punto de que esta sección ha confundido a muchos, incluso a Lutero (al principio), cuando llamó «Epístola de paja» a esta Carta de Santiago. Lo primero que ha de tenerse en cuenta es que ni Pablo se desentiende de las obras (v. Efe 2:10) ni Santiago se desentiende de la fe (v. Stg 2:18). Lo que ocurre es que cada uno pone de relieve un matiz distinto en el verbo «justificar» y en el sustantivo «fe». Para Pablo, justificar es causar la posición de justo. Para Santiago, mostrar la condición del justo. «El hombre es justificado por la fe», dice Pablo (v. Rom 3:28). «La fe es justificada (demostrada genuina) por las obras», dice Santiago (v. por ej., v. Stg 2:18, al final: «yo te mostraré mi fe a base de mis obras»). Dice Ryrie: «Tanto Pablo como Santiago definen la fe como una confianza, viva y productiva, en Cristo». Un versículo muy iluminador, en el que se percibe claramente que no había contradicción alguna entre las enseñanzas de estos dos siervos de Dios en un punto tan importante, es Gál 5:6: «sino la fe que se reactiva (o que actúa) mediante el amor». En segundo lugar, es menester también tener en cuenta que la Epístola de Santiago se escribió mucho antes que Romanos y Gálatas. No es, pues, una «rectificación» a lo dicho por Pablo.

El proceso que sigue Santiago en la demostración de su tesis es el siguiente: I) Una fe estéril no es genuina, está muerta (v. Stg 2:14). Esta afirmación se repite, con variantes, como un estribillo en los versículos Stg 2:17, Stg 2:20, Stg 2:24 y Stg 2:26. 2) La genuinidad de la fe se muestra, no en el decir, sino en el hacer (vv. Stg 2:15-17). 3) Por eso, el profesante que dice tener fe, pero no la muestra en obras, es falso; en cambio, el que obra santamente, no necesita decir que tiene fe; sus obras lo dicen (vv. Stg 2:18-20). 4) Así se muestra en dos ejemplos notorios: (A) el de Abraham (vv. Stg 2:21-24) y (B) el de Rahab (vv. Stg 2:25, Stg 2:26). Vamos por partes:

1. Dice el versículos Stg 2:14: «¿De qué sirve, hermanos míos, el que alguien alegue que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle tal fe?» (NVI). Dos detalles requieren especial atención: (A) Nótese que Santiago no habla aquí de alguien que tiene fe, sino de alguien que dice tener fe (lit.), lo cual es muy distinto, pues la falta de obras muestra que miente o se engaña a sí mismo. (B) Aunque la última parte del versículo dice textualmente: «¿Acaso puede la fe salvarle?», no cabe duda de que Santiago se refiere a la clase de fe de la que el sujeto en cuestión alardea, por lo que la NVI traduce correctamente el artículo griego he por tal («esa fe», dice la RV 1977), pues Santiago no niega, ni puede negar, que la fe genuina salva; pero está en lo cierto al negar que la fe de tal sujeto (una fe que no actúa comp. con Gál 5:6 ) pueda salvarle, puesto que demuestra no ser genuina.

2. A continuación, describe un caso concreto donde se demuestra lo correcto de su tesis (vv. Stg 2:15-17): «Suponed que un hermano o una hermana andan mal vestidos y carecen del alimento cotidiano, y va uno de vosotros y les dice: ¡Hala! ¡Que os vaya bien! ¡Abrigaos y hartaos! , pero no hace nada para remediar sus necesidades físicas, ¿qué provecho van a sacar? De la misma manera, la fe por sí misma, si no va acompañada de hechos, es una fe muerta» (NVI). La comparación es magnífica para ilustrar el punto que desea poner de relieve: De la misma manera que una ayuda de meras palabras no sirve para aliviar unas necesidades reales (comp. con 1Jn 3:18), sino que más bien es un sarcasmo, así tampoco una fe estéril en obras puede hacer a una persona acepta a los ojos de Dios, pues equivale a una presunción insultante para Dios y engañosa para el propio sujeto. J. Alonso hace ver que la frase literal: «Id en paz» (que la NVI vierte por «¡Que os vaya bien!», para ponerlo en la fraseología moderna), «es la frase usual judía de despedida (cf. Jue 18:6; 1Sa 1:17; 1Sa 20:42; 1Sa 29:7; etc.)».

3. En los versículos Stg 2:18-20, el autor sagrado lanza una especie de desafío al sujeto que dice tener fe, pero no muestra con hechos la genuinidad de su fe: «Pero dirá alguien: Una persona tiene fe, otra tiene hechos . Mi respuesta es: Muéstrame cómo puede tener alguien fe sin hechos; yo te mostraré por mis hechos mi fe . ¿Crees tú que hay solamente un Dios? ¡Muy bien! También los demonios lo creen, y tiemblan de miedo. ¡Tú, estúpido! ¿Quieres que se te demuestre que la fe sin hechos es inútil?» (Biblia de las Buenas Nuevas). La versión que he adoptado para estos versículos es, en cierto modo, una paráfrasis, pero es la única que me satisface en cuanto a dar el sentido del original. (También la Nueva Biblia Española hace sentido, pero, a mi juicio, no es el sentido del texto griego). Debo advertir, para información del lector, que los propios MSS ofrecen diferentes lecturas y se prestan a una puntuación variable, por lo que hay tantas traducciones distintas con respecto a estos versículos. A mi juicio, la mejor y más clara es la que acabo de presentar. Sobre ésta, pues, estará basado el análisis que sigue.

(A) Como se ve en el original, la primera parte del versículo Stg 2:18 parece presentar una objeción a lo que Santiago afirma y viene a decir: «¿Acaso no puede uno salvarse creyendo, y otro haciendo buenas obras?» A esto viene a responder Santiago: «Muéstrame cómo puedes tú tener una fe genuina sin que se traduzca en obras; en cambio, yo te mostraré a base de mis obras que mi fe es genuina».

(B) A continuación (v. Stg 2:19), cita Santiago el artículo fundamental de la fe judía (v. Deu 6:4). Si esa creencia en el único Dios no se traduce en una conducta correcta (v. Deu 6:5), no pasa de ser una fe de tipo meramente intelectual. Esa clase de fe puede hallarse (y de hecho se halla) en los demonios, quienes temblaban ante el poder de Jesús y, sobre todo, tiemblan ante la perspectiva del castigo final que les espera y al que parece referirse especialmente Santiago aquí (v. Jud 1:6, comp. con Mat 8:29; Mar 1:34; Mar 5:6, Mar 5:7; Luc 10:18; Jua 12:31; 2Pe 2:4; Apo 12:7-12; Apo 20:10).

(C) En el versículo Stg 2:20, continúa Santiago dirigiéndose al que alardea de tener fe sin tener obras, y lo trata de estúpido (lit. vacío, que, como de costumbre, nuestras versiones traducen por «vano»). Le va a mostrar, con un par de ejemplos, la tremenda equivocación que padece. Por tanto, este versículo Stg 2:20 puede tomarse mejor como introducción a los versículos que siguen, pero lo hemos analizado con los anteriores, como conclusión de la argumentación que le precede.

4. Analizaremos por separado, para comodidad del lector, los dos ejemplos que Santiago presenta para probar su tesis, comenzando por el de Abraham, con la conclusión que el autor sagrado deduce (vv. Stg 2:21-24): «¿No fue considerado justo nuestro antepasado Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su propio hijo Isaac? Ya ves que su fe y sus acciones obraban conjuntamente, y su fe llegó a su plenitud a base de sus hechos. Y se cumplió el pasaje de la Escritura que dice: Creyó Abraham a Dios, y ello le fue computado para una correcta relación con Dios , y fue llamado amigo de Dios. Ya ves cómo una persona queda justificada por lo que hace, y no sólo por su fe» (NVI). De nuevo tenemos, a primera vista, en este último versículo Stg 2:24, una oposición (por supuesto, aparente) a lo que Pablo dice en Rom 4:3; Gál 3:6-9, pero el análisis que haremos a continuación mostrará que no hay ninguna contradicción entre lo que dice Santiago y lo que afirma Pablo.

(A) Para ver cómo la NVI nos da estupendamente el sentido de esta porción, nos bastará examinar cuidadosamente la letra del original. Así, el versículo Stg 2:21 dice literalmente: «Abraham nuestro padre ¿no fue justificado con base en (o, en virtud de. Gr. ex) obras?» Ahora bien, que no se trata aquí de la justificación por la que Abraham fue salvo, sino del reconocimiento de que estaba actuando conforme a su fe, se ve por lo que el autor sagrado presenta como prueba de ello: el ofrecimiento de su hijo Isaac en sacrificio (Gn. cap. Gén 22:1-24). Ahora bien, esto sucedió más de 30 años después del suceso que Santiago narra en el versículo Stg 2:23, a fin de confirmar lo que acaba de decir: «Creyó Abraham a Dios y le fue computado para justicia» (lit.). ¿Dónde se halla esto? ¿En el capítulo Gén 22:1-24 del Génesis? ¡No! En Gén 15:6, cuando Abraham creyó la promesa de Dios de que su descendencia había de ser tan numerosa como las estrellas del cielo (v. también Heb 11:8-12).

(B) Lo mismo se confirma por lo que añade en el versículo Stg 2:22: «Ya ves que su fe y sus acciones obraban conjuntamente, y su fe llegó a su plenitud a base de sus hechos». La fe que justifica es una fe que recibe, sin más, la gracia salvífica (Efe 2:8). La fe que actúa («cooperaba con las obras», dice Santiago textualmente) es la de una persona previamente justificada. Por eso añade que «a base de las obras, la fe fue perfeccionada» (lit.); en otras palabras, su obediencia sin reservas ni objeciones a sacrificar a su único hijo, el hijo de la promesa, mostró la calidad de su fe (comp. con Heb 11:17-19), del mismo modo que la obediencia de Jesús mostró su calidad por lo que padeció (Heb 5:8). Dice Salguero: «La fe puede ser perfeccionada por las obras. Y éstas a su vez pueden mostrar la buena calidad de la fe. Son como el complemento necesario de ella. Mas la fe confiere a las obras tal dignidad, que hacen al hombre grato a Dios; y, al mismo tiempo, la fe recibe de las obras su consumación y perfección».

(C) En esta misma línea ha de entenderse el versículo Stg 2:23: «Y se cumplió la Escritura que dice …» (lit.). No significa que fuese precisamente entonces, al ofrecer a su hijo en sacrificio, cuando se cumplió lo que leemos en Gén 15:6, sino que fue entonces cuando le fue reconocido, por parte de Dios (v. Gén 22:12) que su fe era, no sólo genuina, sino perfecta. Lo de que «fue llamado amigo de Dios» (v. Stg 2:23) es una referencia a 2Cr 20:7; Isa 41:8, aunque la especial amistad existente entre Abraham y Dios se manifiesta claramente en los capítulos Gén 12:1-20 al Gén 22:1-24 del Génesis; muy especialmente en Gén 18:17-33.

(D) Es, pues, en esta perspectiva y dentro de este contexto, como ha de interpretarse el versículo Stg 2:24: «Veis que por las obras es justificado (¡en presente! aunque esto puede indicar únicamente algo que le acontece a cada uno) el ser humano, y no sólo por la fe» (lit.). Santiago no va contra la fe genuina, sino contra la fe estéril. Lo que ha mencionado de Abraham era para mostrar que su fe no fue estéril, sino viva, activa.

5. Del ejemplo de Abraham pasa Santiago al de Rahab (vv. Stg 2:25, Stg 2:26): «De igual manera, ¿no fue considerada justa, incluso Rahab, la prostituta, por lo que hizo cuando dio hospedaje a los espías y les orientó para que escaparan por otro camino? Así como el cuerpo sin alma (lit. sin espíritu) está muerto, así también está muerta la fe si carece de obras» (NVI).

(A) También en Heb 11:31 se menciona la conducta que Rahab observó con los espías como manifestación de la fe que tenía en el Dios de Israel, a quien sólo conocía de oídas (v. Jos 2:8-11). Grande fue la fe de esta mujer, como lo demostró en la forma como se condujo con los espías israelitas. No cabe duda de que fue salva en el momento en que puso su fe, de un modo tan extraordinario, en el Dios de Israel, pero esa fe se manifestó como genuina, viva y activa por las obras que llevó a cabo.

(B) La conclusión final de esta sección (v. Stg 2:26) necesita aclararse de modo conveniente, pues se presta a equívocos cuando se entiende incorrectamente la enseñanza bíblica sobre la justificación por la fe, sin las obras de la ley (Rom 3:28). Por una mala inteligencia de esta doctrina, los comentaristas catolicorromanos (en general), como el jesuita J. Alonso y el dominico J. Salguero, sacan la falsa conclusión de que la fe sola no justifica, aunque el jesuita es más cauto que el dominico en el lenguaje que usa. La raíz de esta confusión está en la doctrina catolicorromana (según fue definida en Trento) sobre la fe (entendida como un asentimiento) y la gracia (entendida como un hábito infuso). Las palabras de Santiago en este versículo Stg 2:26 han de entenderse del mismo modo que han de entenderse «justificación», «fe» y «obras» en toda esta porción:

(a) Hemos de repetir que Santiago no entiende por justificación la correcta relación con Dios en virtud de un acto de fe, sino la exterior manifestación, mediante las obras, de dicha correcta relación, adquirida de antemano. Lo hemos visto al analizar los dos ejemplos que Santiago propone en los versículos Stg 2:21-25.

(b) La fe a la que Santiago se refiere no es la fe que recibe, sino la fe que actúa, opuesta a la mera profesión estéril de una creencia intelectual. Esta última está ya muerta antes de nacer, como el cuerpo sin (gr. khorís, aparte de, privado de) espíritu (lit.), es decir, del soplo vital que Dios inspiró en las narices de Adán (Gén 2:7).

(c) ¿En qué sentido, pues, son las obras como el soplo vital de la fe, hasta el punto de que, sin (de nuevo, khorís) obras, la fe esté muerta? Oigamos al cardenal Tomás de Vío (llamado Cayetano, por ser natural de Gaeta), según lo hallo citado en Th. Manhattan: «Por espíritu no ha de entenderse el alma, sino el aliento: pues, así como el cuerpo de una bestia, cuando no respira, está muerto, así tambien la fe sin obras está muerta, al ser el respirar efecto de la vida, como el actuar lo es de una fe viva. De donde se ve claro lo que el apóstol (al pensar que Santiago es el llamado Santiago el Menor . El paréntesis es mío) quiere dar a entender cuando dice que la fe es muerta sin obras, no que las obras sean el alma de la fe, sino que las obras acompañan a la fe, como el respirar es inseparable de la vida». La equivocación de Manhattan está en pensar que el Cayetano se expresa «de total acuerdo con la doctrina protestante». Sin embargo, la cita nos puede servir para entender lo que venimos diciendo del matiz que Santiago da a su noción de fe y de obras. Según Santiago, el «respirar» no es causa de la vida, sino una manifestación exterior de que el cuerpo está vivo, puesto que respira; y, viceversa, su ausencia es manifestación de que el cuerpo está muerto, puesto que no respira. Toda otra interpretación da al traste con la enseñanza bíblica sobre la justificación por la fe, sin las obras de la ley.

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