Santiago 3:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos Santiago muestra del modo más pintoresco los males que causa una lengua sin freno. La presente sección puede subdividirse en cuatro porciones: 1) La lengua es un mundo de maldad (vv. Stg 3:5, Stg 3:6). 2). Es indomable (vv. Stg 3:7, Stg 3:8). 3) Produce cosas contradictorias, lo cual es antinatural (vv. Stg 3:9, Stg 3:10). 4) Tal cosa no tiene lugar en ningún otro reino de la naturaleza (vv. Stg 3:11, Stg 3:12).

1. «Así también la lengua es un pequeño miembro del cuerpo, y se jacta de grandes hazañas. Fijaos cuán grandes bosques pueden ser incendiados por una pequeña chispa. También la lengua es como un fuego y como un mundo de iniquidad entre los miembros del cuerpo. Echa a perder a la persona entera, prende fuego a todo el curso de nuestra vida y parece como si el mismo Infierno le prestara su fuego» (vv. Stg 3:5, Stg 3:6. NVI). Es en esta porción donde se hallan las más pintorescas metáforas de toda la sección.

(A) Al seguir con la comparación del pequeñísimo timón de las naves, el autor sagrado pone de relieve aquí que también la lengua es un miembro relativamente pequeño, cuando se la compara con una pierna o con un brazo. Para lo de «se jacta», Santiago usa el vocablo griego aukheí, única vez que dicho verbo ocurre en todo el Nuevo Testamento, pero su sinónimo kaukháomai, con los sustantivos de la misma raíz, sale unas 58 veces. Dice que se jacta de grandes hazañas (lit. de grandes cosas). En un solo vocablo griego (megála) están representadas todas las jactancias, las exageraciones de lo bueno o grande que se lleva a cabo y las mentiras con que se doran las omisiones y cobardías que da vergüenza confesar.

(B) Nunca es peor la jactancia que cuando la persona se jacta de hacer el mal, como, por desgracia, es frecuente el caso, ya que la naturaleza humana está inclinada, de suyo, al mal. Esto parece colegirse de lo que Santiago da a entender a continuación (v. Stg 3:5, Stg 3:6): La lengua, como una pequeña chispa, encierra una maldad tan grande, que puede prender fuego a todo el material combustible que se ponga por delante. ¡El símil es muy gráfico! ¡Tanto que puede asegurarse que todas las guerras, grandes y pequeñas, se han desencadenado en virtud de una frase áspera, dura o jactanciosa, que ha dado lugar a malentendidos y ha provocado una reacción insensata, sin tener en cuenta las consecuencias. El orgullo, personal o nacional, ha prestado el necesario combustible y hasta la mecha que ha prendido fuego a todos los rencores acumulados.

(C) Las cualidades nocivas de la lengua son expuestas por Santiago en seis frases muy expresivas (v. Stg 3:6); las estudiaremos con base en la letra misma del texto original:

(a) «Y (o, También) la lengua (es un) fuego». Dice Salguero: «La lengua es, como la chispa, insignificante e inofensiva en apariencia, pero puede causar grandes daños. Por medio de ella pueden encenderse, fomentarse y satisfacerse las más bajas pasiones». En efecto, ¿qué incitación al mal no suele hacerse mediante palabras, habladas o escritas? (para el símil del fuego, aplicado a la lengua, véanse, por ej., Sal 120:2-4; Pro 16:27; Pro 26:18).

(b) «El mundo de la iniquidad», dice literalmente el texto sagrado, con lo que da a entender que la lengua contiene dentro de sí la suma de todas las iniquidades posibles, el mundo entero del mal. El sabio benedictino inglés Beda (672 735) escribía ya a principios del siglo VIII: «La mayor parte de los crímenes son preparados, ejecutados y defendidos con la lengua».

(c) «Está constituida (como en lugar de poder y dominio) entre nuestros miembros». Este es el sentido del verbo griego kathístemi (aquí, en pasiva o, quizás, en media, como si ella usurpase un lugar de mando, aunque lo más probable es que Santiago se refiera a la colocación que le ha sido asignada). Lo cierto es que ocupa un lugar de prestigio; de tanto, que a ella le cabe el honor, en un creyente lleno del Espíritu Santo, de ofrecer a Dios el primer fruto de dicha llenura (v. Efe 5:18, Efe 5:19: «… sed llenos del Espíritu, HABLANDO …»). Pero, en el presente contexto, no es instrumento de espiritualidad, sino de carnalidad. Dice Manton: «Así es la lengua entre los miembros; esto es, de tan gran deferencia; no es más que un miembro, y pequeño entre los demás; sin embargo, de tan maldita influencia, que con frecuencia hace recaer la culpabilidad sobre todo el resto de los miembros». En efecto, comp. con Ecl 5:6.

(d) «La que contamina (mancha o ensucia) todo el cuerpo», como una fuerza corruptora que se extiende por toda la persona, debido al maligno poder que ejerce desde el ventajoso sitio que ocupa, «más cerca del cerebro que del corazón», diría yo (siempre, en metáfora).

(e) «y (la que) inflama el curso de la existencia», donde el vocablo griego trokhón (única vez que tal término ocurre en todo el Nuevo Testamento), del verbo trékho, correr, significa todo lo que corre en redondo. A su vez, para existencia, Santiago usa el griego guenéseos, nacimiento. Con ambos vocablos tenemos magníficamente representado todo el ciclo de nuestra vida, la rueda de todas las vicisitudes de nuestra existencia terrenal. Con lo que se da a entender que «la lengua no sólo ejerce su nocivo influjo temporalmente, sino a través de toda la existencia» (J. Alonso).

(f) Santiago termina esta terrible descripción diciendo que la lengua misma «es inflamada por el infierno» (gr. gueénnes: la Gehenna). Esto explica que la lengua pueda echar a perder toda la vida, como un fuego devastador, puesto que ella misma está inflamada por el infierno mismo, esto es, ¡por el diablo! Dice Manton que «el celo es un fuego santo que desciende del cielo, pero éste sube del infierno. Los labios de Isaías fueron tocados con un ascua del altar (Isa 6:6) y el Espíritu Santo descendió en lenguas de fuego repartidas. Pero este fuego viene de abajo, de un modelo infernal».

2. A continuación, y esto es lo peor, Santiago añade (vv. Stg 3:7, Stg 3:8) que la lengua no se puede domeñar, es indomable: «Todas clases de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos se doman y han sido domesticadas por la especie humana, pero nadie puede domar su lengua. Es un mal siempre en movimiento y lleno de veneno mortal» (NVI).

(A) Lo primero que se advierte en el versículo Stg 3:7 es la doble generalización que Santiago hace de los animales: (a) Los clasifica en las mismas cuatro categorías que hallamos ya en Gén 1:26; Gén 9:2. (b) Dice que toda naturaleza (lit.) de estas cuatro clases de animales, no sólo es domada por la naturaleza humana (lit.), sino que ha quedado domada (pretérito perfecto de la voz media-pasiva) por el hombre; en otras palabras, el hombre ha llegado, no sólo a domar toda clase de animales, sino también a domesticarlos, al continuar domados de por vida, y poder emplearlos para su servicio y alimento. Lo más probable es que se trate aquí de una hipérbole, figura frecuente en el lenguaje semítico, aunque podría hacerse notar que, si bien es cierto que el hombre, en el actual estado de naturaleza caída, no puede domar a todos los animales, también lo es que, por lo menos, puede tenerlos a raya para que no le hagan daño.

(B) Al decir que nadie puede domar su lengua (v. Stg 3:8), Santiago no afirma la total imposibilidad, sino la suma dificultad de hacerlo, pues tanto en el versículo Stg 3:2 como en Stg 1:26 ha dado a entender que tal cosa es posible. Sin embargo, después de lo que ha dicho en los versículos Stg 3:6 y Stg 3:7, es probable que lo que quiere poner de relieve Santiago sea que, aun cuando alguien pueda domar la lengua, frenándola con la gracia que Dios da, nadie la puede llegar a domesticar, es decir, a tenerla tan sumisa a su voluntad que pueda atreverse a soltarle el freno.

(C) Esta opinión mía me parece corroborada por lo que añade, en este mismo versículo Stg 3:8, el autor sagrado, al decir que la lengua es «un mal agitado» (gr. akatástaton, sin fijación, inestable; el mismo vocablo de Stg 1:8), con lo que se expresa que, «bajo el estímulo de las pasiones, se agita continuamente, y dice despropósitos» (Salguero). Lo de «agitado» no resultaría tan peligroso si no fuese un «mal», pero el mal de la lengua es tan malo que, a cualquier parte que se vuelve en su agitación, escupe su veneno, pues está «llena de veneno mortífero» (lit.). Compárese con Sal 5:9; Sal 10:7 y Sal 140:3, citados por Pablo en Rom 3:13, Rom 3:14. Es, pues, esa agitación, ese continuo movimiento de la lengua, lo que la hace incapaz de ser domesticada. Esta continua movilidad de la lengua se halla bien expresada en la frase vulgar: «la sin hueso».

3. En los versículos Stg 3:9 y Stg 3:10, Santiago describe el lamentable resultado de esta malvada agitación de la lengua, por la cual, en lugar de poder ser habitualmente frenada y retenida en un punto fijo, se mueve en todas las direcciones hasta llegar fácilmente a puntos contrarios: «Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De una misma boca salen la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debería ser así» (NVI).

(A) En la primera parte del versículo Stg 3:9, el autor sagrado se refiere al uso que hacemos de la lengua en los servicios del culto eclesial, cuando alabamos a Dios, le damos gracias e invocamos su santo nombre con oraciones, himnos y cánticos. De ahí la monstruosidad de usar esa misma lengua, dedicada al servicio de Dios, para maldecir y calumniar a los hombres. Dice M. Henry: «¡Cuán absurdo es que quienes usan su lengua en oración y alabanza la puedan usar jamás en maldecir, calumniar y cosas por el estilo! Esa lengua que se dirige con reverencia al Ser Divino, no puede, sin la mayor inconsecuencia, volverse hacia nuestros semejantes con lenguaje pendenciero y ultrajante».

(B) El autor sagrado hace notar (v. Stg 3:9) que esos hombres a quienes maldecimos con nuestra lengua, han sido hechos a imagen de Dios (comp. con Gén 1:26). El autor sagrado da a entender aquí que «maldecir al hombre hecho a imagen de Dios es maldecir la imagen de Dios mismo. Y, por lo tanto, se viene a contradecir las alabanzas que se le habían tributado» (Salguero). De paso, observaremos que Santiago dice de los hombres, en general, que han sido hechos a imagen de Dios, lo cual demuestra que la imagen de Dios no quedó completamente borrada por el pecado, sino sólo oscurecida.

(C) Santiago concluye (v. Stg 3:10) que eso de que por una misma boca salga la bendición a Dios y la maldición a los hombres es algo que no debe ocurrir, pues es una monstruosidad que no tiene par en la naturaleza, como lo muestran los tres ejemplos que aduce a continuación.

4. Estos ejemplos están expuestos, de la forma más vívida y clara, en los versículos Stg 3:11 y Stg 3:12: «¿Puede acaso una fuente echar a la vez por un mismo caño agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede una higuera dar olivas, o una viña higos? Tampoco un manantial de agua salada puede dar agua dulce» (NVI). Esta es la lectura refrendada por los mejores MSS.

(A) Para que el uso de unas comparaciones tan sencillas no llegue a avergonzar a los lectores, Santiago les ruega que ponderen serenamente lo que les está diciendo, pues lo hace por el bien de ellos, como se advierte por la frase afectuosa: «Hermanos míos».

(B) La NVI añade en la primera comparación (v. Stg 3:11) un «a la vez», que no figura en el original, seguramente para que el contraste se vea claro, pero es muy improbable que sea ése el sentido. Dice acertadamente Salguero: «La fuerza de la comparación de la primera imagen no se pone en la salida simultánea de agua dulce y amarga, como piensa algún autor (Meinertz), sino en el hecho de que del mismo caño, aunque en diverso tiempo, salga agua dulce y amarga. De igual modo, la deformidad de la lengua no está en que a la vez profiera palabras contrarias, lo que sería imposible, sino en que la misma lengua, en tiempos diversos, pronuncie cosas contradictorias».

(C) Las comparaciones con la higuera que diese olivas y con la vid (RV, mejor que «viña», de la NVI, pues el vocablo griego es ámpelos, el mismo de Jua 15:1, Jua 15:4, Jua 15:5) que diese higos, están tomadas de la vida campestre de Palestina y presentan de forma gráfica la monstruosidad que supone el uso contradictorio de la lengua, en claro contraste con el orden y la armonía que reinan en la naturaleza, en perfecta sumisión a la voluntad de Dios, quien creó las plantas y los animales de forma que cada uno diese fruto según su especie (v. Gén 1:11, Gén 1:12, Gén 1:21, Gén 1:24, Gén 1:25), no según una especie totalmente ajena.

(D) La segunda parte del versículo Stg 3:12 parece, a primera vista, una añadidura innecesaria, pero el autor sagrado termina de esta manera porque recoge, mejor que ninguna otra comparación, la incongruencia de que una vida consagrada a Dios eche por una boca, que debería dar palabras de dulzura, palabras llenas de amargura. Remacha así el contraste que aparece en las comparaciones tomadas de la vida agrícola.

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