¿Qué Significa REINO DE DIOS En La Biblia Según El Diccionario Bíblico Online?
Expresión y ejercicio de la soberanía universal de Dios sobre sus criaturas y el medio por el que esta se manifiesta. (Sal 103:19.) Esta expresión se emplea especialmente para significar la soberanía de Dios por medio de una administración real encabezada por su Hijo, Cristo Jesús.La palabra que se traduce “reino” en las Escrituras Griegas Cristianas es ba-si-léi-a, que significa: ‘el ser, el estado y poder del rey; dignidad real o soberanía real; reino o imperio; la extensión de territorio en la que manda un rey’. (Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 1987, vol. 4, pág. 70.) Marcos y Lucas utilizan con frecuencia la expresión “el reino de Dios”, y en el relato de Mateo aparece la expresión paralela “el reino de los cielos” unas 30 veces. (Compárese Mar 10:23 y Luc 18:24 con Mat 19:23-24; véanse CIELO [Cielos espirituales]; REINO.)El gobierno de Dios es, estructural y funcionalmente, una teocracia pura (del gr. the-ós, dios, y krá-tos, gobierno), un gobierno por Dios. El término “teocracia” se atribuye a Josefo, historiador judío del siglo I E.C., quien lo debió acuñar en su obra Contra Apión (libro II, sec. 16). Sobre el gobierno que se estableció sobre Israel en Sinaí, escribió: “Unos otorgan el poder a la monarquía, otros a la oligarquía, y otros al pueblo. Pero nuestro legislador, rechazando todos estos métodos, instituyó un gobierno teocrático [literalmente, “una teocracia”; gr. the-o-kra-tí-an]. Permítaseme usar esta palabra, aunque violente el lenguaje. Atribuyó a Dios el poder y la fuerza”. Por supuesto, para que este gobierno fuera una teocracia pura, no podía constituirlo ningún legislador humano, como Moisés, sino únicamente Dios. El registro bíblico muestra que esto fue lo que ocurrió.Origen del término. El término “rey” (heb. mé-lekj) debió incorporarse al lenguaje humano después del diluvio universal. El primer reino terrestre fue el de Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”. (Gén 10:8-12.) Posteriormente, durante el tiempo que transcurrió hasta los días de Abrahán, se formaron ciudades-estado y naciones y se multiplicaron los reyes humanos. Con la excepción del reino de Melquisedec, rey-sacerdote de Salem (un tipo profético del Mesías; Gén 14:17-20; Heb 7:1-17), ninguno de estos reinos terrestres representó el gobierno de Dios o fue puesto por Él. Los hombres también hicieron reyes de los dioses falsos que adoraban y les atribuyeron la facultad de otorgar la soberanía real a los seres humanos. El que Dios se aplicara a sí mismo el título “Rey [Mé-lekj]”, como se encuentra en los registros postdiluvianos de las Escrituras Hebreas, significa que se valió de un título que los hombres habían forjado y empleado. De este modo mostró que a Él se le debía la honra y obediencia como “Rey”, no a los presuntuosos gobernantes humanos o dioses hechos por el hombre. (Jer 10:10-12.)Por supuesto, Jehová ya era Gobernante Soberano mucho antes que surgieran los reinos humanos, sí, antes que los mismos hombres existieran. Como Dios verdadero y Creador, sus millones de hijos angélicos le tributaban respeto y obediencia. (Job 38:4-7; 2Cr 18:18; Sal 103:20-22; Dan 7:10.) Fuera cual fuese el título que tuviera, desde el principio de la creación se le reconoció como el Ser cuya voluntad era, con todo derecho, suprema.La gobernación de Dios en la historia humana primitiva. Las primeras criaturas humanas, Adán y Eva, también conocían a Jehová como Dios, el Creador del cielo y de la Tierra. Reconocían su autoridad, su derecho a dar órdenes, a exigirles que cumplieran con ciertos deberes o que se abstuvieran de ciertos actos, a asignarles una zona donde residir y que cultivar, así como a delegarles autoridad sobre otras criaturas. (Gén 1:26-30; Gén 2:15-17.) Si bien Adán tenía la facultad de formar nuevas palabras (Gén 2:19-20), no hay nada que indique que ideara el título “rey [mé-lekj]” para aplicarlo a su Dios y Creador, aunque Adán reconocía la autoridad suprema de Jehová.Según se revela en los primeros capítulos de Génesis, en Edén Dios ejercía su soberanía sobre el hombre con benevolencia, sin añadir restricciones innecesarias. La relación entre Dios y el hombre exigía que este le obedeciera como un hijo a un padre. (Compárese con Luc 3:38.) El hombre no tenía que cumplir un extenso código de leyes (compárese con 1Ti 1:8-11); las exigencias de Dios eran sencillas y tenían un propósito. Tampoco hay nada que indique que Adán se sintiera cohibido debido a que hubiera una supervisión constante y crítica de todas sus acciones; al contrario, parece que Dios se comunicaba con el hombre perfecto periódicamente, según hubiera necesidad. (Génesis 1-3.)Una nueva expresión de la gobernación de Dios. Al contravenir de manera deliberada el mandato divino a instancias de un hijo celestial de Dios, la primera pareja humana se rebeló contra la autoridad del Creador. (Gén 3:17-19; véase ÁRBOL [Uso figurado].) La posición que adoptó este espíritu, el adversario de Dios (heb. sa-tán), puso en tela de juicio la legitimidad de la soberanía universal de Jehová. Esta cuestión tenía que resolverse. (Véase JEHOVÁ [La cuestión suprema es de naturaleza moral].) Como esta cuestión se hizo surgir en la Tierra, es lógico que también se resuelva en la Tierra. (Apo 12:7-12.)Cuando Jehová Dios dictó sentencia contra los primeros rebeldes, pronunció una profecía en términos simbólicos, en la que expuso su propósito de valerse de un medio, una “descendencia”, para aplastar definitivamente a las fuerzas rebeldes. (Gén 3:15.) Por lo tanto, la gobernación de Jehová, la expresión de su soberanía, asumiría un nuevo aspecto en respuesta a la insurrección que había surgido. La revelación progresiva de los “secretos sagrados del reino” (Mat 13:11) mostró que este nuevo aspecto incluiría la formación de un gobierno subsidiario, un cuerpo de gobernantes encabezado por un dirigente en quien Dios delegaría autoridad. La promesa de la “descendencia” halla su cumplimiento en el reino de Cristo Jesús y sus compañeros escogidos. (Apo 17:14; véase JESUCRISTO [Su posición fundamental en el propósito de Dios].) Desde que se dio la promesa edénica, el desarrollo progresivo del propósito de Dios relativo a la formación de esta “descendencia” real constituye un tema fundamental de la Biblia y una clave para entender la manera de actuar de Jehová con sus siervos y con la humanidad en general.Si se tiene presente que una parte fundamental de la cuestión que hizo surgir el Adversario de Dios era la integridad de todas las criaturas de Dios, es decir, su devoción de todo corazón a Él y la lealtad a su jefatura, es de destacar el que Dios delegue gran autoridad y poder a algunas criaturas. (Mat 28:18; Apo 2:26-27; Apo 3:21.) (Véase INTEGRIDAD [Relacionada directamente con la gran cuestión universal].) El que pudiera dar con confianza tanta autoridad y poder sería en sí mismo un espléndido testimonio de la fuerza moral de su gobernación, que contribuiría a la vindicación de su soberanía y pondría de relieve la falsedad de las acusaciones de su adversario.Se manifiesta la necesidad del gobierno divino. Las condiciones que hubo desde el principio de la rebelión humana hasta el Diluvio mostraron con claridad lo necesaria que era la jefatura divina para la humanidad. La sociedad humana tuvo que enfrentarse pronto a la desunión, la violencia y el asesinato. (Gén 4:2-9; Gén 4:23-24.) No se dice hasta qué grado ejerció autoridad patriarcal sobre sus descendientes el pecador Adán durante sus novecientos treinta años de vida. No obstante, para la séptima generación ya debía existir mucha impiedad (Jud 1:14-15), y para el tiempo de Noé, nacido unos ciento veinte años después de la muerte de Adán, las condiciones se habían deteriorado hasta el punto de que ‘la tierra se había llenado de violencia’. (Gén 6:1-13.) A esta situación contribuyó el que algunas criaturas celestiales intervinieran en la sociedad humana, en contra de la voluntad y el propósito divinos. (Gén 6:1-4; Jud 1:6; 2Pe 2:4-5; véase NEFILIM.)Aunque la Tierra se había convertido en un foco de rebelión, Jehová no renunció a su dominio sobre ella. El diluvio universal probó que mantenía su poder y capacidad para hacer cumplir su voluntad sobre la Tierra, al igual que en cualquier otra parte del universo. Durante la época antediluviana también demostró que seguía dispuesto a guiar y dirigir las acciones de las personas que le buscaban, como Abel, Enoc y Noé. El caso particular de Noé ilustra cómo ejerce Dios su autoridad sobre un súbdito terrestre de buena disposición: le da mandatos y lo orienta, protege y bendice tanto a él como a su familia, y manifiesta su control sobre la creación animal. (Gén 6:9 a Gén 7:16.) Jehová dejó patente que no permitiría que la sociedad humana apartada de Él corrompiera la Tierra indefinidamente y que no se retendría de ejecutar su juicio justo contra los transgresores de la manera y en el momento que viese conveniente. Además, demostró su poder soberano sobre los diferentes elementos de la Tierra, entre ellos, su atmósfera. (Gén 6:3; Gén 6:5-7; Gén 7:17 a Gén 8:22.)La sociedad postdiluviana primitiva y sus problemas. Después del Diluvio, la sociedad humana estaba estructurada fundamentalmente en un régimen patriarcal que proporcionaba orden y estabilidad relativos. La humanidad tenía que “[llenar] la tierra”, lo que no solo exigía que se multiplicaran, sino que extendieran progresivamente su morada por todo el planeta. (Gén 9:1; Gén 9:7.) Estos factores limitarían en buena medida los problemas sociales, pues normalmente quedarían circunscritos a la familia, de modo que rara vez surgiría la fricción que suele haber en condiciones de superpoblación. Sin embargo, la construcción que se iba a realizar en Babel estaba diametralmente opuesta a la voluntad divina, pues exigía que los hombres se concentraran para no ser “esparcidos por toda la superficie de la tierra”. (Gén 11:1-4; véase LENGUAJE.) Además, Nemrod se apartó del sistema patriarcal y fundó el primer “reino” (heb. mam-la-kjáh). Él era un cusita del linaje de Cam, e invadió parte del territorio semita, la tierra de Asur (Asiria), donde edificó ciudades que formaron parte de sus dominios. (Gén 10:8-12.)Aunque Dios disolvió la concentración humana de las llanuras de Sinar confundiendo la lengua del hombre, el modelo de gobernación que Nemrod inició se imitó y generalizó en las zonas a las que emigraron las diversas familias. En los días de Abrahán (2018-1843 a. E.C.) existían reinos desde Mesopotamia (en Asia) hasta Egipto, donde al rey se le llamaba “Faraón” en vez de Mé-lekj. Pero estas gobernaciones reales no produjeron seguridad. Los reyes pronto empezaron a formar alianzas militares y emprendieron extensas campañas de agresión, saqueo y secuestro. (Gén 14:1-12.) En algunas ciudades los extraños corrían el riesgo de que los atacaran homosexuales. (Gén 19:4-9.)Aunque el hombre formó comunidades en busca de seguridad (compárese con Gén 4:14-17), pronto vio necesario amurallar las ciudades y más tarde fortificarlas para protegerse de los ataques armados. Los registros seglares más antiguos conocidos, muchos de ellos de Mesopotamia, donde empezó el reino de Nemrod, están llenos de relatos de conflictos, codicia, intrigas y derramamiento de sangre. Los códigos de leyes extrabíblicos más antiguos, como los de Lipit-Istar, Esnunna y Hammurabi, muestran que la vida humana se había hecho muy compleja, con problemas sociales como el robo, el fraude, dificultades comerciales, disputas sobre la propiedad y el pago de alquileres, cuestiones sobre préstamos e intereses, infidelidad marital, honorarios y fallos médicos, casos de asalto y agresión y muchos otros asuntos. Aunque Hammurabi se llamó a sí mismo “el poderoso rey” y “el rey perfecto”, su gobierno y legislación fueron, como los de otros reinos políticos antiguos, incapaces de resolver los problemas de la humanidad pecaminosa. (Código de Hammurabi, traducción de Federico L. Peinado, Tecnos, 1986, págs. XXIV-XXVII, 3-47; La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, págs. 157-195; compárese con Pro 28:5.) En todos estos reinos era importante la religión, no la adoración al Dios verdadero. El que el sacerdocio colaborara estrechamente con la clase gobernante y disfrutara del favor real no se tradujo en beneficios morales para la gente. Las inscripciones cuneiformes de los escritos religiosos antiguos no cultivan el espíritu ni dan guía moral; traicionan a los dioses adorados, tildándolos de enfadadizos, violentos, lascivos e injustos. Los hombres necesitaban el reino de Jehová Dios para disfrutar de la vida en paz y felicidad.Con relación a Abrahán y sus descendientes. Es cierto que las personas que consideraban a Jehová Dios como su Cabeza también tenían fricciones y problemas personales. Sin embargo, se les ayudó a resolverlos o a aguantarlos en conformidad con las normas justas de Dios y sin caer en la degradación. Recibieron protección y fortaleza divinas. (Gén 13:5-11; Gén 14:18-24; Gén 19:15-24; Gén 21:9-13; Gén 21:22-33.) Por ello, después de indicar que las “decisiones judiciales [de Jehová] están en toda la tierra”, el salmista dice de Abrahán, Isaac y Jacob: “Ellos resultaban ser pocos en número, sí, muy pocos, y residentes forasteros en [Canaán]. Y ellos siguieron andando de nación en nación, de un reino a otro pueblo. No permitió que ningún humano los defraudara, antes bien, a causa de ellos censuró a reyes, diciendo: ‘No toquen ustedes a mis ungidos, y a mis profetas no hagan nada malo’”. (Sal 105:7-15; compárese con Gén 12:10-20; Gén 20:1-18; Gén 31:22-24; Gén 31:36-55.) Esto también era prueba de que Dios aún ejercía su soberanía sobre la tierra, que imponía según lo requiriera el adelanto de su propósito.Los patriarcas fieles no se vincularon a ninguna de las ciudades-estado o reinos de Canaán ni de otros países. En lugar de buscar seguridad en alguna ciudad bajo el gobierno político de un rey humano, vivieron en tiendas como forasteros, “extraños y residentes temporales en la tierra”, mientras esperaban con fe “la ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios”. Aceptaban a Dios como su Gobernante y esperaban su futura agencia celestial para gobernar la Tierra, fundada sólidamente en su autoridad y voluntad soberanas, aunque en aquel entonces la realización de esta esperanza todavía estaba “lejos”. (Heb 11:8-10; Heb 11:13-16.) Por eso, una vez que Dios ungió a Jesús para ser rey, este pudo decir: “Abrahán […] se regocijó mucho por la expectativa de ver mi día, y lo vio y se regocijó”. (Jua 8:56.)Con la celebración de un pacto con Abrahán (Gén 12:1-3; Gén 22:15-18), Jehová dio otro paso en el desarrollo de su promesa concerniente a la “descendencia” del Reino. (Gén 3:15.) Predijo a este respecto que de Abrahán (Abrán) y su esposa ‘saldrían reyes’. (Gén 17:1-6; Gén 17:15-16.) Aunque los descendientes de Esaú, el nieto de Abrahán, fundaron reinos y territorios dominados por jeques, fue a Jacob, el otro nieto de Abrahán, a quien se repitió la promesa profética de Dios de que de su descendencia saldrían reyes. (Gén 35:11-12; Gén 36:9; Gén 36:15-43.)La formación de la nación de Israel. Siglos más tarde, al debido tiempo (Gén 15:13-16), Jehová Dios actuó en favor de los descendientes de Jacob, que ya ascendían a millones (véase ÉXODO [Cuántas personas salieron en el éxodo]), protegiéndolos del genocidio que pretendía llevar a cabo el gobierno egipcio (Éxo 1:15-22) y finalmente libertándolos de la dura esclavitud al régimen de Egipto. (Éxo 2:23-25.) Faraón rechazó el mandato que Dios le dio mediante sus agentes, Moisés y Aarón, como si proviniese de una fuente que no tenía autoridad sobre los asuntos egipcios. Por negarse una y otra vez a reconocer la soberanía de Jehová, tuvo que sufrir las manifestaciones del poder divino en forma de plagas. (Éxodo 7-12.) De esta manera Dios probó que su dominio sobre los elementos de la Tierra y sobre las criaturas era superior al de cualquier rey terrestre. (Éxo 9:13-16.) Este despliegue de poder soberano alcanzó su punto culminante cuando destruyó las fuerzas de Faraón de una manera que ninguno de los jactanciosos reyes guerreros de las naciones jamás hubiera podido igualar. (Éxo 14:26-31.) Con buena razón Moisés y los israelitas cantaron: “Jehová reinará hasta tiempo indefinido, aun para siempre”. (Éxo 15:1-19.)Después, Jehová dio más prueba de su dominio sobre la Tierra, las vitales reservas de agua y las aves, así como su aptitud para proteger y sostener a la nación incluso en alrededores áridos y hostiles. (Éxo 15:22 a Éxo 17:15.) Habiendo hecho todo esto, se dirigió al pueblo liberado y le dijo que si obedecía su autoridad y su pacto, podría convertirse en su propiedad especial entre todos los demás pueblos, “porque toda la tierra me pertenece a mí”. Por consiguiente, podría llegar a ser “un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éxo 19:3-6.) Cuando los israelitas declararon públicamente que se sometían a su soberanía, Jehová actuó como Legislador regio dándoles decretos reales recogidos en un amplio código, al mismo tiempo que manifestó de modo impresionante su poder y gloria. (Éxo 19:7 a Éxo 24:18.) El tabernáculo o tienda de reunión, y en especial el arca del pacto, indicaban la presencia del Cabeza invisible y celestial del Estado. (Éxo 25:8; Éxo 25:21-22; Éxo 33:7-11; compárese con Apo 21:3.) Aunque Moisés y otros hombres nombrados juzgaron la mayoría de los casos, guiados por la ley de Dios, en ciertas ocasiones Jehová intervino personalmente para expresar su juicio y aplicar sanciones contra los que quebrantaban la Ley. (Éxo 18:13-16; Éxo 18:24-26; Éxo 32:25-35.) Los sacerdotes ordenados actuaban para mantener buenas relaciones entre la nación y su Gobernante celestial, ayudando al pueblo en sus esfuerzos por conformarse a las elevadas normas del pacto de la Ley. (Véase SACERDOTE.) Así que el sistema de gobierno de Israel era una verdadera teocracia. (Deu 33:2; Deu 33:5.)En su calidad de Dios y Creador, de propietario absoluto y “Juez de toda la tierra” (Gén 18:25), Jehová había cedido la tierra de Canaán a la descendencia de Abrahán. (Gén 12:5-7; Gén 15:17-21.) Como autoridad suprema, pudo ordenar a los israelitas que expropiaran a la fuerza el territorio de los cananeos, quienes estaban bajo condenación, y que ejecutasen la sentencia de muerte que Él había dictado contra ellos. (Deu 9:1-5; véase CANAÁN, CANANEO Números 2 [Israel conquista Canaán].)El período de los jueces. Durante los tres siglos y medio que siguieron a la conquista de los muchos reinos de Canaán, Jehová Dios fue el único rey de la nación de Israel. En diversos períodos hubo jueces que Él escogió para que dirigieran a la nación, a toda ella o a partes, tanto en tiempos de guerra como de paz. Cuando el juez Gedeón derrotó a Madián, el pueblo pidió que se convirtiese en el gobernante de la nación, pero él, que reconocía a Jehová como el verdadero gobernante, se negó a aceptar ese puesto. (Jue 8:22-23.) Su ambicioso hijo Abimélec consiguió reinar por algún tiempo sobre una pequeña parte de la nación, hasta que le sobrevino el desastre. (Jue 9:1; Jue 9:6; Jue 9:22; Jue 9:53-56.)Sobre este período general de los jueces se dice: “En aquellos días no había rey en Israel. En cuanto a todos, lo que era recto a sus propios ojos cada uno acostumbraba hacer”. (Jue 17:6; Jue 21:25.) Estas palabras no quieren decir que no existiera un poder judicial, pues en todas las ciudades había jueces o ancianos que se encargaban de los casos y problemas legales y hacían justicia. (Deu 16:18-20; véase TRIBUNAL JUDICIAL.) Además, el sacerdocio levítico actuaba como una fuerza guiadora superior, educando al pueblo en la ley de Dios, y el sumo sacerdote tenía el Urim y Tumim, con el que podía consultar a Dios sobre los casos difíciles. (Véanse SACERDOTE; SUMO SACERDOTE; URIM Y TUMIM.) Por lo tanto, la persona que se aprovechaba de estas provisiones, que adquiría conocimiento de la ley de Dios y la aplicaba, tenía una buena guía para su conciencia. El que en ese caso hiciera “lo que era recto a sus propios ojos” no resultaría en mal. Jehová permitió que la gente mostrara si su actitud y proceder eran buenos o malos. No había ningún monarca humano sobre la nación que supervisara el trabajo de los jueces ni mandara a la gente participar en proyectos particulares ni la organizara para defender la nación. (Compárese con Jue 5:1-18.) Por lo tanto, la mala situación que hubo se debió a que la mayoría no estuvo dispuesta a observar la palabra y la ley de su Rey celestial ni a aprovecharse de sus provisiones. (Jue 2:11-13.)Los israelitas piden un rey humano. Casi cuatrocientos años después del éxodo y más de ochocientos después que Dios hizo un pacto con Abrahán, los israelitas solicitaron un rey humano que los acaudillara, como tenían las demás naciones. Con esa solicitud rechazaban la propia gobernación real de Jehová sobre ellos. (1Sa 8:4-8.) Es cierto que el pueblo tenía razones para esperar que Dios estableciera un reino en consonancia con las promesas dadas a Abrahán y a Jacob. Además, la profecía que pronunció Jacob respecto a Judá en su lecho de muerte daba más base para tal esperanza (Gén 49:8-10), así como la daban las palabras que Jehová dirigió a Israel después del éxodo (Éxo 19:3-6), los términos del pacto de la Ley (Deu 17:14-15) e incluso parte del mensaje que Dios hizo pronunciar al profeta Balaam (Núm 24:2-7; Núm 24:17). Ana, la devota madre de Samuel, expresó esta esperanza en oración. (1Sa 2:7-10.) Sin embargo, Jehová no había revelado completamente su “secreto sagrado” concerniente al Reino; no había indicado cuándo llegaría el momento debido para establecerlo ni la estructura y los componentes de ese gobierno, o si sería terrenal o celestial. Por consiguiente, fue un atrevimiento el que el pueblo exigiera entonces un rey humano.Es probable que la amenaza de agresión filistea y ammonita contribuyera al deseo de los israelitas de tener un comandante en jefe real visible. De ese modo manifestaron falta de fe en que Dios podía protegerlos, guiarlos y proveerles lo necesario, como nación y como individuos. (1Sa 8:4-8.) Aunque el motivo del pueblo era incorrecto, Jehová accedió a su petición. Sin embargo, no lo hizo principalmente por ellos, sino para cumplir su buen propósito con respecto a la revelación progresiva del “secreto sagrado” del reino futuro en manos de la “descendencia”. Además, la gobernación real humana iba a acarrear problemas y gastos a Israel, y Jehová expuso esos hechos al pueblo. (1Sa 8:9-22.)Los reyes que Jehová nombrara habrían de servir de agentes terrestres de Dios, sin menoscabar lo más mínimo la propia soberanía de Jehová sobre la nación. En realidad, el trono era de Jehová; ellos se sentaban sobre él como reyes delegados. (1Cr 29:23.) Jehová mandó que se ungiera al primer rey, Saúl (1Sa 9:15-17), y al mismo tiempo expuso la falta de fe que había demostrado la nación. (1Sa 10:17-25.)Para que el reinado fuera beneficioso, tanto el rey como la nación tenían que respetar la autoridad de Dios. Si ilusoriamente se dirigían a otras fuentes en busca de dirección y protección, la nación y su rey serían barridos. (Deu 28:36;1Sa 12:13-15; 1Sa 12:20-25.) El rey no debía confiar en el poderío militar ni multiplicar el número de sus esposas ni dejarse dominar por el deseo de riquezas. Su gobernación no podía salirse del marco del pacto de la Ley. Tenía la orden divina de escribir su propia copia de la Ley y leerla diariamente, a fin de mantener el debido temor a la Autoridad, ser humilde y atenerse a un proceder justo. (Deu 17:16-20.) En la medida que actuara así, amando a Jehová con todo su corazón y al prójimo como a sí mismo, su gobierno reportaría bendiciones y no habría ninguna causa real de queja debido a opresión o dificultades. Pero como en el caso del pueblo, Jehová también permitió que estos gobernantes demostraran lo que había en su corazón, si estaban o no dispuestos a reconocer la autoridad y voluntad de Dios.La gobernación ejemplar de David. La falta de respeto que el benjamita Saúl demostró a las disposiciones y la autoridad superior de la “Excelencia de Israel” le acarreó la desaprobación divina y le costó el trono a su linaje familiar. (1Sa 13:10-14; 1Sa 15:17-29; 1Cr 10:13-14.) Con la gobernación de su sucesor, David, de la tribu de Judá, se cumplió otro aspecto de la profecía que Jacob pronunció en su lecho de muerte. (Gén 49:8-10.) Aunque David cometió errores debido a la debilidad humana, su gobernación fue ejemplar por su sincera devoción a Jehová Dios y su humilde sumisión a la autoridad divina. (Sal 51:1-4; 1Sa 24:10-14; compárense con 1Re 11:4; 1Re 15:11-14.) Cuando se recibieron las contribuciones para la construcción del templo, David oró a Jehová ante el pueblo congregado, diciendo: “Tuya, oh Jehová, es la grandeza y el poderío y la hermosura y la excelencia y la dignidad; porque todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo es el reino, oh Jehová, Aquel que también te alzas como cabeza sobre todo. Las riquezas y la gloria las hay debido a ti, y tú lo estás dominando todo; y en tu mano hay poder y potencia, y en tu mano hay facultad para hacer grande y para dar fuerzas a todos. Y ahora, oh Dios nuestro, te damos las gracias y alabamos tu hermoso nombre”. (1Cr 29:10-13.) El consejo final que dio a su hijo Salomón también ilustra el acertado punto de vista que tenía sobre la relación entre la realeza terrestre y su fuente divina. (1Re 2:1-4.)Cuando el arca del pacto, relacionada con la presencia de Jehová, se trasladó a la capital, Jerusalén, David cantó: “Regocíjense los cielos, y esté gozosa la tierra, y digan entre las naciones: ‘¡Jehová mismo ha llegado a ser rey!’”. (1Cr 16:1; 1Cr 16:7; 1Cr 16:23-31.) Esto muestra que aunque la gobernación de Jehová se remonta al principio de la creación, Él puede concretar expresiones de su gobernación o formar ciertas agencias que lo representen, lo que hace posible que se diga que ‘llega a ser rey’ en cierta ocasión en particular.El pacto para un reino. Jehová hizo un pacto con David para un reino que sería establecido eternamente en su linaje familiar. Dijo: “Ciertamente levantaré tu descendencia después de ti, […] y realmente estableceré con firmeza su reino. […] Y tu casa y tu reino ciertamente serán estables hasta tiempo indefinido delante de ti; tu mismísimo trono llegará a ser un trono firmemente establecido hasta tiempo indefinido”. (2Sa 7:12-16; 1Cr 17:11-14.) Este pacto relativo a la dinastía davídica supuso otro eslabón en el desarrollo de la promesa edénica de Dios en cuanto a su reino por medio de la predicha “descendencia” (Gén 3:15), y suministró más detalles para identificar a esa “descendencia” cuando llegara. (Compárese con Isa 9:6-7; 1Pe 1:11.) Los reyes nombrados por Dios eran ungidos para su puesto, por lo que les aplicaba el término “mesías”, que significa “ungido”. (1Sa 16:1; Sal 132:13; Sal 132:17.) De modo que el reino terrestre que Jehová puso sobre Israel fue un tipo o una representación a pequeña escala del venidero reino del Mesías Jesucristo, el “hijo de David”. (Mat 1:1.)Ocaso y fin de los reinos israelitas. Por no adherirse a los justos caminos de Jehová, la situación existente finalizados solo tres reinados y al comienzo del cuarto produjo un profundo descontento que hizo que la nación se sublevase y se dividiera (997 a. E.C.). Como consecuencia, aparecieron un reino septentrional y otro meridional. Sin embargo, el pacto de Jehová con David continuó en vigor con los reyes del reino meridional de Judá. Con el transcurso de los siglos, Judá apenas tuvo reyes fieles, y en el reino septentrional de Israel no hubo ni uno solo. La historia del reino septentrional estuvo plagada de idolatría, intriga y asesinatos. Los reyes a menudo se sucedían unos a otros tras cortos reinados. El pueblo sufrió injusticia y opresión. Unos doscientos cincuenta años después de su formación, Jehová permitió que el rey de Asiria aplastase al reino septentrional (740 a. E.C.) debido a su proceder de rebelión contra Dios. (Ose 4:1-2; Amó 2:6-8.)Aunque el reino de Judá disfrutaba de mayor estabilidad a causa de la dinastía davídica, con el tiempo sobrepasó al reino septentrional en degradación moral, a pesar de los esfuerzos que hicieron algunos reyes temerosos de Dios, como Ezequías y Josías, por contrarrestar la degeneración hacia la idolatría y el rechazo de la palabra y la autoridad de Jehová. (Isa 1:1-4; Eze 23:1-4; Eze 23:11.) La injusticia social, la tiranía, la avaricia, la falta de honradez, el soborno, la perversión sexual, los asaltos violentos y el derramamiento de sangre, así como la hipocresía religiosa que convirtió el templo de Dios en una “cueva de salteadores”, fueron prácticas que los profetas de Jehová censuraron en sus mensajes de advertencia a los gobernantes y al pueblo. (Isa 1:15-17; Isa 1:21-23; Isa 3:14-15; Jer 5:1-2; Jer 5:7-8; Jer 5:26-28; Jer 5:31; Jer 6:6-7; Jer 7:8-11.) Ni el apoyo de los sacerdotes apóstatas ni ninguna alianza política con otras naciones podía evitar el desplome de aquel reino infiel. (Jer 6:13-15; Jer 37:7-10.) Los babilonios destruyeron Jerusalén, su capital, y desolaron Judá en 607 a. E.C. (2Re 25:1-26.)La realeza de Jehová no se ve afectada. La destrucción de los reinos de Israel y Judá no desacreditó de ningún modo la calidad de la propia gobernación de Jehová Dios, ni tampoco indicó que fuera débil. Durante toda la historia de la nación israelita, Jehová hizo patente que quería que le sirvieran y obedecieran de buena gana. (Deu 10:12-21; Deu 30:6; Deu 30:15-20; Isa 1:18-20;Eze 18:25-32.) Él instruyó, reprendió, disciplinó, advirtió y castigó; pero no se valió de su poder para obligar al rey o al pueblo a seguir un proceder justo. Ellos tuvieron la culpa de las malas condiciones que se manifestaron, el sufrimiento que experimentaron y su fin desastroso, porque obstinadamente endurecieron su corazón e insistieron en seguir un proceder independiente que perjudicaba tontamente sus propios intereses. (Lam 1:8-9; Neh 9:26-31; Neh 9:34-37; Isa 1:2-7; Jer 8:5-9; Ose 7:10-11.)Jehová demostró su poder soberano al mantener restringidas a las potencias agresivas de Asiria y Babilonia hasta el momento debido e incluso manejarlas para que actuasen en cumplimiento de sus profecías. (Eze 21:18-23; Isa 10:5-7.) Finalmente expresó su justo juicio como Gobernante Soberano al retirar su protección de la nación. (Jer 35:17.) La desolación de Israel y Judá no llegó como una espantosa sorpresa para los siervos obedientes de Dios, a quienes se había advertido de antemano mediante las profecías. La degradación de los gobernantes altivos ensalzó la “espléndida superioridad” de Jehová. (Isa 2:1; Isa 2:10-17.) Sin embargo, más importante aún, Jehová había demostrado que podía proteger y conservar con vida a las personas que recurrían a Él como su Rey, aunque se hallasen en condiciones de hambre, enfermedad y matanza indiscriminada, o las persiguiesen los que odiaban la justicia. (Jer 34:17-21; Jer 20:10-11; Jer 35:18-19; Jer 36:26; Jer 37:18-21; Jer 38:7-13; Jer 39:11 a Jer 40:5.)Al último rey de Israel se le advirtió que se le quitaría la corona, que representaba la gobernación real para la que Jehová lo había ungido como representante suyo. El reino de los ungidos del linaje davídico no se ejercería ‘hasta que llegara aquel que tenía el derecho legal, y Jehová tendría que dar esto a él’. (Eze 21:25-27.) Por lo tanto, el reino típico, entonces en ruinas, dejó de existir, y de nuevo se dirigió la atención hacia el futuro, hacia la venidera “descendencia”, el Mesías.Naciones políticas como Asiria y Babilonia, devastaron los reinos apóstatas de Israel y Judá. Aunque Dios dice que ‘levanta’ o ‘trae’ a esas naciones contra su pueblo condenado (Deu 28:49; Jer 5:15; Jer 25:8-9; Eze 7:24; Amó 6:14), el sentido es similar a cuando el registro bíblico dice que ‘endureció’ el corazón de Faraón. (Véase PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN [Respecto a determinadas personas].) Es decir, Dios ‘trajo’ a estas fuerzas agresoras permitiendo que realizaran el deseo de su corazón (Isa 10:7; Lam 2:16; Miq 4:11) al retirar su ‘mano’ protectora del objeto de la ambición de ellas. (Deu 31:17-18; compárese Esd 8:31 con Esd 5:12; Neh 9:28-31; Jer 34:2.) A los israelitas apóstatas que tercamente se negaron a someterse a la ley y a la voluntad de Jehová se les dio “a la espada, a la peste y al hambre”. (Jer 34:17.) Sin embargo, el que esas naciones destruyeran sin piedad a los reinos septentrional y meridional, la ciudad capital de Jerusalén y su sagrado templo, no les granjeó la aprobación divina ni indicaba que tuviesen las ‘manos limpias’ delante de Él. De modo que Jehová, el Juez de toda la Tierra, podía denunciarlas con justicia por ‘saquear su herencia’ y condenarlas a sufrir la misma desolación que habían infligido a su pueblo. (Isa 10:12-14; Isa 13:1; Isa 13:17-22; Isa 14:4-6; Isa 14:12-14; Isa 14:26-27; Isa 47:5-11;Jer 50:11; Jer 50:14; Jer 50:17-19; Jer 50:23-29.)Visiones del reino de Dios en los días de Daniel. Toda la profecía de Daniel subraya enfáticamente el tema de la Soberanía Universal de Dios y permite entender mejor Su propósito. Dios se valió de Daniel, que se hallaba exiliado en la capital de la potencia mundial que había derrotado a Judá, para revelar el significado de una visión del monarca babilonio. En esta se predecía la marcha de las potencias mundiales y su destrucción final por el reino eterno que el propio Jehová había establecido. Nabucodonosor, el conquistador de Jerusalén, se sintió impulsado a postrarse y rendir homenaje al exiliado Daniel y a reconocer que el Dios de Daniel era “un Señor de reyes”, una actitud que debió asombrar a la corte real. (Dan 2:36-47.) Mediante la visión del ‘árbol cortado’ que Nabucodonosor tuvo en un sueño, Jehová hizo saber de nuevo de manera contundente que “el Altísimo es Gobernante en el reino de la humanidad, y que a quien él quiere darlo lo da, y coloca sobre él aun al de más humilde condición de la humanidad”. (Daniel 4; véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES.) El cumplimiento de la parte del sueño que tenía que ver con él hizo que el emperador Nabucodonosor tuviera que reconocer una vez más que el Dios de Daniel es el “Rey de los cielos”, Aquel que “está haciendo conforme a su propia voluntad entre el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra. Y no existe nadie que pueda detener su mano o que pueda decirle: ‘¿Qué has estado haciendo?’”. (Dan 4:34-37.)Hacia el final del Imperio babilonio, Daniel tuvo visiones proféticas de imperios sucesivos que tendrían características bestiales; vio también el majestuoso tribunal celestial de Jehová en sesión, juzgando a las potencias del mundo y decretando que no merecen gobernar, y contempló a “alguien como un hijo del hombre […] [a quien] fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él”, en su “gobernación de duración indefinida que no pasará”. Presenció también la guerra de la última potencia mundial contra “los santos”, lo que exigiría la aniquilación de aquella, y la entrega del “reino y la gobernación y la grandeza de los reinos bajo todos los cielos […] al pueblo que son los santos del Supremo”, los santos de Jehová Dios. (Daniel 7, 8.) De este modo se manifestó claramente que la “descendencia” prometida consistiría en un cuerpo gubernamental que además de tener un cabeza regio, el “hijo del hombre”, también contaría con gobernantes asociados, los “santos del Supremo”.En tiempo de Babilonia y Medo-Persia. El inexorable decreto de Dios contra la poderosa Babilonia se llevó a cabo súbita e inesperadamente; sus días estaban contados y habían llegado a su fin. (Dan 5:17-30.) Durante el posterior gobierno medopersa, Jehová reveló más detalles sobre el reino mesiánico, relativos a cuándo aparecería el Mesías, que sería “cortado” y también que habría una segunda destrucción de la ciudad de Jerusalén y su lugar santo. (Dan 9:1; Dan 9:24-27; véase SETENTA SEMANAS.) Como había hecho anteriormente durante la gobernación de Babilonia, Jehová Dios volvió a demostrar su poder sobre los elementos naturales y sobre las bestias salvajes a favor de los que reconocen su soberanía, a pesar de la cólera oficial y de las amenazas de muerte. (Dan 3:13-29; Dan 6:12-27.) Hizo que las puertas de Babilonia se abrieran de par en par cuando estaba previsto, lo que permitió que su pueblo tuviese la libertad de regresar a su propia tierra y reedificar la casa de Jehová. (2Cr 36:20-23.) Debido a su acto de libertar a su pueblo, a Sión se le podría hacer el anuncio: “¡Tu Dios ha llegado a ser rey!”. (Isa 52:7-11.) Después, se frustraron diversas conspiraciones contra su pueblo, así como acusaciones falsas de oficiales subordinados y decretos gubernamentales adversos, debido a que Jehová inducía a los diversos reyes persas a cooperar con el cumplimiento de Su voluntad soberana. (Esdras 4-7; Nehemías 2, 4, 6; Ester 3-9.)Por lo tanto, durante miles de años el propósito inmutable e irresistible de Jehová Dios siguió hacia adelante. Sin importar qué giros tomaron los acontecimientos en la Tierra, siempre demostró estar al mando de la situación, sin verse afectado por la oposición humana o demoniaca. No permitió que nada interfiriera en el desarrollo progresivo y perfecto de su propósito o de su voluntad. La historia de la nación de Israel suministró tipos proféticos de cómo trataría Dios con los hombres, y además ilustró que si no hay un reconocimiento y una sumisión de todo corazón a la jefatura divina, no puede haber armonía, paz y felicidad duraderas. Los israelitas disfrutaban de los beneficios de tener en común la ascendencia, la lengua y el país. También se encaraban a enemigos comunes. Pero solo tenían unidad, fuerza, justicia y disfrute genuino de la vida cuando adoraban y servían a Jehová Dios con lealtad y fe. Cuando sus lazos con Jehová Dios se debilitaban, la nación degeneraba rápidamente.El reino de Dios ‘se acerca’. Puesto que el Mesías tenía que ser un descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob, un miembro de la tribu de Judá y un “hijo de David”, había de nacer como hombre; según se declaró en la profecía de Daniel, debía ser un “hijo del hombre”. Cuando “llegó el límite cabal del tiempo”, Jehová Dios envió a su Hijo, quien nació de una mujer y cumplió todos los requisitos legales para heredar el “trono de David su padre”. (Gál 4:4; Luc 1:26-33; véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.) Seis meses antes de su nacimiento, nació Juan, al que llamarían el Bautista y que sería precursor de Jesús. (Luc 1:13-17; Luc 1:36.) Las expresiones de los padres de Juan y de Jesús indicaron que vivían con la ansiosa expectativa de contemplar la gobernación divina. (Luc 1:41-55; Luc 1:68-79.) Cuando Jesús nació, las palabras que pronunció la delegación angélica enviada para anunciar el significado de aquel acontecimiento también se refirieron a actos gloriosos de Dios. (Luc 2:9-14.) Igualmente, Simeón y Ana expresaron en el templo su esperanza de salvación y liberación. (Luc 2:25-38.) Tanto el registro bíblico como el seglar muestran que los judíos estaban a la expectativa de la venida del Mesías. Sin embargo, el interés principal de muchos de ellos era conseguir libertad del pesado yugo de la dominación romana. (Véase MESÍAS.)Juan tenía la comisión de ‘volver los corazones’ de las personas a Jehová, a sus pactos, al “privilegio de rendirle servicio sagrado sin temor, con lealtad y justicia”, y de este modo “alistar para Jehová un pueblo preparado”. (Luc 1:16-17; Luc 1:72-75.) Dijo sin ambages a las personas que se encaraban a un tiempo de juicio de Dios y que ‘el reino de los cielos se había acercado’, por lo que era urgente que se arrepintieran y abandonaran su proceder de desobediencia a la voluntad y la ley de Dios. Esto volvía a poner de relieve la norma de Jehová de tener únicamente súbditos bien dispuestos, personas que reconocieran y apreciaran la justicia de sus caminos y sus leyes. (Mat 3:1-2; Mat 3:7-12.)La venida del Mesías tuvo lugar cuando Jesús se presentó a Juan para bautizarse y fue ungido por el espíritu santo de Dios. (Mat 3:13-17.) Así pasó a ser el Rey nombrado, reconocido por el tribunal de Jehová como el que tenía el derecho legal al trono davídico, un derecho que nadie había tenido en los anteriores seis siglos. (Véase JESUCRISTO [Su bautismo].) Pero Jehová introdujo además a su Hijo aprobado en un pacto para un reino celestial, en el que Jesús sería Rey y Sacerdote a la manera del Melquisedec de la antigua Salem. (Sal 110:1-4; Luc 22:29; Heb 5:4-6; Heb 7:1-3; Heb 8:1; véase PACTO.) Como la prometida ‘descendencia de Abrahán’, este Rey-Sacerdote celestial sería el Agente Principal de Dios para bendecir a personas de todas las naciones. (Gén 22:15-18; Gál 3:14; Hch 3:15.)Al principio de la vida terrestre de su Hijo, Jehová manifestó su poder real en su favor. Dios desvió a los astrólogos orientales que iban a informar al tirano rey Herodes sobre el paradero de Jesús, e hizo que los padres del niño se lo llevaran a Egipto antes de que los agentes de Herodes llevaran a cabo la matanza de niños en Belén. (Mat 2:1-16.) Como la profecía original de Edén había predicho enemistad entre la “descendencia” prometida y la ‘descendencia de la serpiente’, este atentado contra la vida de Jesús solo podía significar que el Adversario de Dios, Satanás el Diablo, estaba tratando, aunque sin éxito, de frustrar el propósito de Jehová. (Gén 3:15.)Después que Jesús, ya bautizado, pasó unos cuarenta días en el desierto de Judá, el principal oponente de la soberanía de Jehová se enfrentó a él. Ese adversario celestial le presentó argumentos sutiles con el propósito de inducirlo a cometer actos que violaran la voluntad y la palabra expresada de Jehová. Satanás incluso le ofreció al ungido Jesús el dominio sobre todos los reinos de la Tierra sin necesidad de luchar ni de sufrir, a cambio de que le rindiese un acto de adoración. Una vez que Jesús se negó y reconoció que Jehová era el único Soberano verdadero, de quien procede con todo derecho la autoridad y a quien debe dirigirse la adoración, el adversario de Dios adoptó otras tácticas, otra “estrategia de guerra” contra el Representante de Jehová, valiéndose en diversas ocasiones de agentes humanos, como ya había hecho mucho tiempo antes en el caso de Job. (Job 1:8-18; Mat 4:1-11; Luc 4:1-13; compárense con Apo 13:1-2.)
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REINO DE DIOS En La Biblia – Significado de la Palabra y Su Historia Bíblica.