Tito 2:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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La sola mención de Dios nuestro Salvador, lleva al apóstol a cavar hondo (v. también Tit 3:4-8) en los principios fundamentales del Evangelio de la gracia, para establecer la necesaria conexión entre la teología bíblica y las normas de la ética cristiana. Es aquí (nótese lo de «todos los hombres», al final del v. Tit 2:11) donde se ve que la gracia de Dios nivela perfectamente las desigualdades existentes de edad, sexo y condición social (v. en especial 1Co 12:13; Gál 3:28). La exposición que hace aquí el apóstol (vv. Tit 2:11-14), va seguida de una breve exhortación (v. Tit 2:15).

1. Viene primero la exposición doctrinal, la cual queda magníficamente aclarada en la NVI: «Porque la gracia de Dios que trae salvación se ha dejado ver de todos los hombres. Y esa gracia nos enseña a decir no a la impiedad y a las pasiones mundanas, y a vivir en este tiempo una vida sobria, justa y piadosa, a la vez que estamos en continua espera de aquel día feliz en que se manifestará la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo, quien se entregó a sí mismo por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que le pertenece en propiedad y que está anhelando obrar el bien».

(A) Pablo llama a la gracia de Dios salvífica (gr. sotérios, que trae salvación). Al decir que esta gracia salvífica se ha dejado ver de todos los hombres (lit. se apareció a todos los hombres, según la correcta sintaxis, bien captada por la NVI), el apóstol se hace eco de Luc 1:70 y Jua 1:9. La gracia nos trae la vida divina, y esta vida comienza iluminando (Jua 1:4; Efe 1:18; Efe 5:13). El verbo epiphaíno sale únicamente en Luc 1:79; Hch 27:20; aquí y en Hch 3:4, y significa brillar desde arriba. Por eso, el vocablo de la misma raíz, epipháneia, viene a ser una descripción característica de la Segunda Venida de Cristo en todo su esplendor. El hecho de que esta gracia no salve a todos los hombres se debe únicamente a que no todos la reciben. Pero sí es cierto que se deja ver de todos los hombres, esto es, se ofrece a todos los hombres, sin distinción ni excepción.

(B) Puesto que esta gracia de Dios viene con una iluminación, nos enseña (v. Tit 2:12) o, más exactamente, nos educa (gr. paideúousa, en participio de presente). El verbo paideuo comporta el matiz de disciplina correctiva en todos los casos en que Pablo lo usa (1Co 11:32; 2Co 6:9; 1Ti 1:20; 2Ti 2:25 y aquí). ¿De qué forma nos educa la gracia de Dios? Dándonos tres lecciones muy importantes que pueden resumirse en tres epígrafes: renuncia, santidad y expectación anhelante.

(a) Esa gracia nos educa para renunciar a un pasado pecaminoso: para decir ¡no!, a la impiedad (gr. asébeian, la falta de reverencia y amor a Dios) y a las pasiones (gr. epithumías, concupiscencias) mundanas, propias de los hombres mundanos, inconversos.

(b) También nos educa positivamente a vivir en este tiempo, es decir, en el tiempo presente, el espacio de tiempo que media entre nuestra conversión y la Segunda Venida del Señor, una vida sobria, justa y piadosa. De nuevo tenemos aquí las tres dimensiones de una conducta santa, como en el versículo Tit 2:2: sobria (gr. sophrónos, con cordura y dominio de sí mismo), hacia sí mismo; justa, al tratar a los demás con justicia, equidad, honestidad; piadosa (gr. eusebós, lo contrario de la asébeian anterior) para con Dios.

(c) Con respecto al futuro, la gracia de Dios nos educa enseñándonos a vivir diariamente (v. Tit 2:13) en continua espera de aquel día feliz en que se manifestará la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo. El participio de presente prosdekhómenoi significa estar continuamente acogiendo o estar continuamente dando la bienvenida al Señor que viene a consumar nuestra salvación (v. Rom 13:11; Heb 9:28). El creyente piadoso se santifica mientras espera, y espera mientras se santifica.

(C) Especial atención merece la última frase del versículo Tit 2:13, que dice así literalmente: «… aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo». ¿Se trata de una o de dos personas? Gramaticalmente, no puede decidirse, pues son muchos los casos en que el artículo definido está ausente delante de una expresión técnica como es «nuestro Salvador», con lo que tendríamos dos personas: la del Padre, el gran Dios, y nuestro Salvador, Jesucristo. Sin embargo, de los escritores antiguos, únicamente el Ambro-siaster (falso Ambrosio) identifica el gran Dios con el Padre. El contexto general favorece a la idea de que se trata de una sola persona, lo cual prueba J. Collantes con las siete razones siguientes:

«(a) La construcción gramatical. Si el gran Dios fuera persona distinta del Salvador, se repetiría el artículo: el gran Dios y el Salvador». (Esta razón, por sí sola, no es suficiente, como acabamos de ver).

«(b) Cuando san Pablo habla de la epifanía, no se refiere a Dios Padre, sino a Cristo Dios-Hombre (cf. 2Ts 2:8; 1Ti 6:14, 1Ti 6:15; 2Ti 4:1)». (Ésta ya es una razón más fuerte que la anterior».

«(c) Dígase lo mismo del resto del Nuevo Testamento (Mat 25:31; 1Pe 4:13).»

«(d) En la apocalíptica judaica no se habla conjuntamente de la manifestación de Jehová y del Mesías. Por consiguiente, si nuestro texto se refiriera a Dios y a Cristo, no tendría ningún paralelo». (Estas dos razones van añadiendo nueva fuerza a esta opinión).

«(e) El título de gran Dios no solamente se daba a las grandes divinidades (Zeus, Artemisa, etc.), sino también al emperador divinizado. Ésta es una razón que pudo inducir a Pablo a dar a Cristo ese título, que había suplantado la religión imperial». (En mi opinión, ésta es una razón muy peligrosa, pues aquí pueden ver, por ejemplo, los «Testigos de Jehová» una confirmación de su teoría de que el epíteto «Dios» designa un título u oficio, no el carácter de una persona así lo aplican a Jua 1:1 , aunque en la traducción del presente versículo tienen cuidado en suplir en paréntesis el artículo delante de nuestro Salvador, dando así a entender que se trata de dos personas).

«(f) El contexto hace pensar que Pablo habla de la última manifestación gloriosa de Cristo, como juez universal. Ahora bien, en esas circunstancias es especialmente oportuno darle el título que por derecho propio le pertenece: gran Dios.» (Esta razón sólo tiene fuerza si se añade cumulativamente a otras evidentemente válidas.)

«(g) Finalmente, puede decirse que hay unanimidad en los Santos Padres en cuanto a la atribución de estos dos títulos a la única persona de Cristo.» (Esta razón tiene una fuerza relativa, pues son frecuentes los casos en que dichos «Santos Padres» se han equivocado unánimemente.)

En conclusión, las razones más fuertes, a mi juicio, son las que se han expuesto en los apartados (b), (c) y (d).

(D) A continuación (v. Tit 2:14), el apóstol hace un resumen de la obra de Cristo y del objetivo próximo de dicha obra:

(a) Dice de Jesucristo: «el cual se dio a sí mismo por (huper) nosotros …» (lit.). Frases semejantes, con el mismo verbo dar, se hallan en Gál 1:4 y 1Ti 2:6 y, con el compuesto paradídomi, entregar, en Gál 2:20; Efe 5:2, Efe 5:25. Nótese que se dio a sí mismo, no envió a un ángel, y lo hizo por nosotros pecadores, pues Él no tenía nada que expiar (2Co 5:21; Heb 7:27, Heb 7:28).

(b) El objetivo próximo es triple:

Primero, rescatarnos de toda iniquidad. El verbo lutrósetai, en aoristo de subjuntivo de la voz media-pasiva significa que nos libró, de una vez por todas, de la esclavitud del pecado pagando el precio y adquiriendo para sí (como indica la voz media) el objeto comprado a tal precio. En cuanto al concepto específico de rescatarnos mediante precio, tenemos otros tres importantes lugares: 1Co 6:20; 1Pe 1:18, 1Pe 1:19; Apo 5:6. Dice Collantes: «El pecado aparece como un tirano que tiene esclavizados a los hombres, como el pueblo de Israel lo estaba de parte de los egipcios (Éxo 15:13) y babilonios (Isa 44:22-24)». Iniquidad (gr. anomía) es aquí toda transgresión de la ley.

Segundo, purificar para sí un pueblo que le pertenece en propiedad. Esto lo hace también mediante su sangre y su Espíritu (v. Efe 5:26; Heb 9:14; 1Jn 1:7, 1Jn 1:9). No basta con sacar de la cárcel al que estaba esclavizado por el pecado; es necesario limpiarle, pues venía manchado con toda clase de transgresiones; además, el poder del pecado anida todavía en él, por lo que necesitará una constante purificación, como lo indica, por ejemplo, el tiempo presente en 1Jn 1:7. De esta forma, puede presentarse la Iglesia como un pueblo propio de Cristo, santo y limpio como Él (v. 1Jn 3:3). En cuanto a la salvación, los gentiles que no éramos pueblo de Dios, lo somos ahora (comp. con 1Pe 2:10). A los que, al seguir a W. Hendriksen y a los demás teólogos de su opinión antidispensacionalista, ven en la Iglesia el sustituto de Israel a este respecto («Anteriormente, Israel era el pueblo propio de Jehová; ahora, lo es la Iglesia», dice Hendriksen), habrá que refrescarles la memoria invitándoles a que lean atentamente el capítulo Rom 11:1-36 de Romanos.

Tercero, Cristo se dio a sí mismo también para que este pueblo que adquirió para sí al precio de su sangre, sea «celoso de buenas obras» (lit.), es decir, «que está anhelando obrar el bien», como aclara la NVI. El vocablo griego zelóten, que Pablo usa aquí, sale en otros cinco lugares, de ellos dos de la pluma de Pablo (1Co 14:12; Gál 1:14). Si analizamos este último, vemos que Pablo expresa en él «su anhelo de mantener las tradiciones de sus antepasados y, aunque este celo estaba mal colocado, nunca, sin embargo, perdió su entusiasmo y aquí contempla a todo un pueblo, notado por un celo correctamente dirigido» (Guthrie).

2. A todo esto sigue una breve exhortación (v. Tit 2:15): «Esto habla y exhorta y redarguye con toda autoridad (gr. epitagué). Que nadie te tome a la ligera» (lit.). La primera parte de este versículo guarda semejanza con 1Ti 4:13 y 2Ti 4:2. El griego epitagué connota la autoridad ejercida mediante órdenes y mandatos. La última parte del versículo nos recuerda lo dicho a Timoteo en 1Ti 4:12, con una notable diferencia: allí el verbo era mucho más fuerte (gr. kataphronein); aquí es más suave (gr. periphroneín). No hace falta dominar el griego para darse cuenta de que el prefijo katá (contra y hacia abajo) es mucho más fuerte que perí (alrededor de). Por eso, hemos traducido «Que nadie te tome a la ligera». Conviene recordar que, en 1Ti 4:12, Pablo tenía en cuenta la timidez de Timoteo, añadida a su debilidad física (v. 1Ti 5:23). Nótese el ritmo ascendente de la exhortación: «habla … exhorta … redarguye». Y las tres cosas, no sólo la última, «con toda autoridad». El fiel ministro de Dios no puede permanecer pasivo, callado, como si nada le incumbiera, cuando es el administrador de los misterios de Dios (1Co 4:1). No basta con hablar, es necesario también exhortar, animar, estimular, incitar y redargüir, hacer que el recalcitrante se persuada de que no tiene razón, de que anda por mal camino, etc. Y todo esto, con autoridad, con la energía necesaria de quien se sabe comisionado por Cristo para apacentar Su iglesia, la cual Él adquirió para sí por medio de su propia sangre (Hch 20:28). Estos pensamientos deben hacer reflexionar seriamente a todos los ministros de Dios.

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