1 Juan 3:10 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Ya dijimos anteriormente que el versículo 1Jn 3:10 sirve de puente entre lo que precede (el que peca no es de Dios) y lo que sigue (el que no ama no es de Dios). En esta porción: 1) Juan comienza por anunciar el mensaje que tiene que ver con el amor fraterno (vv. 1Jn 3:10, 1Jn 3:11); 2) Pasa luego a exponer la antítesis del amor, que es el odio (vv. 1Jn 3:12-15); y 3) Hace la síntesis de forma totalmente positiva, y declara en qué forma se manifiesta el amor genuino hasta sus últimas consecuencias (vv. 1Jn 3:16-18).

1. Al servir de epifonema a la sección anterior e introducir de nuevo el test del amor (comp. con 1Jn 1:9-10), dice Juan en el versículo 1Jn 3:10: «Así es como conocemos quiénes son los hijos de Dios y quiénes son los hijos del diablo: Cualquiera que no hace lo que está bien (lit. que no hace justicia), no es hijo de Dios; ni lo es el que no ama a su hermano» (NVI). Podemos observar que en este cuadro no hay grises ni penumbras, sino que el contraste es total: blanco o negro, sin medias tintas: hijos de Dios o hijos del diablo; con la diferencia de que los hijos de Dios lo son por generación; los hijos del diablo, por imitación. Dos consecuencias se derivan de aquí: una, de tipo doctrinal; otra de naturaleza práctica.

(A) La consecuencia doctrinal, muchas veces pasada por alto a causa de una fraseología vulgar, corriente, pero inexacta, es que sólo los que han nacido de Dios, esto es, los que han experimentado el nuevo nacimiento (Jua 3:3.), tienen a Dios por Padre. Esto vendría a ser una verdadera perogrullada (y, en cierto modo, lo es) si no fuese por la frase, frecuente en la mayoría de las bocas: «Dios es Padre de todos los hombres», frase totalmente inexacta, pues Dios es Creador y Dueño Soberano de todos los hombres, como lo es de toda la creación, pero sólo es Padre de los que, al nacer de arriba, han recibido de Dios una nueva naturaleza, la naturaleza divina (v. Jua 1:12, Jua 1:13; Jua 3:3, Jua 3:5; 2Pe 1:4).

(B) El que ha nacido de Dios, dice Juan, no practica el pecado (v. 1Jn 3:9); así que «todo el que no practica justicia, no es de Dios» (v. 1Jn 3:10. Lit.). El que ha nacido de Dios tiene que mostrar en su conducta que se parece a su Padre Celestial, que comparte (gr. koinonoí, en 2Pe 1:4) la divina naturaleza. Y, como el Padre es santo, los hijos deben ser también santos. Pero el que no ha nacido de nuevo, es esclavo del pecado e imitador del diablo; por lo que, en ese sentido, es «hijo del diablo» (v. Mat 13:38; Jua 8:44; Hch 13:10).

(C) Pero, como ya vimos en 1Jn 1:3, 1Jn 1:7; 1Jn 2:9-11, el amor cristiano es «triangular»; en otras palabras, si somos hijos de Dios, todos los demás hijos de Dios son hermanos nuestros; por eso añade Juan (v. 1Jn 3:10) que el que no ama a su hermano, tampoco es de Dios. Juan va a insistir en esto, no sólo durante todo el resto del presente capítulo, sino desde 1Jn 4:7 hasta 1Jn 5:1-3.

(D) Partiendo de la frase anterior (v. 1Jn 3:10), Juan presenta el mensaje que compendia la necesidad del amor fraternal entre los creyentes (v. 1Jn 3:11): «Éste es el mensaje (lit. el anuncio) que escuchasteis desde el principio (la misma frase de 1Jn 2:7, 1Jn 2:24): Debemos amarnos los unos a los otros» (NVI). La primera frase del versículo es parecida al comienzo del versículo 1Jn 3:5 del capítulo 1Jn 1:1-10 y lleva la marca de una apelación, dice Stott, «a una primitiva autoridad que era también del dominio público, en contraste con la privada y secreta iluminación que los falsos maestros presumían tener». El amor fraternal formaba parte de la predicación apostólica del Evangelio, un «Evangelio eterno» (Apo 14:6), que no cambia, que es siempre el mismo.

2. A continuación (vv. 1Jn 3:12-15) Juan presenta la antítesis del amor, que es el odio hasta las últimas consecuencias (quitar la vida), así como el amor verdadero llega hasta las últimas consecuencias (dar la vida). Dicen así dichos versículos en la NVI: «No seamos como Caín, que pertenecía al Maligno y asesinó a su hermano. Y, ¿por qué lo asesinó? Porque sus acciones eran perversas, y las de su hermano eran buenas. No os extrañéis, hermanos míos, si el mundo os odia. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque (gr. hóti, pues) amamos a nuestros hermanos. Todo el que no ama permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un asesino (lit. homicida), y vosotros sabéis que ningún asesino (lit. homicida) tiene dentro de sí vida eterna».

(A) Así como Cristo es el prototipo (v. 1Jn 3:16) del amor, así Caín es, en palabras de Juan, prototipo del odio, aunque el verdadero originador del odio es el diablo (Jua 8:44 «homicida desde el principio»), por lo que dice el autor sagrado que Caín «era del (gr. ek, preposición de origen) Maligno», hijo del diablo, al cual imitó al asesinar a su hermano Abel. Juan usa el verbo griego ésphaxen («degolló») las dos veces, no precisamente porque fuera esa la forma en que lo mató, sino porque ese verbo daba a entender lo violento de la muerte; por eso, se usa en la Biblia para indicar la forma en que se mataba a las víctimas para los sacrificios. El verbo sale únicamente aquí (dos veces) y ocho veces en Apocalipsis (Apo 5:6, Apo 5:9, Apo 5:12; Apo 6:4, Apo 6:9; Apo 13:3, Apo 13:8; Apo 18:24).

(B) A continuación declara Juan el motivo por el que Caín asesinó a su hermano (v. 1Jn 3:12): «Porque sus obras eran perversas, y las de su hermano justas» (lit.). Es de notar que Juan usa el adjetivo ponerá (el mismo que designa al Maligno, esto es, al diablo) para calificar las malas obras de Caín. Con esto quiere dar a entender que el motivo del asesinato fue la envidia, como efectivamente lo fue (v. Gén 4:4-8). El odio de Caín no tuvo por objeto el pecado, sino la virtud. Comenta J. Stott: «Los celos acechaban detrás de su odio, no la emulación que codicia los dones superiores de otro, sino la envidia que se resiente de la superior rectitud de otro, la envidia que incitó a los sacerdotes judíos a pedir la muerte de Jesús». Y el gran orador francés Bossuet decía que la envidia vuelve el corazón del revés, pues le hace odiar el bien del prójimo y amar su mal.

(C) En el versículo 1Jn 3:13, Juan advierte a sus lectores: «No os extrañéis, hermanos míos, si el mundo os odia» (NVI). Como si dijese: Si seguimos por el camino de la justicia, como siguió Abel, no debe extrañarnos que el mundo nos aborrezca como aborreció Caín a su hermano. Viene así el mundo, como observa Stott, a ser algo parecido a «la posteridad de Caín». El mundo, en el sentido peyorativo del vocablo, esto es, como el sistema mundano, organizado contra Dios y su Ungido, y bajo el mando del diablo, aborrece a los que siguen por el camino de la justicia (v. 1Pe 4:4), pues es para los mundanos una acusación muda de su mala conducta. Ya advirtió el Señor que era eso lo que habíamos de esperar del mundo (v. Jua 15:18, Jua 15:19, Jua 15:25; Jua 16:1.; Jua 17:14). «El mundo, con su odio, está simplemente declarando su verdadera condición espiritual, que es muerte (v. 1Jn 3:14)» (Stott). Nótese que ésta es la única vez en que Juan se dirige a sus lectores con el apelativo de «hermanos»; con ello quiere poner de relieve que también él era objeto del mismo odio que el mundo les tenía a ellos.

(D) En el versículo 1Jn 3:14, parece oírse un eco de lo que el Señor había dicho en Jua 5:24: «… el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna y no será condenado, pues ha pasado (gr. metabébeken) de muerte a vida». Juan usa el mismo verbo (metabebékamen, en plural) para aplicar al amor el test que Jesucristo aplica a la fe (comp. con Gál 5:6), pues dice: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros hermanos. Todo el que no ama permanece en la muerte» (NVI).

(a) El versículo comienza con un nosotros (gr. hemeís) expreso, enfático, con referencia a los aborrecidos por el mundo hasta la muerte, entre los que el propio Juan se cuenta implícitamente con eso de «hermanos» (v. 1Jn 3:13). También es enfático el verbo sabemos (gr. oídamen), el cual indica, no un saber interno, amoroso, experimental, como el del verbo guinóskein, sino un conocimiento de algo que presta una evidencia mental, ya sea por intuición, o por una perfecta observación de los hechos o por un testimonio completamente fidedigno.

(b) El verbo hemos pasado (gr. metabebékamen), lo mismo que el que Jesús usó en Jua 5:24 (metabébeken), es un verbo de traslado, como lo indica el prefijo metá, ya sea en sentido literal (v. Mat 8:34; Mat 11:1; Mat 12:9; Mat 15:29; Mat 17:20; Luc 10:7) o en sentido metafórico, como en Jua 13:1, donde Jesús habla de su traslado (gr. metabé) de este mundo al Padre. Todavía resalta más el sentido metafórico en el pasaje que comentamos, pues se habla de ser trasladados de la muerte a la vida (comp. con Col 1:13, donde se hallan un concepto y un verbo parecidos).

(c) Pasar de la muerte a la vida, en sentido espiritual, equivale a nacer de nuevo, de Dios, y Juan pone como prueba evidente («sabemos») de que esa experiencia de salvación se ha llevado a cabo en nosotros el que el amor fraternal se halla en nuestro corazón. Dice Rodríguez-Molero: «Y el signo infalible del paso de un mundo a otro es la caridad fraterna, consciente y activa. Lo natural en el hombre es el egoísmo. El amor a los demás es la prueba de que se ha superado esa inclinación natural».

(d) Por el contrario, «todo el que no ama permanece en la muerte». No dice «ha pasado de vida a muerte», puesto que éramos por naturaleza hijos de ira (Efe 2:3), ya que «en pecado fuimos concebidos» (Sal 51:5) y, por tanto, ésa era nuestra condición natural hasta que Dios nos dio vida (Efe 2:5). Y en esa condición natural de «muerte espiritual», agudizada por los pecados actuales a los que nuestra vieja naturaleza nos inclinaba, permanecemos hasta la muerte física, a no ser que hayamos recibido a Cristo por fe (Jua 8:24). Dice Stott: «En el vocabulario de Juan, el amor, la luz y la vida forman un conjunto, como lo forman el odio, las tinieblas y la muerte».

(E) En el versículo 1Jn 3:15, Juan declara explícitamente que el odio conduce al homicidio, a quitar la vida al prójimo; y el que quita la vida no puede tener en sí mismo vida eterna: «Todo el que odia (gr. misón, participio de presente) a su hermano es homicida, y sabéis que todo homicida no tiene vida eterna que permanezca (participio de presente) en él» (lit.). Con esta traducción literal se puede ver que el griego no es tan estricto como el castellano y otras lenguas modernas en la colocación del adverbio de negación; por eso, nuestras versiones colocan la negación al principio («ningún homicida …»), ya que, en buena lógica, la versión literal podría entenderse como si pudiese haber algún homicida que tuviese en sí vida eterna; es decir, según las leyes de la Lógica formal, la negación afectaría a la forma de la proposición, pero no a la extensión del sujeto. Después de esta nota explicativa para los estudiosos del original, pasemos a examinar las dos sentencias del versículo 1Jn 3:15:

(a) Dice Juan que el que odia es un homicida, aunque no llegue de hecho a quitar la vida al prójimo, puesto que, como observa Ryrie, «el corazón que está lleno de odio es potencialmente capaz de asesinar (cf. Mat 5:21, Mat 5:22)». Los motivos por los que no todo odio desemboca en el asesinato suelen ser de carácter externo: la cárcel, el horror (de tipo psicológico) a la sangre, la infamia sobre sí mismo o sobre la familia, etc. Pero el deseo del que odia profundamente es la supresión del odiado.

(b) Al ser el homicidio un crimen de los más graves, es obvio que un homicida, mientras no se arrepienta seriamente y confiese su pecado (y resarza, en lo posible, el daño causado a la familia), no puede tener comunión con Dios; por tanto, no puede tener en sí vida eterna permanente (gr. ménousan, término que indica comunión y está en participio de presente). De la misma manera que el amor manifiesta la vida eterna en el sujeto que ama, el odio manifiesta la muerte espiritual en el que odia.

3. Así como el odio lleva en sí mismo la inclinación al homicidio, a quitar la vida, así también el verdadero amor lleva en sí la inclinación al sacrificio, a dar la propia vida. Por eso, en los versículos 1Jn 3:16-18, Juan (llamado «el teólogo») desciende a los casos prácticos donde se muestra claramente la genuinidad del amor. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Así es como conocemos (gr. egnókamen, hemos conocido enseñanza aprendida desde el principio de la conversión ) lo que es el amor: Jesucristo entregó su vida por nosotros. También nosotros debemos estar dispuestos a entregar nuestra vida por nuestros hermanos. Si alguno posee bienes materiales (gr. ton bíon el mismo vocablo de 1Jn 2:16 la ostentación arrogante de la vida ) y ve a su hermano pasar necesidad, pero no se apiada de él, ¿cómo puede el amor de Dios morar en él? Queridos hijos (gr. teknía, hijitos), no amemos de palabra ni con frases hechas, sino con hechos y de verdad». El contenido doctrinal y práctico de estos tres versículos es de tal magnitud e importancia, que deberíamos repasarlos con frecuencia para escrutar, a su luz, las interioridades de nuestro propio corazón.

(A) Juan no va a darnos una definición técnica del amor, sino que lo va a presentar ante nuestros ojos en el supremo ejemplo del verdadero amor: el sacrificio que Jesús hizo de su propia vida por amor a nosotros (v. 1Jn 2:16). Es cierto que fue el Padre quien le envió a este mundo a morir por nosotros (Jua 3:16; Rom 5:8; Rom 8:32; Gál 4:4, Gál 4:5; 1Jn 4:9-11), pero fue el propio Jesucristo quien dio voluntariamente su vida por nosotros (Mat 20:28; Jua 10:11, Jua 10:17, Jua 10:18; Heb 9:14; Heb 12:2). De este modo, 1Jn 3:16 viene a ser como un eco de Jua 3:16 (esto nos ayudará a memorizarlo). El original dice que Cristo puso (gr. étheken) su vida (gr. psukhén, la vida material, física, temporal) por (gr. huper, a favor de) nosotros. La expresión «poner la vida» es característica de Juan (v. Jua 10:11, Jua 10:15, Jua 10:17, Jua 10:18; Jua 13:37, Jua 13:38; Jua 15:13), mientras que los demás evangelistas dicen «dar la vida» (Mat 20:28; Mar 10:45). «Poner la vida» es una metáfora que expresa gráficamente la generosidad espontánea, por la que uno «deja a un lado», como desvistiéndose de algo muy precioso, lo más valioso que un hombre puede poseer en este mundo (v. Mat 16:26; Mar 8:37; Luc 12:23; Luc 14:26). Observa Stott que es el mismo verbo con que Juan describe la forma en que Jesús se quitó el manto en la última cena (Jua 13:4).

(B) Pero, como dice el propio Stott: «El sacrificio que Él (Cristo) hizo de sí mismo no es precisamente una revelación del amor que ha de admirarse; es un ejemplo que ha de copiarse». «También nosotros debemos estar dispuestos a entregar nuestra vida por nuestros hermanos», concluye Juan (v. 1Jn 3:16). El verbo opheílomen («debemos») significa algo más que un deber moral; es como una deuda de la que hemos de descargarnos (comp. con Mat 18:28, Mat 18:30, Mat 18:34; Mat 23:16, Mat 23:18; Luc 7:41; Luc 11:4 dentro del Padrenuestro ; Luc 16:5, Luc 16:7, donde sale el mismo verbo, y con el nombre de la misma raíz opheílema, que sale en Mat 6:12 tambien en el Padrenuestro). No quiere decir Juan que tengamos necesariamente que morir por otros, sino que debemos estar dispuestos a dar nuestra vida, si el caso lo requiere.

(C) Juan sabe muy bien que el caso de tener que dar por el hermano la propia vida no será muy frecuente, pero el espíritu de sacrificio del creyente puede mostrarse, y debe mostrarse, en algo muy práctico, de todos los días podríamos decir (v. 1Jn 3:17): «Mas el que tenga los bienes (gr. ton bíon) del mundo y contemple (gr. theoré como espectáculo ; comp. con Luc 23:35) a su hermano que tiene necesidad y le cierre sus entrañas, ¿cómo permanece (presente de indicativo) en él el amor de Dios?» (lit.). Damos la traducción literal de este versículo, por ser muy expresiva:

(a) Se trata de un miembro de la congregación cristiana que está económicamente acomodado; posee bienes de fortuna, bienes materiales, «del mundo». El autor sagrado no supone, ni mucho menos, que tales bienes hayan sido mal adquiridos. Quizá son fruto de la posición social de la familia, de la propia laboriosidad e inteligencia, etc. (no añado: «de especial bendición de Dios», puesto que no estoy de acuerdo con el sentido que muchos hermanos le dan a dicha frase).

(b) El autor sagrado supone (es una hipótesis; en griego, an con subjuntivo de aoristo en los tres verbos «tenga … contemple … cierre») que ese hermano, poseedor de bienes de fortuna, contempla (como algo que se ve claramente, que no hay modo de pasarlo desapercibido; el verbo no es el mismo de 1Jn 1:1 etheasámetha, que indica una contemplación afectiva, no un espectáculo) a otro hermano que pasa necesidad de esos mismos bienes de fortuna que él tiene en abundancia.

(c) En lugar de hacer partícipe de sus bienes al hermano necesitado, el individuo en cuestión, lo mismo que el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano (v. Luc 19:31-33. Nótese el tres veces repetido «y viéndole …»), cierra con llave exclusiva (¡nunca mejor empleado el adjetivo!) sus entrañas (lit.), es decir, lo más íntimo de su ser, su propio corazón, que el creyente debe compartir con todos los hermanos. Véase Hch 4:32, donde el original dice al pie de la letra: «Uno solo era el corazón y una sola (era) el alma de la multitud de los que habían creído» (gr. epísteusan, aoristo con significado de pretérito pluscuamperfecto). Cierra su corazón, dice Juan, de él (gr. ap autoú, lejos de él); no permite que el hermano tenga acceso al corazón de él, no sea que se arrogue también el acceso a los bienes de él, pues los lleva en el corazón (v. Mat 6:21).

(d) Si no llevase esos bienes en el corazón, no se los negaría al hermano; pero el hecho mismo de cerrárselos con llave demuestra que allí los tiene como su tesoro inalienable. ¡Ése es el Señor a quien sirve! ¿Cómo, pues, dice Juan, permanece en él el amor de Dios? ¡De ninguna manera! es la respuesta . El amor a los bienes del mundo es amor al mundo, y ya dijo Juan en 1Jn 2:15 que «si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él». Dos enemigos tan irreconciliables no caben en la misma mansión.

(D) El versículo 1Jn 3:18 nos recuerda lo que dice Santiago (Stg 2:15, Stg 2:16): «Suponed que un hermano o una hermana andan mal vestidos y carecen del alimento cotidiano, y va uno de vosotros y les dice: ¡Hala! ¡Que os vaya bien! ¡Abrigaos y hartaos! , pero no hace nada para remediar sus necesidades físicas, ¿qué provecho van a sacar?» (NVI). Vemos cómo Santiago pone en boca de ese egoísta algunas de las frases hechas (NVI) que aquí menciona Juan. La advertencia del autor sagrado va encabezada por ese «hijitos», en que va envuelta la amonestación, como salida de un corazón tierno, paternal. El versículo dice en el original: «Hijitos, no amemos (presente de subjuntivo) de palabra ni con la lengua, sino en obra y con verdad». Como si dijese: una palabra que no se traduce en obras es inoperante, y un amor de lengua no es amor de verdad. Como dice J. Stott: «El amor no consiste esencialmente en sentimientos ni en parloteo, sino en hechos. Ciertamente, si nuestro amor ha de ser genuino (en verdad), será ineludiblemente positivo y activo (en obra)».

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