2 Samuel 23:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Especie de testamento de David, después de haber dejado su corona en las sienes de Salomón, y sus tesoros en el templo que iba a ser edificado.

I. Se nos describe aquí a David: 1. En la modestia de su origen (v. 2Sa 23:1): «El hijo de Isaí». 2. En la altura de su elevación posterior: «El varón que fue levantado en alto», como quien ha sido escogido por Dios para ser grande como rey y como profeta, pues era: (A) «El ungido del Dios de Jacob», puesto así al servicio del pueblo de Dios en sus intereses públicos, para protección del país y administración de la justicia entre ellos. (B) «El dulce cantor de Israel», puesto así al servicio de los intereses religiosos del pueblo. Dice F. Buck: «Este elogio quiere exaltar los méritos de David, que con sus cantos y salmos formó y desarrolló la vida religiosa de su pueblo».

II. También se nos describe aquí su comunión con Dios.

1. Lo que Dios le había dicho, tanto para su instrucción y aliento como rey, como para uso igualmente de sus sucesores. Veamos quién y qué hablaba por medio de él.

(A) Quién hablaba: «El Espíritu de Jehová» (comp. 2Pe 1:21), «El Dios de Israel», «La Roca de Israel» (vv. 2Sa 23:2, 2Sa 23:3). En los términos «Dios», «Roca» (comp. con Mat 16:18; 1Pe 2:5.) y «Espíritu» ven algunos una insinuación trinitaria. David confiesa aquí paladinamente que, en esta composición y, por supuesto, en sus Salmos, hablaba inspirado por el Espíritu Santo, quien habló por medio de los profetas. Estas palabras honran grandemente el libro de los Salmos y lo recomiendan para usarlo en nuestras devociones, ya que sabemos que son enseñanzas del Espíritu Santo.

(B) Qué hablaba. Parece ser que se distingue aquí entre lo que el Espíritu de Dios habló por medio de David, lo cual incluye sus Salmos, y lo que la Roca de Israel habló a David sobre lo concerniente a él y a su familia. Quienes tienen por oficio enseñar a otros lo que deben hacer, deben aprender ellos mismos lo que deben hacer y ponerlo por obra. Ahora bien, lo que aquí se dice (vv. 2Sa 23:3, 2Sa 23:4) puede considerarse:

(a) Como aplicado a David y a su familia regia; y así tenemos en primer lugar, el deber de los magistrados. Dios está hablando a un rey, no para halagarlo con alabanzas por su alto cargo y la grandeza de su poder, sino para declararle cuál es su deber: Ha de ser justo el que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios (v. 2Sa 23:3). Lo mismo digamos de los jefes subalternos. Recuerden los que mandan, que no están puestos para domeñar bestias, sino para dirigir personas. Gobiernan sobre hombres que tienen sus necedades y debilidades, y no hay más remedio que aguantarlas y corregirlas lo mejor que puedan. No es bastante con que ellos mismos no hagan el mal, sino que no deben consentir que los demás lo hagan. Han de gobernar en el temor de Dios, esto es, con la reverencia debida al supremo Señor (Efe 6:9). También deben promover en los súbditos el mismo temor de Dios, sin el cual una sociedad pacífica y próspera no puede subsistir. El que así gobierna será como la luz de la mañana (v. 2Sa 23:4). La luz es dulce, agradable; así que el que cumple con su deber tendrá en su cumplimiento el consuelo y la satisfacción; su gozo dará testimonio de la paz de su conciencia. La luz resplandece, y un buen gobernante es ilustre, esto es, brillante y limpio, según la etimología de dicho término. La justicia y la piedad del príncipe son su brillo y su honor. La luz es una bendición, pues hace ver las cosas como son y nos precave de los peligros y obstáculos que se cruzan en nuestro camino (Sal 119:105); por eso, no hay en la sociedad bendiciones más grandes ni más extensas que las que proporciona un príncipe que gobierna en el temor de Dios. Es una luz que brota como el alba después de las tinieblas de la noche (Isa 58:8), lo que es así más apreciada.

(b) Como aplicado a Cristo, el Hijo de David, toma así las palabras de David como una profecía, pues, aunque el verbo hebreo está en participio, que indica un tiempo presente, los términos en que se expresa David son aplicables a Cristo mejor que a ningún otro gobernante: Él es el Sol que resplandece en una mañana sin nubes (comp. Luc 1:78, Luc 1:79), pues es la luz del mundo (Jua 8:12, etc.), y como la lluvia que hace brotar la hierba (v. 2Sa 23:4), pues Él es el Verbo, Palabra personal de Dios, que cumple el destino del Padre (Isa 55:10, Isa 55:11), y también es renuevo y fruto de la tierra (Isa 4:2). Es posible que Dios, por medio de su Espíritu, otorgase a David un presagio de esto, para consolarle en medio de las muchas calamidades de su familia y de la melancólica perspectiva de la futura degeneración de su descendencia.

2. A continuación vemos el buen uso que hizo David de todas estas cosas que Dios le dijo y cómo meditó sobre ellas devotamente, por lo que responde en el versículo 2Sa 23:5, y expone:

(A) Su problema familiar: «Aunque no es así mi casa para con Dios» y «Aunque todavía no haga Él (Dios) florecer toda mi salvación y mi deseo» (v. 2Sa 23:5). La familia de David no estaba con Dios tan a buenas como vemos en los vv. 2Sa 23:3, 2Sa 23:4, ni como deseaba David; no era tan buena ni tan feliz; no lo había sido en vida de él, y preveía que no lo había de ser después que él muriera; su descendencia no iba a ser tan piadosa ni tan próspera como cabría esperar de la posteridad de un padre como David. Ésta era la preocupación que anidaba en el corazón de David, cuyo mayor deseo era que sus descendientes tuviesen temor de Dios y le fuesen fieles.

(B) Su gran consuelo a pesar de todo: «Sin embargo, Él (Dios) ha hecho conmigo pacto perpetuo» (v. 2Sa 23:5). Cualesquiera sean las aflicciones que un hijo de Dios tenga en perspectiva, siempre tiene un consuelo u otro con que contrapesarlas (2Co 4:8, 2Co 4:9). Dios ha hecho con nosotros un pacto de gracia en Cristo, y aquí se nos dice: (a) Que es un pacto perpetuo, desde toda la eternidad en los consejos de Dios, y hasta toda la eternidad en su continuidad y sus consecuencias. (b) Que es un pacto ordenado en todas las cosas, admirablemente ordenado para la gloria de Dios, el honor del Mediador, la santidad y el consuelo de los creyentes. (c) Que el pacto será guardado, pues los favores prometidos son seguros si se cumplen las condiciones del pacto (Sal 103:17, Sal 103:18). (d) Que es toda nuestra salvación. Ninguna otra cosa nos puede salvar, pues ninguna es suficiente; y de esto solo depende nuestra salvación; ninguna otra cosa es necesaria. (e) Por consiguiente, Él debe ser todo nuestro deseo.

3. Finalmente, vemos predicho el fatal destino de los perversos o impíos (vv. 2Sa 23:6, 2Sa 23:7); lit. hijos de Belial. Serán arrojados afuera como espinos, rechazados, abandonados por peligrosos. (A) Como instrucción para los magistrados, a fin de que usen su poder en el castigo y supresión de la impiedad y de toda maldad. Que extirpen a los autores de iniquidad (Sal 101:8). O: (B) Como advertencia a los mismos magistrados y, en especial, a los hijos y sucesores de David, para que se guarden de ser hijos de Belial (como lo fueron muchos de ellos) ya que entonces ni la dignidad de su oficio ni su parentesco con David les había de librar de ser arrancados y arrojados lejos por los justos juicios de Dios.

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