Mateo 19:23 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En esta porción, Jesús aprovecha la oportunidad del episodio anterior, para hablar a sus discípulos del peligro de las riquezas y de la recompensa del discipulado.

I. Jesús habla a los discípulos de la dificultad que tienen los ricos para salvarse (vv. Mat 19:23-26). Y les dice:

1. Que a los ricos les resulta muy duro e intransitable el camino del Cielo. Como dice el refrán, debemos escarmentar en cabeza ajena. Esto es lo que Jesús recalca con toda insistencia en los versículos Mat 19:23 y Mat 19:24 a sus discípulos que eran pobres ya, pues aun los que tenían posesiones, las habían dejado para seguirle. Cuanto menor era la riqueza material que poseían, tanto menor era el estorbo en el camino del cielo. De cierto os digo (v. Mat 19:23). Y repite: Otra vez os digo (v. Mat 19:24). Esta enseñanza bien merece repetirse pues el hombre natural es tardo para entenderla y más tardo aún para creerla. Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. El camino del cielo es estrecho (Mat 7:14), como lo es la puerta que lleva a la vida; lo es para todos, pero especialmente para los ricos, para quienes el mundo resulta tan ancho y libre con sus atractivos, sus homenajes, sus sonrisas («poderoso caballero es don dinero»). Se necesita un milagro de la gracia divina para abrirse paso entre tales espinos (Mat 13:22). ¿Cuántos potentados hay en nuestras congregaciones? (v. 1Co 1:26). Cristo asegura que la salvación de un rico es tan difícil, que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja (v. Mat 19:24). La comparación de la bestia más grande dentro de lo familiar de los judíos (v. Mat 23:24) con el orificio más pequeño, resulta tan paradójica, que muchos comentaristas, aun evangélicos , siguiendo la interpretación de Tomás de Aquino, se esfuerzan en alegorizarla, y dicen que se trata de «una cierta puerta de Jerusalén, llamada del Ojo de la Aguja por la cual un camello no podía pasar sino dobladas las rodillas», como si los ricos pudiesen entrar en el cielo por medio de «genuflexiones». Pero los discípulos entendieron claramente que Cristo no hablaba de una dificultad, sino de una imposibilidad, imposibilidad para la naturaleza humana, pero no para la gracia de Dios (v. Mat 19:26). Ya es muy difícil que un rico no ponga su corazón en las riquezas, pero es imposible que el que pone su corazón en las riquezas entre en el cielo. Muy aptamente compara Jesús la entrada en el reino de Dios al ojo de una aguja, porque se necesita buena vista para acertar con él, y buen pulso para pasar el hilo; así como es apta la comparación del rico con un camello, que es una bestia de carga, y nada más pesado para el corazón que la sobreabundante prosperidad: Engordó Jerusún y tiró coces; engordaste, te cubriste de grasa (Deu 32:15, comp. con Isa 6:10; Mat 13:15). Tan sorprendente era esta enseñanza de Cristo, que hasta los discípulos se quedaron atónitos: Sus discípulos, al oír esto, se asombraban en gran manera diciendo: ¿Quién, entonces, podrá ser salvo? (v. Mat 19:25). No lo decían por contradecir a Cristo, sino, probablemente, por la idea tan extendida (¿no lo está todavía en algunos de nuestros círculos?) de que las riquezas son indicio de gran bendición divina; si estos bendecidos no se salvaban, ¿quién podría salvarse? Cuando nos percatamos de la infinita bondad de Dios, podemos asombrarnos de que sean tan pocos sus hijos, pero si nos damos cuenta igualmente de la inmensa maldad del hombre, nos asombraremos también de que sean tantos. Puesto que hay tantos ricos, no sólo en realidad, sino en espíritu (contra Mat 5:3); es decir, en el deseo de ser ricos, bien podemos decir: ¿Quién, entonces, podrá ser salvo? Por eso, cuanto más rico sea uno, más tendrá que luchar contra la corriente de este mundo (Efe 2:2).

2. Que, aunque difícil, no es imposible para un rico el ser salvo: Jesús, fijando en ellos la mirada, volviéndose hacia ellos e interrogándoles con la mirada, les dijo: Para los hombres, esto es imposible; mas para Dios todo es posible (v. Mat 19:26). Esta es una verdad universal: Nada hay imposible para Dios (Luc 1:37) ni con Dios. Cuando el hombre no tiene ningún remedio Dios dispone de todos los medios. Aquí, la verdad se aplica al caso de la salvación de los ricos. ¿Quién podrá ser salvo? preguntaban los discípulos . Por el poder humano dice Cristo , ¡ninguno! Pero, para Dios es posible, porque sólo Él puede crear un «hombre nuevo» (Efe 2:10) con un corazón nuevo, desprendido de las riquezas de este mundo. Serán muchos los obstáculos, muchas las tentaciones, que un rico habrá de remontar, tanto en el camino de la justificación como en el de la santificación, pero «para todo hay fuerzas en Cristo que da el poder» (Flp 4:13). ¡Ojalá el joven rico hubiese entendido esto! Hay muchos que no se deciden a dar el paso decisivo en recibir a Cristo y someterse a sus demandas, porque se sienten incapaces de dejar el pecado y practicar la virtud; es preciso decirles que no se desanimen por su debilidad. Cristo pondrá su Espíritu dentro de sus corazones para que puedan (Gál 5:16).

II. Pedro se aprovechó de esta enseñanza de Cristo para preguntar qué iban a obtener ellos, que lo habían dejado todo para seguirle (vv. Mat 19:27-30).

1. Vemos primero lo que esperaban ellos de Cristo: Mira que nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? (v. Mat 19:27). Pedro desea saber:

(A) Si habían llegado al nivel que el joven rico no había logrado alcanzar: Ellos no lo habían vendido todo (pues algunos de ellos tenían mujeres e hijos para los que necesitaban proveer), pero lo habían dejado todo. Cuando escuchamos cuáles son las cualidades que se requieren de los que han de ser salvos bien está que investiguemos si, con la gracia de Dios, llenamos los requisistos necesarios para ello. Señor dice Pedro , nosotros lo hemos dejado todo. ¡Ay! Bien poca cosa era lo que habían dejado, pero observemos que Pedro habla de ese todo como si se tratase de una gran fortuna. Esto indica que somos inclinados a calcular muy alto el precio de lo que hacemos, sufrimos, gastamos o perdemos por Cristo. Sin embargo, Cristo no les echa en cara lo poco que habían dejado por Él, pues era todo lo que tenían, como la pobre viuda que echó en el tesoro del Templo las dos moneditas que eran todo su sustento (Mar 12:44). Dios no mira la cantidad de lo que nos desprendemos por Él, sino la disposición del corazón para ofrecerle todo lo que tenemos.

(B) Si, por consiguiente, podían aspirar al tesoro celestial que aquel joven rico había menospreciado. Todo el mundo está interesado en lo que puede sacar para su provecho, a costa del esfuerzo que ha de realizar para obtenerlo. Esto no tiene nada de malo si se buscan los verdaderos valores, y a los discípulos de Cristo les está permitido tener en cuenta sus propios intereses y preguntar: ¿Qué tendremos? Cristo mismo nos exhorta a calcular el precio (Luc 14:28-33) y preguntar qué ganaremos con dejarlo todo por seguirle, para que nos demos cuenta de que no nos llama para nuestro perjuicio, sino para nuestro beneficio y ventaja. Una fe confiada y esperanzada puede preguntar: ¿Qué tendré? Los discípulos no habían formulado hasta ahora la pregunta; estaban tan seguros de la bondad y fidelidad del Señor, que sabían que no perderían nada con seguirle, y por eso se pusieron a trabajar a su servicio sin preguntar por el jornal que iban a conseguir. Es un honor que se le tributa a Cristo, cuando confiamos en Él y nos ponemos a servirle sin regatear con Él en nuestro esfuerzo ni en el premio que de Él esperamos. Para no equivocarnos, tengamos siempre en cuenta que el premio celestial es precisamente disfrutar eternamente de una comunión íntima con el Señor; así veremos, que el aspirar a ese premio (v. 1Co 9:23-27; Flp 3:7-15) no es egoísmo, sino una santa esperanza llena de amor. Algo que no entendía Teresita de Lisieux, la carmelita francesa, a la cual le disgustaba leer cada semana el Sal 119:1-176; cuando llegaba al versículo Sal 119:112, que en la corriente (malísima) versión latina, decía: … propter retributionem = por la recompensa; en vez de «hasta el fin», que es la correcta traducción. Sin embargo, una vez entendida la clase de premio que esperamos de Dios, podemos suscribir el famoso y bellísimo soneto, anónimo, aunque atribuido por unos a Teresa de Ávila, por otros a Javier, pero digno de un Fenelón, si el místico francés hubiese dominado la lengua de Cervantes:

«No me mueve, mi Dios, para quererte,

el Cielo que me tienes prometido;

ni me mueve el Infierno tan temido,

para dejar, por eso, de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor de tal manera

que aunque no hubiera Cielo, yo te amara;

y aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero, no esperara,

lo mismo que te quiero, te quisiera.»

2. Tenemos ahora las promesas de Cristo a sus discípulos, y a todos los demás que sigan sus pisadas de fe y obediencia.

(A) A sus inmediatos seguidores. Para ellos, hay promesa, no sólo de tesoro, sino de especial honor: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido os sentaréis también sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel (v. Mat 19:28). Obsérvese, en primer lugar, la solemne seguridad expresada en ese «De cierto os digo». Luego declara con precisión la fecha en que tendrán el gran honor, exclusivo de ellos, además del premio común del versículo Mat 19:29. Tendrán ese gran privilegio en la regeneración. El término original (palingenesía) sale únicamente aquí y en Tit 3:5 (donde se refiere al «nacer de nuevo» del creyente). Aquí significa, sin lugar a dudas, la renovación mesiánica del final (v. Hch 3:21; Rom 8:19), cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria (Mat 25:31). El honor consistirá en sentarse sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel (comp. con Apo 20:4). La referencia es claramente escatológica y milenial; no hay por qué alegorizarla, ni transferirla al Cielo. Como israelitas, aparecen juzgando a los israelitas, en el sentido bíblico de gobernadores subalternos, más bien que de jueces de tribunal (v. tamb. Luc 22:30). Como cristianos de un ministerio fundacional (Efe 2:20; Apo 21:14), los apóstoles entran de modo especial en el grupo de los «santos» que juzgarán al mundo y a los ángeles (1Co 6:2, 1Co 6:3). No es válida la comparación con los 24 ancianos de Apocalipis Apo 4:4, etc. porque estos son los representantes de la Iglesia, como reino de sacerdotes (eran 24 las clases sacerdotales), no de jueces, y Juan los ve todavía en el Cielo, no en la Tierra. Hch 1:6-7 añade nueva clarificación a estos textos.

(B) A todos sus seguidores, Cristo promete aquí un premio centuplicado con relación a lo que aquí hayan dejado por seguirle: Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna (v. Mat 19:29). En Mar 10:30 y Luc 18:30 el Señor especifica que recibirán cien veces más ahora en este tiempo; es decir, en la presente dispensación. Es cierto que a los seguidores de Cristo les espera tribulación en el mundo (Jua 15:20; Jua 16:33), pero el amor de Dios, el gozo en Dios, la paz con Dios, la comunión fraternal, la esperanza que no avergüenza, el conjunto de causas que cooperan para bien de los que aman a Dios, compensan sobreabundantemente. Miles de creyentes pueden dar testimonio de que, aun cuando sus propios familiares los hayan odiado y perseguido, han encontrado hermanos y hermanas en número mucho mayor. Los apóstoles encontraban numerosos y sinceros hermanos, que les acogían, atendían, cuidaban y curaban dondequiera que se encontraban entre creyentes. Lo que para el mundo es una gran pérdida, para el creyente es una gran ganancia (Flp 3:7-8), y viceversa. Jesús no se deja ganar en generosidad. Nadie ha salido perdiendo con Él, sino que todo el que le sigue es infaliblemente un inefable ganador. Pero el abandono de todas esas cosas ha de ser por el nombre de Jesús. Muchos hay que abandonan sus familias por humor destemplado o pasión insatisfecha lo cual no es santo desapego, sino deserción pecaminosa. Pero si las dejamos en la alternativa de seguir a los familiares o a Cristo, dejarles no es solamente un deber, sino el mejor modo de amarles; a nadie se favorece con la claudicación moral o espiritual; mientras que una santa valentía es un gran testimonio ante todos, y esto no quita el verdadero afecto a los padres y hermanos, pues el que siga a Cristo, si le sigue por su nombre, no por conveniencia o por un falso misticismo monástico, seguirá teniendo un interés acrecentado por sus incomprensivos familiares, orará fervientemente por ellos y, cuando estén en grave necesidad o enfermedad, el hijo o la hija creyentes estarán dispuestos a socorrerles más y mejor que los que no hayan seguido al Maestro. Si no es por el nombre de Cristo, que nadie aspire a un premio que Jesús no ha prometido. Aunque reparta todos sus bienes entre los pobres y arrostre toda persecución, incluso cuando ésta termina en la hoguera, de nada le servirá (1Co 13:3). Se equivocó Pascal cuando dijo: «De buena gana creo a testigos que se dejan matar». Más acertado estuvo Agustín de Hipona cuando puntualizó: «Al mártir no le hace la sentencia, sino la causa».

Y, al final, la vida eterna. Ya sería bastante con lo que Jesús promete para la vida presente. Pero, para inclinar decisivamente la balanza, Cristo promete a sus seguidores la vida eterna. Quizá no haya mejor definición de la vida eterna que la que se deduce de una atenta reflexión sobre 1Pe 1:4. Es una satisfacción completa («herencia … en los cielos»), dentro de una actividad perfecta (el «servir» que es «reinar»; Apo 22:3, Apo 22:5), de todo nuestro ser, sin tem or («reservada»; comp. Jua 14:2) a que se pierda («incorruptible»), se altere («incontaminada») o se marchite («inmarcesible»). Con esta consideración, nadie tendrá por demasiado penoso de hacer, o demasiado duro de sufrir, cuanto tenga que sufrir ahora por un poco de tiempo, si es necesario (1Pe 1:6), por amor de Cristo y por la causa del Evangelio. ¿Qué es lo único que hace falta? «Mezclar con fe la palabra» (Heb 4:2). Y la fe es la firme realidad de las cosas que se esperan (Heb 11:1. O «la firme seguridad de las realidades que se esperan»).

3. Jesús termina, antes de pasar a la parábola de los obreros de la viña, con la frase, algún tanto enigmática: Pero muchos primeros serán últimos, y últimos, primeros (v. Mat 19:30). Este axioma se repite en Mat 20:16, donde se añade una segunda parte, mal atestiguada allí pero segura en Mat 22:14, donde será comentada. El pensamiento general, ilustrado por la parábola de Mat 20:1-16, es que, para Dios, la antigüedad, la nobleza de nacimiento, la raza, etc., no cuentan en cuanto a la recepción de la vida eterna. La elección divina es gratuita y soberana (v. Ro. todo el cap. Rom 9:1-33) y, con la mayor frecuencia cruza las manos, como Jacob (Gén 48:14), conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia (Efe 1:5-6). Quizás los primeros discípulos llamados podían pensar que tendrían alguna ventaja sobre los demás, ciertamente, los escribas y fariseos lo pensaban, pero Jesús les asegura que los publicanos y las rameras iban delante de ellos al reino de Dios (Mat 21:31); en fin, los judíos, en general, pensaban ser los primeros, y aun los únicos (Hch 11:18 ¡y eran judíos conversos!); pero Cristo asegura que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera (Mat 8:11-12). Aquí es donde el dicho de Cristo adquiere toda su relevancia, y Rom 11:11-24 es el mejor comentario: Los primeros los judíos, el pueblo escogido , pasan a última fila (Rom 11:25), mientras la masa de los gentiles los últimos en llegar , pasan a primer plano. Esto puede dar la clave para la explicación de Mat 22:14.

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