Marcos 3:13 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. La elección que Jesús hizo de Sus doce apóstoles, para que constantemente le siguieran y sirvieran.

1. La introducción para este llamamiento de los doce: «Subió al monte» (v. Mar 3:13). Sabemos que fue al monte «a orar, y pasó la noche entera en oración a Dios» (Luc 6:12).

2. La norma por la que se guió para hacer la elección fue su libre voluntad: «llamó junto a sí a los que Él quiso» (v. Mar 3:13). No a quienes nosotros habríamos pensado que debían ser promocionados, sino a los que Él consideró conveniente llamar, y a los que determinó equipar para el servicio que les había de encomendar. Cristo llama a quienes quiere.

3. La eficacia de este llamamiento. Les llamó a separarse de la multitud y seguirle, «y vinieron a Él. «A los que quiso llamar, hizo que quisieran venir.

4. El objetivo de este llamamiento: «para que estuviesen con Él, y para enviarlos a predicar» (v. Mar 3:14); habían de estar constantemente con Él (v. Hch 1:21), para que fuesen testigos de su doctrina, de su conducta y de su paciencia, estando así en condiciones de conocerle bien, y de recibir de Él las instrucciones necesarias para poder predicar e instruir a otros (2Ti 2:2). Equiparles para tal designio requería tiempo. Los ministros de Cristo deben pasar con Él suficiente tiempo, para poder ser útiles en su ministerio.

5. El poder que les dio de hacer milagros. Los preparó para que «tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para expulsar demonios» (v. Mar 3:15). Esto mostraba que el poder que Cristo tenía para obrar tales milagros no era un poder delegado, sino propio; que no era «un criado, sino como hijo sobre su casa» (Heb 3:5-6). El Señor Jesús tenía «vida en sí mismo» (Jua 5:26), y «el Espíritu sin medida» (Jua 3:34). Por eso pudo otorgar Su poder, incluso a «lo débil y lo necio de este mundo» (1Co 1:27).

6. Número y nombres de los apóstoles: «Y designó a doce» (v. Mar 3:14), conforme al número de las doce tribus de Israel. Aunque no se les nombra aquí en el mismo orden que en Mateo, en ambos lugares, sin embargo, Pedro figura el primero, y Judas Iscariote el último. Aquí aparece Mateo delante de Tomás; pero en el catálogo de Mateo, él mismo se pone detrás de Tomás. Pero el detalle peculiar de Marcos en esta lista es que sólo él menciona que Cristo apellidó a Jacobo y Juan «Boanerges, es decir, Hijos del Trueno» (v. Mar 3:17). Quizá por el celo impetuoso de que estaban poseídos (ver Luc 9:54). Quizá también por su voz estentórea, muy a propósito para predicadores con «voz de trueno». No obstante, aun cuando Juan era uno de estos «Hijos del trueno», estaba lleno de amor y ternura, como lo muestra en sus Epístolas, y fue también «el discípulo amado».

7. Con ellos se retiró Jesús a una casa (v. Mar 3:20). Así comenzaban a estarle más estrechamente unidos y mejor agrupados entre sí, dando evidencia de la efectividad de su llamamiento.

II. La persistencia de las multitudes en seguir a Jesús: «Y se aglomeró de nuevo la multitud» (v. Mar 3:20). Sin haber sido convocadas, y en muy mala oportunidad, se volvieron a agolpar de nuevo en torno de Jesús, «hasta el punto de que no podían ni probar bocado». A pesar de ello, no les cerró la puerta ni los despidió con cajas destempladas, sino que los acogió amablemente. Los que tienen el corazón ensanchado (v. 2Co 6:11) en la obra del Señor, fácilmente soportan molestias e inconveniencias, con tal de seguir adelante en tan sagrada tarea. Dicha es, y no pequeña, que oyentes celosos encuentren predicadores también celosos, para poder estimularse así recíprocamente. Era una gran oportunidad, y Cristo no la iba a desaprovechar. Como dice el conocido refrán: «A hierro candente, batir de repente».

III. La preocupación de Sus familiares acerca de Él (v. Mar 3:21). Al enterarse sus parientes en Capernaúm (v. Mat 4:13) de la conmoción que la obra de Jesús producía en todas partes y ver cuán poco se preocupaba de Sí mismo, «salieron para hacerse cargo de El» y llevárselo a casa, pues decían: «Está fuera de sí». Tengamos en cuenta que los hermanos de Jesús no creyeron en Él hasta después de Su resurrección (Jua 7:1-8) y seguramente indujeron a María, la madre, a ir en busca de Él. Ella, como buena madre, se preocuparía por la salud y el bienestar de su hijo, mientras que los hermanos se dejaban llevar, a no dudar, por los celos o la envidia. Lo cierto es que este incidente dio ocasión para que el Señor pronunciase una hermosa definición de Su familia espiritual (vv. Mar 3:34-35). Quienes trabajan con vigor y celo en la obra de Dios deben esperar que se les presenten obstáculos, no sólo de parte de la desafección hostil de sus enemigos, sino también del equivocado afecto de sus parientes y amigos.

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