Daniel 6:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Fue, pues, en esta materia religiosa donde los enemigos de Daniel pensaron cazarlo en una trampa y, para ello, obtuvieron del rey un edicto cuya violación le costase la vida a Daniel.

1. Aunque fueron los enemigos de Daniel los que obtuvieron el edicto, Darío no queda por ello exento de culpa: Es su edicto, y es un impío e injusto edicto; impío, contra Dios; injusto, contra Daniel.

(A) Le dicen al rey (v. Dan 6:7) que el consentimiento unánime de todos los dignatarios del reino está a favor de que se promulgue un edicto real, y que el rey lo confirme, para que (v. Dan 6:8) no pueda ser revocado, conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada.

(B) El edicto había de prohibir (v. Dan 6:7) que, por espacio de 30 días, se hiciese ninguna petición (esto es, oración de súplica) a cualquier dios u hombre fuera del propio Darío, bajo pena de ser echado en el foso de los leones.

(C) Resulta difícil decir cuál de los dos crímenes es más abominable, si el de los enemigos de Daniel al adular a Darío hasta el punto de obtener de él la prohibición de hacer peticiones a cualquier dios u hombre fuera de él, o el del propio Darío al promulgar y confirmar un edicto en ese sentido, por el cual, estrictamente hablando, hasta se prohibía a los hijos pedir pan a sus padres, y a los mendigos pedir limosna a los acaudalados.

(D) Nótese la astuta malicia de los enemigos de Daniel. Hacen el ruego en la forma más general posible, y más lisonjera para el propio rey, porque si hubiesen propuesto a Darío un edicto que prohibiese a los judíos orar a su Dios, es muy improbable que el rey hubiese consentido en ello, pues habría visto en seguida que se trataba de cazar a Daniel, a quien tanto estimaba.

(E) Pero todavía es más de notar, y en extremo sorprendente, que Darío promulgase tal edicto. Prohibir la oración por espacio de 30 días equivale a robar a Dios todo el tributo que se merece de parte del hombre, y al hombre de todo consuelo y ayuda que puede obtener de Dios. ¿Qué hará todo hombre piadoso, cuando se encuentre en un aprieto, si no puede recurrir a su Dios en busca de ayuda? ¿Y qué decir de los propios súbditos no judíos de su Estado? ¿Tampoco podían hacer ninguna petición a sus dioses? ¡Tampoco, según este edicto! Eso era convertir a Darío en el único dios, con la agravante de que no era omnipotente, por lo que de poco le servía a la nación tener tal protector. Ni siquiera Nabucodonosor, en sus días de mayor altivez, se había atrevido a tanto. Sin duda que Darío fue, en este asunto, inconsciente e irresponsable, lo cual no disminuye su culpabilidad.

2. Daniel desobedeció el decreto del rey (v. Dan 6:10), no por falta de respeto a su príncipe, sino por la necesaria devoción a su Dios (comp. con Hch 4:19; Hch 5:29). Tampoco se retiró a otro lugar del país, pues sabía que era ésta una buena oportunidad para honrar a su Dios delante de los hombres.

(A) Daniel entró en su casa, que para él era un hogar sagrado, una casa de oración, como debería serlo todo hogar cristiano. Dondequiera tenemos una tienda de campaña, Dios ha de tener un altar donde ofrecerle sacrificios espirituales.

(B) Daniel, por lo que aquí se ve, oraba con las ventanas abiertas, las que daban hacia Jerusalén. Cuando se enteró del edicto no cerró las ventanas, como lo habrían hecho otros para disimular (aunque siguiesen orando), sino que las abrió de par en par, como lo solía hacer antes.

(C) Nótense también otros detalles de su devoción: (a) Oraba de rodillas, una de las posturas más reverentes y de las más olvidadas en nuestros días. (b) Oraba tres veces al día, como buen judío. Buena cosa es tener nuestras horas fijas de oración, no para atar la conciencia, sino para habituarla. (c) Oraba y daba gracias delante de su Dios, pues en toda oración debemos alabar y dar gracias a Dios. La gratitud es aprecio y estímulo de la generosidad. (d) Oraba mirando hacia Jerusalén, la ciudad santa, aunque ahora se hallaba en ruinas, a fin de mostrar el afecto que tenía aun a sus piedras y al polvo de ella (Sal 102:14). ¡Cuánto más deberíamos mirar nosotros al cielo, donde está la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros! (Gál 4:26).

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