Hebreos 9:15 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Pasa ahora el autor sagrado a mostrar cómo, en el sacrificio de Cristo, se cumplieron las mejores promesas a las que aludió en Heb 8:6.

I. Expone primero (vv. Heb 9:15-22) la necesidad del derramamiento de sangre para la confirmación del nuevo pacto.

1. Para ser mediador del nuevo pacto, Jesús necesitó morir (v. Heb 9:15): «Por esta razón, es Cristo mediador de un nuevo pacto, para que los que han sido llamados (participio de pretérito perfecto; el sentido es de escogidos , como es corriente en las epístolas) reciban la prometida herencia eterna, ahora que Él ha muerto en rescate para libertarlos de los pecados cometidos bajo el antiguo pacto».

(A) Por esta razón, esto es, por el poder de la sangre de Cristo derramada en sacrificio, según acaba de decir en el v. Heb 9:14, es por lo que Cristo pudo ser instituido mediador de un nuevo pacto (comp. con Heb 7:22; Heb 8:6), pues poseía todas las cualidades que le equipaban para serlo (v. Heb 2:14.; Heb 5:5-10; Heb 7:23-28; Heb 9:11-14).

(B) Así es posible que los llamados, los escogidos de Dios, reciban la prometida herencia eterna. Dice Bartina: «La promesa se hereda (Heb 6:12) como don gratuito, por la muerte del mediador del Nuevo Testamento o nueva alianza. Como antes Abraham heredó la tierra de Canaán (Heb 11:8), y también los israelitas (Lev 20:24.) la recibieron en herencia; así ahora, al pasar del símbolo a la realidad, los cristianos son partícipes con Cristo de la tierra prometida, de la herencia eternal ».

(C) El rescate de nuestros pecados fue obtenido mediante la muerte de Cristo, no mediante su vida. Como ya hemos dicho en otros lugares, Cristo fue nuestro representante en Su holocausto, comenzado a ser ofrecido desde que entró en el mundo (sentido probable de Heb 10:5), pero sólo en la Cruz, en Su muerte como sacrificio de expiación, fue nuestro sustituto. Dice Ryrie: «Esto es una fuerte prueba de que es la muerte de Cristo, no su vida, la que produce su efecto en el pacto nuevo con todas sus bendiciones. Su vida sin pecado le cualificó para ser el apropiado sacrificio por el pecado, pero fue Su muerte la que proporcionó el pago por el pecado».

2. La razón es (vv. Heb 9:16, Heb 9:17) que un pacto sólo puede ser firme sobre la sangre de las víctimas que sirven para establecerlo (v. ya en Gén 15:8-18). Dicen así dichos versículos en la versión hispanoamericana, al margen: «Porque donde se hace un pacto, es necesario que se presente la muerte de la víctima designada, porque un pacto es confirmado sobre víctimas muertas, puesto que no tiene fuerza mientras viva la víctima designada». Vamos a dar las razones por las que preferimos esta lectura a la que suelen traer las versiones en general:

(A) El vocablo griego diathéke, como equivalente al hebreo berith, nunca significa testamento, sino siempre, y sólo, pacto. Ya dijimos que el concepto de «testamento», como nosotros lo conocemos, era desconocido de los judíos.

(B) El contexto, tanto anterior como posterior, habla evidentemente de pacto. Intercalar lo de testamento en estos dos versículos, equivale a romper el hilo de la argumentación.

(C) El pactante (¿testador?) es, sin duda, Dios Padre. Si estos versículos se leen como aparecen corrientemente en las versiones, tenemos que Dios Padre, si había de ser el testador, ¡tenía que morir! Lo que es un absurdo bíblico-teológico del mayor calibre.

(D) El vocablo diatheménou (v. Heb 9:16; diathémenos, en v. Heb 9:17) está en la voz media-pasiva. Por lo tanto, no debe traducirse en activa (como «pactante» o «testador»), sino en pasiva: «pactada» o «designada».

(E) El texto del versículo Heb 9:17 dice literalmente: «porque un pacto (es) firme sobre muertos …», por lo que la versión: «sobre víctimas muertas» es la que mejor cuadra con el original, ya que Jehová era el que pasaba simbólicamente (v. Gén 15:17) sobre los animales divididos.

(F) Vemos, pues, que «sólo cuando se había dado muerte al animal y las partes contrayentes habían pasado por en medio de los pedazos podían entrar en vigor las provisiones del acuerdo» (Trenchard, quien está a favor de esta lectura).

3. En los versículos siguientes (Heb 9:18-22), el autor sagrado dice que esto es una norma general que ya estaba vigente en el Antiguo Testamento (v. Heb 9:18) y cita (vv. Heb 9:19-21) de Éxo 24:3-8, donde Moisés, inmediatamente después de anunciar al pueblo todos los mandamientos de la Ley (v. Heb 9:19), y sin detenerse a cumplimentar las disposiciones acerca del tabernáculo, tomó la sangre de las víctimas y roció el libro mismo de la Ley y a todo el pueblo (v. Heb 9:19, al final). Es posible que, en el versículo Heb 9:21, se refiera el autor sagrado al rociamiento del altar que Moisés había erigido al efecto (Éxo 24:6), aunque también podría referirse a lo que se llevó a efecto en la primera consagración del tabernáculo y de sus utensilios, aunque esto no se realizó en aquel mismo día. Las excepciones que el casi del versículo Heb 9:22 implica, se hallan en Lev 5:11-13; Núm 16:46; Núm 31:50.

4. La razón general (con marcada referencia a Lev 17:11; v. el comentario en el lugar correspondiente) es (v. Heb 9:22) que «sin (gr. khorís, aparte de, como en Jua 15:5) derramamiento de sangre no hay perdón» (lit.). La misma sangre hace expiación porque en la sangre va la vida de la víctima ofrecida en sacrificio (v. Lev 17:11). Dice Trenchard: «El simbolismo se basa en el hecho de que la paga del pecado es muerte , de modo que, normalmente, el pecador ha de perder la vida y morir eternamente. Pero el Dios-Hombre se presentó y, en perfecta identificación con el hombre, tomó el lugar de éste y rindió su vida de infinito valor sobre el altar de la Cruz. La vida que la justicia de Dios exigía se ofrendó, pues, una vez para siempre y hace expiación por el pecado».

II. Expone luego el autor sagrado (vv. Heb 9:23-28) la forma en que el sacrificio de Cristo quita el pecado. En el versículo Heb 9:22, había hablado de «purificación» y de «perdón». Por eso, en los versículos Heb 9:23, Heb 9:24, habla de las esferas o lugares en que las correspondientes purificaciones se ponen por obra; mientras que en los versículos Heb 9:25, Heb 9:26, trata del perdón que el sacrificio de Cristo ha obtenido para todos los tiempos: «una vez para siempre (v. Heb 9:26), en contraste con el «cada año» (v. Heb 9:25). En los versículos Heb 9:27, Heb 9:28, recalca con nuevo énfasis el carácter definitivo del sacrificio de Cristo.

1. En el versículo Heb 9:23, el autor sagrado alude a todo lo que ha mencionado como rociado con sangre, en los versículos Heb 9:19 y Heb 9:21, y dice que todo ello era copia calcada (gr. hupodeígmata, el mismo vocablo de Heb 8:5, que conviene releer) de las cosas celestiales. Pero la purificación que nosotros necesitamos tiene que ver, no con figuras y sombras, sino con las realidades mismas, las cosas celestiales (v. Heb 9:23), puesto que (v. Heb 9:24) fue en el santuario celestial donde Cristo entró, no en uno hecho de manos de hombre en la tierra, «para presentarse por nosotros en la presencia de Dios» (más literalmente: «para ser manifestado al rostro de Dios versión exacta del hebreo, liphney Elohim , a favor gr. huper , de nosotros»). Dos detalles merecen especial atención:

(A) ¿Qué «cosas celestiales» son ésas que necesitan ser purificadas? No olvidemos que el contraste es entre las cosas materiales del santuario terrestre y las realidades espirituales del santuario celeste, y que así como la purificación de las cosas que eran esbozo y sombra (v. Heb 8:5) tenía que ver con la contaminación legal, así la purificación de las realidades celestes tiene que ver con la contaminación interior de la conciencia. Por tanto (y téngase en cuenta que estamos entre símbolos y metáforas), las cosas celestiales que necesitan purificación son, con la mayor probabilidad, las leyes divinas violadas, contaminadas por las irregularidades que impiden el acceso al trono de la gracia. Esas irregularidades son, pues, los pecados de los hombres, ya que ésos, globalmente, son los elementos que impiden el acceso al trono de Dios y el objetivo que el sacrificio de Cristo tenía a la vista (v. Heb 9:26, al final: «para quitar de en medio el pecado»). No creo que tenga que ver directamente con la rebelión de Satanás y sus huestes, pues la redención no estaba programada para los ángeles (Heb 2:16).

(B) ¿Por qué habla el autor sagrado de «mejores sacrificios» (en plural), siendo así que Cristo ofreció un solo sacrificio? (v. vv. Heb 9:26, Heb 9:28, así como Heb 7:27; Heb 10:10, Heb 10:12, Heb 10:14.) Es, con la mayor probabilidad, un plural de intensidad. Dice Kuinoel (citado por J. Brown): «El autor de la epístola usó el plural porque había usado el plural al hablar de la purificación del tabernáculo terrenal, y por causa de la superioridad del sacrificio de Cristo, que superó a todos los otros sacrificios en su poder y eficacia».

2. En los versículos Heb 9:24-26, el autor sagrado muestra que la superioridad del sumo sacerdocio de Cristo sobre el de Aarón se echa de ver no sólo por su naturaleza, superior a la del sacerdocio aarónico, sino también por el grado de su eficacia de tal modo que no necesitaba repetición. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Porque Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, el cual era mera figura (gr. antítupa; aquí, en sentido diverso del que suele tener el vocablo) del verdadero, sino que entró en el cielo mismo, para comparecer ahora en favor nuestro en la presencia de Dios. Y no entró en el cielo para seguir ofreciéndose una y otra vez, a la manera que el sumo sacerdote entra en el Lugar Santísimo cada año con sangre que no es la suya propia; porque entonces Cristo debería haber padecido muchas veces desde la creación del mundo; sino que ahora se ha manifestado una vez para siempre al final de los tiempos, para acabar con el pecado por medio del sacrificio de sí mismo». Notemos algunos detalles que requieren aclaración:

(A) El cielo es un estado, y también es un lugar. Es en este segundo aspecto en el que el autor sagrado considera la entrada de Cristo en el cielo, pues la comparación es entre el santuario terrenal (un lugar), hecho por mano de hombre, y el santuario celestial. Por «cielo (como lugar) ha de entenderse, por supuesto, lo que Pablo llama el «tercer cielo» o «cielo empíreo», en el que Dios reside, simbólicamente, de un modo especial.

(B) El versículo Heb 9:25, según aparece en el original (y en nuestra Reina-Valera), comienza por una elipsis: «ni para ofrecerse muchas veces a sí mismo …» (lit.), por lo que ha de suplirse algo; con la mayor probabilidad, lo que suple la NVI, al comenzar: «Y no entró en el cielo para seguir ofreciéndose …». El verdadero sentido es que «no entró en el cielo para salir de nuevo y volver a ofrecerse», no que haya de ofrecerse (una vez por todas) dentro del cielo. Grocio erró por entender mal esto. En efecto, el autor sagrado compara el sacerdocio de Cristo con el de Aarón. El sumo sacerdote aarónico extraía la sangre de la víctima y ofrecía ésta en el altar de los holocaustos (¡por tanto, fuera del santuario!). Después, tomaba la sangre y la introducía en el Lugar Santísimo. Ahora bien, Jesucristo ofreció su único sacrificio al morir en la Cruz, donde derramó su sangre; y por medio de su propia sangre (v. Heb 9:12; nótese que no dice «con su sangre», sino «por medio de su sangre»), es decir, mediante el derramamiento de su sangre, se abrió paso hasta lo íntimo del santuario celeste.

(C) El versículo Heb 9:26 recalca la misma idea, y hace ver que si Cristo hubiese tenido que actuar como el sumo sacerdote aarónico, le habría sido necesario sufrir la muerte muchas veces desde la creación del mundo, es decir, desde la caída de nuestros primeros padres, pues fue desde entonces (v. Gén 3:21) cuando hubo necesidad de expiar el pecado por medio de sacrificios que apuntasen al Calvario. Más aún, sobre el mismo principio, todavía tendría que seguir ofreciéndose ahora, mientras hubiese un solo pecado que expiar. Dice J. Brown: «Pero sabemos que tal cosa no ha sucedido; sabemos que la remisión de todos los pecados que pertenecen al pasado, mediante la paciencia de Dios (v. Rom 3:25 el paréntesis es mío ), se llevó a cabo sobre la base de la predeterminada propiciación en la sangre de Cristo; y también sabemos que todos los pecados que se han cometido o están todavía por cometerse, habrán de ser perdonados, y serán perdonados, sobre la base de la misma propiciación».

(D) En efecto, el sumo sacerdote aarónico era sacerdote, pero no era víctima; por tanto, después de entrar en el Lugar Santísimo con sangre ajena, salía vivo y dispuesto a entrar de nuevo al año siguiente con la sangre de nuevas víctimas, pues ni el sacerdote ni las víctimas tenían el carácter y el poder necesario para expiar por los pecados. Pero Cristo entró en el cielo mediante su muerte y resurrección; ésta es irreversible (v. Rom 6:10), por lo que es imposible que tal obra se repita en modo alguno; ni lo necesita, pues la obra del Calvario es perfecta, tanto en sí misma (Heb 7:27, Heb 7:28) como en su resultado (Heb 10:14).

3. Este aspecto de total finalidad es el que el autor sagrado pone de relieve en los versículos Heb 9:27 y Heb 9:28, sirviéndole el versículo Heb 9:27 de una ilustración para el Heb 9:28. Dicen así literalmente (según la versión más probable) en el original: «Y de la misma manera que está reservado (o destinado) a los hombres morir una sola vez, y después de esto (el) juicio, así también el Cristo, ofrecido una sola vez con vistas a llevar (los) pecados de muchos, por segunda vez se aparecerá (más lit. será visto), aparte de pecado, para salvación, a los que le aguardan con afán». Analicemos estos versículos:

(A) El griego kath hóson, que muchas versiones (entre ellas, la NVI y nuestra RV) traducen por «de la misma manera», admite una versión, quizá más literal, parecida a «en cuanto que» o «por cuanto» (S. Bartina), ya que el autor sagrado, no sólo está poniendo una ilustración, sino tambien una cierta conexión entre los dos versículos Heb 9:27 y Heb 9:28. La idea es la siguiente: Así como los hombres mueren una sola vez y, tras de la muerte, sólo les queda comparecer ante el juicio de Dios, así también Cristo murió una sola vez por todos (2Co 5:14) y, habiendo condenado al pecado en su carne (Rom 8:3), sólo le queda «su gloriosa manifestación para sacar a luz una salvación perfecta a favor de todos aquellos que le esperan» (Trenchard).

(B) Los resucitados por Cristo durante su vida mortal (el joven de Naín la hija de Jairo y Lázaro) volvieron a morir; su primera muerte puede llamarse «provisional», pues entraba en los designios de Dios que habían de volver a la vida como señal de la mesianidad de Jesús. La muerte a la que aquí se refiere el autor sagrado es la definitiva, tras de la cual hay una resurrección definitiva para vida o muerte eternas. Bien puede, pues, decirse que los hombres mueren una sola vez. Esto es muy solemne, y basta este versículo para refutar la doctrina hindú y platonicognóstica de sucesivas reencarnaciones. Es en esta única vida donde nos jugamos nuestro destino eterno, y ello nos debe hacer reflexionar profundamente y estimularnos a volvernos cuanto antes al Señor; aunque sea en sentido acomodaticio, bien podemos cada uno aplicarnos aquello de Amó 4:12: «prepárate para venir al encuentro de tu Dios».

(C) Aunque «muchos» no lleva artículo en el original, una rápida ojeada a Isa 53:11; Mat 20:28; Mar 10:45; 1Ti 2:6 y, en esta misma epístola, Heb 2:9, basta para convencernos de que equivale a «todos». Incluso un calvinista tan acérrimo como J. Brown dice a este respecto: «Casi ninguna otra cosa del Nuevo Testamento me parece más clara que el que, en un sentido, Cristo se dio a Sí mismo en rescate por todos, y, en otro más alto sentido, se dio a Sí mismo por la Iglesia. La declaración de que murió con especial referencia a los que actualmente son salvos, de ningún modo se opone a la declaración de que murió con general referencia el justo por los injustos » (1Pe 3:18).

(D) Lo de que «se aparecerá aparte del pecado» significa que, en su Segunda Venida, Cristo no tendrá que hacer nada con respecto al pecado, puesto que todo lo que tiene que ver con el pecado fue definitivamente tratado en la Cruz del Calvario, donde Cristo fue hecho pecado (2Co 5:21). Fue entonces cuando estuvo cargado con la iniquidad de todos (Isa 53:6). No le queda, pues, ninguna otra iniquidad con que cargar.

(E) La construcción griega de la última frase del versículo Heb 9:28 en el griego original se presta a diferentes traducciones; sólo un cuidadoso análisis nos puede proporcionar la versión más correcta. Las palabras aparecen en el siguiente orden: «será visto por los que le están esperando con afán para salvación». Que todos los hombres le verán, lo sabemos por Dan 7:13; Luc 21:27, pero no todos le verán para salvación. Por tanto, la construcción correcta debe ser: «será visto para salvación …». Por otra parte, no cabe traducir «será visto en orden a la salvación para los que le están esperando», porque no cuadra con las normas gramaticales de la sintaxis griega. La única traducción correcta, a mi juicio, es, pues, la siguiente: «será visto para salvación por los que le están esperando con afán».

(F) Finalmente, el vocablo «salvación» significa aquí, de acuerdo con el contexto, la fase final del proceso de la salvación, esto es, la glorificación. Recuérdese que el vocablo «salvación» tiene tres sentidos, conforme a los tres aspectos del pecado del que somos salvos: A la culpa del pecado corresponde el primer aspecto de la salvación que es la justificación; al poder del pecado corresponde el segundo aspecto de la salvación que es la santificación; y a la presencia del pecado corresponde el tercer aspecto de la salvación que es la glorificación. De este último aspecto de salvación es del que se trata aquí.

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