Jeremías 32:26 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Respuesta de Dios a la oración de Jeremías para tranquilizarle la mente. Es una completa revelación de los propósitos de la ira de Dios contra la presente generación y de los designios de Su gracia con respecto a las futuras generaciones. Jeremías no sabía cómo cantar a un mismo tiempo en honor de la misericordia y del juicio, pero aquí le enseña Dios cómo debe hacerlo. Cuando le ordenó Dios que comprase la heredad en Anatot, esperaba el profeta que Dios estuviese a punto de ordenarles a los caldeos que levantasen el asedio. «No», dice Dios, «la ejecución de la sentencia se llevará a cabo; Jerusalén quedará en ruinas». Pero, a fin de que Jeremías no piense que al ordenarle comprar el campo, Dios le daba a en tender que toda la misericordia que tenía reservada a Su pueblo después del regreso del exilio consistía únicamente en que pudiesen obtener de nuevo la posesión de su tierra, le informa de que eso no era sino tipo de las bendiciones espirituales que había de otorgarles abundantemente y que eran inefablemente más valiosas que los campos y las viñas. En esta palabra de Jehová a Jeremías tenemos primero más terribles amenazas, y luego más preciosas promesas, que quizá cualquiera otra que podamos hallar en el Antiguo Testamento.

I. Se declara aquí la ruina de Judá y de Jerusalén.

1. Dios afirma en estos versículos su soberanía y su poder (v. Jer 32:27): «He aquí que yo soy Jehová, un ser que existe por sí mismo y es suficiente por sí mismo, el Yo soy el que soy, el Dios de toda carne, de todo ser vivo y, especialmente, de toda la humanidad

2. Sostiene lo que ha dicho con frecuencia acerca de la destrucción de Jerusalén a manos del rey de Babilonia (v. Jer 32:28): «He aquí que voy a entregar esta ciudad … en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia»; además (v. Jer 32:29) «vendrán los caldeos que atacan esta ciudad, y la pondrán a fuego y la quemarán, asimismo las casas, sin exceptuar la casa de Dios ni la casa del rey».

3. El motivo por el que Dios procede con tanta severidad contra la ciudad. Es el pecado lo que la lleva a la ruina; sus habitantes cometen los pecados con osadía y desvergüenza Ofrecían incienso a Baal, no en rincones, como avergonzados de hacerlo en público, sino sobre las azoteas de las casas (v. Jer 32:29), provocando así a ira a Dios. De nuevo repite este pecado de provocación (v. Jer 32:30) «porque los hijos de Israel no han hecho más que provocarme a ira con la obra de sus manos». Y de nuevo otra vez (v. Jer 32:32) «por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá (ahora conjuntamente el reino del norte y el del sur, lo cual ya estaba implícitamente en la segunda mitad del v. Jer 32:30), que han hecho para provocarme a ira» (el mismo verbo hebreo del v. Jer 32:30). Es como si hubiesen resuelto provocar los celos de Dios hasta el límite, y hacer todo eso delante de Su propio rostro (v. Jer 32:31): «Porque esta ciudad me ha sido motivo de enojo y de ira desde el día en que la edificaron hasta hoy». Habían continuado incesantemente en sus provocaciones (v. Jer 32:30): «Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá (toda la nación) no han hecho sino lo que es malo delante de mis ojos desde su juventud, es decir, desde la primera vez en que fueron hechos un pueblo, como lo atestiguan sus rebeliones y murmuraciones en el desierto, y la fabricación y adoración del becerro de oro junto al mismo Sinaí, donde habían recibido la Ley por primera vez». En cuanto a Jerusalén, a pesar de que era la ciudad santa, había sido motivo de enojo y de ira (v. Jer 32:31) desde el día en que la edificaron hasta hoy.

4. Todos habían contribuido a la culpabilidad nacional y, por tanto, todos quedaban justamente envueltos en la común ruina. No sólo los hijos de Israel que se habían rebelado contra el altar y contra el trono, sino también los hijos de Judá, que seguían exteriormente adictos a Jehová y al sucesor de David. Dios les había invitado, una y otra vez, al arrepentimiento, pero ellos le habían vuelto la espalda con toda ingratitud y descortesía (v. Jer 32:33): «Y me volvieron la espalda, y no el rostro; y aunque les instruía desde temprano y sin cesar, no escucharon para recibir corrección (o instrucción hebr. musar (son frases que, con pocas variantes, vemos repetidas en Jer 7:13; Jer 25:13; Jer 26:5; Jer 35:15; 2Cr 36:15, 2Cr 36:16 comp. con Jua 8:2 ) Cuanto más les corregía Dios, menos se enmendaban ellos.

5. Había en las idolatrías de ellos un impío desprecio de Dios (v. Jer 32:34): «Pusieron sus abominaciones (es decir, sus ídolos) en la casa en la cual es invocado mi nombre, contaminándola».

6. También eran culpables de la crueldad más antinatural con sus propios hijos, pues los sacrificaban a Moloc (v. Jer 32:35), haciendo pecar a Judá. El país entero estaba infectado de las idolatrías contagiosas y de las iniquidades de Jerusalén.

II. Se promete luego la restauración de Judá y de Jerusalén (vv. Jer 32:36.). Dios, en medio del juicio, se acordará de la misericordia y llegará un día, ya fijado, para actuar en favor de Sion.

1. El pueblo estaba abocado a la desesperación. Cuando el juicio fue anunciado a distancia, no tuvieron miedo; pero cuando la amenaza se convirtió en ataque, perdieron la esperanza. Decían de la ciudad (v. Jer 32:36): «Entregada está en manos del rey de Babilonia por espada, por hambre y por pestilencia». Acerca del resto del país, decían con enfado (v. Jer 32:43): «Está desierta (la tierra), sin hombres y sin animales; no hay alivio ni remedio; es entregada en manos de los caldeos».

2. La esperanza que Dios les da de misericordia. Aunque sus cadáveres caerán en el cautiverio, sus hijos volverán a ver esta buena tierra y la bondad de Dios en ella. Regresarán del cautiverio y se establecerán en esta tierra (v. Jer 32:37): Los había echado a todas las tierras. Los que huyeron se dispersaron ellos mismos. Los que cayeron en manos del enemigo fueron dispersados por él con prudencia política, a fin de que no formasen grupos fuertes ni conjuras de revuelta. La mano de Dios estaba en todo esto. Pero ahora Dios los iba a reunir de todos los países a los que los había echado (v. Jer 32:37), como había prometido ya en la Ley (Deu 30:3, Deu 30:4). Ya reformados, y al haber vuelto a su Dios, ni la conciencia desde dentro ni los enemigos desde fuera les van a infundir terror.

3. Les promete (v. Jer 32:41): «Los plantaré en esta tierra en verdad; allí tendrán seguridad y reposo; allí echarán raíces», pues serán plantados «con estabilidad», como puede también traducirse lo de «en verdad». Dios renovará con ellos Su pacto, un pacto de gracia, con bendiciones espirituales. Es llamado (v. Jer 32:40) pacto eterno (comp. con Jer 31:33, Jer 31:34; Jer 50:5; Isa 55:3; Eze 37:26), no sólo porque Dios será siempre fiel a él, sino también porque perdurará mientras exista este mundo, y sus consecuencias serán eternas.

4. Una y otra vez vemos repetido lo de «y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios» (v. Jer 32:38). Para asegurar en ellos el temor de Dios y el cumplimiento de Sus mandamientos (v. Jer 32:39), les dará un solo corazón y un solo camino (comp. con Hch 4:32), lo que «expresa unanimidad y unidad de propósitos» (Freedman). No será una formalidad exterior, sino fruto de una convicción interna, porque (v. Jer 32:40) «pondré dice Dios mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí»; Dios actuará en el interior de ellos (comp. con Eze 36:26, Eze 36:27) por medio de Su Espíritu, de forma que las disposiciones interiores gobernarán todas las actuaciones exteriores. Los maestros, padres y ministros de Dios pueden poner en la mente cosas buenas, pero Dios es el único que actúa en el interior del corazón, obrando tanto el querer como el hacer (Flp 2:13).

5. Dios proveerá eficazmente los medios para que perseveren en la gracia y para perpetuar el pacto que ha establecido con ellos. Él no los dejará ni los abandonará jamás (v. Jer 32:41): «Y me alegraré con ellos haciéndoles el bien». Con respecto a las últimas expresiones de este versículo Jer 32:41 («con todo mi corazón y con toda mi alma»), comenta Freedman: «En ninguna otra parte se aplica esta frase a Dios». Los príncipes terrenos son volubles, pero la misericordia de Dios es para siempre. A veces puede parecer (Isa 54:8) que Dios le vuelve la espalda a este pueblo, pero, aun entonces, no cesa en Sus designios de hacerles el bien. No tenemos motivos para desconfiar de la fidelidad ni de la constancia de Dios, sino sólo de nuestra fidelidad y de nuestra constancia; por eso, se promete aquí que Dios les dará un corazón para que le teman perpetuamente (v. Jer 32:39, comp. con Pro 23:17)

6. Dios vinculará una bendición a la descendencia de ellos, dándoles gracia para que le teman (v. Jer 32:39) «para el bien de ellos, y de sus hijos después de ellos». Así como el apartamiento de Dios ha sido con perjuicio de sus hijos, así también su adhesión a Dios será para beneficio de sus hijos. El mejor medio de mirar por el bien de nuestra posteridad es establecer en nuestra familia el temor y la adoración de Dios.

7. Cuando Dios castiga, lo hace con repugnancia: «¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?» (Ose 11:8). En cambio, cuando les restaura los bienes, se alegra con ellos haciéndoles el bien (v. Jer 32:41). Él mismo es un Dador alegre, y por eso ama a siervos alegres. Al final, se verá que todas las cosas han estado cooperando juntamente para el bien de los Suyos (Rom 8:28), y podrán decir: «El gobernador de este mundo está completamente ocupado en procurar el bien de Su pueblo escogido, lo mismo que de Su Iglesia».

8. Estas promesas se cumplirán con la misma seguridad que las amenazas anteriores (v. Jer 32:42): «Porque así dice Jehová: Así como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que sobre ellos pronuncio». Y, como arras de esto, las casas y los campos tendrán de nuevo un alto precio en Judá y en Jerusalén (vv. Jer 32:43, Jer 32:44): «Y se comprarán campos en esta ciudad … Heredades comprarán por dinero, y harán escritura, etc.». Revivirán el comercio y la agricultura, y seguirán de nuevo su curso las leyes. Esto se menciona aquí a fin de que Jeremías esté satisfecho de la compra que ha hecho recientemente. Aunque no podía ver la parcela de campo que había comprado, esto era una garantía de que, en el futuro, se harían muchas transacciones como ésta.

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