Jeremías 37:11 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Otro relato concerniente a Jeremías, quien refiere de sí mismo más cosas que ningún otro de los profetas.

1. Jeremías, cuando tenía oportunidad, se retiraba de Jerusalén a la campiña (vv. Jer 37:11, Jer 37:12): «Cuando el ejército de los caldeos se retiró de Jerusalén por miedo al ejército de Faraón, Jeremías resolvió salir de allí o, según una versión más literal del hebreo, salió de Jerusalén para escabullirse a la tierra de Benjamín para recibir una porción (o parte de heredad) de allí en medio del pueblo». Intentaba zafarse del tráfago de las masas, porque, aun cuando era persona de gran importancia, estaba contento con pasar desapercibido y vivir escondido en una cabaña, máxime cuando era muy poco el bien que podía hacer en la capital. Como el verbo hebreo jaliq (recibir) está en la forma Hiphil (causativa), su significado es «hacer recibir» o, mejor aún, «hacer que se repartiese», lo cual indicaría, como dice Freedman, «que se había muerto algún pariente en Anatot y era necesario que Jeremías estuviese allí en conexión con la herencia».

2. En este intento de escabullirse fue aprehendido como desertor (vv. Jer 37:13-15): «Cuando estaba en la puerta de Benjamín, estaba allí un capitán de la guardia, que probablemente tenía a su cargo la vigilancia de aquella puerta, quien le apresó, acusándole de que iba a pasarse a los caldeos». El capitán que le detuvo se llamaba Irías y era nieto de un tal Hananías, quien (contra la opinión de M. Henry) «no ha de ser identificado con el contradictor de Jeremías en Jer 28:10., el cual difícilmente podía tener un nieto tan mayor» (Freedman). Jeremías negó rotundamente el cargo que se le hacía, pero no le valió. Fue llevado a presencia del consejo privado, donde los príncipes (v. Jer 37:15) se airaron contra Jeremías, le azotaron y le pusieron en prisión en la casa del escriba Jonatán. Allí permaneció «por muchos días» (v. Jer 37:16, al final). Fue durante estos «días» cuando los caldeos reanudaron el asedio de Jerusalén.

3. Éste es el motivo por el que Sedequías envió por él (v. Jer 37:17) y le sacó de la cárcel. Cuando todas sus ilusiones se habían desvanecido, la confusión y la consternación del monarca y del pueblo subieron de punto.

(A) El rey envió a que le trajesen a su presencia para consultar secretamente con él, como embajador que era de Jehová, pues le dijo (v. Jer 37:17): «¿Hay palabra de Jehová? ¿Hay alguna palabra de consuelo? ¿Puedes darnos alguna esperanza de que los caldeos volverán a retirarse?» El rey lo llamó secretamente, avergonzado de que se le viese en compañía de un hombre detenido bajo el cargo de desertor.

(B) No sólo el bienestar, sino también la vida de Jeremías están en manos de Sedequías, y el rey le hace una petición que el profeta podría explotar a su favor, sin embargo, en lugar de aprovechar esta ocasión para granjearse el favor del rey, le dice llanamente que sí había palabra de Jehová (v. Jer 37:17), pero que esta palabra no le iba a dar ningún consuelo ni a él ni al pueblo: «En manos del rey de Babilonia serás entregado». Si Jeremías hubiese consultado con carne y sangre, le habría dado al rey una respuesta plausible, al menos de momento, y habría guardado lo peor del mensaje para más tarde. Pero Jeremías era de los que han obtenido misericordia del Señor para ser fieles, y de ninguna manera iba a ser desleal a Dios y al propio soberano al callarse la verdad para obtener favor de los hombres. Jeremías aprovecha la ocasión para echar en cara al rey y al pueblo el crédito que habían dado a los falsos profetas, quienes les decían que el rey de Babilonia no había de venir, y cuando, después de venir, levantó el asedio de la ciudad, que no volvería contra ellos (v. Jer 37:19): «¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban diciendo: No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra? ¿No era falsa la paz que os anunciaban?»

(C) Aprovechó también la ocasión para presentar implícitamente una petición, como pobre prisionero injustamente encarcelado (vv. Jer 37:18, Jer 37:20): «¿En qué pequé le dice al rey (v. Jer 37:18) contra ti, o contra tus siervos o contra este pueblo, para que me metieseis en la cárcel?» Como si dijera: «¿Qué ley divina o qué precepto real he quebrantado para ser encarcelado?» También ruega con vehemencia y patetismo (v. Jer 37:20): «Ahora, pues, oye, te ruego, oh mi señor el rey; caiga bien ahora mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí». No hay aquí ni una sola palabra de querella contra los príncipes que le habían maltratado y encarcelado, sino una modesta súplica al rey. Un león por la causa de Dios, tiene que ser un cordero por su propia causa. Vemos que: (a) El rey le concedió lo que le pedía, pues dio orden (v. Jer 37:21) de que lo custodiasen en el patio de la guardia de la cárcel (como en Jer 32:2), donde podía respirar el aire libre. (b) También ordenó el rey que se le diese del almacén público una hogaza de pan diaria mientras hubiese pan en la ciudad («hasta que todo el pan de la ciudad se gastase» v. Jer 37:21 ). Sedequías debería haber soltado al profeta, pero le faltó coraje para hacerlo; menos mal que algo hizo.

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