Juan 16:16 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. Vemos primero la forma en que Jesús insinuó el consuelo que tenía destinado para sus discípulos (v. Jua 16:16). Les dice:

1. Que dentro de poco le perderían de vista: «Todavía un poco, y no me veréis». Por consiguiente, si tenían alguna pregunta que hacerle, se tenían que dar prisa a exponérsela. Nos conviene grandemente estar siempre alerta a las oportunidades de gracia que el Señor nos otorga, para que nos demos prisa a aprovecharnos de ellas. Los discípulos perdieron de vista al Maestro cuando éste murió y fue sepultado. Lo más que puede hacer la muerte a nuestros hermanos en Cristo es quitarlos por un poco de nuestra vida, pero no de nuestro recuerdo ni de nuestro corazón. Después, cuando el Señor ascendió a los cielos, «mientras los bendecía, se fue alejando de ellos e iba siendo llevado arriba al cielo» (Luc 24:51).

2. Que dentro de otro poco volverían a verle: «Y de nuevo un poco, y me veréis». Su despedida no era definitiva y final, puesto que volverían a verle: (A) Después de su resurrección, cuando «se presentó vivo con muchas pruebas indubitables» (Hch 1:3). (B) Por medio de la efusión del Espíritu, diez días después de su ascensión a los cielos. La venida del Espíritu Santo fue una visita de Jesús a sus discípulos, una visita permanente, no transitoria. (C) En su segunda venida, al final de los tiempos.

3. Que había un motivo muy razonable para ausentarse ahora de la vista de ellos: «Porque yo voy al Padre». A la vista de esta última frase, comparada con Jua 14:19, la mayoría de los autores opinan que Cristo no se refería a la visita que haría a sus discípulos después de su resurrección, sino a su segunda venida, como puede verse por Heb 10:37, donde se usa una expresión similar: «aún un poquito», en un contexto que habla claramente de la segunda venida del Señor. Sin embargo, quizá sea preferible la opinión de Alford, quien piensa que la frase tiene más de un sentido. Que Jesús parece referirse de algún modo al tiempo en que había de permanecer en la tumba, se deduce de todo el contexto posterior (vv. Jua 16:20.), en el que se habla de tristeza y lamento, al ser así que la partida del Señor al cielo en el día de su ascensión, no llenó a los discípulos de tristeza, sino «de gran gozo» (Luc 24:52). No estará de más advertir que la frase «porque me voy al Padre» de este versículo falta en la mayoría de MSS y códices griegos.

II. La perplejidad de los discípulos ante esas palabras de Jesús, pues no sabían qué podían significar. No es extraño, porque aun después de venido el Espíritu Santo, y a fines del siglo XX, todavía discuten los exegetas acerca de su significado: «Entonces se dijeron algunos de sus discípulos unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice …?» (v. Jua 16:17). Aunque Cristo se había expresado anteriormente de una forma semejante, todavía estaban en la oscuridad. Por aquí vemos:

1. La debilidad de los discípulos, al no poder entender unas frases tan claras (pero téngase en cuenta lo que hemos dicho en el punto anterior. Nota del traductor). Les había dicho con frecuencia que habían de darle muerte, pero que resucitaría al tercer día. Con todo, ellos están perplejos: «No sabemos qué quiere decir» (v. Jua 16:18. Lit. «qué habla»). La tristeza les llenaba el corazón (v. Jua 16:6) y les incapacitaba para recibir palabras de consuelo. Las equivocaciones suelen causar pesar, y el pesar, a su vez, confirma las equivocaciones. La noción de un reinado temporal del Mesías, un reinado político, glorioso, inminente, estaba muy arraigada en ellos. Cuando un creyente, o toda una denominación cristiana, tiene prejuicios teológicos de cualquier signo y se empeña en que la Biblia esté de acuerdo con las falsas ideas que se han aprendido no es extraño que resulte difícil entender las Escrituras. En cambio, cuando nuestros razonamientos se rinden cautivos a la revelación divina (comp. con 2Co 10:5), el tema se hace fácil. Parece ser que lo que mayor perplejidad les causaba era ese «un poco», como vemos por el versículo Jua 16:18. No podían concebir que el Señor fuese a dejarles tan prontamente. También a nosotros nos resulta difícil muchas veces persuadirnos a nosotros mismos de que se acerca rápidamente algún cambio del que tenemos noticia cierta que ha de llegar y que puede llegar súbitamente.

2. La disposición en que estaban, no obstante de ser instruidos acerca de lo que no acertaban a adivinar. Quizá no se atrevían a mostrar al Maestro su ignorancia y preferían conferir y discutir unos con otros sobre el significado de las palabras del Maestro (vv. Jua 16:17-18). Cuando, después de la oración y del estudio de la Palabra, no acertamos a entender algún pasaje, no hemos de tener vergüenza en pedir prestada a nuestros hermanos la luz que ellos pueden tener y con la que podemos mejorar nuestro entendimiento de las Escrituras. El mismo Apóstol Pablo, tan favorecido por las revelaciones divinas, después de exponer su opinión sobre cierto asunto, continúa diciendo: «Y si en algo sentís de un modo diferente, también esto os lo revelará Dios» (Flp 3:15).

III. La ulterior explicación que Cristo les da.

1. Véase primero por qué les dio esta explicación: porque «conoció que querían preguntarle» (v. Jua 16:19). Hemos de llevar al Señor los nudos que no acertamos a desatar. No hemos de avergonzarnos en preguntarle cualquier cosa, pues, aun cuando a los hombres les parezcan a veces necias nuestras preguntas, el Señor nos conoce bien y no desprecia nuestra ignorancia, sino que tiene solamente en cuenta nuestra sinceridad. Vemos también que Cristo está presto a enseñar e instruir incluso a los que no se atreven a preguntarle. Los humildes, los que son conscientes de su ignorancia e insuficiencia, están en las mejores condiciones para aprender del Señor, pues sólo el que cree que sabe algo, es el que se cierra a sí mismo la puerta de un mayor conocimiento, pues «aún no ha aprendido nada como se debe conocer» (1Co 8:2). Nos parece oír aquí aquello del filósofo Sócrates: «Sólo sé que nada sé». El que sabe que no sabe es el más diligente en procurarse los medios de una mejor información, como insinúa el Señor: «¿Indagáis entre vosotros acerca de esto?» (v. Jua 16:19). Como si dijese: «Si buscáis, hallaréis» (v. Mat 7:7; Luc 11:9, donde el presente de imperativo exhorta a una búsqueda perseverante, continua).

2. Véase también cómo les dio la explicación. Lo explica mediante los sentimientos de tristeza y gozo, ya que somos propensos a medir el valor de las cosas según el nivel en que nos afectan: «De cierto, de cierto os digo (nótese la solemnidad), que vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (v. Jua 16:20). El gozo o la tristeza de los creyentes depende de si tienen o no una recta visión del Señor.

(A) Lo que aquí se dice, y en los versículos Jua 16:21-22, acerca de la tristeza y del gozo de los discípulos, ha de entenderse primordialmente en base al estado anímico en que, a la sazón, se hallaban. El Señor les predice: «Vosotros lloraréis y os lamentaréis …; vosotros os entristeceréis …». Llorarían por Él porque le amaban; el sufrimiento de un buen amigo nos afecta como si lo sufriésemos también nosotros. También llorarían por sí mismos, al sentirse como huérfanos. Ya les había anunciado antes Jesús que habían de esperar tribulación en el mundo (v. Jua 15:20), y volvería a repetirlo (Jua 16:33), a fin de que se aprestaran también a recibir el consuelo que Él les otorgaría. «El mundo se alegrará.» El mundo se alegra cuando parece que la causa de Cristo está en descrédito. Lo que apena a los santos, regocija a los impíos. Los que son extranjeros para Cristo son los que, a la muerte de Cristo, celebrarán su propio triunfo y pensarán que han acabado definitivamente con Él. No nos sorprenda ver algunos que triunfan cuando nosotros estamos temblando. No perdamos la esperanza, pues pronto se volverán las tornas: «pero vuestra tristeza se convertirá en gozo». La tristeza del creyente sólo dura unos momentos. Los discípulos se alegrarán cuando vuelvan a ver al Señor. Su resurrección fue vida de entre los muertos no sólo para Él mismo, sino también para los discípulos, pues el duelo y el lamento por la muerte de Cristo se trocó en gozo indescriptible (v. 1Pe 1:18) e indestructible: «como entristecidos, mas siempre gozosos» (2Co 6:10). Ésta es una de las paradojas que Pablo describe en la porción citada: Un gozo en profundidad, en medio del oleaje que conturba.

(B) Pero todo esto tiene también aplicación a todos los fieles seguidores del Cordero, puesto que:

(a) La condición en que ahora se encuentran es, muchas veces, de duelo y de lamento. Quienes, al seguir a Cristo, van por la cruz a la luz, han de seguir la pauta del que fue «varón de dolores y experimentado en quebranto» (Isa 53:3). Los creyentes genuinos han de llorar con los que lloran (Rom 12:15), y llorar por los que deberían llorar por sí mismos, pero no lo hacen, ya que van por el camino de la perdición.

(b) Mientras tanto, el mundo se viste de fiesta. Ciertamente, el jolgorio y los placeres no se deben contar entre las mejores cosas, porque, si así fuera, los mayores impíos no tendrían tanta parte en ellos, ni los favoritos del cielo tendrían tan poca parte en ellos.

(c) El duelo santo y espiritual se tornará pronto en eterno gozo. El lamento de los justos no sólo será seguido de gozo, sino que se tornará en gozo; es como si del mismo material que la tristeza nos proporciona, el Señor nos fabricase una fuente de consuelo y gozo; algo así como la conversión de agua en vino. Pero el Señor emplea, para ilustrar esto, una parábola mucho más expresiva:

Primero, tenemos la parábola misma: «La mujer, cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre (es decir, un ser humano) en el mundo» (v. Jua 16:21). Aquí vemos el fruto de la sentencia pronunciada en Gén 3:16: «con dolor darás a luz los hijos». Este mundo es como un jardín en que las rosas están siempre rodeadas de espinas, espinas que son también fruto del pecado (Gén 3:18). Pero, a pesar de todo, Dios torna las maldiciones en bendiciones: la aparente victoria de la serpiente se tornará en derrota (Gén 3:15). Y los dolores de parto darán lugar al nacimiento de un nuevo ser humano. Incluso la «nueva humanidad», que es en Cristo, el Postrer Adán, saldrá de la tierra con Él, como de una madre que ha sufrido los dolores de parto (v. Hch 2:24, con la explicación al margen en la RV 1977. Nota del traductor). Nótese lo de «su hora», en Jua 16:21, comp. con Jua 12:27, entre otros lugares. Todo nacimiento es un motivo de gozo para los padres de la criatura. Por muchos que sean los cuidados y las molestias que comporta el dar a luz y el criar a un niño o a una niña, es lo más natural alegrarse de su nacimiento. Este símil es muy apropiado para poner de relieve: (i) las aflicciones de los discípulos en el mundo; son ciertas y duras, pero no duran mucho y, además, están destinadas a producir gloriosos frutos de justicia (comp. con Heb 12:11); (ii) su gozo después de estas aflicciones cuando Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos (Apo 21:4). Cuando cosechen el fruto de todos sus servicios y aflicciones, los dolores y angustias de este mundo nunca jamás serán recordados; vista desde la feliz eternidad, esta vida nos parecerá un minúsculo puntito entre dos espacios infinitos.

Segundo, la aplicación que del símil hace Jesús: «Tambien vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver» (v. Jua 16:22). De nuevo les habla aquí de la tristeza, a la que había aludido en el versículo Jua 16:6. El alejamiento de Cristo es siempre una fuente de tristeza para sus fieles seguidores. Cuando se pone el sol, el girasol inclina la cabeza porque no tiene a donde mirar. Pero, a continuación, y con mayor extensión que antes, les asegura que su tristeza se tornará en gozo. La causa de este gozo es que el Maestro los volverá a ver. Cristo regresará de buena gana para visitar a los que le esperan (comp. con Heb 9:28). Entre los hombres, quienes llegan a las cimas del poder suelen olvidarse de sus inferiores, incluso de aquellos que les ayudaron a subir; y aun a veces, le dan un puntapié a la escalera, a fin de que nadie suba tras de ellos. Pero Jesús no es así; cuando sea exaltado volverá a ver a los suyos y, con ello, retornará el gozo al corazón de ellos. Este gozo será cordial: «se gozará vuestro corazón». Cuando el gozo se aposenta en el corazón, no es un gozo cualquiera, sino algo muy sólido, pues está en el centro mismo de la personalidad; allí escondido, es secreto, dulce, seguro, difícil de quebrar. Este gozo es además continuo y permanente: «Y nadie os quitará vuestro gozo». Los hombres del mundo lo arrebatarían si pudieran, pero no prevalecerán. Hay quienes entienden esto como si se tratara del gozo eterno después de la resurrección de los justos, ya que nuestros gozos en este mundo están expuestos a ser robados por cientos de accidentes, mientras que los del cielo son incorruptibles e inmarcesibles. Pero, como se ve por el versículo siguiente, ha de entenderse del gozo espiritual de los que han nacido de arriba y están santificados por el Espíritu. No se les puede robar el gozo auténtico, porque nadie les puede separar del amor de Cristo y, por tanto, del tesoro que tienen reservado en los cielos (Mat 6:20; 1Pe 1:4).

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