Juan 4:27 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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I. La conversación de Jesús con la samaritana es interrumpida por la llegada de los discípulos. Justamente cuando el Señor había llegado a declarar abiertamente a la mujer Su propia personalidad, «en esto llegaron sus discípulos» (v. Jua 4:27). Como ya dijimos anteriormente, un judío se deshonraba al hablar con una mujer en la vía pública. En este caso, se daba la circunstancia agravante de que era una samaritana. Por eso, «se sorprendieron de que hablara con una mujer». Con todo, «ninguno dijo: ¿Qué le preguntas?, o: ¿Qué hablas con ella?» Era tal la opinión que tenían de su Maestro, que supondrían: Él sabe lo que hace. Efectivamente todo lo que Cristo dijo e hizo estaba puesto en razón, como confesó el ladrón recién convertido (Luc 23:41).

II. La información que la mujer corrió a dar a sus convecinos (vv. Jua 4:28-29). Obsérvese:

1. Cómo se olvidó del objeto mismo que la había traído hasta el pozo (v. Jua 4:28): «Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad». En realidad, no es que la mujer olvidara el cántaro, pues el original griego no dice: «olvidó» (comp. con Flp 3:13), sino «dejó» (comp. con el v. Jua 4:3, donde no significa que el Señor se olvidara de Judea). Lo dejó, según opina Hendriksen, deliberadamente, no sólo para que Jesús pudiera calmar su sed, sino también porque pensaba traer a otros a Jesús, y podría entonces llevarse el cántaro. Dejó primero el cántaro, porque así podría ir más deprisa a la ciudad pues lo que más le interesaba era comunicar la noticia a sus conciudadanos. Con eso nos enseñaba a poner en primer lugar las cosas más importantes y urgentes, y dejar para más tarde lo que no es indispensable y admite espera.

2. Cómo puso interés en dar testimonio de su experiencia personal, convirtiéndose así en una excelente misionera, al comenzar por los de su propia ciudad (comp. con Hch 1:8): «Fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? (vv. Jua 4:28-29). Nótese:

(A) Cuán solícita estuvo en comunicar a sus amigos y vecinos la experiencia que había tenido con el Salvador (comp. con Luc 15:9). Con ese «venid y ved», revela la misma sencillez y sabiduría del testimonio que Felipe había dado a Natanael acerca del Mesías (v. Jua 1:46). ¿No nos ha hecho Jesús el honor de darse a conocer a nosotros? ¡Hagámosle, pues, a Él el honor de darle a conocer también a otros! Ni aun a nosotros mismos podemos hacernos mayor honor que éste. Esta mujer se convierte en misionera tan pronto como conoce al Mesías. Los que tengamos mayores oportunidades estamos bajo mayor obligación de hacer el bien, especialmente a los más cercanos a nosotros.

(B) Cuán abierta y sinceramente comunica lo que ella sabía de este extranjero: «Me ha dicho todo cuando he hecho» como si dijera: «Me ha descubierto lo más íntimo, lo que nadie sabe excepto yo misma». Dos cosas le habían llamado la atención: (a) La extensión del conocimiento de Jesús: «todo»; (b) la profundidad de tal conocimiento: «lo que he hecho»: lo más secreto, lo más profundo, lo más infame. Es curioso que esta mujer se preocupe especialmente en comunicar a otros aquella parte de la conversación de la que parecería que había de estar más avergonzada. Cuando una persona es llevada al Señor mediante la convicción de pecado y la consciencia de la propia miseria, hay una garantía segura de que dicha persona ha llegado a saber lo que es la salvación y a creer de manera efectiva en el Salvador. Como había hecho también Felipe, no se enzarza en argumentos que a ella misma no le habrían convencido, sino que apela a lo más sencillo: «venid y ved». ¿Y no querremos nosotros ir a ver Aquel cuyo día desearon ver reyes y profetas? También muestra la mujer su sabiduría en la pregunta que hace a sus paisanos: «¿No será éste el Cristo?» En vez de imponerles categóricamente su propia convicción, deja que ellos mismos saquen sus conclusiones personales. Con esta pedagogía tan sencilla como efectiva, son despertadas las conciencias de los hombres mucho antes de que se percaten de ello.

(C) El éxito que la mujer tuvo en su cometido: «Entonces salieron de la ciudad, y comenzaron a venir a Él» (v. Jua 4:30). Salieron al encuentro del Salvador, se dieron prisa (como indica el tiempo aoristo del verbo) para verle en lugar de enviar a que viniese a ellos, e iban viniendo ordenadamente, como indica el pretérito imperfecto. Los que son atraídos a Cristo por el Padre (Jua 6:44), vienen a Él y Él no los rechaza, sino que son inscritos en el libro de la vida del Cordero (Jua 6:37; Apo 13:8; Apo 17:8).

III. Conversación de Cristo con sus discípulos en ausencia de la mujer (vv. Jua 4:31-38). Por aquí vemos cuán solícito era Jesús en redimir el tiempo, al aprovechar cada minuto. ¡Qué bien nos iría si del mismo modo, fuésemos solícitos en recoger los fragmentos dispersos del tiempo que se intercalan entre nuestros quehaceres cotidianos! Dos detalles son de notar en esta conversación:

1. El deleite de que el Señor disfruta al llevar a cabo su labor. En la presente tarea le vemos totalmente engolfado, puesto que:

(A) Descuida el alimento material por el interés que pone en la obra que el Padre le ha encomendado. Cuando se sentó fatigado junto al pozo, estaba sediento y necesitaba refrigerio pero la oportunidad de salvar un alma le hizo olvidarse de la fatiga y del hambre. Y le importaba tan poco el alimento, que Sus discípulos llegaron a olvidar la sorpresa que les había causado verle hablar con una mujer extraña, y a preocuparse seriamente por sus necesidades físicas: «Le rogaban, diciendo: Rabí, come» (v. Jua 4:31). El imperfecto «rogaban» indica que le urgieron una y otra vez a que comiera. Por parte de ellos, fue una señal del afecto que le tenían el que le invitaran repetidamente a comer; pero, por parte de Él, era señal de un afecto mucho mayor a las almas el que necesitara ser rogado con tanta insistencia. Hasta tal punto estaba despreocupado de la comida material, que llegaron a sospechar que alguien ¿quizá la mujer misma? , le habría traído algo de comer y, por eso, se hallaba sin apetito (v. Jua 4:33).

(B) Su alimento está en la tarea que lleva entre manos: no sólo la instrucción que acababa de dar a la mujer, sino también la obra que iba a llevar a cabo entre los habitantes de Sicar era lo que le servía de alimento: «Pero Él les dijo: Yo tengo para comer un alimento (gr. brosin = el acto de comer) que vosotros no sabéis» (v. Jua 4:32). Jamás hubo un hambriento o un glotón que anhelase un opíparo banquete con el mismo afán con que Jesús anhelaba las oportunidades de hacer el bien a las almas. Era un alimento que los discípulos no conocían aún. Esto puede aplicarse también a los buenos cristianos, cuyo alimento espiritual es desconocido para los mundanos, y cuyo gozo no pueden sospechar los que no tienen el Espíritu Santo. Esto es lo que les hizo a los discípulos de Jesús preguntarse: «¿Le habrá traído alguien de comer?» (v. Jua 4:33). La construcción griega da como improbable tal cosa, por no tratarse los samaritanos con los judíos (v. Jua 4:9). Como la samaritana respecto del agua, también los discípulos han entendido materialmente lo del «alimento» del versículo Jua 4:32. Pero Jesús responde claramente: «Mi alimento (gr. broma = la comida misma) es hacer la voluntad del que me envió, y llevar a cabo su obra» (v. Jua 4:34). ¡Jesús vivía de obedecer al Padre! ¡Oh, si nosotros pudiéramos decir sinceramente lo mismo! La salvación de los pecadores es la voluntad de Dios (v. 1Ti 2:4); y el instruirlos para que lleguen al conocimiento de la verdad es su obra. En esta obra ponía Cristo todo su interés, porque éste era su negocio. Los hombres de negocios tienen tal interés en ellos, que de día y de noche cavilan cómo mejorar el balance, pero no se olvidan por ello de satisfacer sus necesidades físicas. Jesús, en cambio, de tal manera estaba ocupado en llevar a cabo la obra que el Padre le había encomendado, que se olvidaba hasta de comer y beber. Estaba resuelto a seguir adelante, hasta poder decir, poco antes de expirar: «¡Consumado está!» (Jua 19:30). Toda la vida de Jesús tenía el mismo afán, norte y guía (comp. con Jua 3:34; Jua 17:4; Heb 10:7). Hay muchos que aparentan mucho celo al principio pero carecen de constancia para llevar a cabo hasta el final la obra que Dios les ha encomendado.

2. La forma en que comunica a sus discípulos cuán urgente es la tarea de la salvación de las almas. Ellos iban a ser colaboradores suyos en esta obra (v. 1Co 3:9) y, por eso, habían de mostrar el mismo interés en tal trabajo. La obra consistía en predicar el Evangelio, y Cristo la compara a la labranza (v. de nuevo 1Co 3:9), especialmente a la siembra y a la siega (vv. Jua 4:35-38), que son tiempos de mucha ocupación; todas las manos han de estar entonces prestas al trabajo que no se puede soslayar ni diferir, porque tiene su razón en un espacio de tiempo limitado y, por tanto, ha de hacerse entonces o nunca. A propósito de esto, Jesús les ofrece tres motivos para avivar la diligencia de ellos:

(A) Que es una obra necesaria y urgente: «¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? Pues yo os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para ta siega» (v. Jua 4:35). Los discípulos podían observar el verdear de los campos (era entonces, probablemente, últimos de diciembre o primeros de enero) y pensarían: «Aún faltan cuatro meses para la siega». En Palestina, la cosecha de trigo es temprana, y la mies madura no es amarillenta como en España sino que los campos blanquean literalmente. Pero Jesús se refiere a la cosecha espiritual; y ésa está ya a punto para la siega: el grupo de samaritanos que ya se divisaba en lontananza aparecería literalmente como un conjunto de espigas blancas ondulando al soplo de la brisa. Cuando hay por parte de los oyentes un sincero deseo de oír la Palabra de Dios, se aviva en los ministros del Señor el incentivo y la diligencia en la obra de la predicación del Evangelio. Si estamos con ojo avizor, nos daremos cuenta de que hay muchedumbres tan prestas a recibir el mensaje como está un campo de trigo maduro para recibir la hoz (comp. con Mat 9:37-38; Mat 10:1). Grandes ánimos nos infundirá para dedicarnos a la obra el comprender, mediante los signos de los tiempos, que la cosecha espiritual está en sazón para segar. Juan el Bautista había comenzado la obra de la siembra con tal empeño, que grandes multitudes se esforzaban por entrar en el reino de Dios (v. Luc 16:16). Jesús había continuado la obra que el Bautista le había preparado. Era, pues, el tiempo de meter la hoz; un tiempo que era necesario y urgente aprovechar, porque el trigo que no se recoge a tiempo, se pierde. Cuando las conciencias comienzan a ser convictas de pecado y estimuladas a escuchar el mensaje de Salvación, es de todo punto necesario y urgente acudir en su ayuda; de lo contrario, los comienzos esperanzadores vendrán a desperdiciarse y quedar en nada.

(B) Que es una obra provechosa y ventajosa en la que ellos mismos saldrían ganadores: «Y el que siega recibe salario (comp. con 1Ti 5:18) y recoge fruto para vida eterna» (v. Jua 4:36 comp. con Isa 53:11; Rom 6:23). Los colaboradores de Cristo no podrán jamás quejarse de que tienen un amo duro o mal pagador: de seguro, cosecharán fruto si trabajan con diligencia en comunión con el Señor y de acuerdo con Su voluntad (Jua 15:2, Jua 15:4-5, Jua 15:16). Nótese bien: no es éxito lo que Dios espera de sus ministros, sino fruto que, muchas veces, pasa desapercibido a los ojos de los hombres y a los del mismo predicador. El fruto es «para vida eterna»: está destinado a la salvación eterna de los oyentes del Evangelio y de los predicadores mismos; y esto ha de constituir el mayor gozo de los fieles obreros del Señor, saber que su trabajo tiene por objetivo la salvación eterna de las almas las cuales tienen un valor equivalente al precio que Dios ha pagado por ellas (v. 1Pe 1:18-19), es decir, infinito. Y todos los que colaboran en esta importante tarea han de regocijarse conjuntamente: «Para que el que siembra se regocije juntamente con el que siega» añade Jesús . Esto ha de entenderse primordialmente de Cristo como el Sembrador, y de los discípulos como segadores, quienes comparten el gozo del amo al ver que se cumple la profecía de Amós (Amó 9:13), al menos en parte. Pero también tiene aplicación a los siervos del Señor. ¡Cuántas veces un fiel siervo de Dios ha sudado en la obra sin llegar a ver aparente fruto, y algún tiempo después, otro siervo de Dios recoge el fruto de lo que el siervo anterior había sembrado con tantas fatigas! ¿Y será posible que un ministro del Señor tenga celos de otro, cuando ambos están trabajando, no para su propia gloria, ni en su propio negocio, sino para la gloria de Dios y en la misma viña del mismo amo?

(C) Que es una obra fácil y llevadera, porque el trabajo más duro ha sido hecho por los que les han precedido: «Uno es el que siembra, y otro es el que siega» (v. Jua 4:37). Moisés, los profetas, el Bautista y el propio Jesús habían sembrado lo que los Apóstoles iban a segar: «Yo os he enviado a segar lo que vosotros no habéis trabajado» (v. Jua 4:38). Esto insinúa dos cosas acerca del ministerio en el Antiguo Pacto: (a) Moisés y los profetas sembraron, pero no pudieron segar; los escritos de ellos sirvieron de mayor provecho después que ellos se fueron, que mientras vivían en este mundo; (b) el ministerio de ellos estaba precisamente destinado a servir y apoyar al ministerio del Nuevo Pacto (v. 1Pe 1:10-12). Si no hubiese sido por la semilla sembrada por los profetas, no podría haber dicho la samaritana: «Sé que va a venir el Mesías» (v. Jua 4:25). También nos insinúa esto otras dos cosas acerca del ministerio de los Apóstoles de Cristo: (a ) Que era un ministerio fructuoso: eran segadores que recogían una gran cosecha; (b ) era un ministerio facilitado por los escritos de los profetas. Los profetas sembraron con lágrimas, hasta llegar a clamar: Hemos trabajado en vano; en cambio los Apóstoles estaban segando con gozo, hasta llegar a decir: «Gracias a Dios, quien siempre nos lleva en triunfo» (2Co 2:14). De las labores de otros, recogemos mucho buen fruto los que les sobrevivimos. Véase cuánta razón tenemos para dar a Dios gracias por los siervos que nos precedieron, pues «hemos entrado en las labores de ellos» (v. Jua 4:38).

IV. El buen efecto que causó a los samaritanos la visita que Jesús les hizo (vv. Jua 4:39-42). Véanse las impresiones que de ella recibieron:

1. Por el testimonio de la mujer acerca de Cristo. Este testimonio consistía solamente en la frase: «Ved a un hombre que me ha dicho todo cuando he hecho» (v. Jua 4:29). En este punto, empalma el hilo de la historia que dejamos en los versículos Jua 4:28-29). Y dos cosas se nos dicen del impacto que el testimonio de la mujer hizo en los habitantes de Sicar:

(A) Que dieron crédito a la palabra de Cristo: «Y de aquella ciudad, muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho» (v. Jua 4:39). Quedaron impresionados del misterioso poder de Cristo, que había sido capaz de revelar todo el pasado de otra persona. Estos hombres no eran de la casa de Israel, pero su fe era como arras de la fe que los gentiles habían de tener en el Salvador. Y creyeron al testimonio de una mujer. Por aquí se puede ver: (a) De qué modo se complace Dios a veces en usar instrumentos débiles para comenzar y llevar a cabo la obra del Evangelio; (b) cuán amplio radio de acción puede ser alcanzado por un pequeño fuego. Con sólo instruir convenientemente a una mujer pecadora, Jesús extendió su instrucción a toda su ciudad. ¡Que no se desanimen los ministros del Señor en su labor ni se sientan tentados a descuidarla, por el hecho de que sean pocos o insignificantes los que les escuchan, puesto que, si ponen empeño en llevar el mensaje a esos pocos, es posible que ese mensaje les llegue después a muchos! (c) Que el testimonio más eficaz es el que está respaldado por la propia experiencia (comp. con Jua 9:25). Los que pueden referir lo que Dios ha hecho con ellos son los que más impacto pueden causar en otros.

(B) Que invitaron a Jesús para que les predicase personalmente: «Entonces vinieron los samaritanos a Él y le rogaban que se quedase con ellos». Animados por lo que le habían oído a la mujer quieren saber más y le piden a Jesús que se digne venir a predicar a la ciudad. Vemos por aquí la hospitalidad de estos samaritanos y, por otra parte, su sincero deseo de escuchar las verdades del Evangelio. Son muchos los que de buena gana irían a escuchar a quienes les halagasen con buenas promesas; pero éstos invitaban a quien les iba a convencer de sus malas obras. Tambien vemos que mientras los judíos echaban a Jesús de sus confines, los samaritanos le acogían con gozo. La prueba del éxito del Evangelio no siempre está de acuerdo con el cálculo de probabilidades; es una obra en la que abundan las grandes sorpresas. Jesús accedió de buena gana a la invitación que le hacían, «y se quedó allí dos días». Limitó su estancia en Samaria a este poco tiempo y a esta sola ciudad. No hay, pues, ninguna contradicción con lo de Mat 10:5, lo cual, por otra parte era una orden de carácter transitorio, ya que la Gran Comisión había de ensancharla hasta los últimos confines de la tierra (Mat 28:18-20; Mar 16:15-16; Hch 1:8). Más tarde, como vemos en Hch 8:1-40, se recogió mucho fruto espiritual en Samaria. En cuanto a los versículos que estamos comentando, no se nos dice lo que Cristo dijo e hizo en aquella ciudad, pero sí la impresión que causó en sus habitantes, pues les convenció de que Él era el Mesías; y lo que más alto habla de la obra de un siervo de Dios es el fruto que de ella se deriva. Ahora vieron y oyeron al Mesías en persona; y el efecto fue: (a) Que creció el número de los creyentes: «Y creyeron muchos más por la palabra de Él» (v. Jua 4:41), (b) que creció la fe de ellos: «Y decían a la mujer: Ya no creemos (es decir, sólo) por lo que tú has hablado». En tres cosas había crecido la fe de estos samaritanos: Primera en el contenido. Por el testimonio de la mujer, habían creído que Jesús era un profeta, pero después de verle y oírle a Él mismo, confesaron que era «el Salvador del mundo, el Cristo» (v. Jua 4:42). Creyeron que era el Salvador, no sólo de los judíos, sino de todo el mundo, en el que ellos, como samaritanos, podían ser incluidos. Segunda, en su certeza; la fe de ellos había crecido hasta llegar a la plena seguridad: «Sabemos» (comp. con Jua 6:69; 1Jn 4:16). Tercera, en la motivación y fundamento de su fe: «Ya no creemos por lo que tú has hablado, porque nosotros mismos hemos oído …». Así vemos cómo la fe viene por el oír (Rom 10:17). Son los informes ajenos los que nos hacen sabedores del mayor número de verdades. Por eso, es tan importante el que los padres, tutores, maestros y predicadores instruyan a niños y jóvenes en la sana doctrina. Más tarde el conocimiento y la fe crecerán y se confirmarán mediante el estudio personal de la Palabra de Dios y la comunión con El Señor, para que, de esta forma, la fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Para finalizar esta sección, es preciso añadir que de estos versículos no se puede inferir que todos estos samaritanos creyeron con fe salvífica. Es muy posible, y aun probable, que algunos no llegasen más allá de lo que llegaron los de 2:23 (v. el comentario a dicho lugar).

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