Juan 9:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

Estudio Bíblico | Explicación de Juan 9:1 | Comentario Bíblico Online

I. Vemos primero cómo se apercibió el Señor Jesús de la condición lastimosa de este pobre ciego: «Y al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento» (v. Jua 9:19. Aunque los judíos acababan de insultar al Señor y trataban de darle muerte, Él no perdía ninguna oportunidad de hacer el bien entre ellos. La curación de este ciego era un favor en bien de la comunidad, al capacitar a este hombre para que se ganase el sustento mediante el trabajo y cesase así de ser una carga para la vecindad. Un noble modo de imitar a Cristo es ser generoso con los demás y estar dispuesto a servir al prójimo para bien de la comunidad. Aun cuando se hallaba en grave peligro de su propia vida, y escapaba ahora mismo de una muerte violenta, se detuvo por algún tiempo para mostrar su compasión, de una manera efectiva, hacia este pobre hombre. Con esto nos enseñaba a no desperdiciar las ocasiones de hacer el bien, incluso cuando vamos de paso a cualquier otro quehacer. La condición de este hombre era muy triste, pues era ciego, y lo era desde su nacimiento. El que está temporalmente ciego no puede disfrutar de la luz, pero el que es ciego de nacimiento no puede hacerse idea de la luz, ni de las formas ni de los colores. Pienso que tal persona habría dado cualquier cosa por satisfacer su curiosidad con obtener la vista por un día, aunque la volviese a perder. Demos gracias a Dios de que no es ése nuestro caso. El ojo es el órgano más maravilloso de nuestro organismo; su estructura es extremadamente bella y hecha con suprema sabiduría; no hay cámara fotográfica que pueda comparársele. ¡Qué bendición la nuestra, que no sufrimos ningún accidente durante nuestra concepción, o en nuestro nacimiento, por el que nos viésemos privados del sentido de la vista! Cristo curó muchos ciegos que lo eran por enfermedad o accidente, pero en esta ocasión curó a uno que lo era de nacimiento (comp. con Hch 3:2), a fin de ofrecer una muestra de su poder para prestar auxilio en casos sin esperanza. Con esto, señalaba también el poder que posee para dar la visión de la fe, por medio de su Palabra y de su gracia, a las almas de los pecadores, ciegos por naturaleza. Jesús mostró su compasión desde el momento en que se fijó en este hombre. Otros veían cada día a este ciego, pero no le miraban como Cristo le miró. Jesús fijó su vista en nosotros antes de que nosotros pudiésemos verle y fijar nuestra vista en Él. Advirtamos también que una de las grandes pruebas de la venida del Mesías había de ser la curación de ciegos (v. Isa 29:18; Mat 11:5).

II. La conversación entre Jesús y sus discípulos acerca de este hombre.

1. La pregunta que los apóstoles hicieron al Maestro: «Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?» (v. Jua 9:2). Al fijarse Jesús en el ciego, ellos se fijaron también en el hombre. La compasión de Cristo debería excitar la nuestra. Pero los discípulos no rogaron a Jesús que curase al ciego, sino que, en lugar de ello, le hicieron una pregunta indiscreta. En efecto, esta pregunta era:

(A) Muy poco caritativa, pues daban por supuesto que tal desdicha era necesariamente la consecuencia de alguna perversidad poco común. Como los amigos de Job, daban a entender que, en esta calamidad, había por medio algún gran pecado; pero no se debe pensar que los que más sufren vayan a ser, por ello, los más grandes pecadores. El dolor es consecuencia de la primera caída de la humanidad, pero sirve también para conducir las almas a Cristo, para disciplinar a los creyentes carnales y para purificar a los buenos cristianos.

(B) Innecesariamente curiosa. ¿Qué les iba a ellos en si esta calamidad se debía a un pecado del propio ciego o de sus padres? Los hombres somos inclinados a inquirir acerca de los pecados ajenos más bien que acerca de los nuestros. Juzgarnos a nosotros mismos es nuestro deber (v. 1Co 11:28, 1Co 11:31), pero juzgar a los demás es pecado (v. Mat 7:1.; Rom 2:1.). Los discípulos preguntan:

(a) Si este hombre era castigado por algún pecado que hubiese cometido él mismo, no en otra vida, ya que la doctrina de la reencarnación de las almas era totalmente ajena al pensamiento judío, sino en el vientre de su madre, de acuerdo con la enseñanza rabínica que interpretaba así Gén 25:22-26, y concluía que Esaú intentó matar a su hermano Jacob en el vientre de Rebeca. Los fariseos parecen aludir a esta misma teoría en el versículo Jua 9:34.

(b) O si era castigado por algún pecado especial de sus padres entendiendo así lo de Éxo 34:7 «que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos» (v. el comentario a este lugar en el Pentateuco). Quizá pensaban que su padre era un disoluto, que habría contraído alguna enfermedad venérea por la que el hijo había nacido privado de la vista, como es un caso frecuente en la actualidad. Pero no hay que olvidar lo que se nos dice en Eze 18:20: «El alma que peque, ésa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre …».

2. Respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos: «No es que pecó éste ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él» (v. Jua 9:3). Nótese bien:

(A) Que Jesús no achaca esta enfermedad a un pecado especial del ciego o de sus padres. Con sus palabras, Jesús no niega que el ciego y sus padres sean pecadores como los demás (v. Rom 3:23), ni que las enfermedades sean fruto del primer pecado, sino que esta enfermedad no se debe a un pecado específico del propio paciente ni de sus progenitores. La razón especial en este caso era muy distinta: «sino para que las obras de Dios se manifiesten en él»; lejos de ser una manifestación de pena, esta enfermedad era una oportunidad de gloria. Y, si Dios ha de ser glorificado en nosotros, o por medio de nosotros, cualquier cosa que nos ocurra no es en vano, sino que «vale la pena». Las dificultades que, desde este punto de vista, se suelen presentar contra la providencia de Dios, tienen su solución aquí: Dios quiere mostrar así las maravillosas propiedades de Su naturaleza; Su poder, Su sabiduría, Su misericordia, Su bondad, Su paciencia, etc. Hay quienes no son movidos a la consideración de las cosas de Dios por los medios corrientes y ordinarios, pero son con frecuencia alarmados y convictos mediante cosas no corrientes, sino extraordinarias. Este hombre había nacido ciego, precisamente para que el Señor Jesús pudiese mostrar que era la luz verdadera, venida a este mundo (Jua 1:9; Jua 8:12; Jua 12:46). Hacía muchos años que este hombre era ciego, pues era ya mayor de edad (v. Jua 9:21); sin embargo, nunca hasta ahora se había sabido el verdadero motivo por el que había nacido ciego. El libro de la providencia es un volumen muy grueso; a veces, es preciso pasar muchas páginas hasta encontrar la razón de algunos casos.

(B) Que Jesús da también la razón por la que Él mismo estaba dispuesto, y hasta presuroso, para hacer este gran favor de curar al ciego de nacimiento (vv. Jua 9:4-5). «Es menester que yo haga las obras del que me envió, entretanto que el día dura; viene la noche, cuando nadie puede trabajar» (v. Jua 9:4). (A pesar de esta lectura de nuestra RV, la evidencia textual está a favor del plural «es menester que hagamos» o «debemos hacer», como aparece en la versión Las Grandes Nuevas. Nota del traductor.) Adviértase que era día de reposo, pero en él estaban permitidas las obras de necesidad, de caridad y de piedad. Cristo aclara:

(a) Que es preciso hacer la voluntad de Dios: «las obras del que me envió». Cuando Dios envía a alguien, no lo envía de vacío, porque a nadie invita a ser ocioso ni haragán. Jesús trabajaba constantemente con el Padre (Jua 5:17), y se sometía a los deberes más penosos, con tal de llevar a cabo, y lo hacía con el mayor contento, la obra que el Padre le había encomendado (Jua 4:34; Jua 17:4; Jua 19:30). Y lo que hacía lo hacía con toda su alma y con todas sus fuerzas (v. Ecl 9:10), cómo habríamos de hacerlo nosotros también.

(b) Que ahora era la oportunidad: «entretanto que el día dura». Mientras dura la luz del día, es preciso hacer buen uso de ella (v. Jua 11:9), pues es entonces cuando el trabajo se hace más fácilmente; y hay trabajos que sólo de día pueden llevarse a cabo. Éste era el día de Jesús, pues todo lo que tenía que hacer, lo había de hacer antes de su muerte, como Él mismo aclara en el versículo Jua 9:5: «Entretanto que estoy en el mundo, soy luz del mundo». Mientras dura nuestra vida en este mundo es la oportunidad de hacer el bien; no se debe desperdiciar este tiempo, sino redimirlo (Efe 5:16, Col 4:5). Tiempo (mejor dicho, eternidad) habrá para descansar de los trabajos de esta vida (v. Apo 14:13). Pasar el tiempo, malgastar el tiempo o, como se dice «matar el tiempo», es pecado (Stg 4:11).

Que las oportunidades están al alcance de la mano, pero no han de durar siempre: «viene la noche; cuando nadie puede trabajar». De cierto que viene la noche de la muerte; se acerca con mayor o menor prisa, pero sin pausa. No está en nuestra mano conjeturar a qué hora se va a poner el sol de nuestra vida, nuestro ocaso puede llegar al mediodía; «en la flor de la vida», como suele decirse. Y lo peor es que no podemos prometernos un crepúsculo entre la puesta del sol y la noche pues no sabemos si moriremos tras larga enfermedad o de repente. La noche es el siervo que convoca a los obreros para que cesen en su trabajo y den cuentas de su mayordomía, para recibir entonces conforme a lo que hayan hecho, sea bueno o ruin» (2Co 5:10). Cuando la mecha de la candela está acabándose, de nada sirve buscar aceite para avivar el pábilo.

(d) Que su quehacer en este mundo era impartir luz: «Entretanto que estoy en el mundo, soy luz del mundo» (v. Jua 9:5). Ya lo había dicho en otra ocasión (Jua 8:12). Este hombre, ciego de nacimiento, era símbolo de un mundo sin luz, obcecado por la ignorancia y el vicio; y Jesús vino al mundo a ser luz del mundo, no sólo a disipar las tinieblas, sino también a otorgar la visión. Esto nos presta grandes ánimos para llegarnos a Él, porque ¿quién no deseará que le sean abiertos los ojos para contemplar la luz? ¿Adónde volveremos los ojos, sino a Él, cuando todo lo que nos rodea está bajo el poder de las tinieblas? (v. Luc 22:53; Efe 6:12; Col 1:13, 1Jn 5:19). Por otra parte, esta luz, como la gracia, se nos da gratis, sin dinero y sin precio (v. Isa 55:1). Y se nos da para que seamos luz del mundo (Mat 5:14-16; Flp 2:15). ¿Para qué se hicieron las lámparas, sino para arder y brillar? (v. Jua 5:35). Hemos de preguntarnos: ¿Brilla nuestra lámpara? ¿O difunde tinieblas, en lugar de disiparlas?

III. Viene a continuación el relato de la curación del ciego (vv. Jua 9:6-7). Las circunstancias del milagro son singulares y, sin duda, muy significativas: «Dicho esto», como necesaria preparación para la obra que se disponía a llevar a cabo, se puso a trabajar, aun cuando era día de reposo (v. Jua 9:14). No la dejó hasta que pasara el sábado, cuando sería menor la ofensa que causaría a los fariseos. Cuando hemos de hacer algún bien, hemos de procurar hacerlo cuanto antes, no sea que se nos pase deprisa la oportunidad. Quien espere a que nadie le ponga objeciones para hacer el bien, se expone a dejarlo sin hacer. Veamos:

1. La preparación del colirio: «Escupió en tierra e hizo lodo con la saliva» (v. Jua 9:6). Hizo barro con su propia saliva, porque no había agua a mano; con esto nos enseñaba a echar mano de lo que está más cerca de nosotros, si ello sirve para lo que hemos de llevar a cabo en un momento determinado; ¿para qué ir de una parte a otra, cuando lo que buscamos puede hallarse por un camino más corto?

2. La aplicación del remedio a la parte afectada: «Y untó con el lodo los ojos del ciego». Aunque el paciente era un mendigo, el divino Médico preparó con sus propias manos el remedio. ¡Curioso remedio, por cierto! El lodo serviría más bien para cerrar los ojos de una persona que para abrírselos; pero el poder de Dios se manifiesta mejor con remedios, al parecer, contradictorios; con paradojas, como dice el original de Luc 5:26. El objetivo del Evangelio es abrir los ojos de los hombres, y el colirio que nos sirve de medicina ha de ser preparado por Jesús mismo; a Él hemos de acudir en busca de ese colirio (comp. con Apo 3:18). Sólo Él tiene la exclusiva de este remedio, pues Él ha sido enviado con autoridad y capacidad para confeccionarlo. Los medios empleados para este menester pueden ser muy débiles y, de suyo, ineptos para este servicio, pero son hechos efectivos por el poder del Señor. Y el método que Cristo sigue es llevar primero a los hombres a la convicción de su propia ceguera, y abrirles después los ojos a la luz (v. Jua 9:41).

3. Las instrucciones que da al paciente: «Ve a lavarte en el estanque de Siloé (lit. Siloam), (que significa Enviado)». Jesús quería de esta manera poner a prueba la obediencia del ciego, y ver si éste seguiría con fe implícita las instrucciones que le daba un desconocido. También le pondría a prueba en cuanto al grado en que era afectado por las tradiciones de los ancianos, quienes enseñaban que no era lícito lavarse los ojos en sábado. Con todo esto, quería simbolizar el método que ha de seguirse en cuanto a la salud del alma, en lo que tenemos que poner algo de nuestra parte, aun cuando el efecto se deba puramente al poder y a la gracia de Dios. Así como mandó al ciego que fuese a lavarse en la fuente de Siloé, también nos envía a estudiar la Palabra de Dios, atender a los mensajes que se nos predican y tomar consejo de los hermanos que son más prudentes que nosotros; todo lo cual es como ir a lavarse a la fuente de Siloé. En cuanto a esta fuente, es digno de notarse que sus aguas provenían del monte Sion; eran aguas vivas, curativas. El evangelista señala el detalle de que Siloé significa «Enviado». Cristo es llamado con mucha frecuencia «el Enviado de Dios o del Padre»; de forma que cuando envió este hombre a la fuente de Siloé, lo envió, en realidad, hacia el Salvador mismo (comp. con Isa 12:1-6).

4. La obediencia del paciente a las instrucciones del Médico Divino: «Fue entonces y se lavó». Confiando en el poder de Cristo le obedeció y fue a lavarse.

5. El beneficio que obtuvo: «Regresó viendo». Su obediencia, superior a la de Naamán, le granjeó el beneficio de la vista. Por supuesto, al no ser leproso, sino ciego, no tuvo que sumergirse en el estanque, sino solamente lavarse los ojos. De manera semejante a cuando el conflicto y como los dolores de parto del nuevo nacimiento han pasado, las ataduras del pecado se sueltan, y se obtiene la luz y, con ella la libertad (Jua 8:31-32). ¡Tal es el poder de Cristo! ¿Y qué no podrá hacer el que hizo esto, y lo hizo de esta manera? Este ciego hizo lo que Cristo le mandó y fue sanado inmediatamente. Así también, cuantos deseen ser sanados por Jesús han de estar dispuestos a someterse a su gobierno. Este hombre regresó viendo; asombrado de lo que veía y asombrando a quienes le veían. También representa esto los beneficios que se obtienen al asistir a las ordenanzas que Cristo dispuso para su Iglesia; los que se acercan temblando, regresan triunfando; los que antes fueron ciegos, han vuelto viendo y cantando.

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